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hacer tesoros«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan; mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan y hurtan; porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón» (Mateo 6:19-21).

En este texto se está hablando de uno de los principios del sermón del monte, que es hacer tesoros en el cielo y no en la tierra, «porque la acumulación de bienes terrenales generalmente se debe al deseo de tener seguridad en lo futuro y refleja temor e incertidumbre» (CBA) así que esta porción elegida conduce a una verdad central: la seguridad real del ser humano está en Dios, y no en lo que el hombre pueda hacer.

Estructura del mensaje de Jesús

1. No hagáis tesoros en la tierra

• Motivo textual: porque donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón (v. 19).
• Principio: los tesoros terrenales son temporales y están sujetos a destrucción y robo.

2. Haceos tesoros en el cielo

• Motivo textual: porque en el cielo los tesoros no se corrompen ni pueden ser robados (v. 20).
• Principio: los tesoros celestiales tienen valor eterno y seguridad permanente.

3. Donde estuviere tu tesoro, allí estará tu corazón

• Motivo textual: el v. 21 enfatiza que el lugar donde se pone el tesoro determina dónde reside el corazón; Esto revela la verdadera devoción y enfoque.
• Principio: si tu tesoro es terrenal, tu corazón se centrará en lo temporal; si tu tesoro es celestial, tu corazón se orientará a lo eterno.

El Sermón del Monte y su trasfondo histórico

En primer lugar, podemos notar que es nuestro Señor Jesús quien está hablando en este pasaje, porción bíblica que hace parte de un sermón que Jesús estaba predicando en un monte donde asistieron muchas personas para escucharle, y del que no sabemos su ubicación exacta. La tradición judía cree que fue a la orilla noroeste del mar de Galilea, entre Capernaúm y Genesaret, en la ladera de una montaña, y es debido a esto que su sermón es bien conocido como el «sermón del monte o de la montaña». Este sermón aparece como parte de la narrativa del evangelio escrito por Mateo (Mateo 9:9).

El Evangelio según Mateo

Mateo era un publicano que fue llamado por Jesús al discipulado (Marcos 2:14). De este modo, fue un testigo cercano y ocular de nuestro Señor Jesús. Mateo escribe principalmente para una audiencia judeocristiana, sin dejar de dirigirse a judíos no creyentes en Jesús como mesías. Su propósito es confirmar y robustecer la fe de los cristianos, y evidenciar que Jesús es el Mesías esperado, a quien anticipaban los símbolos y profecías veterotestamentarias.

Su evangelio está en un estilo lógico y hay orden en cada una de sus temáticas, escribe en griego y lo hace aproximadamente en torno del año 140 d. C en la región de Palestina, una nación que en los días de la vida de Jesús, estaba subyugada, bajo el Gobierno Romano y «cuando el Senado Romano nombró a Herodes el Grande (37-4 a. C.) como rey, sobre buena parte de Palestina, la suerte de los judíos fue aún más angustiosa» y por eso podemos entender el desespero y la urgencia en que apareciera el Mesías que vendría del linaje de David y era esperado como el libertador y salvador, no de sus vidas, sino del yugo romano.

El Mesías esperado vs. el Mesías revelado

El mesías esperado

Los judíos entendían que el Mesías vendría para hacer de ellos una nación grande como lo fue en tiempos de Salomón y otros reyes. Por lo tanto, navegando por esta línea de pensamiento se puede deducir que ellos esperaban a un Mesías que fuera un estadista y gobernante que les liberara de los impuestos y de la imposición romana.

Cuando Mateo escribe, ellos aún piensan así, porque no veían a Jesús como el Mesías. Él no cumplía con sus expectativas. Su preocupación como nación era recobrar su estatus, de modo que su mentalidad estaba en lo terrenal y no en lo espiritual. Su religión perdió la esencia de lo que debería ser, convirtiéndose en mandatos de hombres y tradiciones, desarrollando un énfasis excesivo en las normas externas. Esto sería interpretado por Jesús —y posteriormente por algunos autores cristianos, como Pablo— como lo que hoy llamaríamos una carga legalista, aunque dentro del judaísmo seguía entendiéndose como parte de la fidelidad al pacto.

El mesías revelado

Así que cuando Mateo (o Leví) escribe, lo hace centrando su mensaje en la vida y ministerio de Jesús, presentándolo como el Mesías, el maestro, el hijo del hombre, Jesús es mostrado como el auténtico Rey de Israel y la descendencia davídica esperada, pero no en términos triunfalistas, sino como un Mesías cuyo camino incluía el sufrimiento. Alguien que resolvería sus problemas espirituales brindándoles esperanza y salvación, y eso Mateo lo hace a través de toda la narrativa de la vida y obra de Jesús, recogida en su libro.

