Por medio del bautismo, confesamos nuestra fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo, y damos testimonio de nuestra muerte al pecado y de nuestro propósito de andar en novedad de vida. De este modo, reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, llegamos a ser su pueblo y somos recibidos como miembros de su iglesia.
El bautismo es un símbolo de nuestra unión con Cristo, del perdón de nuestros pecados y de nuestra recepción del Espíritu Santo. Se realiza por inmersión en agua, y depende de una afirmación de fe en Jesús y de la evidencia de arrepentimiento del pecado. Sigue a la instrucción en las Sagradas Escrituras y a la aceptación de sus enseñanzas (Mat. 28:19-20; Hech. 2:38; 16:30-33; 22:16; Rom. 6:1-6; Gál. 3:27; Col. 2:12-13).
El testimonio de Myangwira
Nyangwira, una creyente que vivía en África central, no consideraba que el bautismo fuese simplemente una opción. Durante más de un año había estado estudiando atentamente la Biblia. Anhelaba llegar a ser cristiana.
Una tarde compartió con su esposo lo que había aprendido. Muy ofendido, el hombre dijo a gritos:
–¡No quiero que en mi hogar haya esta clase de religión, y si sigues estudiando te mataré!
A pesar de esta reacción aplastante, Nyangwira continuó estudiando, y pronto estuvo lista para el bautismo. Antes de salir al servicio bautismal, Nyangwira se arrodilló respetuosamente ante su esposo y le dijo que iba a ser bautizada. El hombre tomó su gran cuchillo de caza y vociferó:
–¡Te dije que no quiero que te bautices! ¡El día que lo hagas, te mataré!
Pero Nyangwira, determinada a seguir a su Señor, salió con las amenazas de su esposo resonando todavía en sus oídos.
Antes de entrar en el agua, confesó sus pecados y dedicó su vida a su Salvador, sin saber si ese mismo día le tocaría entregar su vida por el Señor. La paz llenó su corazón durante su bautismo.
Cuando volvió al hogar, tomó el cuchillo de caza y se lo llevó a su esposo.
–¿Has sido bautizada? –preguntó este, airado.
–Sí –replicó simplemente Nyangwira–. Aquí está el cuchillo.
–¿Estás lista para recibir la muerte?
–Sí, lo estoy.
Asombrado ante el valor de Nyangwira, el esposo dejó de sentir el deseo de matarla. [1]
¿Cuán importante es el bautismo?
¿Vale la pena arriesgar la vida por bautizarse? ¿Es cierto que Dios requiere el bautismo? ¿Depende la salvación de si somos o no bautizados?
El ejemplo de Jesús. Cierto día, Jesús dejó Nazaret, se despidió de sus familiares, y se dirigió al Jordán, donde su primo Juan estaba predicando. Acercándose a Juan, pidió ser bautizado.
Asombrado, el Bautista procuró disuadirlo, diciendo: «Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?»
«Pero Jesús le respondió: deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia» (Mat. 3:13-15).
El bautismo de Jesús le impartió a esta ordenanza la aprobación divina para siempre [2] (Mat. 3:13-17; comparar con 21:25). El bautismo, como símbolo de abrazar la justicia y comprometer la propia vida para su avance, es un acto espiritual del que todos pueden participar. Así como Cristo, el Ser sin pecado, fue bautizado para cumplir «toda justicia», también nosotros, que somos pecadores, debemos hacer lo mismo.
El mandamiento de Jesús. Al fin de su ministerio, Cristo mandó a sus discípulos: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mat. 28:19-20).
En esta comisión, Cristo dejó en claro que él requiere el bautismo de los que desean llegar a ser parte de su iglesia, su reino espiritual. A medida que el Espíritu Santo, por medio del ministerio de los discípulos, traía a los pecadores al arrepentimiento y los llevaba a aceptar a Jesús como su Salvador, estos debían ser bautizados en el nombre del Dios triuno. Su bautismo demostraría que habían entrado en una relación personal con Cristo y que estaban decididos a vivir en armonía con los principios de su Reino de gracia. Cristo concluyó su mandamiento relativo al bautismo con la siguiente promesa solemne: «Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Después de la ascensión de Cristo, los apóstoles proclamaron la necesidad y la urgencia del bautismo (Hech. 2:38; 10:48; 22:16). En respuesta, multitudes fueron bautizadas, formando la iglesia del Nuevo Testamento (Hech. 2:41-47; 8:12) y aceptando la autoridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El bautismo y la salvación. Cristo enseñó que «el que creyere y fuere bautizado, será salvo» (Mar. 16:16). En la iglesia apostólica, el bautismo seguía automáticamente a la aceptación de Cristo. Constituía una confirmación de la fe del nuevo creyente (ver Hech. 8:12; 16:30-34).
