La angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra (Proverbios 12,25)
Hay palabras y palabras. Palabras pesadas y palabras ligeras. Palabras de memoria y palabras de olvido. Palabras de apoyo y palabras de ataque. Palabras necesarias y palabras superfluas. Palabras de vida y de muerte. De todas ellas daremos cuentas algún día porque hablan de lo que rezuma nuestro ser, de lo que concurre en nuestro corazón.
Tenía pensado escribir sobre algunas de esas palabras y sobre sus efectos porque, en estas semanas he escuchado palabras de más y de menos. Quería comentar sobre la abundancia de las palabras innecesarias y sobre la escasez de las pertinentes. Y sobre las palabras injustas que campan por sus anchas frente a las palabras legítimas que padecen un complejo de inferioridad inexplicable. Y sobre las palabras inflamantes que alteran temperamentos y nos polarizan hasta la abducción de lo absurdo frente a esas palabras refrescantes que nos permiten encontrarnos con nosotros mismos como personas. Y sobre las palabras insanas en fondo y forma que destruyen nuestro ánimo y debilitan todo apego frente a esas palabras benignas que saben curar heridas y fortalecer el alma. Y sobre las palabras mortales, asesinas con la intención que solo surge del malvado, frente a las vitales, energizantes con la aprobación del Espíritu. Pero no voy a hacerlo. Suficiente con la enumeración.
¿Por qué esta reacción? ¿Por qué esta pérdida de oportunidad? Por culpa de un libro y de la comprensión de una idea. Se titula “El arameo en sus labios” (Abdelmumin Aya, publicado en Fragmenta Editorial) y lo he leído en un viaje de tren desde Barcelona a Sagunto. Breve y exquisito, como los buenos textos. Os dejo el fragmento de un párrafo. Está hablando de la ausencia del significado del término berkā [“bendición”] en las traducciones de Mateo 5:44:
“La triste verdad es que ninguna de las palabras de este maltrecho versículo en nuestro idioma asume la traducción del original arameo: “da la berkā [“bendición”] a quien te maldice”. Desde un punto de vista semita, supone una gran pérdida la eliminación de la palabra original berkā en un pasaje en el que fue “mencionada”, es decir, donde fue “convocada”. Pero es aún más grave el malentendido que acaba produciéndose en el mensaje: porque dar la berkā a quien te maldice, te aborrece o te persigue no es amarlo – que sería masoquismo – sino curarlo, recuperarlo para la especie humana, hacer que deje de ser o de comportarse como un demonio… La berkā es un concepto trascendental en la cosmovisión semita y, por esa misma razón, en la forma concreta en que Jesús comprendía la realidad. Amar a un enemigo que te persigue es algo que puede hacerse desde la distancia, y aún más orar por él; pero no se puede transmitir la berkā sin un contacto físico, sin el roce de las manos, del cuerpo, sin la cercanía del otro”.
Se nos anima a pronunciar las palabras más hermosas y más difíciles: las palabras de bendición. Y a pronunciarlas en la cercanía de los que consideramos nuestros enemigos. Sí, de cerca, compartiendo miradas y apretones de manos. Y Jesús no nos hace esa sugerencia de forma gratuita. Sabe del poder de esas palabras. Esas que se piensan mucho antes de ser pronunciadas, por lo que no corren el peligro de ser superfluas; aquellas que se revisten de verdadera realidad, por lo que no juguetean con la maledicencia; las que aportan el bálsamo del afecto cristiano, por lo que evitan cualquier quemadura; las que sanan en los momentos de afección, por lo que son de rigurosa prescripción; las que se acercan con la melodía del Espíritu y vivifican, por lo que te son recomendadas.
Se nos pedirá cuentas de cada una de nuestras palabras, ojalá tengamos en nuestro haber multitud de bendiciones; bendiciones a los que amamos, a los que conocemos e, incluso, a los que nos oponemos.
Víctor Armenteros. Responsable de los departamentos de Educación / Gestión de vida cristiana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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