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Mateo 11:4-5; Filipenses 3:4-8

FÁBULA, CUENTO DE HADAS O REALIDAD

¿Sabíais que uno de los acontecimientos más importantes de la historia ocurrió a finales de abril de 2011? De hecho, estoy seguro de que es un momento que todo el mundo recuerda bien. Seguro que de aquí a veinte años estaremos hablando de ello con la frase: “¿Recuerdas dónde estabas cuando…?”

¿Qué acontecimiento fue ese? Fue el día en el que un tal Príncipe Guillermo (Prince William), Duque de Cambridge, se unió a una tal Catalina (Catherine) Elizabeth Middleton en santo matrimonio. La boda real fue el evento más observado de la historia, como lo fue la boda del padre del Príncipe Guillermo antes, allá por la década de los 80. Según las estadísticas, alrededor de dos billones y medio de personas vieron la boda, es decir, aproximadamente un 35% de la población de la tierra; eso significa que una de cada tres personas en el planeta vio la boda.

CREADO PARA UN REINO

Como alguien que observa el transcurrir de la vida, me siento obligado a preguntar: “¿Qué tenía este evento que le llamó la atención a tanta gente? Al pensar sobre esto durante varias semanas, llegué a la conclusión de que nosotros, como seres humanos, como raza humana, deseamos vivir en las páginas de nuestro propio cuento de hadas. Llevamos escritas por dentro, tal vez en nuestro ADN, estas ansias de ser parte de otra historia. Todos nosotros, en algún momento u otro, hemos deseado que nuestra vida formara parte de estas historias fantásticas. El escritor C. S. Lewis dijo una vez: “Si encuentro en mí mismo un deseo que nada de este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui hecho para otro mundo.”

Cuando éramos niños, creíamos en este otro mundo, en esta otra historia, ¡y se parecía tanto a un cuento de hadas! El Diccionario Webster define los cuentos de hadas como “cuentos (como para los niños) que involucran fuerzas y seres fantásticos – unas historias en las que eventos improbables llevan a un final feliz.”

Yo creía en toda clase de cuentos de hadas: Papá Noel, el conejito de pascua, incluso el ratoncito Pérez. Pero entonces crecí, y ahora ya no creo en esos cuentos. Ahora tengo más conocimiento. Tengo una formación. Dos títulos en la pared de mi oficina me avalan y muchos años de experiencia me han enseñado que los cuentos de hadas simplemente son demasiado buenos para ser ciertos. Nadie vive feliz para siempre – quince minutos viendo las noticias nos confirman esto – las hambrunas, las enfermedades, la trata de personas, los desastres naturales, el terrorismo, el divorcio, etc. Este mundo es un lugar demasiado malo, y los cuentos de hadas de mi niñez y de mi juventud se han esfumado.

Pero, curiosamente, les leo historias bíblicas a mis hijos. No quiero que pierdan la oportunidad de soñar sueños verdaderos ni que dejen de aprender sobre héroes verdaderos. Sin embargo, al leerles estas historias, me doy cuenta de que mis pensamientos divagan, ansiosos, esperanzados e incluso temerosos. Me encuentro deseando que la vida nos garantizara un final en el que todos vivan felices para siempre. Pero a la vez temo que mis hijos posiblemente dejen de creer.

UN CUENTO DE DOS HISTORIAS

Os voy a contar dos historias. La primera es acerca de la realidad de este mundo –de la vida que enfrentamos todos los días— de la vida aparentemente mundanal, de la tensión increíble, de los chascos continuos y de las expectativas dolorosas que llenan nuestros días. Pero también existe esta otra posibilidad, esta otra historia, tal vez ésta otra realidad – una que parece ser, a todos los efectos, un cuento de hadas, pero en la que vale la pena creer, porque es verídica. Mi esperanza, mi deseo, mi oración es que a través del recuento de estas dos historias, se abran vuestros ojos, y que escojáis vivir la otra historia, la que llamaremos “La his- toria del Reino.”