Pedro usó la experiencia de Noé durante el Diluvio para ilustrar la relación que existe entre el bautismo y la salvación. En los tiempos antediluvianos, el pecado había alcanzado tales proporciones que, por medio de Noé, Dios amonestó al mundo para que se arrepintiera, o si no sería destruido. Solo ocho personas creyeron, entraron en el arca y «fueron salvadas por agua». «El bautismo que corresponde a esto –continua diciendo Pedro– ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo» (1 Ped. 3:20, 21).
Pedro explica que somos salvados por el bautismo, así como Noé y su familia fueron salvados por medio del agua. Por supuesto, fue Dios, y no las aguas del Diluvio, quien salvó a Noé. Por analogía, es la sangre de Cristo, y no el agua del bautismo, lo que quita el pecado del creyente. “Pero el bautismo, tal como la obediencia [de Noé] manifestada al entrar en el arca, es ‘la aspiración de una buena conciencia hacia Dios’. Cuando una persona, por el poder de Dios, demuestra ‘la aspiración’, la salvación que provee ‘la resurrección de Jesucristo’ se hace efectiva”.[3]
Sin embargo, si bien el bautismo se halla unido vitalmente a la salvación, no la garantiza. [4] Pablo consideraba que la experiencia de Israel en el Éxodo era una representación simbólica del bautismo. [5] “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual» (1 Cor. 10:1-4). «Sumergidos» en agua –la nube arriba y el agua a cada lado–, los hijos de Israel fueron simbólicamente bautizados al pasar por el Mar Rojo. Sin embargo, a pesar de esta vivencia, «de los más de ellos no se agradó Dios» (1 Cor. 10:1-5). Así también hoy, el bautismo no asegura automáticamente la salvación. La experiencia de Israel fue escrita «para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así, el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Cor. 10:11-12).
«Un bautismo»
El mundo cristiano practica una variedad de formas de administrar el bautismo. Algunos usan la inmersión, es decir, se sumergen; otros, la aspersión, o rociamiento; y aun otros, el derramamiento. Pero la Biblia habla de «un bautismo» (Efe. 4:5), en la característica de la unidad que debe enfatizar la naturaleza de la iglesia. [6] ¿Qué revela la Biblia acerca del significado del término bautizar, acerca de la práctica misma y de su significado espiritual?
El significado de la palabra «bautizar». La palabra española bautizar viene del verbo griego baptizo, que implica inmersión, y que se deriva del verbo bapto, que significa ‘sumergir en algo o bajo algo’. [7] Cuando el verbo bautizar se refiere al bautismo en agua, implica la idea de inmersión; es decir, el acto de sumergir a una persona bajo el agua. [8]
En el Nuevo Testamento, el verbo bautizar se usa: (1) para referirse al bautismo por agua (por ejemplo, Mat. 3:6; Mar. 1:9; Hech. 2:41); (2) como una metáfora de los sufrimientos y la muerte de Cristo (Mat. 20:22-23; Mar. 10:38-39; Luc. 12:50); (3) para referirse a la venida del Espíritu Santo (Mat. 3:11; Mar. 1:8; Luc. 3:16; Juan 1:33; Hech. 1:5; 11:16); y (4) para las abluciones o el lavamiento ritual de las manos (Mar. 7:3-4; Luc. 11:38).
Este cuarto uso simplemente denota los lavamientos destinados a limpiar de impurezas ceremoniales, y no legitimiza el bautismo por derramamiento de agua.[9] La Escritura usa el sustantivo bautismo tanto para referirse al bautismo por agua como a la muerte de Cristo (Mat. 3:7; 20:22).
J. K. Howard observa que el Nuevo Testamento no ofrece «ninguna evidencia de que el rociamiento fuese alguna vez una práctica apostólica; en verdad, la evidencia apunta en su totalidad al hecho de que esta práctica fue una introducción posterior».[10]
El bautismo en el Nuevo Testamento. Los incidentes de bautismo por agua registrados en el Nuevo Testamento requerían la inmersión. Leemos que Juan bautizaba en el río Jordán (Mat. 3:6; comparar con Mar. 1:5) y «también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas» (Juan 3:23). Únicamente la inmersión requiere «muchas aguas».
Juan sumergió a Jesús. Bautizó a Jesús «en el Jordán» y después del bautismo Jesús «subía del agua» (Mar. 1:9-10; comparar con Mar. 3:16).[11]
La iglesia apostólica también bautizaba por inmersión. Cuando Felipe el evangelista bautizó al eunuco etíope, «descendieron ambos al agua» y luego «subieron del agua» (Hech. 8:38-39).
