La respuesta al título del presente capítulo es un rotundo «Sí». La Iglesia Adventista del Séptimo Día es un movimiento profético que Dios trajo a la existencia a mediados del siglo XIX para predicar el «evangelio eterno […] a cada nación, tribu, lengua y pueblo». Exhortándonos a temer a Dios y darle gloria en el contexto de su juicio escatológico (Apoc. 14: 6-7).
Pero mucho más que una confesión cristiana, el adventismo encuentra su su naturaleza profética en el hecho de: 1) haber surgido en un tiempo profético, 2) estar asistido por la manifestación moderna del don de profecía y 3) llevar un mensaje profético especial de alcance mundial.[1]
A continuación reflexionamos sobre esas tres dimensiones de la comprensión de los adventistas sobre sí mismos.
Tiempo profético
La primera dimensión de la naturaleza profética del movimiento adventista está relacionada con el comienzo del «tiempo del fin» escatológico (Dan. 8: 19; 11: 35-40; 12: 4-9), marcado por un gran terremoto y por señales cósmicas en el Sol, la Luna y las estrellas (Mat. 24: 29-31; Luc. 21: 25-28; Apoc. 6:12-13). Los adventistas entienden que esas señales se cumplieron en el terremoto de Lisboa (12 de noviembre de 1755); en el Día Oscuro, seguido por la noche en que la Luna se volvió como de sangre, en Nueva Inglaterra (19 de mayo de 1780); y en la espectacular lluvia de meteoritos ocurrida en los Estados Unidos (13 de noviembre de 1833).
Algunos eruditos cuestionaron la validez de esas señales, por estar muy distantes de la Segunda Venida. Sin embargo, Jon Paulien argumentó que «en vista de que las señales celestes de 1780 y 1833 tuvieron un gran impacto en el interés por el estudio de la Profecía, el terremoto de Lisboa de 1755 es el mejor candidato para ser el terremoto de Apocalipsis 6: 12».[2] William H. Shea destacó que, en el libro de Apocalipsis, algunas señales cósmicas ocurrirán durante las siete últimas plagas (16:8-11, 17-21), pero la secuencia del gran terremoto, el oscurecimiento del Sol y la caída de las estrellas está relacionada con la apertura del sexto sello (6: 12-14) y no será cumplida únicamente en el momento de la segunda venida de Jesús.[3]
La hegemonía medieval católico-romana fue debilitada en parte por el gran terremoto de Lisboa, ocurrido el sábado 1º de noviembre de 1755. Según Otto Friedrich, varias personas estaban alegando revelaciones sobrenaturales según las cuales la capital portuguesa sería pronto castigada por su maldad. En la noche anterior al terremoto, el padre Manuel Portal «soñó que Lisboa estaba siendo devastada por dos terremotos sucesivos».[4] Como el terremoto sucedió en el Día de Todos los Santos, murieron muchos fieles que se habían reunido en las iglesias para la misa.
Un golpe mayor
Sin embargo, la captura del papa Pío VI por soldados franceses liderados por el general Louis Berthier, el 15 de febrero de 1798, provocó un golpe mayor. Ese acontecimiento marcó el fin de los 1,260 años de supremacía papal (Apoc. 11: 3; 12: 6; cf. Dan. 7: 25; Apoc. 11: 2; 12: 14; 13: 5) y el comienzo del tiempo del fin, cuando el libro de Daniel sería dado a conocer (Dan. 12: 9), lo que generó un gran reavivamiento en el estudio de las profecías bíblicas. Mientras tanto, la población de la costa este de los Estados Unidos, donde surgiría el movimiento adventista millerita, sería perturbada, primero, por el misterioso día oscuro de 1780 y, después, por la lluvia de meteoritos de las Leónidas de 1833.
En ese contexto, muchos creyeron que el tiempo era solemne, y que algo especial estaba a punto de ocurrir. En 1818, Guillermo Miller, padre del movimiento millerita, adoptando la perspectiva historicista y el «principio de día por año» para interpretar los tiempos proféticos, identificó esos acontecimientos con las profecías de Daniel y Apocalipsis. Al estudiar Daniel 8: 14 («Y él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado»), Miller entendió que esa profecía relacionada con el tiempo del fin comenzaba en 457 a. C. y finalizaba en 1843 o 1844.
