Deja que Dios tome las riendas de tu vida. Con él a tu lado nada puede impedirte ser un héroe de la fe.
En todas las culturas, las personas que se han enfrentado a la adversidad con valentía han inspirado a muchos otros con sus acciones, sacrificios y corazones valientes; han grabado su merecido título de héroe en los anales de la historia. A menudo se les recuerda y celebra en películas, cuentos épicos, mitos y leyendas de culturas antiguas, danzas y canciones de pueblos lejanos y en las profundidades de cuevas pintadas a mano, porque sus acciones heroicas trascienden el tiempo y el espacio.[1]
Pero ¿qué sucede cuando los héroes se enfrentan a su peor enemigo? La duda, la soledad y el miedo. Sentimientos que acechan en la oscuridad y amenazan con hacer añicos su espíritu valiente, los mismos sentimientos que el resto de nosotros experimentamos con frecuencia. Esto nos hace preguntarnos: ¿Son los héroes siempre valientes y decididos? ¿Cómo nace un héroe?
¿Podemos convertirnos en el héroe que rescata a la princesa y recupera el tesoro o en la heroína que lucha contra los prejuicios sociales y se gana la aclamación mundial? Los héroes no son solo los que hacen algo extraordinario y obtienen el reconocimiento de todos, sino también los que se atreven a desafiar su realidad, afrontar sus miedos y lograr la trascendencia mediante la muerte al ego.[2]
¿Qué hacen los héroes?
Los héroes no sólo hacen cosas extraordinarias y obtienen el reconocimiento de sus contemporáneos. Al atreverse a desafiar su realidad, los héroes se enfrentan a sus miedos y los trascienden. El camino hacia la gloria no es fácil ni lineal. Sin embargo, a lo largo de las historias de héroes, encontramos patrones y arquetipos. Patrones como la figura del héroe, el villano, el mentor y la transformación de un personaje se repiten a lo largo de la Biblia, así como en la literatura, la mitología y la cinematografía. Estos patrones se repiten porque reflejan experiencias y retos universales a los que se enfrentan todos los seres humanos. Esas historias no sólo nos entretienen o emocionan, también nos ayudan a comprender y procesar nuestras propias experiencias para encontrar sentido y propósito a la vida.
No todas las historias enseñan buenas lecciones, pero muchas plantean cuestiones humanas profundas que nos hacen confrontar nuestras ideas sobre la realidad. Analizando esas historias, Joseph Campbell, al escribir El héroe de las mil caras, descubrió que quienes se convierten en héroes siguen siempre un patrón de transformación a lo largo de su narración. Dentro de la primera etapa del viaje de un héroe, hay tres fases: el llamado a la aventura, la decisión de aceptar o rechazar el llamado y el cruce del punto sin retorno.[3]
Todas las historias que hablan del nacimiento de un héroe o de la transformación de un personaje comienzan así. No analizaremos el contenido de estas historias ni la lección que los autores querían transmitir. Los cristianos querrán medir el valor del mensaje de cada relato basándose en principios bíblicos. Sin embargo, la esencia de la estructura de una historia se basa en los mismos comienzos.
El llamado a la aventura
Los relatos que siguen la narrativa aristotélica comienzan con la realidad inmediata del protagonista, mostrando su monotonía y rutina. Esta primera imagen “establece el tono, la atmósfera y el estilo… y con frecuencia presenta al protagonista y nos muestra un panorama de su antes”.[4] Antes de que la persona inicie el camino de la transformación, el relato revela que se encuentra en un estado de equilibrio: tibieza, comodidad o resignación. Este estado no conducirá a la grandeza si la persona continúa así.
Para que al personaje le ocurra algo extraordinario, debe experimentar algo fuera de lo común. Es cuando “de forma quizá repentina, pero siempre decisiva, se produce un acontecimiento que altera radicalmente ese equilibrio, la carga del valor de la realidad del protagonista oscila hacia lo positivo o negativo”.[5] El llamado a la aventura es un acontecimiento que nos sacude, nos hace perder el control y nos incita a querer responder al llamado.
A modo de ilustración, parafrasearé el comienzo de una conocida historia de 1 Reyes 17. Había caído la tarde y con ella, los sueños y las ilusiones de aquel pueblo polvoriento y seco a la orilla del mar. Hacía mucho tiempo que no llovía. El sol brillaba donde rompían las olas, y el calor era tan agobiante que distorsionaba los pensamientos de los aldeanos. A lo lejos hay una mujer con los ojos hundidos y arrugados por el sol y la tristeza. Poetas y filósofos dicen que los ojos son la avenida del alma, y los ojos de esta mujer reflejan las tormentas de su corazón.
Alterna pensamientos desesperados con la búsqueda de algunos trozos de madera. Aquel día había decidido hacer un último esfuerzo, rendirse y morir. Lo había intentado todo para sobrevivir, y ya no le quedaba nada. Su marido había muerto y su hijo yacía enfermo dentro de su casa, pálido y con los huesos sobresaliendo a causa del hambre. Durante toda la mañana había intentado conseguir comida, sin éxito. En su cocina sólo quedaba un poco de harina y aceite, tan poco que se veía el fondo de los recipientes.