El bautismo en la historia. Antes de la Era Cristiana, los judíos bautizaban a sus prosélitos por inmersión. Los esenios de Qumran seguían la práctica de sumergir tanto a los miembros como a los conversos.[12]
La evidencia proveniente de las escenas pintadas en catacumbas e iglesias; de los mosaicos de pisos, paredes y cielos rasos; de esculturas en relieve y de ilustraciones de antiguos Nuevos Testamentos, «provee un testimonio abrumador de que la inmersión constituía el modo normal de bautismo en la iglesia cristiana durante los primeros diez a catorce siglos».[13] Los bautisterios que perduran en las antiguas catedrales, las iglesias y las ruinas de África del Norte, de Turquía, de Italia, de Francia y de otros lugares aún testifican respecto de la antigüedad de esta práctica.[14]
El significado del bautismo
El significado del bautismo se halla íntimamente relacionado con su modalidad. Alfred Plummer declara: «El pleno significado del bautismo se advierte únicamente cuando se lo administra por inmersión».[15]
Símbolo de la muerte y resurrección de Cristo. Así como el hecho de ser cubierto por el agua simbolizaba dificultades y aflicciones abrumadoras (Sal. 42:7; 69:2; 124:4-5), así también el bautismo por agua de Jesús representaba una profecía de sus sufrimientos, muerte y sepultura (Mar. 10:38; Luc. 12:50), y su salida del agua representaba su resurrección subsiguiente (Rom. 6:3-5).
El bautismo no habría tenido ningún significado como un símbolo de la pasión de Cristo «si la iglesia apostólica hubiese practicado un modo de bautismo distinto de la inmersión». Por lo tanto, «el argumento más firme a favor del bautismo por inmersión es de índole teológica».[16]
Símbolo de estar muerto al pecado y vivo para Dios. En el bautismo, los creyentes comparten simbólicamente la experiencia de la pasión de nuestro Señor. Pablo dijo: «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos […] así también nosotros andemos en vida nueva» (Rom. 6:3-4).
La intimidad de la relación que existe entre Cristo y el creyente se revela en expresiones como «bautizados en Cristo Jesús», «bautizados en su muerte», y «sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo». Howard apunta: «En el acto simbólico del bautismo, el creyente entra en la muerte de Cristo, y en un sentido real esa muerte llega a ser su muerte; entra además en la resurrección de Cristo, y esa resurrección se convierte en su resurrección».[17] ¿Qué implica la idea de que el creyente entra en la pasión de nuestro Señor?
1. Muerte al pecado
En el bautismo, los creyentes «fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte» (Rom. 6:5) y estamos «con Cristo […] juntamente» crucificados (Gál. 2:20). Esto significa que «nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado» (Rom. 6:6-8).
«El pacto del Señor ha sido hecho con sus santos. Cada uno ha de discernir sus puntos débiles de carácter, y guardarse celosamente contra ellos. Los que han sido sepultados con Cristo en el bautismo y resucitados a la semejanza de su resurrección se han comprometido a andar en novedad de vida».[18]
Los creyentes han renunciado a su antiguo modo de vivir. Están muertos al pecado y confirman que «las cosas viejas pasaron» (2 Cor. 5:17), y que ahora su vida está escondida con Cristo en Dios. El bautismo simboliza la crucifixión de la vida antigua. No es solo muerte sino también sepultura. Somos «sepultados con él en el bautismo» (Col. 2:12). Así como la sepultura sigue a la muerte de un individuo, del mismo modo, cuando el creyente desciende a la tumba líquida, la vida antigua que murió cuando el aceptó a Jesucristo es sepultada.
En el bautismo, los creyentes renuncian al mundo. En obediencia al mandato: «Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo» (2 Cor. 6:17), los candidatos testifican en público de que han abandonado el servicio de Satanás y han recibido a Cristo en su vida.
En la iglesia apostólica, el llamado al arrepentimiento incluía el llamado al bautismo (Hech. 2:38). Así, el bautismo también es evidencia del verdadero arrepentimiento. Los creyentes mueren a sus transgresiones de la Ley y obtienen el perdón de los pecados por medio de la sangre purificadora de Jesucristo. La ceremonia bautismal es una demostración de una limpieza interior, del lavamiento de los pecados que han sido confesados.
2. Vivos para Dios
El poder que Cristo tiene para resucitar actúa en nuestra vida. Nos capacita para caminar en novedad de vida (Rom. 6:4); ahora estamos muertos al pecado, «pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom. 6:11). Testificamos que la única esperanza de vivir una vida victoriosa sobre la antigua naturaleza descansa en la gracia de un Salvador resucitado, quien ha provisto para nosotros una nueva vida espiritual por medio del poder vigorizador del Espíritu Santo. Esta nueva vida nos eleva a un nivel más elevado en la experiencia humana, concediéndonos nuevos valores, aspiraciones y deseos, centrados en nuestra entrega a Jesucristo. Somos nuevos discípulos de nuestro Salvador, y el bautismo es la señal de nuestro discipulado.
Símbolo de una relación contractual. En los tiempos del Antiguo Testamento, la circuncisión marcaba la relación contractual existente entre Dios y Abraham (Gén. 17:1-11).
