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El salón de la fama del cielo tiene un lugar para usted

Durante los últimos 25 años, los investigadores han estado examinando más a fondo la re­lación entre la fe y las creencias religiosas. La fe determina una diferencia positiva en nuestra salud física, mental y emocional. Aunque la investigación con­tinúa y no tenemos todas las respuestas, sabemos lo suficiente como para afirmar que la fe es importante. Conocidas uni­versidades, instituciones nacionales de investigación en salud pública y organi­zaciones de salud financiadas con fondos privados están llegando a conclusiones similares. Un sólido sistema de creencias puede constituir la base de una mejor salud.

He aquí dos ejemplos concretos de lo que una dosis de espiritualidad puede hacer por usted. Una encuesta realiza­ da en California reveló que quienes se enrolan en las actividades de la iglesia son menos propensos a sufrir estrés por asuntos relacionados con las finanzas, la salud u otras preocupaciones diarias. Otros estudios han demostrado que la espiritualidad contribuye a reducir la tasa de suicidios, el abuso de alcohol y drogas, y los índices de delincuencia y divorcio. Según un estudio de la Universidad de Columbia, las jóvenes cuyas madres son creyentes son 60% menos propensas a la depresión que aquellas cuyas madres no son tan religiosas. Otro estudio demuestra que las hijas que pertenecen a la misma confesión religiosa que sus madres tie­nen aún menos probabilidades (71%) de sufrir de depresión; y entre los hijos, las posibilidades son de un 84% menos. Como resultado de estos y muchos otros estudios similares, los científicos están llegando a la conclusión de que un sólido sistema de creencias puede ser la base de una mejora en la salud.

La fe establece la diferencia

Exploremos la verdadera fe bíblica: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1). La fe mira hacia adelante, ya que es “la certeza de lo que se espera”. En el idioma original, la palabra traducida como “certeza” significa “fundamento”, lo que indica que la fe es el fundamento mismo de nuestra vida. Pero, la fe también mira hacia arriba, porque es la “convicción de lo que no se ve”.

La fe es la certeza de que, en última instancia, Dios cumplirá todos nuestros sueños. La fe cree que Dios nos fortalecerá para triunfar sobre todas las dificultades y superar todos los obstáculos, hasta el día en que recibamos nuestra recompensa final en su Reino eterno.

Elena de White aclara la naturaleza de la fe bíblica: “Fe significa confiar en Dios, creer que nos ama y saber mejor qué es lo que nos conviene” (La educación, p. 229). Por lo tanto, la fe energiza todo nuestro ser y anima nuestros corazones. La fe renueva nuestra esperanza. La fe eleva nuestra visión, desde lo que es hacia lo que puede ser. La fe cree las promesas de Dios y recibe sus dones antes de que se realicen. La fe es curación.

El Salón de la Fama del cielo

Esta es la clase de fe que permitió a los héroes del Antiguo Testamento enfrentar todo tipo de circunstancias difíciles y continuar siendo fieles a Dios. Abel, Enoc, Noé, Abraham, Jacob, José, Moisés y los demás héroes de Hebreos 11 tenían una cosa en común: su fe. Una fe que los sostuvo y los apoyó durante toda su vida.

Hebreos 11 enumera a los héroes de la fe de todas las edades. Sus nombres están expuestos en el “Salón de la Fama del cielo”. Curiosamente, el primer ejemplo de fe es una persona que muere. No hay ninguna liberación milagrosa en su caso: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (vers. 4). Las Escrituras nos dicen que Abel era un hombre justo; sin embargo, su fe causó su muerte: si él no hubiese tenido fe, habría vivido. Caín no tenía fe, y vivió. Abel tuvo fe, y murió. Esto puede parecer extraño a alguien que tenga una comprensión errónea de la verdadera fe. La fe verdadera no siempre se traduce en un final estilo Hollywood, pero sí queda expuesta.

Consideremos a Enoc, el siguiente en este “salón de la fe”: “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuera traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios” (vers. 5). Si Enoc no hubiera tenido fe, habría muerto. Enoc tuvo fe, y vivió; Abel tenía la mis­ma calidad de fe, y murió. A lo largo de Hebreos 11, cada uno de estos próceres de la fe nos enseña a confiar en Dios. Enoc confía en él en la vida, y Abel confía en él aun en la muerte.

