La desgracia nunca pide permiso para entrar en la vida de las personas, y casi siempre lo hace de forma arrolladora, como un tren cuando descarrila, segando a su paso la propia vida. Siempre se buscan causas, y sobre todo, responsabilidades. Aunque necesario, lo importante no es buscar responsabilidades, sino soluciones. Se necesita un Solucionador más que responsables.
Es momento, de nuevo, para hacer un alto en el camino. Esta vez, mirémonos a nosotros mismos. Quedamos los “vivos”, seguimos subidos en el tren de la vida, a toda velocidad, sin paradas intermedias. Y no nos damos cuenta de que nuestro tren se dirige al mismo destino que el del resto de los humanos… a la desgracia irremediable… o casi.
El Maestro de Galilea hizo un comentario una vez, en ocasión de otro trágico accidente. Una torre se desplomó matando a 18 personas. ¿De quién fue la culpa? ¿Del arquitecto? ¿Del albañil? ¿Estaban donde no debían? Jesús no entró en juicios por lo ocurrido, desvió la atención de los que sobreviven al tema realmente importante y vital:
“¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron al derrumbarse la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Pues yo os digo que no. Y añadiré que, si no os convertís, todos vosotros pereceréis de forma semejante” (Luc. 13:4-5 BLP).
Ya no podemos hacer nada más por los que marcharon, duermen (Dan. 12:2). Pero sí se puede hacer algo por los que estamos vivos. Es imperativo darse cuenta que nuestro tren, el de la vida de cada uno, lleva al mismo destino. Nosotros somos quienes llevamos las riendas de forma irresponsable, y la única forma de cambiar las tornas es ceder el mando al que nos avisa. Las palabras de Jesús no son una acusación, sino un llamado con voz ahogada por el sollozo: “Si no os convertís… vais a acabar todos igual”.
Nos está pidiendo a gritos que le cedamos el control de la vida, que le consultemos cada decisión, que caminemos con Él cada paso. Nos está diciendo, “no importa si la desgracia entra en tu vida de repente, si me dejas llevarte en brazos, esto será una simple pausa”. “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Eze. 18:32 BLP).
“Porque se oirá una voz de mando, la voz de un arcángel y el sonido de la trompeta de Dios, y el Señor mismo bajará del cielo. Los que murieron creyendo en Cristo resucitarán primero; después, los que estemos vivos seremos llevados juntamente con ellos en las nubes, para encontrarnos con el Señor en el aire, y así estaremos con el Señor para siempre. Animaos, pues, unos a otros con estas palabras” (1 Te. 4:16-18). Lo mejor está por llegar.
Imagen: (cc) Wikimedia/Dewet. Esquina superior: Pedro Torres.