Distintos estudios confirman la validez de 457 a. C. y, en consecuencia, de 1844 como el comienzo y el final, respectivamente, de las 2,300 tardes y mañanas de Daniel 8:14 (cf. Dan. 9: 24-27).[5] Otros estudios confirmaron las fechas de 508, 538 y 1798 en relación con los 1.260 días de Apocalipsis 11: 3 y 12: 6, los 1,290 días de Daniel 12: 11 y los 1,335 días de Daniel 12:12.[6] Por lo tanto, hay un completo sincronismo profético que le da sustento a nuestra comprensión de que la restauración final de la verdad debería ocurrir al final de las 2.300 tardes y mañanas, en 1844. Los detalles de esa restauración serán explorados más adelante en este artículo.
Don profético
La segunda dimensión de la naturaleza profética del movimiento adventista es la asistencia que aporta el ministerio profético de Elena G. de White. A lo largo de los años, los Adventistas del Séptimo Día expresaron su confianza en su don de profecía, no solamente en libros y artículos, sino también en varias declaraciones y exposiciones de sus creencias.[7] Los delegados de muchas asambleas de la Asociación General aprobaron resoluciones específicas expresando su confianza en ese don y su compromiso con él. Sin embargo, ¿cuál es la base bíblica para la aceptación de la manifestación profética en los tiempos modernos?
En el transcurso del tiempo, los adventistas han usado varios argumentos en defensa de una manifestación profética moderna dentro de su propio movimiento. Uno de ellos se basa en Amós 3: 7, que afirma: «En verdad, nada hace el Señor omnipotente sin antes revelar sus designios a sus siervos los profetas» (NVI). Esas palabras exponen un interesante patrón de relaciones de Dios con los seres humanos. En algunos de los momentos más cruciales de la historia, cuando la verdad y el error estaban en conflicto, y la verdad debía ser restaurada, esa restauración ocurrió bajo una asistencia profética especial.
Argumentos adicionales
Las Escrituras dicen, por ejemplo, que: 1) antes de que el mundo fuera destruido por el Diluvio, Dios llamó a Noé como su mensajero especial (Gén. 6–8; 2 Ped. 2: 5); 2) cuando el Señor liberó a los israelitas de Egipto, eligió a Moisés como líder y profeta para su pueblo (Éxo. 3–4, Ose. 12: 13); 3) en el momento en el que Judá se apartó de Dios, involucrándose con la idolatría, Dios envió varios profetas para amonestar a la Nación (2 Crón. 36: 15-16); 4) cuando Dios estuvo tratando de mantener a su pueblo distante de la influencia pagana de Babilonia, envió a otros profetas (Jer. 25: 1-14; 29: 1–30: 24; Eze. 1: 1; Dan. 9); y 5) cuando llegó el momento de que Jesús iniciara su ministerio terrenal, Dios envió a Juan el Bautista a fin de preparar el camino para la venida de Cristo (Mat. 3).
Además, los adventistas emplean tres argumentos adicionales de las Escrituras para defender su creencia en el don profético. El primero es que el don de profecía se menciona en todas las listas importantes de dones espirituales en el Nuevo Testamento (Rom. 12: 6; 1 Cor. 12: 10-28; Efe. 4: 11). Esos dones fueron distribuidos por el Espíritu Santo «para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efe. 4: 12-13). Eso significa que, aunque la iglesia no alcance el ideal de Dios, aún permanece la posibilidad de que esos dones (incluyendo el don de profecía) sean dados a la comunidad cristiana.
Otros argumentos
Otro argumento es la advertencia bíblica de que los creyentes no deben rechazar ninguna manifestación específica del don profético sin tener una razón de peso para ello (1 Tes. 5:19-21). Si el genuino don de profecía no se iba a dar después de la era apostólica, ¿por qué sería necesaria una recomendación tal? Aparte de ello, el apóstol Juan advierte a sus lectores diciendo: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo» (1 Juan 4: 1). ¿Por qué deberíamos «probar» a los profetas si no habría de aparecer ningún profeta verdadero después de la era apostólica?