Nos pasa a todos, tarde o temprano: llega el día en el que mueren los cuentos de hadas. Ocurre algo que nos roba la ilusión: el divorcio de nuestros padres, la muerte de un(a) amigo(a), un(a) maestro(a) bien intencionado(a) nos dice que realmente no podemos ganarnos la vida como artistas. A lo mejor se nos diagnostica una depresión o algún otro trastorno mental. O tal vez, simplemente “crecemos” y obtenemos una educación. Sea lo que sea, nos sucede casi a todos. Y la mayoría respondemos a esta gran pérdida apretándonos el cinturón y procurando sacar el mayor partido posible a esta vida. Cambiamos los castillos y los caballos del pasado por los coches deportivos y por una oficina de esquina y una casa en el campo. Perseguimos títulos universitarios para sentirnos importantes, y compramos juguetes de adultos para olvidar la sensación de vacío. Algunos se dan a la bebida para adormecer sus almas, o buscan relaciones insignificantes reales y/o virtuales – para por lo menos experimentar una ilusión de intimidad. O tal vez nos lanzamos a la religión y procuramos “la vida perfecta” o al menos ‘la apariencia de perfección’. Buscamos el cónyuge perfecto y lo completamos con 2.5 hijos. Una vez más caemos en la trampa de creer que si lo intentamos lo suficiente, si actuamos lo suficientemente bien y si trabajamos lo suficiente, encontraremos el propósito de nuestras vidas.

Según un estudio hecho en 2012 por el Instituto de Educación Superior (Institute of Higher Education), el 78.1% de los estudiantes de primer año en la universidad piensan que el “estar bien económicamente” es lo más importante en sus vidas.

Ahora bien, el ‘estar bien económicamente’ y el poseer cosas u objetos no es malo en sí mismo. El problema radica en nosotros. Hemos dejado de creer en ‘la historia del Reino’ y por esa razón nos hemos desviado de lo que es lo más importante en la vida. Buscamos significado en sitios desprovistos de significado. Nos hacemos preguntas importantes tales como: “¿Quién soy? ¿Cuál es mi propósito? ¿Cuál es el significado de la vida?” Pero las respuestas que encontramos en la realidad de este mundo siguen dejándonos vacíos. Lo que quiero decir es lo siguiente: ‘¿Qué pasaría si obtuviéramos todas las cosas que jamás hayamos soñado, para luego darnos cuenta de que ese camino no llevaba a ninguna parte?’

Tom Brady, jugador de fútbol americano en la posición de quarterback para el equipo New England Patriots y uno de los jugadores mejor pagados de este deporte, dijo en una ocasión en una entrevista televisiva: “¿Por qué, tras ganar tres Super Bowls, sigo pensando que allá afuera hay algo más grande para mí? Quiero decir, es posible que mucha gente diga: ‘Oye, de esto es de lo que se trata.’ He alcanzado mi meta, mi sueño, mi vida. ¿Yo? Yo pienso: ‘Tiene que haber algo más.’ Es decir: Esto no es – no puede ser – todo lo que se supone que sea.” (Entrevista televisiva en CBS TV).

El actor Brad Pitt respondió a la preguna de si había alcanzado el sueño americano diciendo: “Yo sé que se supone que todas estas cosas parezcan importantes para nosotros –el coche, el apartamento de lujo, nuestra versión del éxito– pero si ese es el caso, ¿por qué razón el sentimiento general que se percibe refleja más bien más impotencia, aislamiento, desesperación y soledad? En mi opinión, debéis tirar todo eso a la basura –  tenemos que encontrar algo mejor. Todo lo que sé es que en este momento, estamos abocados a un camino  sin salida, a un adormecimiento del alma, a una completoa atrofia del ser espiritual. No es eso lo que yo  quiero.” (Publicado en la Revista Rolling Stone)

¿Y qué pasa si la realidad que podemos ver con nuestros propios ojos, las hambrunas, las enfermedades, la ausencia de significado y sentido, el dolor… qué pasa si esta no es la historia verdadera? ¿Qué pasa si la vida que tantas personas están viviendo es simplemente una fábula… una mentira, una falsedad, el resultado de una maldición? ¿Qué pasa si la respuesta a nuestra búsqueda de significado depende de nuestra capacidad para creer en la ‘historia del Reino’?

