En la imagen se observa a dos menores de edad solos. Lucen confundidos. Sus ojos tristes se empañan de lágrimas. Sus padres los abandonaron en un aeropuerto. Ellos abordaron sin sus hijos el avión en la ciudad de Nanjing, al este de China. La razón fue que los niños se habían contagiado con el COVID-19.
El Coronavirus tiene el poder de exponer las entrañas del ser humano. Las peores epidemias no son biológicas sino las morales. En tiempos de crisis sale a luz, en algunos casos lo mejor y en otros, lo peor del ser humano: la crueldad, el egoísmo y la irracionalidad. Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso.
El sermón profético
Los apóstoles Mateo, Marcos y Lucas, registraron el sermón profético de Jesús. San Mateo 24 enlista las señales de la Segunda Venida de Cristo. Anuncia guerras, terremotos, falsos profetas, hambrunas y pestilencias, entre otros. Sin embargo, Mateo 24 no es un película de terror. Observemos su contexto: este capítulo se halla en el centro de otros dos. Entenderemos Mateo 24 solamente si lo estudiamos a la luz de Mateo 23 y de Mateo 25. En los tres capítulos el interés de Dios no son las señales, es darnos a conocer su amor.
El capítulo 23 de Mateo concluye con la exclamación: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!” (23:37). Aquí, con esta metáfora Dios nos dice: “Yo te amo como una gallina ama a sus polluelos”.
Después, en el capítulo 24 describe a un mundo en agonía. Las guerras dejan viudas y huérfanos, el saldo de los terremotos son familias sin techo, las hambrunas arrojan organismos debilitados y enfermos, y las pestilencias a familias enlutadas. Dios nos dice aquí: “Me preocupan los que sufren. Las tragedias dejarán muchas víctimas dolientes, quiero mostrarles mi amor”.
Y en el capítulo 25 aparece el juicio final, con el que Dios nos recuerda: “Tú estarás en el mundo como mi representante, no para sobrevivir a una pandemia sino para salir a buscarme en el doliente, en el huérfano, en los enlutados y en los corazones heridos tras las catástrofes”. No hay que olvidar que el criterio del juicio es: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis, enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mateo 25:35-36). Mateo 25 viene después de las señales (Mateo 24) para decirnos que si sobrevivimos será para buscar a Jesús en aquellos que no tienen, en los más afectados, en los más sufrientes por esta pandemia.
Lo peor que nos puede suceder es haber sobrevivido al COVID-19 y que no hayamos podido ver a Jesús. Lo mejor que nos puede pasar es haber visto a Jesús, independientemente de cuál sea nuestra suerte. Supremo es que hallamos sobrevivido a la pandemia habiendo visto a Jesús para servirlo.
La verdadera señal
Mateo 24:12 dice: “Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará”. Esta es una señal de la que poco nos hemos percatado; la podríamos llamar “la señal del carácter”. Jesús también pudo haber pensado en nosotros los creyentes cuando advirtió que el amor de muchos se enfriará. Esta señal no está en una luna vestida de sangre ni en una lluvia de estrellas, se halla en el interior del corazón humano, y aún en el carácter de creyentes que profesan amar y esperar su pronto regreso.
El mundo habrá intensificado su maldad, pero también intensifican su maldad aquellos que son insensibles al dolor ajeno. Lo peor del tiempo del fin no son las tragedias en el mundo natural sino el enfriamiento del amor de aquellos que profesan amar a Dios. Olvidar a quienes han perdido a sus seres queridos en estas desgracias es haber olvidado al mismo Cristo. La pregunta es: ¿hacemos bien en mirar las señales del regreso de Jesús mientras ignoramos ayudar a aquellos que padecen las consecuencias de las señales?
Leemos en Mateo 24:14: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin”. La gran señal de la Segunda Venida de Cristo, la que muchas veces olvidamos, es que nuestro corazón no se enfríe, que salgamos a dar testimonio del carácter de Jesús a servir a los más sufrientes a causa de las señales.
El amor y la profecía
Según estos tres capítulos de Mateo (23-25) el objeto de la profecía es confirmarnos que Dios es amor. Juan 13:19 dice: “Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy”, y “Dios es amor” (1 Juan 4:8). El amor le da sentido a la profecía y no la profecía al amor, por ello el amor trasciende a la profecía. “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán… porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará” (1 Corintios 13:8-10).
Muy pronto Jesús regresará. Decidamos ser de aquellos que aman su venida (2 Timoteo 4:8), prepararnos para su regreso (Mateo 24:44), y hallarnos despiertos porque no sabemos qué día él vendrá (Mateo 24:42). Cristo mismo, quien vino la primera vez a buscar y a salvar a un mundo perdido (Lucas 19:10), volverá para llevarnos con él (Juan 14:1-3).
Entretanto Jesús regresa, que nuestra oración sea: “Señor mi Dios, el pasado con mis errores, a tu misericordia. El futuro con lo que traerá, a tu Providencia. Y el presente con lo que soy y carezco, a tu amor. Tú sabes, Señor, que lo único que tengo es el día de hoy para amarte, y gracias a ti, a quienes me has dado. Amén”.
Autor: Juan Francisco Altamirano, escritor free lance y discípulo de Jesús. Escribe desde Caldwell, Idaho.
Imagen: Photo by Chinh Le Duc on Unsplash
Excelente artículo. Qué Dios te siga inspirando y que nos permita abrir los ojos a su voluntad.