El pacto de Abraham tenía aspectos tanto espirituales como nacionales. La circuncisión constituía una marca de identidad nacional. El mismo Abraham y todos los varones de su familia mayores de ocho días tuvieron que ser circuncidados (Gén. 17:10-14, 25-27). Cualquier varón no circuncidado debía ser «cortado» del pueblo de Dios, porque había quebrantado el Pacto (Gén. 17:14).
El hecho de que el Pacto fue realizado entre Dios y Abraham, un adulto, revela su dimensión espiritual. La circuncisión de Abraham significaba y confirmaba su previa experiencia de justificación por fe. Su circuncisión era un «sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso» (Rom. 4:11).
Pero la circuncisión sola no garantizaba la entrada a la verdadera dimensión espiritual del contrato. Frecuentemente los mensajeros de Dios advertían que lo único que podía llenar el requisito era la circuncisión espiritual. «Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz» (Deut. 10:16; ver cap. 30:6; y Jer. 4:4). Los incircuncisos de corazón serían castigados junto con los gentiles (ver Jer. 9:25-26).
Cuando el pueblo judío rechazó a Jesús como el Mesías, quebrantó su relación contractual con Dios, terminando así su situación especial como su pueblo escogido (Dan. 9:24-27). Si bien es cierto que el Pacto y las promesas de Dios permanecieron iguales, él escogió un nuevo pueblo. El Israel espiritual reemplazó a la nación judía (Gal. 3:27-29; 6:15-16).
La muerte de Cristo ratificó el Nuevo Pacto. Los creyentes entran en este pacto a través de la circuncisión espiritual, que constituye una respuesta de fe en la muerte expiatoria de Jesús. Los cristianos poseen «el evangelio de la incircuncisión» (Gál. 2:7). El Nuevo Pacto requiere una «fe interior» y no un «rito exterior», de los que desean pertenecer al Israel espiritual. Un individuo puede ser judío por su nacimiento; pero solo se puede llegar a ser cristiano a través del nuevo nacimiento. «Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor» (Gál. 5:6). Lo que importa es «la circuncisión […] del corazón, en espíritu» (Rom. 2:28-29).
El bautismo, la señal de que se ha establecido una relación salvadora con Jesús, representa esta circuncisión espiritual. «En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos» (Col. 2:11-12).
«Habiéndole sido quitado el ‘cuerpo de carne’ por medio de la circuncisión espiritual realizada por Jesús, el creyente bautizado ahora se reviste ‘de Cristo’ y entra en la relación contractual con Cristo. Como resultado, pasa a compartir el linaje de los que recibirán el cumplimiento de las promesas del pacto».[19] «Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos […] y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Gal. 3:27-29). Los que han entrado en esta relación contractual, se hacen acreedores a la seguridad que Dios expresa al decir: «Yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo» (Jer. 31:33).
Símbolo de consagración al servicio de Cristo. En su bautismo, Jesús recibió un derramamiento especial del Espíritu Santo, que significaba su ungimiento o dedicación a la misión que su Padre le había asignado (Mat. 3:13-17; Hech. 10:38). Su experiencia revela que el bautismo de agua y el bautismo del Espíritu van juntos, y que un bautismo desprovisto de la recepción del Espíritu Santo es incompleto.
En la iglesia apostólica, el derramamiento del Espíritu Santo seguía en general al bautismo de agua. Así también hoy, cuando somos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, somos dedicados, consagrados y unidos con las tres grandes Personas del cielo, y con la predicación del evangelio eterno.
Al purificar de pecado nuestros corazones, el Espíritu Santo nos prepara para este ministerio. Juan declaró que Jesús «os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mat. 3:11). Isaías reveló que Dios limpiaría a su pueblo de sus impurezas «con espíritu de juicio y con espíritu de devastación» (Isa. 4:4).
«Limpiaré hasta lo más puro tus escorias –dice Dios–, y quitaré toda tu impureza» (Isa. 1:25). «Nuestro Dios es fuego consumidor» para el pecado (Heb. 12:29) y para con todos los que se entregan a él. El Espíritu Santo purificará sus corazones y consumirá sus pecados.
Luego de ello, el Espíritu Santo les concede sus dones. Los dones del Espíritu son «una dote divina especial, concedida en el momento del bautismo, para permitir que el creyente sirva a la iglesia y extienda su ministerio a los que todavía no han aceptado a Jesucristo».[20] El bautismo del Espíritu Santo le concedió a la iglesia primitiva el poder para testificar (Hech. 1:5-8), y será únicamente ese mismo bautismo el que le permita a la iglesia completar su misión de proclamar el evangelio eterno del Reino (Mat. 24:14; Apoc. 14:6).
Símbolo de entrada a la iglesia. Como señal de la regeneración o nuevo nacimiento de una persona (Juan 3:3-5), el bautismo también marca la entrada de dicho individuo al reino espiritual de Cristo.[21] Por cuanto el bautismo une al nuevo creyente con Cristo, siempre funciona como la puerta de entrada a la iglesia. Por medio del bautismo, el Señor añade los nuevos discípulos al cuerpo de creyentes: su cuerpo, la iglesia (Hech. 2:41-47; 1 Cor. 12:13). Entonces llegan a ser miembros de la familia de Dios. Uno no puede ser bautizado sin unirse a la familia de la iglesia.