Para explorar esta otra realidad, este otro reino, tenemos que ir a un libro antiguo. Por decir lo mínimo, es uno de los libros más controvertidos que jamás se hayan escrito. De hecho, a algunos lo clasificarían como un cuento de hadas lleno ‘de historias de fantasía’ y de enseñanzas extravagantes. Algunos dirían que son demasiado inteligentes y demasiado educados para creer en tales ideas tan ridículas. Robert Ingersoll, un agnóstico del siglo XIX, dijo una vez que este libro era “una fábula, una obscenidad, una estafa, una farsa y una mentira.“ El famoso actor Sir Ian McKellen dijo: “Desde hace mucho pienso que la Biblia debería tener una aclaración indicando al lector que se trata de una obra de ficción y no de hechos.” Pero a decir verdad, cientos de miles han muerto para asegurarse de que este libro, y sus historias, pasaran de generación en generación, durante miles de años. Ningún otro libro se ha preservado tan cuidadosamente, ni se ha reproducido tan meticulosamente. Para muchas personas alrededor del mundo, este libro es mucho más que un cuento de hadas. En su lugar, contiene el secreto del sentido de la vida.

Os voy a dar una versión condensada de la historia.

Érase una vez, en una tierra de oscuridad, un Creador lleno de amor para compartir que vino y creó la luz y la vida. Él habló, y con su Palabra, hizo el mundo. Entonces Él creó su creación más preciada; a su propia imagen y semejanza los creó, los hizo hombre y mujer, y les dio el más maravilloso regalo, que no obstante conllevaba un alto riesgo. Les dio el regalo del libre albedrío: la capacidad de tomar sus propias decisiones y la posibilidad de o bien seguir a su Creador o rechazarlo. Solo así podrían llegar a amarle libremente. Todo era maravilloso y la vida estaba llena de amor, de sentido y de propósito, hasta que una serpiente parlanchina entró en escena. Le mintió a las criaturas, e hizo que cuestionaran las intenciones del Creador. Comenzaron a dudar de la bondad del Creador, así que dieron un mordisco a la fruta, dulce por fuera pero amarga por dentro, y atrajeron sobre sí y sobre este mundo, una terrible maldición. La maldición conllevaba dolor, trabajo, sufrimientos, enfermedad, rechazo y muerte. Se perdió la posibilidad de comunicarse con el Creador en el jardín en el frescor del día. Se perdió el paraíso. Ocurrieron muchas cosas, pero el Creador nunca abandonó a sus criaturas; nunca. Su amor por ellos no podía permitirlo. De hecho, el Creador hizo algo aún más maravilloso que el regalo del libre albedrío. En el momento preciso, cuando las criaturas eran incapaces de librarse de la maldición, el Creador vino a este planeta y se convirtió en una de sus criaturas. Dejó el paraíso, sacrificó su propia vida para entrar al mundo de la maldición para poder enseñarnos una nueva historia.

“Cuando Dios dio a su hijo a este mundo, legó a los seres humanos unas riquezas imperecederas – unas riquezas que al compararse con los tesoros que el ser humano ha atesorado desde el comienzo del mundo, los convierten en nada. Cristo vino a la tierra, y se presentó ante los hijos de los hombres con el atesorado amor de la eternidad, y tal es el caudal que, por medio de nuestra unión con él, hemos de recibir para manifestarlo y distribuirlo.” (La maravillosa gracia de Dios, 16.6)

Los cuatro Evangelios y los eruditos modernos, parecen coincidir en que el tema central de Jesús en todas sus enseñanzas era la proclamación del reino venidero de Dios, una nueva realidad. Este reino se menciona más de 120 veces en el Nuevo Testamento, en su mayor parte por Jesús mismo. Jesús habló de tres reinos: el primero fue ‘el reino de este mundo’; el segundo fue el reino que está a las puertas, muy cercano, en medio nuestro; y el tercero es el reino que ha de venir. Ya hemos hablado del reino de este mundo y de lo que ofrece, y para abreviar, hablaremos del reino que ya está aquí, porque es una muestra, un anticipo, del reino que ha de venir.

