Hay muchas oraciones registradas en la Biblia, pero sin duda la más conocida es: «El Padre nuestro».
Los discípulos de Jesús lo habían visto a menudo en oración y habían sido testigos del impacto de la oración, en Su vida y ministerio. Un día, al escuchar a Jesús orar, los discípulos se conmovieron y, sintiendo su propia necesidad, le pidieron que les enseñara a orar.
En respuesta, Él presentó una vez más la oración familiar que dio por primera vez en Su Sermón del Monte, registrado en Mateo 6: 9-13. Era como si Cristo estuviera diciendo: «Necesitáis comprender lo que ya os di; tiene una profundidad de significado que no habéis apreciado aún». (Elena G. White, Discurso Maestro de Jesús 89.2)
El Padre Nuestro ofrece ricas recompensas a aquellos que la consideran cuidadosamente. En lugar de una oración formulada en la que simplemente repetir las palabras de memoria concederá nuestros deseos, Jesús enseña principios celestiales que nos acercan más a la familia celestial y entre nosotros.
Padre nuestro
Comienza con la hermosa invocación: «Padre nuestro», asegurándonos que Dios es verdaderamente nuestro Padre, somos Sus hijos e hijas, y como tales, todos Sus hijos son nuestros hermanos y hermanas.
«Si llamáis a Dios, vuestro Padre, -escribe Elena de White-, os reconocéis hijos suyos, para ser guiados por su sabiduría y para darle obediencia en todas las cosas, sabiendo que su amor es inmutable. Aceptaréis su plan para vuestra vida… consideraréis como objeto de vuestro mayor interés, su honor, su carácter, su familia y su obra». (Elena G. White, Discurso Maestro de Jesús 91.1).
Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad…
La oración de Jesús continúa: «Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad como en el cielo, así en la tierra.» (Mateo 6: 9-10). Cuando oramos, debemos pronunciar el nombre de Dios con reverencia. «Santo y temible es Su nombre», leemos en el Salmo 111:9. Pero significa más que esto. Cuando oramos, «Santificado sea tu nombre», estamos pidiendo que sea santificado en nosotros. Leemos: «Dios nos envía al mundo como sus representantes. En todo acto de la vida, debemos manifestar el nombre de Dios. Esta petición exige que poseamos su carácter… Esto podrá hacerse únicamente cuando aceptemos la gracia y la justicia de Cristo». (Elena G. White, Discurso Maestro de Jesús 92.1).
Anhelamos que Jesús venga, y el hecho de que Jesús enseñó a sus discípulos a orar «Venga tu reino» es evidencia de que un día vendrá. Y tenemos una parte en acelerar Su venida, porque se nos dice: «De ahí que, al entregarnos a Dios y ganar a otras almas para él, apresuramos la venida de su reino». (Elena G. White, Discurso Maestro de Jesús 93.3).
La petición: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» es una súplica de que el reino del mal en esta tierra terminará, el pecado será destruido para siempre y el reino de justicia de Dios será establecido, algo que esperamos ansiosamente por fe.
Después de centrarse en el nombre, el reino y la voluntad de Dios, la oración se dirige a nuestras necesidades.
Danos hoy el pan, perdona nuestros pecados…
«Danos hoy el pan nuestro de cada día» incluye no sólo el alimento físico, sino también el pan espiritual que nutre el alma. Jesús dijo: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre». (Juan 6: 51). Y así como necesitamos el alimento físico, también necesitamos este alimento espiritual todos los días.
«Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben» (Lucas 11: 4, NVI). Aquí se nos invita a pedir perdón a Dios, que «será amplio en perdonar» (Isaías 55: 7). Jesús explica que también debemos perdonar a los que nos han hecho mal. Esto no siempre es fácil, pero cuando nos damos cuenta del amor y el perdón que Dios nos ha mostrado, Él nos ayuda a mostrar compasión y perdón a los demás.
Satanás busca llevarnos a la tentación, para poder reclamarnos como suyos, pero si nos volvemos a Dios en oración, Él nos librará. Debemos orar: «No nos metas en tentación, más líbranos del mal» (Mateo 6: 13).
Si bien no debemos colocarnos deliberadamente en situaciones que conduzcan a la tentación, debemos orar para que Dios no permita que seamos llevados a donde seamos arrastrados por los deseos de nuestros propios corazones malvados. Leemos: «Al elevar la oración que nos enseñó Cristo, nos entregamos a la dirección de Dios y le pedimos que nos guíe por sendas seguras… Aguardaremos que su mano nos guíe y escucharemos su voz que dice: “Este es el camino, andad por él”. (Isaías 30: 21)».
Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria…
Cristo termina Su oración como comenzó, señalando a nuestro Padre Celestial. «Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén». (Mateo 6: 13)
Esta maravillosa seguridad nos da la confianza de que Dios está completamente en control, y lo que Él promete se cumplirá. Leamos esta magnífica promesa al final del capítulo, en El Discurso Maestro de Jesucristo:
«La Majestad del cielo tiene a su cargo el destino de las naciones, así como también lo que atañe a la iglesia… El que no duerme, sino que obra incesantemente por el cumplimiento de sus propósitos, hará progresar su causa… Cuando las fortificaciones de los reyes caigan derribadas, cuando las flechas de la ira atraviesen los corazones de sus enemigos, su pueblo permanecerá seguro en sus manos». (Elena G. White, Discurso Maestro de Jesús 102.2).
¡Qué Dios tan asombroso! Y qué privilegio tenemos de poder orar a Él. Te invito a inclinar la cabeza conmigo ahora mismo. Padre celestial, gracias por darnos instrucciones sobre cómo orar, cómo formular nuestras peticiones al cielo, cómo orar fervientemente desde el corazón. Señor, te pedimos que aceptes esta oración, ya que representa nuestros más queridos y cálidos deseos de conectarnos contigo en todo momento, ya sea en oración silenciosa o en oración pública oral.
Señor, nos ponemos a Tu cuidado, sabiendo que Tú nos responderás, por los impulsos del Espíritu Santo, y también nos darás las palabras para decir en nuestras oraciones. Gracias por escucharnos, en el nombre de Cristo. Amén.
Autor: Ted N.C. Wilson, presidente de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
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Publicación original: El Padre Nuestro
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