Foto: (cc) Flick/ Christos Tsoumplekas. Esquina: Taida Lucía Rivero Herrera.
Cada noche al irme dormir, siento como mi respiración penetra por todo mi cuerpo, siento como mi corazón bombea sangre por todo mi ser y llego a conciliar el sueño con un silencio que me rodea cada día, cada momento y, podría decir, cada segundo de mi vida.
Es extraño hablar de silencio cuando ni yo sé que significa ausencia de ruido. Simplemente digo esto, porque desde que nací jamás he podido escuchar.
Soy Sorda*, nací sorda y posiblemente moriré siendo sorda. Pero hay algo que necesito que entiendas y es que ser Sorda no significa ser ignorante. Todo lo contrario. Entiendo el mundo que me rodea a través de lo que veo. Cada día observo rostros diferentes. Rostros que a veces pueden amanecer con ilusiones y otras veces con desilusiones. Y estos rostros me han ayudado a comprender. Rostros que irradian felicidad al ver nacer un bebé; rostros de angustia por no saber si mañana tendrán trabajo; rostros de desesperación por no poder poner un plato de comida en la mesa. Nacer Sorda produce mayor sensibilidad.
Es duro sentirse incomprendida, tratar de decir algo y que nadie te entienda. Pero hay algo que me motiva a seguir, y son mis hijos. Ser Sorda no ha impedido que me haya casado y que haya formado una familia, aunque no nos comuniquemos como las demás familias. Nosotros hablamos, pero lo hacemos en silencio y con nuestras manos.
Hay veces que ese silencio se vuelve frustración por tantas barreras que pone la sociedad, e incluso la propia iglesia que, sin querer y por desconocimiento, no facilita que yo conozca a mi Creador.
Gracias a Dios he podido abrir los ojos de mucha gente, incluso los de mis hijos, y en especial los de mi hija pequeña, que ha visto las limitaciones que las personas sordas viven en las iglesias, cada sábado. Es triste ver como otras personas, que también viven en el mundo del silencio, se desesperan por conocer el Evangelio a pesar de tantas barreras de comunicación. ¡Es tan triste querer conocer y no poder! Cada día pedimos a Dios que abra muchos ojos, no oídos, ¡ojos! Porque la Lengua de Signos es visual.
Es nuestra lengua, nuestra cultura, no podemos pasarnos horas leyendo porque, muchas veces, ni comprendemos lo que leemos. En mi caso no me enseñaron ni a leer ni a escribir. Así que leer la Biblia, en pleno Siglo XXI, para mí fue un imposible. Sin embargo, Dios puso dones en mi iglesia para que yo pudiera conocer a mi Salvador.
Solo espero que cuando mi Creador venga a buscarme, me acompañen muchas otras personas sordas y que, juntas, compartamos la experiencia del milagro que hizo Dios con nosotras y con las iglesias que nos ayudaron a comprender su mensaje.
Decenas de Personas Sordas necesitan que abras los ojos y que pongas a trabajar tus manos para que puedan conocer a Jesús.
DOS OJOS para entender es lo que necesitamos. Ayudarte a abrirlos es el desafío del Ministerio de Sordos.
*Sordo/a, se escribe con mayúscula cuando hace referencia a la persona signante.
Inspirado en la memoria de María Herrera García, mi madre.