¿Qué es este reino? Bueno, para empezar, no es lo que te esperas. De hecho, nunca lo es. Verás, a Dios le gusta aparecer de la forma más inesperada: una zarza ardiente, un susurro, una burra hablando, un muchacho con una honda, un niño en un pesebre, un carpintero, una cruz. A Dios le encantan las sorpresas. Y así, para poder estar receptivos a esta realidad del reino, debe ocurrir un cambio primero. Como dijo Jesús, tenemos que arrepentirnos.

LA AUTÉNTICA REALIDAD DEL REINO

Jesús comenzó su ministerio con estas palabras: “Arrepentíos, porque el reino del cielo, o de Dios, se ha acercado.” Algunos hemos oído que la palabra arrepentirse significa ‘volverse’ o ‘cambiar’, y la asociamos con un volverse o apartarse del pecado. Si pecamos, tenemos que volvernos o apartarnos del pecado. Esto es cierto, pero la palabra arrepentirse, en griego, es la palabra metanoeò. Como muchas palabras griegas, ésta también una multiplicidad de significados. Metanoeò también significa pensar de manera distinta. En otras palabras, Jesús está anunciando que tenemos que comenzar a pensar de manera diferente porque el reino de Dios se ha acercado, está aquí.

“El arrepentimiento está relacionado con la fe, y nos es presentado con insistencia en el Evangelio como esencial para la salvación. Pablo predicó el arrepentimiento. Dijo: ‘Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe de nuestro Señor Jesucristo.’ (Hechos 20:20-21) No hay salvación sin arrepentimiento.” (Elena G. de White. Mensajes Selectos, tomo 1, 428.2)

Esto de pensar diferente es una idea poderosa. De hecho, una empresa usó este eslogan para transformar su negocio: de una empresa que luchaba por subsistir y que se encontraba al borde de la quiebra, pasó a ser una de las empresas más exitosas de todos los tiempos, la única que no ha perdido valor durante la recesión. ¿Qué empresa? Apple.

Así que, para estar abiertos a la realidad del reino de Dios, necesitamos pensar de manera distinta, tenemos que pensar diferente. Pero ¿cómo se hace eso? ¿Tenéis alguna idea? Afortunadamente Jesús también nos dio esa respuesta. Rodeado de un grupo de personas educadas, y de los discípulos que honestamente buscaban conocer la verdad, Jesús dijo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.” ¿Por qué tenemos que hacernos como niños? Es decir, ¿no hemos gastado una gran cantidad de dinero y de tiempo creciendo, y dejando atrás las cosas que eran de niños? Acaso puedo sugerir que la razón por la cual Jesús dijo que debíamos llegar a ser como niños tiene algo que ver con la capacidad que tienen los niños para soñar y para imaginar y para creer en lo imposible, para creer que los cuentos de hadas realmente existen.

Así que consideremos este marco y abracemos el desafío de pensar de manera diferente, como un niño, sobre la realidad del Reino de Dios. Exploremos cómo describe Jesús este reino.

Jesús hizo la descripción más clara sobre el reino al responder a las preguntas de los discípulos de Juan el Bautista mientras éste estaba en la cárcel. Incluso el propio Juan el Bautista, que vino a proclamar la venida del Mesías, que identificó a Jesús como el Mesías, que oyó la voz de Dios declarando que Jesús era el Hijo de Dios, se encontraba atrapado en esta otra realidad. Porque, después de todo, si el Mesías había venido a establecer su reino, ¿por qué razón estaba Juan pudriéndose entre rejas?

Jesús respondió a las dudas de Juan diciéndole la clase de cosas que suceden en el reino. (Léase Mateo 11:4-5.)