Nótese el contraste entre Noé y Abraham. “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvaría; y por esa fe condenó al mundo y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (vers. 7). La fe de Noé lo llevó a hacer lo que Dios le indicó, a pesar de que a la mayoría de la gente debió parecerle ridículo. Noé siguió obedientemente las instrucciones de Dios. Durante ciento veinte años se dedicó a construir un arca aunque nunca había llovido. Eso es fe.

La experiencia de Abraham es todo lo contrario: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (vers. 8 ). La fe de Abraham lo llevó a dejar la seguri­dad de su patria y aventurarse hacia lo desconocido.

¡Qué contrastes! Abel murió por la fe, y Enoc sobrevivió por la fe; Noé se quedó por fe, y Abraham se aventuró a salir por fe. Y los contrastes continúan a lo largo del capítulo. Sara concibió un hijo por la fe cuando tenía noventa años. Años más tarde, Abraham tomó al niño Isaac y lo llevó al monte Moriah, para sacrificarlo. Dios honró la fe de Abraham y libró al niño. El mismo Dios que pidió a estos padres creer en que él les daría un hijo les pidió creer cuando los mandó sacrificarlo.

Fe no es pedir a Dios lo que quiero, creyendo que me lo dará. La fe es una confianza permanente en Dios aunque él no me conceda lo que he pedido. Puede ser que tengamos una grave enferme­dad o que disfrutemos de buena salud. Podemos estar perfectamente satisfe­chos con nuestra casa o enfrentar una mudanza que nos atemoriza. Podemos estar prosperando económicamente o con dificultades para pagar la hipoteca. Podemos estar disfrutando de un buen matrimonio o la relación puede ser tensa. Podemos sentirnos muy cerca de Dios o muy alejados de él. La fe no depende de nuestros sentimientos o de nuestras circunstancias (Hab. 3:17­-19). Cada uno de los héroes de la fe en Hebreos 11 tenía una característica en común en sus vidas: confiaron en Dios.

El aumento de nuestra fe

¿Qué podemos hacer cuando nuestra fe es débil? Pablo dice, en Romanos 12:3: “Conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”. Cuando tomamos la decisión de seguir a Dios y confiar en él, pone en nuestro corazón un medida de fe. Por lo tanto, la fe es un don de Dios. Cuanto más nos ejercitamos en ese don, más crece. La fe aumenta a medida que aprendemos a confiar en Dios en medio de nuestras pruebas y desafíos. Hay mo­ mentos en que la fe crece en las situaciones más difíciles. A veces, los momentos de mayor desesperación son los de mayor fe.

Nuestra fe también se incrementa a medida que meditamos en la Palabra de Dios. Cuando las verdades de la Biblia colman nuestro corazón, nuestra fe se fortalece. Las Escrituras afirman: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom. 10:17). Cuanto más llenamos nuestras mentes con la Palabra de Dios, más aumentará nuestra fe. La confianza en Dios vitaliza todo nuestro ser. Nos fortalece física, mental, emocional y es­piritualmente. Incluso si una enfermedad nos pone al borde de la muerte, nuestra fe se eleva por encima de ese mortal golpe. Captamos la “esperanza bienaventurada” y nos gloriamos en la excelsitud de la venida de Cristo, cuando la enfermedad será abolida para siempre. Hasta ese día, vivamos por la fe en Jesús, que es la ver­dadera fuente de toda sanidad.

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Preguntas para reflexionar y participar

1. Estamos rodeados de una sociedad saturada de anuncios de todo tipo. ¿De qué modo podemos mantenernos como personas de fe en medio de un ambiente así?

2. ¿Por qué Dios pidió a Abraham que ofreciera a su hijo Isaac como sacrificio en el Monte Moriah? ¿No es esto cruel e irracional? ¿Es siempre razonable la fe?

3. En su iglesia, analice la manera de ayudar al crecimiento de la experiencia de fe de nuestros niños, jóvenes y adultos jóvenes. ¿Cómo podemos llegar a ser facilitadores de la fe?

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