Un tercer argumento favorable a la orientación profética moderna se basa en los pasajes escatológicos que hablan de una genuina manifestación del don de profecía antes de la segunda venida de Cristo. Por ejemplo, Joel 2: 28-31 dice que, «antes que venga el día grande y espantoso de Jehová», muchas personas realmente «profetizarán», «soñarán» y «tendrán visiones». Aunque esa profecía se haya cumplido parcialmente en el Pentecostés (Hech. 2: 16-21), su cumplimiento también está relacionado con las señales escatológicas del Sol y de la Luna descritas en Mateo 24: 29-31 y Lucas 21: 25-28.
Además, Apocalipsis 12: 17 se refiere al «testimonio de Jesús» como una de las principales características de la iglesia remanente del tiempo del fin. Ese «testimonio», definido en Apocalipsis 19: 10 como «el espíritu de la profecía», tal como fue entendido por los Adventistas del Séptimo Día, tiene un cumplimiento claro en el ministerio profético de Elena G. de White.[8]
Pero ¿cuál fue el papel que desempeñó el ministerio profético de Elena G. de White en el proceso de la restauración de la verdad? George R. Knight afirma correctamente que «podemos considerar el papel de la señora de White en la formación doctrinaria [de la IASD] más como un papel confirmatorio que iniciatorio».[9] De acuerdo con T. H. Jemison, su ministerio atiende a «tres propósitos básicos: 1) dirigir la atención a la Biblia, 2) ayudar en la comprensión de la Biblia y 3) auxiliar en la aplicación de los principios bíblicos en nuestra vida».[10]
Mensaje profético
La tercera dimensión de la naturaleza profética del movimiento adventista es el mensaje profético que debe ser predicado al mundo entero en preparación para la segunda venida de Cristo. Daniel 8: 9-13 habla de un cuerno pequeño que «creció» en dos direcciones: horizontalmente, «al sur, y al oriente, y hacia la tierra gloriosa», y verticalmente «hasta el ejército del cielo». Este cuerno poderoso alcanzó: 1) al príncipe de los ejércitos, 2) el lugar de su Santuario, 3) su ministerio sacerdotal y 4) la verdad relativa al Santuario. Pero ¿cómo se cumplió todo eso, exactamente?
Muchos estudiosos siguieron la interpretación de Flavio Josefo (Anti. X. 275) y de otras fuentes judías y cristianas antiguas, que sugieren que Antíoco IV Epífanes cumplió esa profecía al profanar el Templo de Jerusalén y dedicarlo a Zeus (2 Mac. 6:1-11).[11] Sin embargo, esa explicación no se sostiene si tomamos en cuenta el hecho de que Antíoco no tuvo la influencia cósmica descrita en Daniel 8: 9-13 (cf. Dan. 7: 8, 10-12, 21, 22, 23-25), y que Cristo se refirió explícitamente a «la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel» como un acontecimiento futuro en relación con los apóstoles (Mat. 24:1-5; Mar. 13: 14; cf. Dan. 8: 12-13; 9: 27; 11: 31; 12: 11; 2 Tes. 2: 1-12).
De hecho, mientras que Daniel 8: 9-13 describe los ataques destructores del cuerno pequeño contra el Santuario de Dios y su sistema de verdades, Daniel 8: 14 revela que, al fin de los 2.300 días proféticos, el Santuario debería ser «purificado» y «restaurado» (BA). El término original nisdaq implica «la “restauración” del ministerio en el Santuario, su “purificación” del pecado y la “exaltación” o “vindicación” de los santos y del Santuario que fueron pisoteados».[12] En otras palabras, el versículo 14 habla de lo inverso de la obra profanadora del Cuerno Pequeño que había crecido de manera tan extraordinaria.
