Discipulado en la iglesia apostólica. Domingo 22 de mayo de 2022.
SEMANA DE ORACIÓN: Id y Haced Discípulos. La Carta Magna de Jesús: el discipulado.
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Ser un discípulo de Jesús significa seguir a Cristo con la intención de ser cada día más semejante a él. Cuando un rabino llamaba a alguien, era como si preguntara al discípulo: ¿Quieres ser igual a mí? El proceso del discipulado implicaba la imitación del rabino, pero para eso el discípulo necesitaba disponerse a seguir a su maestro muy de cerca.
La palabra discipulado viene del latín discipulatu y significa “aprender”, “aprendizaje”. El discipulado es un proceso de enseñanza–aprendizaje. Antes de que Jesús enviara a sus discípulos, los invitó a seguirlo. “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mat. 4:19). Michael Green, en el libro Evangelização na Igreja Primitiva [Evangelización en la iglesia primitiva], en la página 11 declara: “Jesús encargó a un pequeño grupo de once hombres que ejecutara su obra y llevara el evangelio a todo el mundo. Ellos no eran personas importantes, ni bien instruidas, ni tenían personas influyentes atrás de ellos. […] ¿Cómo lo conseguirían? De todas maneras, lo consiguieron”.
El libro de los Hechos de los apóstoles y las Epístolas paulinas muestran cómo el Espíritu Santo, principal estratega de la misión, actuó en la iglesia primitiva para que fuese establecido el discipulado.
Discipulado en el libro de Hechos
Los discípulos cumplieron su misión con la seguridad no solamente del evangelio, sino también de su cultura, a fin de transmitirlo. Fueron establecidas iglesias y, en seguida, se habilitó el liderazgo local, se lo nutrió́ y enseñó, a fin de compartir el evangelio en su contexto. Predicación y enseñanza estaban lado a lado, junto con mucho trabajo práctico. Los recién convertidos eran incentivados a desempeñar sus dones. Ese fue el modelo para formar discípulos descrito en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
La importancia que la iglesia del primer siglo dió a lo que Jesús enseñó a sus discípulos se verifica a lo largo del Nuevo Testamento. Los millares que fueron bautizados perseveraron en perfeccionarse en las enseñanzas que habían recibido de los apóstoles (Hech. 2:42). “Cada año, en el tiempo de las fiestas, muchos judíos de todos los países iban a Jerusalén para adorar en el templo. […] Mientras Jerusalén estaba llena de esos forasteros, los apóstoles predicaban a Cristo con denodado valor, aunque sabían que al hacerlo estaban arriesgando constantemente la vida […]. Se obtuvieron muchos conversos a la fe; y estos, al volver a sus hogares en diversas partes del mundo, diseminaban las semillas de verdad (Hechos de los apóstoles, p. 81).
Los apóstoles y los nuevos convertidos aprovechaban cada oportunidad para predicar y para hacer nuevos discípulos. Ellos predicaban en las sinagogas y al aire libre, en los hogares y en las escuelas, enseñaban por medio del testimonio y en la práctica. La convicción de que el Mesías había venido, había cumplido la profecía bíblica y dejado el mensaje de la salvación para que ellos lo predicaran, era la fuerza que los impelía a conquistar nuevos cristianos.
Muy temprano en la historia, ellos también comprendieron que si no dedicaban al atención al crecimiento de los nuevos en la fe, tendrían pocos frutos duraderos.
Pablo, un formador de discípulos
El discipulado bíblico debe ser multiplicador. “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Tim. 2:2).
El apóstol Pablo nos muestra cómo discipular. Primeramente, enseñó por el ejemplo (1 Cor. 4:16), y finalmente, delegó responsabilidades en cada uno, incluso cuando todavía estaban en entrenamiento. También mantuvo contacto con aquellos a quienes había discipulado, incluso después de que estos se habían transformado en líderes de sus propias comunidades (ver 1 y 2 Timoteo y Tito). La preocupación del apóstol era siempre afirmar a los nuevos creyentes en la fe y enseñarles a trabajar por la salvación de aquellos que estaban alrededor de ellos.