Requisitos para el bautismo. [22]
Fe
Un prerrequisito del bautismo es la fe en que el sacrificio expiatorio de Jesús constituye el único medio de salvación del pecado. Cristo dijo: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo» (Mar. 16:16). En la iglesia apostólica, únicamente los que creían en el evangelio eran bautizados (Hech. 8:12-37; 18:8).
Por cuanto «la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios» (Rom. 10:17), la instrucción es una parte esencial de la preparación bautismal. La gran comisión de Cristo confirma la importancia de dicha instrucción: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mat. 28:19-20). El proceso de convertirse en discípulo implica instrucción minuciosa.
Arrepentimiento. «Arrepentíos –proclamó Pedro–, y bautícese cada uno de vosotros» (Hech. 2:38). La instrucción en la Palabra de Dios produce no solo fe, sino también arrepentimiento y conversión. En respuesta al llamado de Dios, el pecador ve su condición perdida, confiesa su pecaminosidad, se somete a Dios, se arrepiente de su pecado, acepta la expiación de Cristo y se consagra a una nueva vida en el Salvador. Sin la conversión, no puede entrar en una relación personal con Jesucristo. Únicamente por medio del arrepentimiento puede experimentar la muerte al pecado, lo cual constituye un prerrequisito para el bautismo.
Frutos de arrepentimiento. Los que desean el bautismo deben profesar fe y experimentar arrepentimiento. Pero, a menos que hagan también «frutos dignos de arrepentimiento» (Mat. 3:8), no habrán cumplido con los requisitos bíblicos para el bautismo. Su vida debería demostrar su entrega a la verdad tal como es en Jesús, y expresar su amor a Dios por medio de la obediencia a sus mandamientos. Al prepararse para el bautismo, deberían haber abandonado sus creencias y prácticas erróneas. Los frutos del Espíritu que se manifiesten en su vida revelarán que el Señor mora en ellos y ellos en él (Juan 15:1-8). A menos que den esta evidencia de su relación con Cristo, todavía no están listos para unirse a la iglesia.[23]
Examen de los candidatos
El acto de llegar a ser miembro de iglesia implica dar un paso espiritual; no es simplemente asunto de tener nuestro nombre registrado en un libro. Los que administran el bautismo son responsables de determinar si los candidatos están listos para dar el paso. Deben asegurarse de que el candidato comprende los principios de la iglesia, y da evidencias de una nueva creación y una experiencia gozosa en el Señor Jesús.[24]
Sin embargo, deben ser cuidadosos de no juzgar los motivos de los que piden el bautismo. «Cuando una persona se presenta como candidato para ser miembro de la iglesia, hemos de examinar el fruto de su vida, y dejar la responsabilidad de sus motivos con él mismo».[25]
Algunos individuos han sido enterrados vivos en el agua bautismal. Pero el yo no murió. Los tales no recibieron una nueva vida en Cristo. Los que se han unido a la iglesia de este modo han traído con ellos las semillas de la debilidad y de la apostasía. Su influencia «no santificada» confunde tanto a los que están dentro como los que se hallan fuera de la iglesia, y pone en peligro la efectividad de su testimonio.
¿Deberían ser bautizados los niños y los recién nacidos? El bautismo incorpora a los nuevos creyentes a la iglesia, dentro del contexto del «nuevo nacimiento». Su conversión los ha hecho aptos para recibir el bautismo y llegar a ser miembros de la iglesia. La incorporación tiene lugar en el momento del «nuevo nacimiento» y no en el nacimiento del infante. Por esto, los creyentes eran bautizados «hombres y mujeres» (Hech. 8:12-13, 29-38; 9:17-18; 1 Cor. 1:14). «En ninguna parte del Nuevo Testamento –admitió Karl Barth– se permite o se manda que se bautice a los infantes»[26] G. R. Beasley‑Murray confesó: «Me hallo incapaz de reconocer en el bautismo de los infantes el bautismo de la iglesia del Nuevo Testamento».[27]
Por cuanto los infantes y los niños pequeños no tienen la madurez suficiente, no se los puede bautizar. ¿Significa esto que se verán excluidos de la comunidad del Nuevo Pacto? ¡Por cierto que no! Jesús no los excluyó de su Reino de gracia. «Dejad a los niños venir a mí, y nos se lo impidáis –mandó el Señor–; porque de los tales es el reino de los cielos» (Mat. 19:14-15). Los padres creyentes cumplen un papel vital al conducir a sus niños a una relación con Cristo que finalmente los lleve al bautismo.