Entendiendo así lo anterior, la porción de Mateo 6:19-21 está dentro de un contexto histórico y, por lo tanto, el mensaje tiene mucho que ver con las situaciones que el pueblo judío estaba viviendo.

Tal vez por eso, Jesús aborda, dentro del Sermón del Monte, el problema del apego a los bienes materiales. Conviene detenerse aquí, cuando afirma: «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan». De manera más literal, puede traducirse: ‘no sigáis haciendo tesoros’ o ‘dejad de hacer tesoros’

¿Qué significa hacer tesoros en la tierra?

La pregunta es ¿qué significa hacer tesoros en la tierra? ¿a qué tesoros se está refiriendo Jesús aquí? Antes de responder, conviene resaltar que este pasaje, al compararse con Proverbios 10:22, presenta un estilo semejante al lenguaje poético-sapiencial, pues se expresa en forma de proverbio o refrán breve y recordable. Además, no tiene problemas para interpretarse, ya que en los versos 31-34 del mismo capítulo, podemos notar que el tema se desarrolla aún más, pasando a términos de la preocupación por las necesidades básicas del hombre. Es decir, no es raro que Jesús mencione la palabra «tesoros» por la siguiente razón:

«La palabra griega th’saurós (ver comentario del capítulo 2, versículo 11, de Mateo), que se traduce aquí como «tesoro», se refiere a ‘riqueza’ en el sentido amplio de todas las posesiones materiales. En tiempos de Cristo, así como ahora, el amor al dinero era la pasión dominante. En el griego se puede apreciar un interesante juego de palabras». (CBA: Comentario Bíblico Adventista).

El verso 24, que está a dos versículos del pasaje seleccionado dice así: «Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas».

Entonces… ¿Es malo hacer riquezas? El Apóstol Pablo podría ayudar a responder esta pregunta en 1ª de Tesalonicenses 4: 11; 2ª de Tesalonicenses 3: 10 y 1ª de Timoteo 5: 8. En los pasajes citados podemos observar que Pablo no estaba de acuerdo con que el cristiano descuidara sus necesidades propias y la de su familia.

El verdadero problema: el amor al dinero

Un caso que podría ayudarnos a resolver la pregunta anterior es la historia de Job. Job es un libro fascinante, de género sapiencial, y es un libro histórico que nos presenta la vida de un hombre recto, temeroso de Dios y supremamente rico. El detalle es que su fe no menguó por causa de sus riquezas, ni mucho menos por falta de estas, dado que su fe estaba cimentada solo en Dios.

El problema de fondo es acumular tesoros o riquezas, con la expectativa de que ellas serán nuestra seguridad futura. Eso nos puede llevar a descuidar nuestra vida espiritual y a hacer de ellas un diosecillo que nos aleje del verdadero Dios, en quien tenemos nuestra única seguridad.

En tiempos de Jesús, esta actitud se reflejaba especialmente en los fariseos y líderes religiosos, quienes eran conocidos por su apego a las riquezas (Lucas 16:14-15). El pueblo común, en cambio, más bien sufría la carga económica, aunque también podía caer en la tentación de buscar seguridad en lo material y descuidar lo espiritual; de ahí la advertencia de Jesús.

No puede decirse que todo el pueblo amaba las riquezas, pero sí existía una fuerte desigualdad social y un afán por la seguridad económica que influía en su vida religiosa. Más tarde, el apóstol Pablo aclararía que el verdadero problema no son las riquezas en sí mismas, sino el amor al dinero (1ª de Timoteo 6:10).

«Ni la polilla ni el orín»

La polilla ya era conocida en aquel tiempo como un insecto que destruía la ropa, tal como lo mencionan Job 13:28 y Santiago 5:2. La pérdida de ropa por causa de la polilla era vista como algo especialmente trágico en la mentalidad hebrea, ya que la ropa era considerada una posesión altamente valiosa.

En muchas ocasiones la ropa era destruida por la polilla: un insecto que en su etapa de larva se alimenta de lana, cuero, etc.

Por su parte, el «orín» era una ‘capa superficial o pátina que aparece sobre las superficies metálicas que se oxidan o se desgastan por acción de los factores climáticos’; así pues, el «orín» es símbolo de pérdida y degradación .

Finalmente, la palabra «minan» en griego designa una idea de ‘romper‘, ‘entrar sin aviso’ o ‘socavar’.

¿Dónde haces tus tesoros?

El anterior pasaje entonces nos lleva a reflexionar sobre lo siguiente: Un tesoro puede representar un bien material que se busca y se desea que se mantenga en el tiempo. El problema llega cuando esa búsqueda se hace desesperadamente, como prioridad, poniendo de lado lo que Dios quiere.

No deberíamos pensar que las riquezas son malas, o que no podamos aspirar a ellas si van a ser usadas con sabiduría para bendición. Lo que nos advierte nuestro Señor Jesús es que no debemos confiar en ellas. Las riquezas desaparecerán, porque son terrenales. Muchos se esfuerzan por acumularlas, pero sucede que en esta tierra nada es seguro. Lo que hoy tenemos lo podemos perder. Pero si nucestra confianza está colocada en Dios, podemos estar realmente seguros.

