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Queridos padres:

Esta mañana he escuchado vuestra oración desesperada. Un grito sordo que ya he escuchado muchas otras veces:

—¡Señor! ¿Qué hemos hecho mal con este hijo? ¿Tal malos padres somos?

Así que en mi carta de hoy, no voy a hablar de tu hijo; voy a hablar de vosotros. De vosotros y de mí.

Sabed que os comprendo perfectamente porque yo también he pasado y sigo pasando por lo mismo, por la angustia de ver cómo mis hijos no siguen el ideal que yo les he marcado, por la angustia de ver cómo arruinan su vida, por la angustia de ver cómo sufren. Pero yo les di personalidad propia y la libertad de elegir su propio camino. Y ahora no puedo, no quiero quitársela.

Así que partamos de esto. Vuestro hijo, mi hijo, realiza elecciones propias y por ello corre el riesgo de equivocarse, igual que vosotros.

Lo siguiente que debéis saber es que todavía confío en vosotros como padres. No os rindáis. Juntos podremos hacer frente a la situación. ¿O acaso creíais que, cuando os entregué a vuestro hijo, no sabía las dificultades que tendríais?

Y ahora recomponeros, respirad hondo porque tenemos un duro trabajo que realizar.

Lo primero que debéis hacer es mirar hacia delante, mirad hacia el futuro. De nada sirve culpabilizaros de si hubiera hecho tal y cual otras cosas. Nadie os puede asegurar que si lo hubierais hecho diferente el problema no se habría presentado igualmente. Y el pasado ya no se puede volver a repetir, con sus errores y sus aciertos.

Analizad lo que habéis hecho antes de que surgiera el problema y cómo habéis reaccionado cuando se ha producido. Intentad poneros en el lugar de vuestro hijo, en su piel, en sus pensamientos, en sus sentimientos.

Y ahora poned soluciones. ¿Qué necesita vuestro hijo para salir del problema o por lo menos vivir con ello de la forma más equilibrada? No, no penséis en vosotros o en cómo su problema os puede afectar a vosotros. Pensad en él; él tiene el problema y os necesita.

¿Necesita disciplina? Aplicadla razonadamente, que él entienda la gravedad del asunto. Debe ser una disciplina que sirva para corregir el problema, no se trata de castigar por castigar. Pero sobre todo aplicadla con amor. Que él no pueda dudar jamás de vuestro amor hacia él.

¿Necesita tiempo y espacio para reflexionar, curar sus heridas y tomar nuevas decisiones? Los problemas graves no se solucionan en unas horas ni en una sola conversación. Dadle tiempo y espacio, no lo agobiéis, pero que él sepa que estáis ahí cerca para que, cuando llegue el momento, pueda aferrarse a vosotros.

¿Necesita ayuda? Yo he puesto a vuestra disposición toda la ayuda que necesitáis: familia, amigos, vuestra comunidad cristiana y un montón de profesionales de cualquier rama (médicos, educadores, psicólogos…) que os pueden orientar en aspectos más concretos. Buscad ayuda para él, pero buscad ayuda también para vosotros. No os quedéis solos, no os aisléis, no intentéis ocultar vergonzosamente el problema. Levantad la cabeza y luchad. Yo estoy con vosotros.

En vuestras manos he dejado mi tesoro más querido porque confío en vosotros. Y, si me deja, ya hablaré yo con él.

 

Autora: Esther Villanueva. Maestra de educación infantil y primaria. Coordinadora de la sección infantil de Aula7activa y del proyecto Mi Biblia, mi tesoro.

Foto: Angello Lopez en Unsplash

Revista Adventista de España