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«Mas los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán» (Isaías 40: 31).

Eran las 3:00 a.m. del 22 de noviembre de 2016, cuando Dios me despertó. No fue una voz audible, sino más bien la voz suave y apacible de Dios en mi mente y mi corazón. Sabía que era Él. Cada mañana, él cumple Isaías 50: 4 al despertarme para que nos encontremos.

Salté de la cama, me puse ropa abrigada, tomé mi Biblia y una linterna, y salí a la noche estrellada. Me dirigí hacia el bosque, entre las rocas, cerca de la montaña. Coloqué mi Biblia sobre un tocón delante de mí. Allí, me arrodillé y oré, pero nada sucedió.

Sabía que Dios me había llamado a orar. Por meses, mi esposa Abril y yo habíamos estado pidiendo la guía de Dios para entender cómo podíamos servirle mejor. En ese momento, yo servía a tiempo completo en el ministerio en Clovis, California, y, al mismo tiempo, dirigía una organización internacional sin fines de lucro, dedicada a ayudar a padres que desearan educar a sus hijos como discípulos de Jesús. Nuestros ministerios, tanto locales como globales, estaban creciendo, pero no sabíamos qué hacer para sostener este crecimiento.

¿Para qué me has despertado?

Allí, bajo las mismas estrellas que Él creó, le pregunté a Dios: «¿Por qué me despertaste y me llamaste para orar? ¿Qué hay en tu corazón?» No hubo respuesta.

El aire estaba tranquilo y fresco, las estrellas brillaban, la noche era oscura. Esperé confundido. «Quizás debería volver a la cama. No escucho nada», pensé dentro de mí. Pero no pude rendirme. Cuando sabes que Dios te está llamando, debes seguir adelante hasta que sepas que has oído lo que Él quiere decirte. Yo agradecí Dios por sus bendiciones y lo alabé por quién es. Confesé mis pecados y le pedí a Dios que quitara cualquier cosa de mi corazón, de mi vida, que le desagradara. Pedí fe para escuchar todo lo que él quisiera decirme.

Sentí paz mientras esperaba en Dios. «¡Afírmame en este momento de oración con tu Palabra escrita!», supliqué. «Muéstrame un pasaje de las Escrituras que pueda recordar más tarde, cuando me sienta tentado a apartarme de lo que tú me llamas a hacer».

Aguardé en silencio. Entonces la voz suave y apacible de Dios me llevó a Eclesiastés 3. Tomé mi Biblia en la oscuridad y la abrí para buscar ese capítulo, con la ayuda de mi linterna. ¡Cuando encendí mi linterna sobre mi Biblia, me sorprendí! ¡Mi Biblia ya estaba abierta en Eclesiastés 3!

Eclesiastés 3 trata sobre el tiempo perfecto de Dios. Dios tiene un tiempo perfecto para todas las cosas. Todo es hermoso en su tiempo. «¿Por qué me diriges a este capítulo?», le pregunté a Dios. Él habló a mi corazón: «Porque ha llegado la hora». «¿La hora de qué?», volví a preguntar, un poco confundido. «Es hora de que tú y Abril pongan los pies sobre las aguas del Jordán» (Lee Josué 3:10 al 17 para conocer la historia de Israel y el cruce del río Jordán).

En los siguientes minutos, Dios me dijo que era hora de renunciar al ministerio remunerado. Era hora de que sirviéramos como voluntarios de tiempo completo y fuéramos libres de ir a cualquier lugar, en cualquier momento, a cualquier precio, ¡conforme a su llamado!

¿Cómo mantendré a mi familia?

«¿Cómo voy a mantener a mi familia?», le pregunté a Dios, con incredulidad. Luego, le pregunté si debía primero encontrar patrocinadores que se comprometieran a proporcionar un salario anual viable, con el cual cubrir los gastos familiares.

La respuesta de Dios no se hizo esperar: «No. Si haces eso, tú te llevarás el crédito por proveer tu propio salario, y también tendrán crédito quienes te financien».

Ahora mi corazón latía con fuerza. Dios no solo me estaba pidiendo que me alejara de mi seguridad y mi salario, sino también que no intentara garantizar los recursos básicos para cubrir mis necesidades.

«¿Cómo podría funcionar esto?», me preguntaba.

«Tendrás que dar este paso por fe. Solo cuando avances por fe y te apartes de tu seguridad podrás ver cómo proveeré para ti». Dios me ofrecía un desafío: «¡Tengo urgencia en mi corazón de que hagas esto!»