Hacer discípulos exige que seamos modelos que reflejemos a Cristo a nuestros seguidores. “Sean imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor. 11:1). El apóstol Pablo dio gracias a Dios porque los creyentes romanos obedecieron “de corazón a aquella forma de doctrina” que habían recibido (Rom. 6:17). Pablo también exhortó a los colosenses a que crecieran en acción, compartiendo lo que habían recibido (Col. 2:6). En el discipulado, transmitir lo que se recibe sirve como medio para la edificación. “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gál. 4:19).
Este discipulado debe realizarse no solamente a nivel congregacional, sino, y sobre todo, en el ámbito personal (y siempre con un cristiano con mayor experiencia que capacite al nuevo en la fe). Bernabé enseñó a Juan Marcos (Hech. 12:25; 15:39); Aquila y Priscila ayudaron a Apolo (18:24-26), Pablo preparó a Timoteo para el ministerio (Hechos 16:1-3). “Pero tú has seguido de cerca mi enseñanza, conducta, propósito, fe, paciencia, amor, perseverancia” (2 Tim. 3:10 RVA-2015, itálica agregada). Elena de White menciona que el apóstol Pablo amaba a Timoteo, y se preocupaba en hacer de este joven un discípulo eficiente en el servicio de Dios. “Al viajar de lugar en lugar, le enseñaba cuidadosamente cómo trabajar con éxito” (Los hechos de los apóstoles, p. 99).
Siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo, cada pastor, anciano y dirigente debe sentirse responsable por el progreso espiritual y laborioso de aquellos que están bajo sus cuidados, a fin de que se transformen en discípulos y cooperadores en la obra del Señor.
Modelo apostólico en la iglesia actual
El acto de hacer discípulos presupone que haya un conjunto de enseñanzas que recibimos, y que tenemos la responsabilidad de transmitir a los nuevos discípulos. Jesús ordenó: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:19, 20). Hoy, sin embargo, el discipulado cristiano se transformó en una transmisión de informaciones descontextualizadas. Necesitamos de un discipulado genuino, que no predique un evangelio innecesario; un movimiento poderoso y relacional que sea relevante para la vida de todos. No podemos olvidarnos de que el evangelio no es un sistema de dogmas, mucho menos, una cultura llamada cristiana; el evangelio es una Persona.
El verdadero formador de discípulos verá siempre una oportunidad para edificar y capacitar a otros. La iglesia local es el principal instrumento para el discipulado. A veces nos preocupamos en hacer discípulos para que actúen en áreas remotas, o incluso en otros países. Sin embargo, como alguien dijo: “El mejor pueblo para alcanzar un pueblo es u propio pueblo”.
Michael Green menciona que el mayor estímulo para el discipulado en la iglesia primitiva “fue la conciencia de la inminencia del fin, de las limitaciones de las oportunidades para la evangelización o de las cuentas que, al final, tendremos que rendirle a Dios” (Evangelização na Igreja Primitiva, p. 326). El modelo de discipulado y la eficiencia misionera de la iglesia primitiva deben ser el ejemplo que tenemos que seguir como iglesia hoy. Todos los que recibieron el evangelio ahora tienen la sagrada responsabilidad de compartirlo con el mundo, haciendo de esa manera nuevos discípulos para el Maestro. Esa tarea no cabe solamente a los pastores. Todo aquel que recibió gratuitamente las buenas nuevas debe salir y cumplir esa misión.
Conclusión
Para la iglesia primitiva, no había diferencia entre estar reunida como asamblea de creyentes o distribuida en el mundo como la sal de la tierra. Su objetivo era hacer otros discípulos. “Cuando los miembros de la iglesia de Dios efectúen su labor señalada en los campos menesterosos de su país y del extranjero, en cumplimiento de la comisión evangélica, pronto será amonestado el mundo entero, y el Señor Jesús volverá a la tierra con poder y grande gloria” (Los hechos de los apóstoles, p. 56).
TODOS LOS QUE RECIBIERON EL EVANGELIO TIENEN LA SAGRADA RESPONSABILIDAD DE COMPARTIRLO CON EL MUNDO, HACIENDO NUEVOS DISCÍPULOS. TODO AQUEL QUE RECIBIÓ GRATUITAMENTE LAS BUENAS NUEVAS DEBE SALIR Y CUMPLIR ESA MISIÓN.
Autor: Márcio Nastrini