Jesús continúa explicando el reino, a través de los Evangelios, como un lugar donde los heridos son sanados, donde a los peores pecadores se les permite entrar primero; un lugar que invade cada aspecto de nuestras vidas, y que en realidad puede sacar lo mejor de cada uno de nosotros; un lugar tan maravilloso, que cuando lo descubrimos, daríamos todo lo que tenemos para quedarnos con él. Es un lugar que está abierto para todos los que lo quieran. Es un reino que no se mide por las siglas que hayamos añadido a nuestros nombres, ni por el tamaño de nuestras cuentas bancarias, ni por la profundidad de los hoyuelos en nuestros rostros, sino por la manera en que somos amados y en la que amamos a los demás. Es un reino generoso, un reino lleno de gracia, un reino que otorga sentido y propósito, un reino empapado de esperanza, un reino dirigido por el amor, y es un reino al que podemos entrar aquí y ahora. No te lo puedes perder.

“Recordad que Cristo lo arriesgó todo; ‘tentado como nosotros,’ Él arriesgó aún su existencia eterna en el asunto del conflicto. El mismísimo Cielo se puso en peligro para alcanzar nuestra redención. Al pie de la cruz, recordando que Jesús hubiera entregado su vida por un solo pecador, podemos apreciar el valor de un alma.” (GCB – The General Conference Bulletin, December 1, 1895, par. 22)

Jesús lo arriesgó todo para venir a darnos una nueva historia. Un teólogo del tercer siglo, Orígenes, describió el reino de Dios diciendo que Jesús es el auto basilia; lo que significa que Jesús mismo es el Reino de Dios. Donde quiera que esté la presencia de Jesús en este mundo, comienza a revertirse la maldición del Edén. Los sordos pueden oír, los ciegos pueden ver, los tullidos caminan, los muertos son resucitados, los desesperanzados encuentran esperanza, los perdidos encuentran su camino, los pecadores que no valen nada, como yo, comienzan a darse cuenta de que para Dios valen más de lo que jamás pudieran haber imaginado.

UNA HISTORIA PERSONAL.

Hace algunos años, yo tuve que enfrentar una tormenta de ansiedad que controló mi vida durante muchos meses. En medio de aquella tormenta, me había creado una realidad alterna, otra historia, distinta a la que Jesús estaba procurando darme. Desde mi perspectiva, estaba seguro de que iba a fracasar. Una mañana, mi amada esposa entró en la habitación mientras yo me aferraba a una almohada empapada en lágrimas. Valientemente me cogió de la mano y me condujo de la fábula que yo mismo había fabricado al cuento de hadas del reino de Dios. Como si se tratara del mismísimo Dios, ella me dijo cuánto me amaba Dios, y cómo Él nunca me había abandonado, ni iba a abandonarme. Ella me pintó la realidad del reino como un lugar en el que lo único que importaba era que yo era amado, y que Quien me amaba, me estaba llamando, y nunca se iba a apartar de mí. Yo no era capaz de ver aquella historia por mi propia cuenta. Con su ayuda, durante los siguientes meses, comencé a ver aquella realidad. Poco a poco, he empezado a salir del reino de este mundo y de las invenciones de mi propio cuento, y he comenzado a vivir en el reino de Dios, en la historia que Él quiso darme, al venir y vivir y morir por mí. En 1 Corintios 2:9 dice: “Cosas que ojo no vio ni oído oyó, ni han subido en corazón humano, son las que Dios ha preparado para los que lo aman.” Así que, yo estoy comenzando a ver con nuevos ojos, a oír con oídos nuevos, y hay ocasiones en las que podríais verme saltando. Pero para comenzar a aceptar esta versión de la historia, y para salir de la fábula para entrar en el verdadero “cuento de hadas”, yo tuve que pensar de manera diferente, más como un niño, para poder, una vez más, creer en las cosas ‘imposibles’.

El apóstol Pablo aprendió a vivir en este reino. Antes de que Jesús lo cegara en el camino a Damasco, Pablo lo tenía todo: estima, poder, riquezas, influencia, educación. Estaba en la cumbre del reino de este mundo. Pero después del encuentro con Jesús, Pablo llegó a decir: “Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8).

En la versión de la Biblia La Palabra se traduce este texto con mayor énfasis: “Pero lo que constituía para mí un motivo de gloria, lo juzgué deleznable por amor a Cristo. Más aún, sigo pensando que todo es deleznable en comparación con lo sublime que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él renuncié a todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo.”

