Un zapatero remendón acudió al rabino Isaac de Ger y le dijo:
– No sé qué hacer con mi oración de la mañana. Mis clientes son personas pobres que no tienen más que un par de zapatos. Yo se los recojo a última hora del día y me paso la noche trabajando; al amanecer, aún me queda trabajo por hacer si quiero que todos ellos los tengan listos para ir a trabajar. Y mi pregunta es: ¿Qué debo hacer con mi oración de la mañana?
– ¿Qué has venido haciendo hasta ahora?, preguntó el rabino.
– Unas veces hago la oración a todo correr y vuelvo enseguida a mi trabajo; pero eso me hace sentirme mal. Otras veces dejo que se me pase la hora de la oración, y también entonces tengo la sensación de haber faltado; y de vez en cuando, al levantar el martillo para golpear un zapato, casi puedo escuchar cómo mi corazón suspira: ¡Qué desgraciado soy, pues no soy capaz de hacer mi oración de la mañana…!
Le respondió el rabino:
– Si yo fuera Dios, apreciaría más ese suspiro que la oración.
(La oración de la rana T.1. Anthony del Mello)
Trabajar por los demás, preocuparse por ellos, amarlos…, es una forma de acercarse a Dios, de sentirle. Sentimos más cerca de Dios cuando amamos a los demás. Él no desea oraciones vacías, Él desea oraciones llenas de sentimiento, que broten de un corazón sincero que le busque de verdad y permita al Espíritu Santo trabajar en él. No podemos decir que amamos a Dios y seguir siendo los mismos…. no podemos decir que amamos a Dios y no amar a los demás, simplemente, porque no sería verdad.
Un corazón sincero dará a luz una vida sincera.
Se puede trabajar y orar al mismo tiempo, si comprendemos que orar no es repetir palabras, sino hablar con Dios como con un amigo, y ayudar a los demás es, posiblemente, la manera mas bonita de orar sin palabras, simplemente sintonizando nuestro corazón con el de Dios a través del amor, A veces, un trabajo sincero por otros, puede ser una maravillosa oración de alabanza a nuestro Dios. A Él le agrada que ayudemos a otros, que nos amemos. De hecho, esta fue una de las últimas recomendaciones de Cristo antes de ascender al cielo. Podemos leerla en Juan 13:35: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros, así como yo os he amado. Que os améis unos a otros.”En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. El mandamiento no era nuevo, pero la humanidad lo había olvidado. Tampoco hoy lo es, pero necesita ser recordado.
Orar es estrechar lazos de amistad con Dios, es aprender a confiar en Él y entablar una relación de amor con nuestro Creador. Cuando esto sucede, el amor de Dios brota a través de nosotros hacia los demás. Es imposible contener los ríos de agua viva que brotan de nuestro interior, para apagar la sed de nuestros semejantes con ese bendito amor de Dios del que tan sedienta está la humanidad.
Dios no tiene centralita, ni horarios, ni cierra los fines de semana. Puedes hablar con Él en cualquier momento, y en cualquier lugar. No hay listas de espera, no hay que pedir cita, Él está siempre ahí para ti y para mi.
Podemos ir en el coche orando, podemos caminar y orar a la vez, podemos remendar un zapato mientras hablamos con Dios y sentimos su presencia y su calor. Como el viento no podemos verlo, pero sin duda alguna sentimos sus efectos en nuestro interior. Nos transforma, nos cambia, nos llena de Su amor.
Tenemos a nuestro alcance la mayor fuente de poder del universo: Nuestro Padre celestial, a una distancia tan cercana como una oración. Él siempre escucha, Él siempre responde. Nos ama y le preocupan nuestras cosas, por nimias que sean.
Lo que si debemos tener claro al orar es que la oración no pretende cambiar a Dios, sino transformarnos a nosotros. El propósito de la oración no es utilizar a Dios como si fuera una máquina expendedora, sino poner nuestro corazón y nuestra mente en sintonía con Su Voluntad, porque sólo Él sabe lo que nos conviene. Santiago 4:3 dice: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Muchas veces pedimos mal. Pero si nuestra voluntad se somete a la voluntad de nuestro Padre celestial, como la de un niño a su madre, entonces, podemos estar confiados que recibiremos lo que le hayamos pedido, porque aprenderemos a pedir según Su voluntad. Como dice 1º Juan 5:15: Esto os escribo a vosotros que creéis en el Nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna. Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos lo que le hemos pedido”. ¿No es maravilloso saber que nuestro Dios nos escucha y responde a nuestras oraciones? Tal vez no inmediatamente, tal vez como nosotros queremos, pero Él siempre responde. Unas veces es Si, otras es No, y otras es simplemente… espera. A veces, necesitamos aprender a confiar en Su amor.
Siempre, siempre, la oración abre la puerta al Espíritu Santo para obrar en nuestro interior, y la consecuencia es transformación y amor. Amor por Dios y por los demás, que se traduce en hechos, por pequeños que sean, de ayuda, aceptación y cariño hacia el otro.
Autora: Esther Azón. Teóloga y comunicadora. Productora TV, guionista y redactora web en HopeMedia. Editora de la Revista Adventista de España y ANN España.
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