La Libertad Religiosa es más que un derecho fundamental que nos capacita para escoger voluntariamente una religión. Tiene un origen bíblico.
«Y andaré en libertad, porque busco tus preceptos». (Salmo 119: 45)
De manera general, podemos considerar la Libertad Religiosa como un derecho fundamental que, dentro del ordenamiento jurídico español (y más en concreto de su Carta Magna), concede a los ciudadanos la prerrogativa de escoger voluntariamente la religión a la que se quieren adscribir, así como de practicarla en el ámbito privado y público. Todo ello, por supuesto, dentro de nuestro marco normativo.
Sin embargo, y a pesar del interés actual de muchos Estados en su defensa y protección, considerar que la Libertad Religiosa es un concepto puramente humano, sería algo pretencioso. Más bien, en las Escrituras descubrimos como el Señor extiende los principios básicos de su gobierno universal a la humanidad caída para que los aceptemos de manera libre, derivando para nosotros en grandes bendiciones si escogemos sabiamente.
Por ello, el objeto de este artículo es determinar de forma no pormenorizada la manera en la que dicho derecho se ha venido ejercitando a lo largo de los siglos dentro del pueblo de Dios, siendo impulsado por el Señor mismo, puesto que la libertad de elección forma parte de la esencia espiritual con la que los seres humanos fuimos creados.
El concepto divino de libertad
Es inevitable que, al abordar determinados conceptos jurídicos, lo hagamos desde una perspectiva grecorromana, puesto que no solo somos hijos de nuestro tiempo, sino también deudores intelectuales de aquellos que establecieron los cimientos de nuestra sociedad actual. Esta visión de las cosas no solo abarca en la actualidad a los países europeos de origen latino, sino que se ha venido extendiendo a muchos otros a lo largo de la historia por diversos motivos socioeconómicos que encuentran su máxima expresión en el capitalismo y la interconexión que deriva de las redes sociales
Por eso, y aun teniendo presentes las naturales diferencias culturales, cuando personas tan geográficamente distantes como un japonés, un marroquí o un alemán piensan en palabras como “tribunal” o “juicio”, comparten una idea muy semejante de las mismas que, simplificando mucho, tendría que ver con un individuo que evalúa desde una posición de autoridad la inocencia o culpabilidad de los actores en un proceso.
Sin embargo, para Dios esto solo es cierto en parte. De hecho, si acudimos al libro de los Jueces, descubriremos individuos cuya función por y para el pueblo de Israel se distanciaba en gran medida de este concepto moderno. Por supuesto, la resolución de conflictos no estaba fuera de las competencias de los jueces, tal como deducimos de la historia de Débora, quien dirimía las diferencias de su pueblo bajo una palmera (Jue 4, 4-5). Pero, en mayor medida, la labor de los jueces era otra muy distinta.
La libertad religiosa en Israel
Si observamos el proceso espiritual del Israel de la época (Jue 2, 18-19), descubriremos que era cíclico, e implicaba siempre el orden siguiente: 1) los hebreos se olvidaban de Dios; 2) el Señor se apartaba de ellos; 3) los enemigos los sometían; 4) Israel rogaba al Señor por auxilio; 5) el Señor levantaba a un juez de entre los suyos.
La labor de los jueces, desde el momento en que eran escogidos, consistía principalmente en librar al pueblo de Dios del yugo de sus enemigos, ya fueran estos filisteos, moabitas, madianitas, etc. Y es que el mismo verbo que en las Escrituras nosotros traducimos como “juzgar” (shafat en hebreo), significa también y en especial “liberar”. La implicación de esto no es poco importante, pues supone que para el Señor, juzgar y liberar son una misma cosa.
Tal como relata Lucas 1, 18-19, este mismo concepto es el que comparte Jesús con los judíos cuando pisa nuestro mundo. Leyendo en la sinagoga, el Maestro se hace eco de las palabras de Isaías 61,1 para decir lo siguiente refiriéndose a sí mismo: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.
La libertad, fundamento del gobierno de Dios
Así, la libertad es uno de los fundamentos del gobierno divino, manifestado en su pueblo y a través del Mesías en una obra que tiene como objetivo apartarnos del mal y de sus estragos para nuestro propio bien. Jesús, como ya hizo en el pasado, quiere separarnos de la esclavitud del pecado, por lo que su juicio hacia nosotros es a nuestro favor, al tiempo que la religión que nos invita a practicar es un acto de bondad hacia el prójimo.
Ahora bien, siendo que el pueblo de Dios se ha encontrado históricamente inmerso en numerosos conflictos de carácter espiritual, es difícil interpretar esta fórmula en todo momento a lo largo de las Escrituras. La pregunta que surge entonces versaría sobre cuál es el papel de la libertad desde una perspectiva puramente religiosa, esto es, en cuanto al derecho del individuo a escoger y practicar su religión en el contexto bíblico.
Evangelio y libertad religiosa
Un ejemplo clásico de la capacidad de elección del ser humano, así como del hecho de que Dios no nos fuerza a nada, lo encontramos en el joven rico. Tras su encuentro con Cristo, el muchacho decide marchar sin aceptar plenamente el mensaje del Salvador, lo que es achacable a su propia voluntad y falta de compromiso (Marcos 10, 21-22). Jesús, sin duda muy apenado, le deja marchar.