Restauración de las verdades bíblicas
Hablando de la restauración de las verdades bíblicas dentro de los círculos adventistas sabatistas, Elena G. de White declaró: «El pasaje bíblico que más que ninguno había sido el fundamento y el pilar central de la fe adventista era la declaración: “Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el Santuario” (Dan. 8: 14, VM)».[13] Y ella agregó: «El asunto del Santuario fue la llave que reveló el misterio del chasco de 1844. Exhibió todo un sistema de verdades relacionado y armonioso, que mostraba que la mano de Dios había dirigido el gran movimiento adventista, y al poner de manifiesto la situación y la obra de su pueblo le indicaba cuál era su deber de allí en adelante».[14]
De acuerdo con las Escrituras, el Santuario desempeña un papel fundamental en el plan de la salvación. Es el lugar donde Dios habita (Éxo. 25: 8; Isa. 6: 1-14; Apoc. 7: 15), el guardián de la Ley divina (Éxo. 31: 18; 40: 20; Heb. 9: 4, Apoc. 11: 19), y el lugar en el que se está ofreciendo la salvación (Heb. 4: 14-16). Los adventistas vieron los tres mensajes angélicos de Apocalipsis 14: 6-12 como la proclamación escatológica en el tiempo del fin que restaura el sistema doctrinario que incluye el tema del Santuario.[15]
Un análisis del desarrollo doctrinario adventista indica que los asuntos principales relativos al Santuario de Daniel 8: 14 y el triple mensaje angélico de Apocalipsis 14: 6-12 integraron el núcleo inicial de las doctrinas distintivas de la iglesia Ellas son: 1) la perpetuidad de la Ley de Dios y del sábado en el séptimo día, 2) el ministerio celestial de Cristo, 3) su Segunda Venida, 4) la inmortalidad condicional del alma y 5) el don de profecía.[16]
Respecto del Santuario como el lugar en el que Cristo ministra en nuestro favor, Elena G. de White afirmó que «la comprensión correcta del ministerio del Santuario celestial es el fundamento de nuestra fe».[17] «Cristo, su carácter y su obra, es el centro y la circunferencia de toda verdad. Él es la cadena que conecta todas las joyas de doctrina. En él se encuentra el sistema completo de verdades».[18]
Una perspectiva más «sinfónica»
Si decidiéramos estudiar la teología adventista desde una perspectiva más «sinfónica», multitemática, tal vez podríamos considerar a Dios como el centro, el Gran Conflicto como el marco, el Pacto eterno como la base, el Santuario como el tema organizador, los tres mensajes angélicos como la proclamación escatológica y el remanente como el resultado misiológico.[19]
Elena G. de White exhortó a los predicadores adventistas a abordar en sus sermones los elementos fundamentales del mensaje. Ella declaró:
«Son muchas las preciosas verdades que contiene la Palabra de Dios, pero es “la verdad presente” lo que el rebaño necesita ahora. He visto el peligro que existe de que los mensajeros se desvíen de los puntos importantes de la verdad presente para espaciarse en temas que no tienden a unir el rebaño ni santificar el alma. En esto, Satanás aprovechará toda ventaja posible para perjudicar la causa. Pero los temas como el Santuario, en relación con los 2.300 días, los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, son perfectamente adecuados para explicar el movimiento adventista pasado y cuál es nuestra posición actual, establecer la fe de los que dudan, y dar certeza de un futuro glorioso. He visto con frecuencia que estos eran los temas principales en los cuales deben espaciarse los mensajeros».[20]
Conclusión
Actualmente las personas quieren aceptar a Cristo como Salvador, pero no como Señor. Quieren reavivamiento, pero no reforma. Sin duda, «los adventistas del séptimo día debieran destacarse entre todos los que profesan ser cristianos, en cuanto a levantar a Cristo ante el mundo».[21] Mientras tanto, al hacerlo, nunca deben olvidar los componentes distintivos de su mensaje. George R. Knight sugiere que el mensaje profético es lo que hace que el adventismo sea significativo hoy, y lo fortalecerá en el futuro.[22] Al final, la identidad adventista está anclada en Cristo y en todas sus enseñanzas (Mat. 4: 4; 28: 20; Juan 16: 13), incluyendo las profecías, en especial, tal corno se demuestra en la correcta comprensión del Santuario.
