Jamás dudes del poder de Dios para ayudarte. Aun antes de orar, Él ya tiene la solución para tus problemas. Todo lo que necesitas es confiar en él y creer que tiene una solución.
Durante siete años, abandoné los estudios universitarios. En esa época, trabajaba como técnica de laboratorio en el Sanatorio Adventista del Plata en Argentina. Fue allí que me enamoré de la bioquímica, y comencé a soñar con trabajar en esa área.
Finalmente, tomé la decisión de estudiar en una universidad no lejos de mi pueblo natal. Todo anduvo bien durante dos años. Tenía buenos profesores y me gustaban mis clases. Cuando un examen caía en sábado, solo tenía que acercarme a mis profesores y ellos me ayudaban. Pero entonces, me registré en una cátedra importante: Bioquímica Avanzada.
Comienzan los problemas
El primer día de clases, los estudiantes recibieron un cronograma completo de las clases teóricas, las prácticas, las clases en el laboratorio y los exámenes. Inmediatamente, noté un problema: los tres exámenes parciales estaban programados para los sábados. De los tres, solo podía recuperar dos. Perder los tres significaba perder la materia.
Solicitud especial
Después de orar mucho, me acerqué a la coordinadora y le expliqué mi situación. Le dije que era adventista, que guardaba el sábado, según lo enseña la Biblia. Le cité Éxodo 20:8-11. Me escuchó con atención. Su respuesta fue simple y cortés: “Entiendo tu situación. Tienes una objeción de conciencia. Pero no depende de mí. Presentaré tu caso al resto de los docentes. Regresa en una semana y te daré una respuesta”.
Llega la respuesta
Esa semana dediqué mucho tiempo a orar con fervor. Todos los días, y muchas veces por día, presentaba mi situación ante Dios. Finalmente, la coordinadora me llamó y me dijo: «Comprendemos tu situación. Las recuperaciones están programadas para el final del semestre. Si pierdes alguno de los exámenes, te autorizamos a tomar las recuperaciones al final del cursado. Haz lo mejor que puedas. Aún puedes hacer los trabajos prácticos, la práctica de laboratorio y asistir a las clases teóricas. Tan solo estudia, y recuerda que solo tienes una oportunidad de aprobar. Y además, tienes que rendir el final abarcador obligatorio».
Una oportunidad que aprovechar
Me fui de allí, agradeciéndole a Dios por la oportunidad que me daba. Ese semestre, creo que estudié para esa materia más que para cualquier otra. Estudiaba como si fuera a rendir los parciales, y cumplí además con todas las prácticas y trabajos de laboratorio. Si hacía mi parte, sabía que Dios haría el resto.
La mañana anterior al primer parcial conseguí un examen de años anteriores y procuré responder las preguntas para saber cuán preparada estaba. Me sentí segura al ver que respondí todas bien. Cuando llegó el sábado, lo recibí con gozo, y lo pasé en mi iglesia local.
Una compañera me dijo más tarde que el examen había sido difícil, y que había sido la única ausente. A otros docentes y compañeros, que no conocían mi historia, les pareció raro que me perdiera el examen. Fue mi oportunidad de testificar de mi fe y creencias a todos los que quisieron saber por qué había faltado al examen.
Dios estaba obrando en silencio
Pasó un mes. Dos días antes del segundo parcial, los empleados de la universidad entraron en paro desde un jueves hasta un lunes. Se pasó entonces el examen al martes siguiente. Como había estado estudiando, pude rendir el segundo parcial, que aprobé con una excelente calificación.
Después de recibir las calificaciones de ese examen, un compañero habló en nombre de todos. Dijo que si un paro de personal había llevado a los docentes a cambiar la fecha de un examen, la clase solicitaba, con todo respeto, que se cambiara la fecha del tercer parcial, para que yo lo pudiera rendir con todos los demás. Sin saberlo, los docentes ya habían estado considerando esa posibilidad, y estuvieron felices de hacer el cambio. Pasaron la fecha del tercer examen a un martes. Lo rendí, y entonces rendí la recuperación del primer examen que había perdido. Finalmente, rendí el final abarcador. Aprobé todos los exámenes con excelentes calificaciones.
Mi confianza en Dios se ve recompensada
Desde entonces, los versículos bíblicos que me habían apoyado durante esos días se volvieron mis favoritos, y permanecieron conmigo hasta el fin de mis estudios. Entre ellos, Mateo 6:33: «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» y Marcos 9:23: «Si puedes creer, al que cree todo le es posible».
Después de esa experiencia de mantenerme firme en mi fe, jamás volví a tener problemas, y logré graduarme según lo planeado. Regresé a trabajar al Sanatorio Adventista del Plata, ahora como bioquímica.
La lección que aprendí aún me acompaña. Jamás dudemos del poder de Dios para ayudarnos.
Aun antes de orar, él ya tiene la solución para nuestros problemas. Todo lo que necesitamos es confiar en él y creer que siempre tiene una solución para nosotros. Mi Dios jamás me ha abandonado. A lo largo de mi vida profesional, Dios siempre ha estado allí, a mi lado, prosperando todos mis caminos. No dudo de su presencia ni por un segundo. Él hará lo mismo por ti. ¡Confía en él, y todo saldrá bien! *Todas las referencias bíblicas de este artículo son tomadas de la versión de la Biblia Reina-Valera 1960 (RVR1960).
Autora: Marta Susana Díaz, posee un título de grado en Bioquímica (Universidad Nacional de Tucumán, Argentina) y en Ingeniería Química (Universidad Nacional de Salta, Argentina).
Publicación original: Marta Susana Díaz, “Confía en él, y todo saldrá bien,” Diálogo 35:1 (2023): 22-23