¿A qué te ha llamado Dios?
Aunque está concentrada en su desesperación, se da cuenta de que una sombra ha interrumpido su diálogo interior. Levanta la vista y, entrecerrando los ojos, distingue a un hombre que, a juzgar por sus zapatos, lleva varios días caminando. Es en ese momento cuando el profeta Elías la llama. Sediento y hambriento, le suplica un trago de agua y un trozo de pan.
Los llamados a la aventura surgen de formas que desafían la realidad y provocan conflictos internos o externos a los héroes potenciales. En algunos casos, puede parecer ilógico e irracional aceptar tales llamados. Sin embargo, son el primer ingrediente de la transformación de un personaje.
Ahora te pregunto: ¿A qué te ha llamado Dios que te parezca ilógico aceptar? Dios nos ha llamado individualmente a cumplir un sueño, un propósito, un viaje hacia una aventura en la que nos ha prometido cosas inimaginables. Pero ese llamado desafía nuestros sentidos. Puede generar preguntas como éstas: ¿Cómo puede ser justo pedir a una viuda lo último que le queda para sobrevivir? ¿Cómo puede pedirnos Dios que amemos a nuestros enemigos? ¿Puede pedirnos que perdonemos a nuestros agresores? ¿Cómo puede pedirnos que guardemos el sábado a riesgo de perder los estudios o la carrera? ¿Cómo puede pedirnos que diezmemos si el poco dinero que llega a nuestros bolsillos no es suficiente para pagar nuestras deudas? ¿Puede pedirnos todo lo que tenemos? ¿Cómo puede pedirnos que renunciemos a lo que más queremos? ¿Es que no ve nuestra realidad?
No es raro sentir la tentación de rechazar el llamado. No te preocupes, esto es solo un indicio de que el egoísmo humano se aferra a nuestra alma interior como un parásito que trata de controlarnos e impedir que tomemos la medicina necesaria. Le pasó a la viuda, y nos pasa a nosotros.
Aceptar la invitación y seguir adelante
Volviendo a nuestra historia de la viuda de Sarepta, considera su respuesta a las repetidas peticiones del profeta Elías.
«Ella respondió: —¡Vive el SEÑOR, tu Dios, que no tengo pan cocido! Solamente tengo un puñado de harina en una tinaja y un poco de aceite en una botella. Y he aquí que estaba recogiendo un par de leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, a fin de que lo comamos y muramos» (1 Reyes 17:12, RVA-2015).[6]
Su respuesta ejemplifica situaciones en las que las personas ni siquiera tienen lo estrictamente necesario, por lo que se aferran a lo poco que tienen por miedo a perderlo todo. La viuda podría incluso haber llegado a la conclusión de que su vida no tenía sentido. Probablemente atravesaba un periodo de incertidumbre y miedo. No parecía haber esperanza. Había perdido a su marido y luchaba por alimentar a su hijo en una época de escasez. Desde una perspectiva social, era vulnerable y estaba marginada. Era una viuda sin recursos en una sociedad en la que las mujeres solían ser denigradas y dependían de la protección de los hombres.
En situaciones difíciles
Como la viuda, podemos estar viviendo una situación difícil: sin trabajo, con un matrimonio hundido, fracasando en la escuela o endeudados hasta el cuello. Por mucho que nos esforcemos, no conseguimos lo que buscamos. Sin embargo, Dios conoce todos los corazones y comprende todas las necesidades. Por eso «Elías le dijo: —No tengas temor. Ve, haz como has dicho; pero de ello hazme a mí primero una torta pequeña y tráemela. Después harás para ti y para tu hijo. Porque así ha dicho el SEÑOR Dios de Israel: La harina de la tinaja no se acabará, y el aceite de la botella no faltará hasta el día en que el SEÑOR dé lluvia sobre la superficie de la tierra» (1 Reyes 17:13, 14).
Esta promesa demuestra que Dios cuida de todas las necesidades materiales y emocionales de sus hijos. Aunque la viuda estaba en una situación desesperada y sin recursos, Dios, en la persona de su profeta, la visitó y le ofreció una invitación para cambiar su vida. Lo que pidió a cambio fue que su petición ocupara el primer lugar. Muchas veces, aunque anhelamos la bendición de Dios, no estamos dispuestos a renunciar a nuestros propios deseos y necesidades.
Dar a Dios el primer lugar en nuestras vidas significa reservar tiempo y recursos para él. Dios nos pide que lo pongamos a él en primer lugar antes de cualquier otra cosa, incluyendo antes que nuestra familia y amigos. Nos pide que hagamos sacrificios para servirle, aunque esto signifique renunciar a lo último que nos queda. Significa poner sus mandamientos y valores por encima de nuestros propios deseos y necesidades. Hacer todo esto nunca es fácil, y por eso tantos rechazan el llamado.