La respuesta positiva de Jesús a las madres que llevaban a sus hijitos a él para que los bendijera ha llevado a la práctica de la dedicación de los niños. Para este servicio, los padres llevan sus hijos a la iglesia a fin de que sean presentados o dedicados a Dios.
¿A qué edad debería una persona estar lista para el bautismo? Los individuos pueden ser bautizados:
(1) si tienen edad suficiente para comprender el significado del bautismo
(2) si se han entregado a Cristo y están convertidos
(3) si comprenden los principios fundamentales del cristianismo
(4) si entienden el significado de ser miembros de la iglesia
Las personas hacen peligrar su salvación únicamente si al llegar a la edad de la responsabilidad personal rechazan la influencia del Espíritu Santo. Por cuanto los individuos difieren en relación con su madurez espiritual a una edad determinada, algunos están listos para el bautismo antes que otros. Por eso, no podemos establecer ninguna edad mínima para el bautismo. Cuando los padres consienten en que sus hijos sean bautizados a una edad temprana, deben aceptar la responsabilidad que les corresponde por su crecimiento espiritual y desarrollo del carácter.
El fruto del bautismo
El fruto preeminente que produce el bautismo es una vida por Cristo. Los propósitos y las aspiraciones están enfocados en Cristo y no en el yo. «Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col. 3:1-2). El bautismo no constituye la mayor altura que puede alcanzar el cristiano. A medida que crecemos espiritualmente, adquirimos gracias cristianas para usarlas en el servicio a otros, siguiendo el plan divino de multiplicación: «Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús» (2 Ped. 1:2).
Si permanecemos fielmente entregados a nuestros votos bautismales, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en cuyo nombre hemos sido bautizados, garantizan que tendremos acceso al poder divino para socorrernos en cualquier emergencia que enfrentamos en la vida posbautismal.
El segundo fruto es una vida que se vive en beneficio de la iglesia de Cristo. Ya no somos individuos aislados; nos hemos convertido en miembros de la iglesia de Cristo. Como piedras vivas, pasamos a formar parte del templo de Dios (1 Ped. 2:2-5). Mantenemos una relación especial con Cristo, la Cabeza de la iglesia, del cual recibimos una provisión cotidiana de gracia para crecer y desarrollarnos en amor (Efe. 4:16). Asumimos responsabilidades dentro de la comunidad del Pacto, cuyos miembros se consideran responsables del nuevo bautizado (1 Cor. 12:12-26). Por su propio bien, así como por el de la iglesia, los nuevos miembros deben involucrarse en una vida de adoración, oración y servicio de amor (Efe. 4:12).
El fruto ulterior es una vida que se vive en el mundo y en favor del mundo. Es cierto que los que hemos sido bautizados tenemos nuestra ciudadanía en el cielo (Fil. 3:20). Pero hemos sido llamados a salir del mundo únicamente con el fin de ser preparados en el cuerpo de Cristo para volver al mundo como siervos, participando en el ministerio salvador de Jesús. Los verdaderos discípulos no se refugian en la iglesia con el fin de desconectarse del mundo; nacemos en el reino de Cristo como misioneros. La fidelidad a nuestro pacto bautismal envuelve el acto de llevar a otros al Reino de la gracia.[28]
En nuestros días, Dios espera ansioso que entremos en la vida abundante que tan misericordiosamente ha provisto. «Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate y lava tus pecados, invocando su nombre» (Hech. 22:16).
Autor: En esto creemos/ Editorial ACES
Referencias
[1]. S. M. Samuel, “A Brave African Wife” [Una valiente esposa africana], Review and Herald (14 de febrero de 1963), p. 19.
[2]. Una ordenanza es una observancia o rito religioso simbólico establecido que proclama las verdades centrales del evangelio, y que es de obligación universal y perpetua. Cristo prescribió dos ordenanzas: el bautismo y la Cena del Señor. Una ordenanza no es un sacramento en el sentido de ser un opus operatum; es decir, un hecho que imparte gracia y efectúa salvación en sí mismo y por sí mismo. El bautismo y la Cena del Señor son sacramentos únicamente en el sentido de ser como el sacramentum, el juramento que prestaban los soldados romanos, comprometiéndose a obedecer a su comandante aun hasta la muerte. Estas ordenanzas implican un voto de lealtad total a Cristo. Ver Strong, Systematic Theology (Filadelfia, PA: Judson Press, 1954), p. 930; “Baptism”, SDA Encyclopedia, ed. revisada, pp. 128, 129.
[3]. Jemison, Christian Beliefs [Creencias cristianas], p. 244.
[4]. “Desde el comienzo, los Adventistas del Séptimo Día, en común con su herencia protestante, han rechazado cualquier concepto del bautismo como un opus operatum; esto es, un acto, en sí y por sí, que imparte gracia y efectúa salvación” (“Baptism”, SDA Encyclopedia, ed. rev., p. 128).
[5]. Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 735.
