El himno 449 dice así:
“Cristo mi piloto sé
en el tempestuoso mar.
Fieras ondas mi bajel
van a hacerlo zozobrar.
Mas sin tú conmigo vas,
pronto al puerto llegaré.
Carta y brújula hallo en ti.
¡Cristo mi piloto sé!”
Recuerdo una experiencia en Rio de Janeiro. Habíamos concluido un grupo de estudiantes la campaña estudiantil de colportaje de verano en Santo Amaro (Sao Paulo) y en la última presentación, aunque no nos compró los libros porque era mormón, un cliente nos ofreció a mi compañero Luisito Lana y a mí un pasaje gratis ida y vuelta a Rio de Janeiro en la empresa de autobuses cuyo dueño era su hermano.
Aceptamos, estuvimos alojados en las oficinas de la Unión en Niteroi, pasamos allí el sábado con los hermanos y un par de colportores cariocas nos preguntó si queríamos conocer la isla de Paquetá, que yo conocía de niño como un lugar hermoso donde no circulan los automóviles y el mar es sereno y de color verde jade como en el Caribe. El domingo de mañana partimos desde la bahía de Guanabara rumbo a la ansiada isla. Antes hubo que sortear filosas rocas a flor de agua y muchos petroleros estacionados pero era un día espléndido. Pasamos debajo del puente de Niteroi y llegamos a la isla de Paquetá.
Un día maravilloso en todos los sentidos imaginables, el mar, el sol, la paz, el compañerismo fraterno, las experiencias compartidas, la comida y en especial el zuco vitamina. Llegó rápidamente la hora de volver. Eran las tres de la tarde de ese día esplendoroso y en una nave con 500 pasajeros a bordo emprendimos el regreso. Súbitamente el clima tiene un cambio abrupto, las olas se encrespan, el cielo se oscurece, el viento sopla, los rayos comienzan a caer muy ceca del casco del barco, los movimientos de la mole de hierro comienzan a moverse como una cáscara de nuez, el agua entra por la cubierta, la niebla hace imposible entre el borrascoso mar ver no más de diez metros de distancia, los gritos de pánico del pasaje y este servidor aunque no llegó a ese extremo pero estuvo muy cerca. Luisito Lana me dice, Roberto nunca te había visto con un rostro así… Pensaba entre mí, con las rocas a flor de la superficie y los petroleros tan cerca uno del otro con una visión prácticamente nula chocaremos y nos ahogaremos sin remedio, además no sé nadar y le tengo mucho temor al mar…
De pronto uno de los colportores cariocas a todo pulmón exclama: “Vengan todos aquí, debajo de cubierta” y en medio de las sillas, mesas, cajas, bicicletas, congoja de todos los presentes nos sentamos en el suelo a escuchar a este colportor con la Biblia abierta en Marcos 4:35-41 ¡Jesús calma la tempestad! Y comenzó a proclamar con una fuerza impresionante la seguridad que hay en el piloto cuando ese Piloto es Cristo Jesús. También habló de la Segunda Venida, y siguió hablando del pueblo de Dios, y de los tiempos finales, y de la resurrección de los muertos, y del amor de Dios, y del perdón de los pecados, y siguió y siguió con fuerza…Captó tanto la atención de todos que nos olvidamos hasta de nosotros mismos para volcar todos nuestros temores en el Piloto, el único que nos puede llevar a un puerto seguro: Cristo Jesús.
Pero de golpe desde el fondo de la nave se siente un fuerte llamado: ¡Señores, señores…! ¿cuándo van a descender del barco? Hace más de media hora que ha llegado al puerto…
Un piloto poseído por una enfermedad mental pero con una apariencia normal llevó a la muerte a 150 inocentes incluyéndolo a él mismo.
La pregunta ante los temores de la vida en el tempestuoso mar y los engaños sutiles de las apariencias debe ser: ¿Quién es mi verdadero Piloto?
¿Lo reconozco en todos sus caminos? ¿Soy humilde a la voz de su Palabra? ¿Soy capaz de encontrarme con El cada día y obedecerlo?
“Nada temas ya del mar, tu piloto siempre soy” concluye el himno 449.
¡No nos confundamos con la mera apariencia del piloto! Estemos atentos porque solo hay un Piloto que puede llevarnos a la vida eterna por la ruta correcta y segura:
¡Jesús de Nazaret!