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Lectura bíblica: Mateo 4:10 «Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a Él».

Baal es quizás el dios falso más famoso del Antiguo Testamento. Era adorado por los pueblos cananeos para recibir a cambio bienes materiales y riquezas. Por lo tanto, el culto a Baal era una religión materialista, directamente relacionada con el dinero, aunque en aquella región no eran dólares los que circulaban. Con tal de hacer dinero, los adoradores de Baal tenían permitido utilizar la mentira, el fraude y toda clase de engaños comerciales. Para su religión, que era su estilo de vida, este tipo de conducta relacionada con el dinero era una práctica común y normal.

Los israelitas vivían expuestos a estas influyentes creencias paganas de sus vecinos. Eran una continua amenaza a su integridad, como pueblo de Dios, y para contrarrestarlas, el Señor les enseñaba todo lo opuesto. La religión que adoraba al Dios verdadero invitaba a las balanzas justas, a la honestidad en relación con el dinero, a ser veraces, generosos, solidarios y compasivos; un estilo de vida totalmente diferente al de los pueblos cananeos. Pero esta adoración al Dios de Israel debía ser demostrable, y esto se lograba mediante la obediencia. Si el culto a Baal permitía el comercio engañoso, los israelitas debían obedecer las leyes que prohibían tales métodos de hacer riqueza. Si obedecían, podían entonces ser llamados adoradores en espíritu y en verdad del Dios verdadero. Si la deshonestidad era permitida en la religión cananea, en el pueblo de Israel Dios la llamaba pecado; por lo tanto, era necesario obedecer el mandamiento que ordena no robar. Si se obedecía, entonces había verdadera adoración a Dios; en espíritu y en verdad.

De esta manera, a lo largo de la experiencia de la vida, la riqueza y los bienes materiales, que tan importantes eran para los cananeos, para los israelitas iban quedando relegados a lugares secundarios, y la obediencia a Dios llegaba a ser lo primero en sus vidas. En esto consistía la adoración, pues demostraban amar más a Dios que a las posesiones materiales u otras cosas. Por lo tanto, y puesto que la tendencia humana es amar los bienes materiales y vivir afanosos buscándolos, adorar a Dios es amarlo más a él por encima de todas las demás cosas. Esto es justo lo que en Mateo 23:37 se le pide al adorador: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente». ¿Y cómo se demuestra este amor a Dios por encima de todo lo demás? Juan 14:15 responde: «Si me amáis, guardad mis mandamientos». ¿Ama usted a Dios? ¿Lo ama más que al dinero, más que a su cónyuge, más que a sus hijos? ¿Lo adora? ¿Y cómo lo adora?

Un solo Dios verdadero

Para todos es conocido que los hombres han hecho del dinero un dios falso. El dinero es adorado como un ídolo, llevando al hombre al terreno de la idolatría. En este contexto, en 1 Corintios 8:4 el apóstol Pablo escribió contundente: «Sabemos que un ídolo no es absolutamente nada, y que hay un solo Dios». Por lo tanto, si los hombres han hecho del dinero un falso dios, tal ídolo es «absolutamente nada», y no merece que lo amemos, que lo adoremos, pues «hay un solo Dios» digno de nuestro amor y de nuestra adoración. Su nombre: Jehová de los ejércitos.

Que Dios existe y que hay un solo Dios, es parte de la economía de la tierra, con todo y la guerra que el hombre ha librado para desterrar a Dios del planeta. Si el hombre ha guerreado para expulsarlo de su pensamiento, Dios sigue allí, enquistado más profundo. Si ha inventado dioses para sustituirlo, la verdad del Dios uno los ha hecho polvo. Del vasto patrimonio de conocimiento que posee la humanidad, el conocimiento de Dios es el más antiguo; por eso Dios es parte del devenir de la existencia humana. No es posible separar al hombre del Dios verdadero, aunque la humanidad se haya inventado a Baal, al dios dinero y tantos otros dioses falsos.

Cuando Blas Pascal murió, en 1662, cosido al traje del célebre matemático y filósofo francés se encontró una nota cuidadosamente escrita desde 1654. Entre otras cosas decía: «El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, no el dios de los sabios y filósofos… Seguridad plena, seguridad plena… Tu Dios debe ser mi Dios. Olvido del mundo y de todas las cosas, excepto de Dios… Padre santo a quien el mundo no ha conocido, pero yo sí que te he conocido… Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, verdadero y único Dios… Amén». Este escrito es conocido como el Memorial, y Pascal acostumbraba coserlo de un traje a otro. Así pues, está demostrado: es imposible separar al hombre del Dios verdadero. Siempre ha habido seres humanos que lo adoran solo a él, y no han doblado sus rodillas ante Baal, ante el dinero, ni ningún otro dios falso.

El Dios de Abraham es el mismo Dios de Pascal, quien vivió unos 3,300 años después del patriarca. Abraham es el padre de Israel, una nación cuya economía se basó totalmente en el conocimiento y adoración del Dios verdadero, no en el materialismo del culto a Baal. Como resultado, la historia de Israel es única en el mundo. Ningún otro pueblo puede rastrear sus orígenes y encontrarlos en Dios sino solo Israel. En tanto que otros pueblos reconstruyen sus textos para conocer su historia, para Israel la Biblia es su texto de historia. Aunque el Israel literal no es más el pueblo escogido de Dios, el efecto de haberlo sido es históricamente evidente. Todavía Israel cosecha bendiciones de aquel pasado. Solo su literatura, ya es parte de esa enorme riqueza nacional.