APRENDIENDO A VIVIR EN EL REINO

Pablo aprendió que las cosas de este mundo, exceptuando a Jesús, son insignificantes. Él aprendió que la cosa más importante es conocer a Cristo Jesús, y que todo lo demas, sin Jesús, es basura. La educación, las riquezas, el poder, la comodidad, y aún “el sueño americano” carecen de significado si no hemos conocido a Jesús. Esta convicción fue lo que le permitió a Pablo cantar en la prisión, lo que le permitió escribir cartas de gozo y de ánimo mientras se pudría encadenado, y aún el enfrentar su propia muerte cantando himnos de alabanza, porque la realidad en la que él vivía no era la realidad de este mundo. La realidad de Pablo era el reino de Dios, y no había nada ni nadie en el mundo que se lo pudiera arrebatar. Podían quitarle su ropa, pero no podían tocar su título como hijo del Dios viviente. Podían golpearlo con palos hasta dejarlo inconsciente, pero no podían apagar la llama de sus ojos. Podían escupirle en la cara, pero la única forma de hacer que dejara de proclamar el evangelio era sesgando su vida, que él gustosamente depondría para permanecer junto a Jesús.

Y así, con esa clase de pasión, las buenas nuevas del reino de Dios se esparcieron como un fuego incontrolado a través del mundo antiguo. Mercaderes y esclavos, jóvenes y ancianos, los enfermos, los pobres, los desahuciados y los parias aceptaban las buenas nuevas y las volvían a repetir con exclamaciones de gozo desde las montañas y en todas las esquinas de las calles. El reino creció de doce creyentes a millones de creyentes en lo que parecen ser breves instantes en las páginas de la historia.

¿Qué atrajo a tanta gente tan rápidamente? Fue la historia que es sencillamente tan buena que tiene que ser cierta, la historia que sobresale de todas las demás historias; es el lugar donde se invierte la maldición: es la historia del reino de Dios. Fue esta la historia que permitió a cientos de miles de seguidores en la iglesia cristiana ir valientemente a la muerte porque ni se imaginaban volver atrás, a los confines de su historia anterior. Ellos creyeron y supieron que el “cuento de hadas” era la única historia verdadera, y estuvieron dispuestos a morir por la verdad.

¿Tienes algo por lo que merece la pena vivir? ¿Tienes algo por lo que merece la pena dar la vida? ¿Podría sugerir una nueva realidad? ¡El reino del Dios viviente! No se trata de fábula alguna. Se trata del Camino, la Verdad y la Vida, y su Guía te extiende su mano lacerada por los clavos pidiéndote, rogándote, que creas.

¿Fábula o cuento de hadas? La elección es tuya.

PREGUNTAS PARA COMENTAR

  • ¿Cuál es la diferencia entre una fábula y un cuento de hadas? ¿Por qué parece el reino de Dios, tal y como lo describió Jesús, un cuento de hadas?
  • ¿Conoces a alguien, como el quarterback Tom Brady, que anhela algo más o algo mejor que la realidad quebrantada de este mundo? ¿Acaso has anhelado tú experimentar algo más en tu propia vida? ¿Qué le dirías a un(a) amigo(a) que tuviera este anhelo?
  • La realidad que percibimos con nuestros ojos puede ser desgarradora a veces. ¿Cómo se puede vivir en la realidad del reino de Dios cuando nos encontramos ante tantos desafíos y situaciones desgarradoras?
  • ¿Acaso es posible estar atrapado en la realidad de este mundo en lugar de crecer en la realidad del reino de Dios? ¿Cómo es posible? ¿A qué nos llevaría el tener un estilo de vida anclado en e influido por la realidad de nuestras circunstancias?
  • ¿Qué podrías cambiar hoy y en qué área de tu vida podrías empezar a pensar diferente, para que, como Pablo, empieces a vivir en la realidad del reino de Dios en lugar de en la fábula de la historia de este mundo?
Revista Adventista de España