[6]. En ocasiones, ciertos individuos que han experimentado el bautismo por inmersión se sienten bajo la convicción de que deben ser rebautizados. ¿Está este deseo en conflicto con el aserto de Pablo según el cual hay solo “un bautismo” (Efe. 4:5)? La práctica de Pablo revela que no es así. En una visita a Éfeso, se encontró con varios discípulos que habían sido bautizados por Juan el Bautista, quienes habían experimentado arrepentimiento y expresado su fe en el Mesías venidero (Hech. 19:1-5).
Esos discípulos no comprendían claramente el evangelio. “Cuando recibieron el bautismo a manos de Juan, creían en serios errores. Pero, al recibir luz más clara, aceptaron gozosos a Cristo como su Redentor; y con este paso avanzado, vino también un cambio en sus obligaciones. Al recibir una fe más pura, hubo un cambio correspondiente en su vida y su carácter. En vista de este cambio, y como un reconocimiento de su fe en Cristo, fueron rebautizados en el nombre de Jesús.
“Más de un sincero seguidor de Cristo ha pasado por una experiencia similar. La obtención de una comprensión más clara de la voluntad de Dios coloca al hombre en una nueva relación con él. Se revelan nuevos deberes. Mucho de lo que antes parecía ser inocente, o hasta digno de encomio, se percibe ahora como pecaminoso […]. Su bautismo anterior ya no lo satisface. Ha visto que es un pecador, condenado por la Ley de Dios. Ha experimentado nuevamente una muerte al pecado, y desea ser sepultado de nuevo con Cristo por el bautismo, con el fin de levantarse para caminar en novedad de vida. Esta conducta está en armonía con el ejemplo que dio Pablo al bautizar a los conversos judíos. Ese incidente fue registrado por el Espíritu Santo como una lección instructiva para la iglesia” (Elena de White, Sketches From the Life of Paul [Bosquejos de la vida de Pablo] [Battle Creek, Michigan: Review and Herald, 1883], pp. 132, 133).
La Escritura no dice nada que permita negarles el rebautismo a los individuos que han quebrantado su pacto con Dios al caer en graves pecados o apostasía, y luego han experimentado la reconversión y el deseo de renovar su pacto (ver Manual de la iglesia, pp. 31-35, 43; Elena de White, El evangelismo [Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015] , p. 375).
[7]. Ver Albrecht Oepke, “Bapto, Baptizo”, Theological Dictionary of the New Testament, Gerhard Kittel, ed., Geoffrey W. Bromily, trad. y ed. (Grand Rapids, Michigan: W. B. Eerdmans, 1964), t. 1, p. 529. Vine hace notar que Bapto “se usaba entre los griegos para significar el acto de teñir ropa, o de sacar agua sumergiendo una vasija en otra, etc.” (W. E. Vine, An Expository Dictionary of Biblical Words [Diccionario expositivo de términos bíblicos] (Nueva York, N. Y.: Thomas Nelson, 1985), p. 50. “Sumergir” aparece tres veces en el Nuevo Testamento, y en cada caso refleja el significado de “hundir en el agua”. En la parábola del rico y Lázaro, el rico le pide a Abraham que le permita a Lázaro sumergir la punta de su dedo en agua fría y traerle una gota para mojar su lengua (Luc. 16:24). En la noche antes de la crucifixión, Jesús identificó al que lo traicionaría mojando un bocado –es decir, introduciéndolo en el líquido– y entregándoselo a Judas (Juan 13:26). Y, cuando Juan vio en visión a Jesús cabalgando como el Comandante de los ejércitos del cielo, las vestiduras de Jesús le parecían al profeta como si hubiesen sido teñidas –es decir, sumergidas– en sangre (Apoc. 19:13).
[8]. George E. Rice, “Baptism: Union With Christ” [El bautismo: la unión con Cristo], Ministry (mayo de 1982), p. 20.
[9]. Ver Albretch Oepke, “Bapto, Baptizo”, en Theological Dictionary of the New Testament [Diccionario teológico del Nuevo Testamento], t. 1, p. 535. Comparar con Arndt y Gingrich, Greek‑English Lexicon of the New Testament [Léxico griego‑inglés del Nuevo Testamento], p. 131.
[10]. J. K. Howard, New Testament Baptism [El bautismo del Nuevo Testamento] (Londres: Pickering & Inglis Ltd., 1970), p. 48.
[11]. La cursiva ha sido añadida.
[12]. Matthew Black, The Scrolls and Christian Origins [Los rollos y los orígenes cristianos] (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1961), pp. 96-98. Ver también el artículo “Bautismo”, Diccionario bíblico adventista, pp. 145, 146.
[13]. G. E. Rice, “Baptism in the Early Church” [El bautismo en la iglesia primitiva], Ministry (marzo de 1981), p. 22. Comparar con Henry F. Brown, Baptism Through the Centuries [El bautismo a través de los siglos] (Mountain View, California: Pacific Press, 1965); William L. Lampkin, A History of Immersion [Historia de la inmersión] (Nashville, Tennessee: Broadman Press, 1962); Woldred N. Cotte, The Archeology of Baptism [La arqueología del bautismo] (Londres: Yates and Alexander, 1876).
