«¿Qué haces aquí, Elías?» (1ª de Reyes 19:13).
Elías corrió delante del carruaje de Acab, bajo la lluvia, todo el camino a Jezreel, y probablemente se desplomó, exhausto, a la altura de la puerta principal de la ciudad. Quizás puso su manto sobre su cabeza para protegerse de la tormenta.
Mientras tanto, el rey Acab se abría camino hacia el palacio para informar a su esposa Jezabel de todos los acontecimientos del día.
Ella había nacido y crecido en una de las fortalezas del culto a Baal. Para Israel, era la campeona de la adoración a Baal. Ella escuchó, con creciente irritación, cómo Elías había ordenado a su marido que reuniera a Israel en el Carmelo y cómo había iniciado una contienda entre Baal y el Señor Dios. Se sentía profundamente preocupada con la exhibición pública de la incapacidad de los sacerdotes de Baal para crear una «respuesta creíble de Baal» a través del fuego.
La ira de Jezabel
Jezabel se estremeció al enterarse de que Elías había reconstruido el altar derribado al Señor Dios. Se llenó de ira cuando Acab detalló cómo el Señor Dios respondió la oración de Elías con fuego. ¡Cuando se enteró del fin de sus profetas, su hostilidad no tenía límites!
El tamborileo constante de la tan esperada lluvia sobre el tejado de la residencia del palacio real no hizo nada para disminuir su deseo de deshacerse de Elías de una vez y para siempre.
Imagina al profeta cansado, desplomado contra la muralla de la ciudad, bajo la lluvia. De pronto, una mano lo estrecha bruscamente y lo despierta. Elías levanta la capa para ver quién es: ¡un mensajero real! ¡Quizás su corazón saltaba de alegría! Tal vez pensó que el rey y la reina lo estaban invitando al palacio para arrepentirse de sus caminos y regresar al Señor Dios. Pero no sería así.
Las Escrituras dicen: «Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero para decirle: “Traigan los dioses sobre mí el peor de los castigos, si mañana a estas horas no he puesto tu persona como la de uno de ellos”» (1ª de Reyes 19: 2).
Sorprendido, miró cómo el mensajero escapaba bajo la lluvia. La lluvia fría goteaba sobre su cabeza y se deslizaba por su nariz.
Estaba hambriento, frío y mojado. Desanimado por el desafío de Jezabel y la cobardía de Acab, Elías reflexionó sobre su triste destino. Si la reina tenía oportunidad de llevar a cabo sus planes, pronto él estaría muerto.
El miedo se apoderó de su corazón. Dudas sobre el valor de lo que había sucedido durante el día se deslizaron en su mente. Quizás todo había sido en vano. Tal vez, nada haría que el pueblo de Dios regresara a él. «Viendo Elías el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida» (versículo 3).
Medita
«Elías debería haber enfrentado esta amenaza y juramento de Jezabel implorando protección al Dios del Cielo, quien lo había comisionado para hacer la obra que había hecho. Debería haberle dicho al mensajero que el Dios en quien confiaba lo protegería contra el odio y las amenazas de Jezabel. Pero la fe y el valor de Elías parecen abandonarlo» (Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 319).
En la práctica
1. ¿Por qué piensas que una victoria no asegura que sigamos confiando en Dios? ¿Qué podemos hacer al respecto?
2. ¿Cómo puedes animar a tu familia a seguir confiando en Dios ante el peligro?
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Tema: Vive como Elías – 40 Días de Oración 2025
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