Autor: Alberto R. Timm, director asociado del Instituto de Investigación Bíblica (BRI) de la Asociación General.
Esta es una versión abreviada de Alberto R. Timm, «The Prophetic Nature of Adventism», en The Word: Searching, Living, Teaching, ed. Artur Stele, vol. 1 (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 2025), 229-241. Usado con permiso.
Referencias
[1] Véase P. Gerard Damsteegt, Foundations of the seventh-day Adventist Message and Mission (Grand Rapids, MI. Eerdmans, 1977).
[2] Jon Paulien, “The Seven Seals”, en Symposium on revelation: Book 1, ed. Frank B. Holbrook, Daniel and Revelation Committee, v. 6 (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 1992), 237.
[3] William H. Shea, “Cosmic Signs Through History”, Ministry (feb. 1999), 10, 11.
[4] Otto Friedrich, The end of the world: A history (Nueva York: Coward, McCann & Geoghegan, 1982), 179.
[5] Véase Gerhard F. Hasel, “Interpretations of the Chronology of the Seventy Weeks”, en The Seventy Weeks, Leviticus, and the Nature of Prophecy, ed. Frank B. Holbrook, Daniel and Revelation Committee, v. 3 (Washington, DC: Biblical Research Institute, 1986), 3-63.
[6] Véase Alberto R. Timm, “A Short Historical Background to A. D. 508 & 538 as Related to the Establishment of Papal Supremacy”, en Prophetic Principles: Crucial Exegetical, Theological, Historical & Practical Insights, ed. Ron du Preez, Scripture Symposium, nº 1 (Lansing, MI: Michigan Conference of Seventh-day Adventists, 2007), 207-231.
[7] Por ejemplo, A Declaration of the Fundamental Principles Taught and Practiced by Seventh-day Adventists (Battle Creek, MI: Steam Press of the Seventh-day Adventist Publishing Association, 1872), 11; Seventh-day Adventist Church Manual (Washington, DC: General Conference of Seventh-day Adventists, 1981), 39, 40.
[8] Gerhard Pfandl, “The Remnant Church and the Spirit of Prophecy”, en Symposium on Revelation: Book 2, ed. Frank B. Holbrook, Daniel and Revelation Committee, v. 7 (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 1992), 295-333.
[9] George R. Knight, Urna igreja mundial: Breve história dos adventistas do sétimo dia (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2000), 35.
[10] T. Housel Jemison, A Prophet Among You (Mountain View, CA: Pacific Press, 1955), 371.
[11] William H. Shea, “Early Development of the Antiochus Epiphanes Interpretation”, en Symposium on Daniel, eds. Frank B. Holbrook, Daniel and Revelation Committee, v. 2 (Washington, DC: Biblical Research Institute, 1986), 256-328.
[12] Niels-Erik Andreasen, “Translation of Nitsdaq/Katharisthēsetai in Daniel 8:14”, en Symposium on Daniel, 495.
[13] Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Asociación Publicadora Interamericana, 2007), 405.
[14] Elena G. de White, Cristo en su santuario, (Asociación Casa Editora Sudamericana, 2008), 99.
[15] Elena G. de White, Primeros escritos (Pacific Press Publishing Association, 1962), 250-252.
[16] Alberto R. Timm, The Sanctuary and the Three Angels’ Messages: Integrating Factors in the Development of Seventh-day Adventist Doctrines, Adventist Theological Society Dissertation Series, v. 5 (Berrien Springs, MI: Adventist Theological Society Publications, 1995).
[17] Elena G. de White, El evangelismo (Asociación Publicadora Interamericana, 1994), 165.
[18] Elena G. de White, “Contemplate Christ’s Perfection, Not Man’s Imperfections”, Review and Herald (15 de Agosto de 1893), 513.
[19] Alberto R. Timm, The Sanctuary and the Three Angels’ Messages, 230-242, 273.
[20] Elena G. de White, Primeros escritos, 63.
[21] Elena G. de White, Obreros evangélicos (Asociación Casa Editora Sudamericana, 1997), 164.
[22] George R. Knight, A Visão Apocalíptica e a Neutralização do Adventismo (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2010), 20.