[14]. Brown, Baptism Through the Centuries, pp. 49-90.
[15]. Alfred Plummer, A Critical and Exegetical Commentary on the Gospel According to S. Luke, The International Critical Commentary, Samuel R. Driver, ed., et al., 5ª. ed. (Edimburgo: T&T Clark, reimpresión de 1981), p. 88.
[16]. “Baptism”, SDA Encyclopedia, ed. rev., p. 128.
[17]. Howard, New Testament Baptism, p. 69.
[18]. Elena de White, Consejos para los maestros (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 235.
[19]. G. E. Rice, “Baptism: Union With Christ”, Ministry (mayo de 1982), p. 21.
[20]. Gottfried Oosterwal, “Every Member a Minister? From Baptism to a Theological Base” [¿Cada miembro un ministro? Del bautismo a una base teológica], Ministry (feb. de 1980), pp. 4-7. Ver también Rex D. Edwards, “Baptism as Ordination” [El bautismo como ordenación], Ministry (agosto de 1983), pp. 4-6.
[21]. White, Comentario bíblico adventista, t. 6, pp. 1.074, 1.075.
[22]. Si hay requisitos para el bautismo, ¿cómo puede uno ser “bautizado por los muertos”? La siguiente interpretación preserva la armonía del mensaje bíblico:
En 1 Corintios 15, Pablo hace énfasis en el significado de la resurrección de los muertos, y rechaza la noción de que no hay resurrección. Muestra que si no hay resurrección la fe del creyente es vana e inútil (1 Cor. 15:14, 17). Siguiendo el mismo razonamiento, argumenta: “¿Qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?” (1 Cor. 15:29).
Algunos han interpretado la expresión “se bautizan por los muertos” como una referencia al bautismo vicario de los creyentes en favor de los muertos. A la luz de los requisitos bíblicos para el bautismo, no se puede mantener tal concepto. W. Robertson Nicoll señala que Pablo se estaba refiriendo a una “experiencia normal, que la muerte de los cristianos lleva a la conversión de los sobrevivientes, los cuales en primera instancia ‘por cariño a los muertos’ (sus amados que han muerto), y en la esperanza de reunirse con ellos, se vuelven a Cristo”. Pablo llama a tales conversos “los que se bautizan por los muertos”. “La esperanza de una bendición futura, uniéndose a los afectos y las amistades familiares, era uno de los factores más poderosos en el avance de la cristiandad en sus primeros días” (W. Robertson Nicoll, ed. The Expositor’s Greek Testament [El testamento griego del expositor] (Grand Rapids, Michigan: W. B. Eerdmans, 1956), t. 2, p. 931. M. Raeder señala que la preposición “por” [hūper en griego] en la expresión “se bautizan por los muertos” es una proposición de propósito. Esto significa que el bautismo al cual se alude era “por causa de” o “por respeto a” los muertos, teniendo el propósito de verse reunidos en la resurrección con los parientes cristianos que habían muerto” [M. Raeder, “Vikariatstaufe in 1 K. 15:29?” Zeischrift fur die Neutestamentliche Wissenschaft, 45 (1955), pp. 258-260, citado por Haroldo Rieseneld, “Hūper”, Theological Dictionary of the New Testament, t. 8, p. 513. Comparar con Howard, New Testament Baptism, pp. 108, 109).
Howard afirma que, en su contexto, el argumento que desarrolló Pablo en 1 Corintios 15:29 puede expresarse así: “Si Cristo no resucitó, los que murieron ‘en Cristo’ perecieron; y si carecemos de esperanza, nos desesperamos y somos miserables, especialmente los que han entrado en la comunidad cristiana y han sido bautizados por causa de los que han muerto en Cristo, esperando reunirse con ellos” (Howard, “Baptism for the Dead: A Study of 1 Corinthians 15:29”, Evangelical Quarterly, F. F. Bruce, ed. [Exeter, Eng: Paternoster Press] (julio‑septiembre de 1965), p. 141).
[23]. Ver Damsteegt, “Reaping the Harvest”, Adventist Review (22 de octubre de 1987), p. 15.
[24]. Ver Manual de la iglesia, p. 30.
[25]. White, El evangelismo, pp. 315.
[26]. Karl Barth, Church Dogmatics, G. W. Bromiley, trad. (Edimburgo: T&T Clark, 1969), t. 4/4, p. 179.
[27]. G. R. Beasley‑Murray, Baptism in the New Testament (Grand Rapids, Michigan: W. B. Eerdmans, 1973), p. 392.
[28]. Ver Edwards, “Baptism”.
Publcación original: El bautismo
Artículos relacionados:
– Preparando a nuestros hijos para el bautismo
– La mejor edad para el bautismo de nuestros hijos