Pero, si nos retrotraemos al Edén, descubrimos esa misma actuación del Señor ya dirigida a nuestros primeros padres. Dios les advierte del peligro de consumir el fruto del árbol prohibido (Génesis 2, 16-17), pero no lo rodea de zarzas afiladas ni de ángeles que monten guardia. Adán y Eva han de tomar sus propias decisiones porque de lo contrario Dios se traicionaría a sí mismo y, con ello, a todo el universo.
Nótese que en ambos casos, el dilema gira en torno a una elección que vincula al ser humano con lo trascendente, con la forma en la que va a relacionarse con Dios. Son claras muestras del ejercicio de una libertad religiosa, pues las opciones en todo caso determinan qué tipo de religión se va a practicar y, por tanto, a qué tipo de Dios se va a seguir.
También en ambos casos, la advertencia o la enseñanza es el único método divino para evitar que tomemos malas decisiones. La base de la auténtica libertad no es, por tanto, la coerción, sino la educación que el Señor ejerce tratándonos siempre como a adultos racionales (sin paternalismos ni condescendencia), porque nos creó con la capacidad de tomar decisiones. A partir de ahí, la responsabilidad es nuestra.
Particularidades de ciertos momentos históricos
Esta dinámica va a continuar aun en los casos más complejos de la Biblia, si bien es cierto que con patentes particularidades que se vincularán al momento histórico. La más significativa será, muy probablemente, el conflicto de dios-contra-dios que deriva de las guerras del mundo antiguo, en la que los pueblos luchaban en nombre de sus dioses. Ello implicaba que cada victoria o derrota, más allá de las evidentes consecuencias territoriales y económicas que tuviera en las naciones involucradas, influía en la manera en que eran catalogadas sus divinidades en términos de poder.
Entendiendo esto, Moisés solicitará en numerosas ocasiones a Faraón que deje salir a su pueblo de Egipto. Solo la reiterada negativa del gobernante desencadenará, una tras otra, las diferentes plagas que asolarán a su nación. El intento de someter a Israel, de no permitirle practicar su religión en libertad, es respondido de manera contundente por un Dios que no se impone de manera deliberada, pero que tampoco permite que su poder sea ensombrecido ni ninguneado.
Del mismo modo, David se enfrentará a Goliat, no porque desee forzarle a creer en el Dios hebreo, sino porque el filisteo es una amenaza a la credibilidad del Señor y, con ello, a la predicación de su Palabra entre otros pueblos. Las amenazas y maldiciones del gigante en 2 Samuel 17, 43 se traducen en una imposición, en un deseo de esclavizar a Israel bajo el yugo de sus dioses falsos. La respuesta del joven pastor es un canto a la protección del Señor, que defenderá el derecho de los suyos a seguir siendo fieles a sus creencias.
Consecuencias de la confianza
La defensa que Moisés y David hicieron de su libertad religiosa y, con ello, del Dios que se revela tras ella, produjeron frutos inesperados. Éxodo 12, 37 expresa que cuando los israelitas abandonaron Egipto, también salió con ellos una gran multitud de toda clase de gentes […]. Igualmente, entre ese cuerpo de militares de élite, bautizado como “los valientes de David” y que constituían su guardia personal y de confianza (2 Samuel 23, 8-39), podemos encontrar a extranjeros de la relevancia de Urías, el hitita.
Todo ello revela, de forma sorprendente, que la defensa que Moisés y David hicieron de su derecho a practicar su religión sin injerencias externas, derivó en una concienciación de los pueblos afectados por el conflicto, lo que se tradujo en verdaderas conversiones. Este mismo esquema y resultado lo podemos encontrar en la historia de otros muchos líderes que, desde Noemí hasta Pablo, apostaron por abogar por su fe y compartirla en circunstancias difíciles.
Libertad y conciencia
Al fin, la libertad de elección se vincula con la libertad de conciencia. No tener miedo de defender nuestras creencias no es un acto de hostilidad o falta de solidaridad, sobre todo cuando las leyes aun nos amparan a la hora de hacerlo, sino una oportunidad de exponer ante la sociedad quiénes somos y quién es aquel a quien seguimos. Esa es, además, la conclusión a la que las Escrituras nos permiten llegar.
Para un cristiano, la amplia mayoría de las decisiones que toma tiene implicaciones significativas. Ejercer nuestras libertades en aquello que el Señor estima que es bueno y necesario es probablemente uno de los retos más importantes que debemos afrontar, pero las experiencias que se relatan en la Biblia nos muestran como de ello pueden surgir milagros inesperados.
1 Corintios 10: 29 expresa: «[…] ¿por qué ha de ser juzgada mi libertad por la conciencia ajena?» El Señor es el juez último, el liberador de nuestra vida. Ojalá su conciencia sea la que guíe nuestros actos para que podamos dar testimonio de la libertad con la que Dios nos creó y del verdadero Señor que pudimos escoger gracias a ella.
Autor: Rubén Guzmán, responsable de Libertad Religiosa, y pastor, de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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