Ojalá pudiera decirte que exclamé inmediatamente: «¡Sí, señor! ¡Trato hecho!» Pero no lo hice. Por el contrario, le pregunté a Dios si lo había escuchado bien. Su respuesta fue afirmativa. Nuevamente, pregunté si realmente quería que hiciera algo tan increíble. «Sí» fue su respuesta.

¿Creer y actuar, o dudar y desobedecer?

¿Creer y actuar, o dudar y desobedecer? Una elección difícil. Sin embargo, Dios me dio fuerzas para creer y actuar.

Caminé penosamente a casa, en el pálido amanecer de un nuevo día, luchando en mi mente y buscando la manera de contarle a mi querida esposa lo que acababa de suceder. Las dudas me atacaron. El temor a las críticas de parte de familiares, amigos y colegas desafiaba mi fe en Dios y su Palabra.

Crucé la puerta de nuestra casa y, cautelosamente, me dirigí al dormitorio. Mi esposa se estaba despertando. Bostezando y sonriéndome, me preguntó:

–¿Nos dio Dios una respuesta?

–¡Sí! –respondí–. Pero será mejor que oremos primero.

–No te sientas bajo presión de estar de acuerdo con lo que voy a contarte–dije con ternura–. Dios habló. Él es capaz de hablar contigo tanto como lo hace conmigo. Oremos ahora para que Dios nos guíe.

Nos arrodillamos y unimos nuestras manos en oración. Nos entregamos a Dios, le agradecimos por su cuidado durante los años pasados y le pedimos que nos guiara en unidad.

Al levantarnos, Abril dijo:

–Bueno, ¿qué te dijo Dios?

Entonces, le conté la historia de Dios despertándome a las 3:00 a.m., de mi oración bajo las estrellas, del mensaje de Dios en Eclesiastés 3, y de mi Biblia, que se abrió exactamente en ese capítulo en medio de la oscuridad. Le dije que Dios nos estaba llamando a dejar el ministerio remunerado con el objetivo de servirle como voluntarios de tiempo completo, libres de ir a donde él nos llamara para compartir los mensajes dados a través su Palabra escrita.

Abril me miró con lágrimas en los ojos y la paz de Dios brillando en su rostro.

–Si eso es lo que Dios ha dicho, ¡eso es lo que haremos!

Yo no podía creerlo. Estaba listo para cualquier cosa, excepto para eso. Dios se había adelantado y había preparado el corazón de mi esposa.

Sabía que si hubiéramos hablado del llamado de Dios aquella mañana, las dudas hubieran dominado nuestras mentes. Y si hubiéramos hablado con otros, pondríamos en peligro nuestra rápida disposición a obedecer.

Nos arrodillamos nuevamente para agradecerle a Dios por ser el Dios que aún habla, y pedimos fortaleza para obedecer rápidamente.

Aquella mañana, salimos tras tomar un desayuno rápido. Más tarde, entregué mi renuncia, que entraría en vigor días después. Durante aquellos 39 días terminamos la obra local que Dios nos había encomendado y nos preparamos para la aventura que nos esperaba en 2017. «¿Cómo proveería Dios?», nos preguntábamos.

Vivamos la vida conforme a la Palabra escrita de Dios.

Medita

«Dios es demasiado sabio para errar, y demasiado bueno para privar de cualquier cosa buena a sus santos que andan íntegramente. El hombre está sujeto a errar, y aunque sus peticiones asciendan de un corazón sincero, no siempre pide las cosas que sean buenas para sí mismo; o que hayan de glorificar a Dios. Cuando tal cosa sucede, nuestro sabio y bondadoso Padre oye nuestras oraciones, y nos contesta, a veces inmediatamente; pero nos da las cosas que son mejores para nosotros y para su propia gloria» (La oración, p. 49).

En la práctica

  1. ¿Qué decisión difícil te pidió Dios que tomaras?
  2. ¿Recuerdas algunas historias bíblicas en las que Dios le pidió a alguien que hiciera un gran cambio de vida? ¿Qué aprendes de esas historias que puedas poner en práctica en tu vida?

Participa en las reuniones por Zoom

Cada miércoles de estos 40 días, tendremos un encuentro por Zoom (6:30 AM).

Tema: Vive como Elías – 40 Días de Oración 2025
Cada semana, el miércoles.
Únete a la reunión de Zoom:
https://us02web.zoom.us/j/87603273658?pwd=WqRTlihGm778cuKW8GbCvOqGVYzk5J.1

ID de reunión: 876 0327 3658
Código de acceso: 223988

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