Cuando Dios llamó a Abraham prometió levantar de sus lomos una nación que sería bendición para todas las familias de la tierra. Para hacer efectiva esa promesa debía dotarlos de especial sabiduría y hacerlos entendidos en todo arte y en toda ciencia. No hace falta comprobar esa herencia en la historia de esa nación, aún cuando ya no sean el Israel espiritual. Con toda esta evidencia, nos unimos al apóstol Pablo en el versículo 6, y juntamente con él decimos: «Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos». Ni Baal y sus promesas de riqueza, ni el falso dios dinero, pueden ganarse el afecto de nuestro corazón, nuestra obediencia o nuestra adoración. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de Pascal, solo él, es el Dueño de mi adoración.

Dios y el dinero

Dios es celoso de la adoración que solo a él corresponde. Por eso, en Éxodo 20:3 el único Dios verdadero ordena diciendo: «No tengas otros dioses ajenos delante de mí». Ya dijimos que aparte del único Dios verdadero hay muchos dioses falsos. Los hay de piedra, de madera, de oro y plata, de carne y hueso como reptiles, aves, cuadrúpedos y humanos, e increíblemente, hay un dios de papel: ¡el dios dinero! A pesar de lo frágil que es, pues si apenas se moja se deshace, sus adoradores lo han elevado a la categoría de todopoderoso, y lo han sentado en el trono que pertenece solo al Dios verdadero. Ciertamente, el dios dinero es adorado en espíritu y en verdad, adoración que pertenece solo a Dios.

Cargamos dinero en nuestros bolsillos, y es feliz quien no ha caído en la trampa de adorar algo tan frágil como un pedazo de papel. Sin embargo, hay millones que sí lo hacen, aunque tengan que cargarlo, pues el dios dinero no tiene pies para andar, manos para hacer, boca para hablar ni oídos para oír. Es que la falsa adoración entorpece la razón, haciendo que un ser inteligente actúe por debajo de los instintos de una serpiente. Incluso la violación al primer mandamiento es más generalizada que la violación del cuarto, pues el dios de papel puede tener adoradores, aún entre los defensores del día de reposo. ¡Un verdadero peligro! como tristemente lo fue para muchos israelitas, que seducidos por el afán de riqueza, se dejaron influenciar sin oponer resistencia por las creencias materialistas del culto al falso Baal.

Hasta el mismo rey Salomón, en el esplendor y la embriaguez de su riqueza, en Eclesiastés 10:19 llegó a declarar: «El dinero lo llena todo». Sí, tal parece que el dinero lo llena todo, que lo resuelve todo, y como las personas perciben el dinero más inmediato que Dios, han puesto su confianza en el dios de papel antes que en el Dios viviente. Giovanni Papini, un escritor italiano, reflexionando acerca del atontamiento producido por el falso dios dinero, dice que el dinero es en realidad, «el estiércol del diablo». De esta manera ilustra cuan aborrecible se vuelve cuando ocupa el primer lugar en nuestras vidas. No se discute el valor del dinero, pero cuando permitimos que su valor reine en nuestras vidas, todas las demás cosas que tienen un valor mayor quedan relegadas. Así es como en la vida de muchos el dinero ha relegado a Dios a un valor menor.

Conclusión

Muchos no creen en Dios, pero sí creen en el dinero. Otros creen en Dios, pero en secreto apostatan de su fe depositando su confianza en el dios de papel. Por eso, en Isaías 46:5-9 Dios, el único y verdadero Dios, nos pregunta: «¿Con quién vas a compararme, o a quién me vas a igualar?… Algunos contratan a un joyero para que les haga un dios… lo levantan en hombros y lo cargan… por más que clamen a él, no habrá de responderles, ni podrá salvarlos de sus aflicciones… piénsenlo bien, ¡fíjenlo en su mente!… yo soy Dios, y no hay ningún otro, yo soy Dios, y no hay nadie igual a mí».

El dinero no es igual a Dios; ni siquiera se le parece, ni de lejos. Es cierto que cada día lo necesitamos, al menos en esta economía del pecado en la cual vivimos. Lo usamos para comprar y suplir nuestras necesidades, pero solo a tu Dios adorarás y a él solo servirás. El dios de papel se apolilla y el orín lo oxida, pero el Dios verdadero permanece para siempre; es eterno. «Piénselo bien, ¡fíjenlo en su mente!», es el consejo del profeta Isaías.

Intentando despertar en Jesús codicia por la riqueza material de los reinos del mundo, Mateo 4:8, 9 dice que Satanás tentó a Jesús, «llevándolo a una montaña muy alta y le mostró todos los reinos del mundo y su esplendor», y le dijo: «Todo esto te daré si te postras y me adoras». Pero Jesús no sucumbió a la codicia, y rechazó la gloria, el esplendor, la fama, el poder y la riqueza de todos los reinos del mundo respondiendo: «¡Vete Satanás! Porque escrito está: Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él». Y usted, ¿qué haría si le ofrecieran la riqueza y el esplendor de todos los reinos del mundo? ¿Se postraría ante el dios dinero? Hacerlo equivaldría a venderle el alma al diablo, y eso jamás lo haremos. Por lo tanto, solo Dios, el único Dios, solo él es el Dueño de mi adoración.

Revista Adventista de España