Además las riquezas mal entendidas y mal llevadas son un peligro porque pueden minar la condición moral. Los hurtos, la avaricia, la maldad, muchas veces tienen sus raíces en el ansia de riquezas como fuente de seguridad o de vida estable y cómoda. Pero no es así. Nada más inestable que lo material.

La buena noticia es que en el cielo no sucede nada de esto, el cielo es seguro. Jesús nos está diciendo que la seguridad que buscamos, no está en lo material, sino en lo eterno; no en el poder humano, sino en el divino. 

La fragilidad de hacer tesoros materiales

De hecho, la enseñanza de Jesús sobre la fragilidad de los bienes terrenales encuentra un eco sorprendente en la ciencia moderna. La segunda ley de la termodinámica establece que todo sistema material está sujeto a la entropía, es decir, al desgaste, deterioro y desorden progresivo.

Lo que hoy parece sólido y seguro, con el tiempo se oxida, se rompe o pierde su valor. Jesús lo ilustró de manera sencilla con ejemplos de su tiempo: la polilla que daña la ropa y el orín que corroe los metales. Ambos expresan la misma verdad: nada en esta tierra permanece intacto para siempre. Por eso, poner la esperanza en lo material es un error, pues está condenado a perecer.

En cambio, invertir en lo eterno —en la fe, en la lealtad a Dios, en la causa de Dios, en llevar a la gente al conocimiento de Cristo (discipulado, capacitación) y en el amor que reflejamos hacia los demás— es acumular un tesoro y un legado incorruptible que ni el tiempo, ni la muerte, ni el aumento de la entropía pueden socavar.

Lo más valioso son las personas

Ahora bien, en consonancia con lo anterior, en Mateo 6:19-21 Jesús habla estrictamente de los bienes materiales frente a lo eterno. Sin embargo, en una perspectiva reflexiva o lectura homilética se debe tener en cuenta que lo más valioso para Dios no son los lugares ni las posesiones, sino las personas. Jesús vino a salvar hombres y mujeres, y nos enseñó a dar prioridad a la vida y la dignidad humana por encima de cualquier cosa.

A la luz de este pasaje, también podemos entender que hacemos tesoros en el cielo cuando ganamos familias y personas para Cristo, pues esas vidas transformadas por el evangelio son eternas y permanecen. Por eso, estamos llamados a valorar a las personas y a depositar nuestra confianza en Dios, no en las cosas de esta tierra que nos pueden dejar chasqueados y sin esperanza. En Dios, y en su amor por cada uno de nosotros, está nuestra verdadera felicidad, y esa es la realidad.

A la luz de esta porción de la Biblia, abordada, puedes examinar donde tú estás poniendo tus esperanzas, motivaciones y el foco a donde poner tu futuro. Tu cimiento debería ser en Dios, quien establecerá un reino que nunca tendrá fin. (Daniel 2:44).

Pon tu corazón y tesoros en el eterno cielo

El mensaje de Jesús en Mateo 6:19-21 no es solo una advertencia, es un llamado urgente a examinar tu vida. Todo lo que atesoras en la tierra es vulnerable: el dinero puede perderse, la salud quebrarse, la fama desvanecerse, la confianza en la política erosionar y defraudarte. Nada de lo terrenal ofrece seguridad absoluta. Sin embargo, los tesoros que pones en las manos de Dios permanecen para siempre.

Entonces, detente un momento y pregúntate: ¿en qué he puesto mi confianza últimamente? ¿mi seguridad está en mi cuenta bancaria, en mis logros, en mis bienes… o en Dios?

Jesús no te pide que renuncies a la responsabilidad de trabajar o planear, pero sí te recuerda que la vida verdadera no depende de lo que poseas, sino de a quién pertenece tu corazón.

¿Hoy qué vas a decidir? ¿Vas a seguir acumulando tesoros que el tiempo, la polilla o la corrupción pueden destruir? O ¿empezarás a invertir en lo eterno, en lo que nadie podrá arrebatarte jamás?

Haz del cielo tu banco seguro donde pongas todas tus motivaciones y esperanzas. Sin lugar a dudas, Cristo es tu tesoro más grande. Que tu vida sea un reflejo de lo eterno. Porque al final, donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón (Mateo 6:21).

Autor: Darwin Eliecer Daza Minotta, colaborador ministerial asociado del Distrito San Juan Baudó, Asociación Sur Occidental, Unión Colombiana del Norte. Egresado no graduado de UNAC pendiente por completar algunos de los requisitos de grado para optar por el correspondiente título de Licenciado en Educación Religiosa.
Imagen: Shutterstock.

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