Las últimas semanas se han visto marcadas por dos terribles noticias: la mayor tragedia humanitaria en el Mediterráneo y el terremoto en Nepal. Las reacciones de los gobiernos europeos han sido muy diferentes en cada caso, medidas políticas y militares en el primero, limosna en el segundo.
En el caso de Nepal, el terremoto no es el problema, sino las infraestructuras del país. En el caso de la migración, el problema no son los migrantes, sino las condiciones de vida de los países de origen. Los traficantes de personas tampoco existirían si esas condiciones fuesen mejores. Ni bombardear las estructuras de los traficantes evitará el deseo de migrar, ni la limosna preparará al Nepal para el siguiente terremoto. Ni tanto, ni tan poco.
Pensando en ello descubro que nosotros como individuos y como pueblo también actuamos con doble rasero a la hora de tratar ciertas situaciones. Es difícil tomar medidas sin pensar en la causa del problema o conflicto. Hay que averiguar lo que es evitable y verdadera causa de la desgracia, llevándonos a tomar medidas correctivas. Una mala comprensión de este concepto o la falta de análisis adecuado deriva en medidas permisivas o punitivas.
Jesús, el mayor ejemplo de cómo aplicar medidas correctivas, identificó el problema de la mujer junto al pozo de Jacob (Juan 4:16-18). La hizo consciente de su status quo sin etiquetarla como adúltera. Entonces Jesús tomó medidas correctivas en el origen de la situación (aceptación, afecto y perdón). Gracias a su rehabilitación, “muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer” (Juan 4:39). Jesús no fue permisivo con ella, pero tampoco punitivo.
Algunos confunden el amor con gracia barata, o permisivismo. Otros se van al otro extremo, confunden “identificar el problema” con “acusar al pecador” tomando medidas equivocadas o punitivas. “Cristo mismo no suprimió una palabra de la verdad, sino que la dijo siempre con amor. Ejerció el mayor tacto y atención reflexiva y bondadosa en su trato con la gente. Nunca fue rudo ni dijo innecesariamente una palabra severa; nunca causó una pena innecesaria a un alma sensible. No censuró la debilidad humana. Denunció intrépidamente la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad, pero había lágrimas en su voz al pronunciar sus severas reprensiones” (DTG p. 319.1). Lejos de ello “Jesús había realizado frecuentemente sus milagros en plena calle, y sus obras servían siempre para aliviar el sufrimiento” (DTG p. 438.4).
Vemos a Jesús aborreciendo la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad y aún así, su voz se ahoga en lágrimas. A Jesús le duele más la hipocresía y el doble rasero de aquellos que trajeron a la mujer adúltera y no al hombre que participó, que el adulterio en sí. Jesús corrigió a todos. A unos escribiendo en la arena, y a ella con las palabras: “vete y no peques más”. Pero, ¿fueron perdonados los pecados de los hipócritas?
No se trata de aplicar las medidas que nos convienen o apetecen en cada momento, ni limosna ni castigo con ira. Se trata de corregir en la raíz del problema. ¿Estás teniendo doble rasero como padre, madre, esposo, esposa, pastor, anciano de iglesia…? ¿Cuál es la verdadera raíz de esa situación que te preocupa?
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