Perpetuar dolores y rencores no cambiará quienes somos. Por el contrario, nos llevará lejos del ideal del evangelio. El perdón es la única solución.
De todas las cosas que nos hacen sufrir en este mundo, hay una que encuentro con frecuencia en los corazones de las personas que me buscan: el dolor. ¿Quién nunca fue herido o traicionado por alguien? Es imposible pasar por esta vida sin ser lastimado, pero, guarde bien esta información: es posible seguir la vida sin estar sujeto al dolor de lo que nos hicieron.
Dicen que el dolor es real, pero el sufrimiento es opcional. Eso no es 100% cierto. De hecho, la vida en un planeta contaminado por el pecado incluye una serie de experiencias dolorosas. Y, de hecho, cómo reaccionamos a esas experiencias es algo muy peculiar. Hay quienes se recuperan más rápido, otros demoran mucho tiempo. Pero esa diferencia no se trata solamente de una opción.
La manera en la que tratamos con la vida, nuestros patrones de pensamiento, cómo nos sentimos en las más diversas situaciones y cómo reaccionamos a ellas fue construida a lo largo de nuestro desarrollo. Y por desarrollo me refiero a la infancia y adolescencia, épocas en las que nuestro cerebro estaba pasando por grandes transformaciones para que llegásemos a ser quienes somos hoy. Y, seamos honestos, mucho de lo que vivimos en nuestros primeros (e importantes) años, no fue nuestra elección.
Nuestra forma de ser
No elegimos nuestra familia, la genética que heredamos, la época en que nacemos (mi hijo suele decir que querría haber nacido en los tiempos bíblicos), ni cientos de experiencias a las que fuimos expuestos. Y todo eso construyó nuestra forma de ser y estar en el mundo. Todo eso construyó la forma en la que tratamos con el dolor, produciendo un sufrimiento breve, leve, profundo o largo.
Es por eso, muchas veces, sufrimos cuando nos gustaría no sufrir. Es que el sufrimiento no es tan opcional como la frase de impacto sugiere. Su carácter opcional está en el hecho de que no es necesario que seamos rehenes de nuestra historia de vida. Pero dejar de ser rehén de ella es algo que requiere fe, intencionalidad y mucho esfuerzo. No es tan simple como se sugiere en un posteo de Instagram.
Humanidad común
A pesar de tener formas diferentes de reaccionar a las rigurosidades de la vida, todos compartimos en nuestra humanidad la capacidad de sufrir. También compartimos la capacidad de hablar. Y aquí existe una comprensión preciosa para habilitarnos a seguir la vida sin estar presos del dolor por lo que hicieron con nosotros.
¿Conoce ese comportamiento rudo, deshonesto, o infiel que tuvieron con usted? Aquellas palabras duras, maltrato, la pérdida de la confianza… todas esas cosas son propias de los seres humanos. ¿Y qué significa eso? Significa que son tan posibles de ser practicadas por el otro, así como yo también puedo practicarlas. Claro que sabemos que “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17), pero el hombre que no está en Cristo es así, sujeto a una diversidad de conductas malas.
Cuando reconozco que lo que hicieron contra mí es algo que, en ciertas circunstancias, sería posible que yo lo haga, comienzo a mirar de una forma diferente a lo que fue hecho a quien lo hizo. Comienzo a sentir compasión. La compasión, y sus efectos en la salud física y mental han sido cada vez más estudiadas por la psicología y, hoy, es uno de los énfasis que damos en la terapia para ayudar a nuestros pacientes en su salud mental.
¿Haríamos algo diferente?
Tener una humanidad común también implica, en términos de esa historia de vida que, como cité, en su fase más delicada e importante no fue elegida por nosotros. Si somos tentados a pensar “jamás haría lo que me hicieron”, debemos preguntarnos: “Si hubiera tenido las experiencias de vida de esta persona y hubiera nacido con las tendencias con las que ella nació ¿será que yo haría algo diferente?”.
Querido lector, no quiero que piense que estoy defendiendo que las personas pueden hacerse el mal las unas a las otras y que “está todo bien” porque “errar es humano”. No está nada bien pecar contra nuestro hermano. El pecado costó la vida de Cristo. Nunca estará nada bien pecar.
Un corazón abierto al perdón
Hoy quiero invitarlo a pensar sobre la disfuncionalidad que hay en guardar rencor y dolor. Esta es una práctica que no nos da beneficios, por mucho que haya sido el daño que nos causaron.
Cuando entendemos que quien pecó contra nosotros lo hizo en la carne, o sea, en su condición de ser humano, y que nosotros mismos, si estuviésemos en su lugar, podríamos haber actuado de la misma manera, abrimos nuestro corazón al perdón. ¿Y quién de nosotros no necesita de perdón? ¡Hasta en eso somos parecidos!
En la oración enseñada por Cristo, decimos: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). Eso nos recuerda que somos semejantes a los que se equivocan contra nosotros. ¡Todos carecemos de perdón!
Jesucristo fue el único que vivió una vida irreprensible. Y en la condición de irreprensible, él nos ofreció el perdón y la salvación. ¿Cómo nosotros, pecadores, podemos negarnos a perdonar?
Conclusión
“Nosotros mismos erramos y necesitamos la compasión y el perdón de Cristo, y él nos invita a tratarnos mutuamente como deseamos que él nos trate” (El Deseado de todas las gentes, p. 409).
Perdonar es un acto de liberación de sí mismo, y el medio por el cual iniciamos el proceso de curación de las heridas que hemos sufrido y del dolor que nos causan. Si no podemos evitar las heridas en esta vida, podemos elegir cerrarlas. Es de esa forma que sufrir se vuelve algo opcional.
Autor: Karyne Correia, psicóloga y magíster en Psicología, trabaja en el área clínica y realiza atención psicológica online.
Imagen: Photo by Jametlene Reskp on Unsplash
PUBLICACIÓN ORIGINAL: Curando heridas con perdón