¿Qué promesa te ha hecho Dios? ¿Qué sueño ha puesto en tu corazón? Dios está siempre presente en nuestras vidas, incluso en los momentos más difíciles. Conoce nuestras necesidades y siempre está dispuesto a satisfacerlas. Pero debemos cruzar el umbral de la duda.
Cruzar el punto sin retorno
El punto sin retorno es una barrera en la que convergen todos los conflictos internos y externos para impedir que el héroe potencial tome la decisión de aceptar el llamado. Es donde la realidad choca con el llamado y la persona tiene la oportunidad de aceptar la promesa o rechazarla. Una vez que cruza el punto sin retorno, la vida nunca volverá a ser la misma.
Cuando alguien recibe un llamado de este tipo, aceptarlo o no es una decisión que la persona debe tomar libremente por sí misma, no por engaño o error. Debe ser una aceptación personal y firme del llamado. En el caso de la viuda, tras oír la promesa y cuestionarse toda su existencia, tenía la capacidad de cruzar o no ese umbral; de actuar o ceder a la duda. Se detuvo a reflexionar sobre todo lo que había acumulado a lo largo de su vida y se dio cuenta de que nada le había aportado la satisfacción y la plenitud que anhelaba.
A pesar de haber invertido tanto esfuerzo, tiempo y energía, se sentía insuficiente y agotada. Sin embargo, en medio de su desesperación, se dio cuenta de que había alguien que podía llenar ese vacío, satisfacer sus necesidades y ser más que suficiente para ella. Era Dios quien la llamaba a una aventura inimaginable y transformadora a su lado. Se dio cuenta de que solo a través de su amor y su presencia podría encontrar la verdadera felicidad y el sentido de la vida. Y así, con una firme determinación, horneó el último bocado de pan. Quemó sus barcos y derribó sus puentes. No había vuelta atrás. Decidió confiar de una forma que pocas personas llegan a experimentar.
Fue en un punto similar sin retorno cuando David llegó al campo de batalla y vio al gigante cara a cara. Fue aquí cuando Abraham extendió el brazo con el cuchillo para sacrificar a su hijo. Esta decisión llega en un momento de extrema necesidad humana. Y es cuando el futuro héroe tiene la oportunidad de cumplir el propósito de Dios. Pero él o ella debe encontrar el valor y la fe para aceptar el llamado. Es una invitación a unirse a algo más grande que uno mismo, a una misión más importante que sus intereses personales.
Defender la vida tomado de la mano de Dios
Aceptar el llamado significa estar dispuesto a afrontar retos, salir de la propia zona de comodidad y tomar partido por la vida de la mano de Dios. ¿Duele? A veces. ¿Es fácil? Tal vez no. Sin embargo, a menos que decidas cruzar este umbral, no podrás experimentar una vida de transformación y bendición. Y así es como nace un héroe. Aunque aún te quede un largo camino por recorrer, has iniciado el proceso cruzando el punto sin retorno.
La viuda aprendió que, cuando se toma una decisión valiente y se abandona todo lo conocido, se puede encontrar una vida llena de propósito y realización que va mucho más allá de las riquezas y las posesiones materiales. Desde aquel día, en efecto, harina y aceite no le faltaron. Vio el poder de Dios en su vida y en la de su hijo. Nunca volvió a ser la misma.
Entregarlo todo a Dios puede parecer aterrador, pero es necesario si queremos ver la multiplicación de la harina y el aceite en nuestras vidas. Al renunciar a nosotros mismos y aferrarnos a Dios, podemos experimentar su presencia y su poder.
Pero incluso después de que una persona acepte el llamado y haya iniciado el viaje, no es fácil aceptar los cambios y las bendiciones que conlleva la transformación. No ha sido así en el pasado, ni lo será en el futuro. Implica renunciar a lo que somos y morir a nuestro ego. Es un proceso en el que se llama al individuo a aventurarse fuera de su zona de comodidad y enfrentarse a retos y peligros. En este punto, la persona se enfrenta a una decisión crucial sobre si seguir adelante o no.
¿En qué etapa de tu vocación te encuentras? Es posible que hayas llegado a un punto en el que sientas que estás atascado y que no avanzas. En esos momentos es necesario ejercitar la fe y confiar en que Dios actúa de forma sutil. Y si todavía no has cruzado el punto sin retorno, es hora de que te prepares para hacerlo. Hornea ese último bocado de pan y ofréceselo a Dios. Deja que él tome las riendas de tu vida y te lleve a donde él quiere que vayas. No tengas miedo de avanzar, de seguir adelante y de dejar atrás la duda y el miedo. Con Dios a tu lado, nada puede impedirte ser un héroe de la fe
Autor: Luis A. Rojas (Licenciatura en Ingeniería en Electrónica y Comunicaciones, Universidad Veracruzana, Veracruz, México; y Licenciatura en Cinematografía de la Universidad Cinema, Puebla, México), es director y productor en la casa productora Misión 50 milímetros, localizada en el estado de Puebla, México.
Publicación original: El nacimiento de un héroe
Muchas gracias Luis Rojas, que satisfacción en el alma me dió este texto de reflexión.
Muchas gracias, mi hermano, fue una bendición leer esta maravillosa reflexión