Verdaderamente, cantar es un poderoso don de Dios. Puede inspirar, expresar nuestro dolor y nuestra lucha, aliviar nuestra pena y nuestra pérdida, secar nuestras lágrimas y devolvernos la alegría.
Cantando bajo la lluvia es, sin lugar a duda, uno de los musicales cinematográficos más célebres de todos los tiempos. Una de sus escenas más memorables muestra a un Gene Kelly enamorado colgado de un farol y cantando el tema principal con una amplia sonrisa en su rostro. A pesar de su exuberancia romántica y su aparente despreocupación, ese tema musical tiene como telón de fondo «nubes tormentosas» siempre presentes. Sin embargo, nos recuerda que la felicidad puede brillar incluso en los momentos más sombríos. Como tal, ofrece una invitación a seguir cantando cuando nos enfrentamos a circunstancias adversas.
Los cristianos deben ser los primeros y los mejores en cantar bajo la lluvia. Convencidos de que el Señor reina, y reina de forma suprema, los cristianos pueden cantar, llueve, truene o relampaguee, si tienen presente que Dios sigue siendo el Creador y Gobernante supremo del universo (cf. Salmo 22:28; 47:8; 103:19; Daniel 4:34-35; 1° Timoteo 6:13-15).
Comprender el reino de Dios
El reino de Dios trasciende el tiempo y el espacio, las culturas y las civilizaciones, los pastores (sacerdotes) y los políticos. El reino es a la vez ahora y todavía no, presente y todavía futuro.[1-2] Por lo tanto, los cristianos reconocen el señorío de Jesús cuando muestran la realidad del reino en sus vidas.
Sin embargo, también recuerdan que el reino aún no ha llegado en toda su plenitud. Como peregrinos, viven con la gran esperanza de que el reino de Dios pronto se manifestará plenamente en la Segunda Venida de Jesús (cf. Filipenses 3:20). Por consiguiente, los cristianos viven en la tensión entre la primera y la segunda venida de Jesús, entre la inauguración y la consumación del reino de Dios.
El problema es que muchos cristianos tienden a enfatizar la fase de consumación del reino, mientras que no aprecian plenamente el impacto y las implicaciones de su inauguración. La atención se centra en «¡Cuando Jesús venga en gloria, ya no habrá más lágrimas, ni tristeza, ni dolor!» Pero ¿y ahora? ¿Cómo debemos afrontar los retos y las pruebas de esta vida mientras esperamos la consumación del reino?
La respuesta está en recordarnos a nosotros mismos que el Señor reina, ¡incluso ahora! Porque él reina, podemos cantar bajo la lluvia. Porque él gobierna todo el universo, incluidos los pequeños detalles de nuestras vidas, podemos seguir cantando incluso cuando todo parece estar en nuestra contra.
Cuando llegan los problemas
Sin embargo, hay momentos en que nos volvemos olvidadizos, especialmente cuando las adversidades nos desgastan hasta el punto de estar desconsolados, abatidos y desesperados. Encontramos una situación así en el Salmo 137, cuando el pueblo de Dios reflexionaba sobre su exilio en Babilonia, a cientos de kilómetros de su hogar. Jerusalén, la ciudad de la paz, yacía en ruinas. La Tierra prometida parecía perdida. El templo, símbolo de la presencia de Dios, estaba arrasado. Militarmente, fueron derrotados. Políticamente, fueron humillados. Económicamente, fueron devastados. Socialmente, fueron subyugados. Espiritualmente, estaban exhaustos. Su fe había sido tan sacudida que los hijos de Israel no tenían nada que decir. Al recordar su viaje al exilio, pensaron en Sion. Desorientados y consumidos por una gran sensación de impotencia y abandono, colgaron sus arpas, se sentaron y lloraron.
Entonces comenzaron las burlas. «¡Vamos!» gritaban sus captores babilonios. «Ustedes son famosos por su canto y su música. Cántennos una de sus canciones. Después de todo, ustedes son “el pueblo elegido de Dios”. ¡Vamos, canten!» ¿Pero cómo podían cantar esos cantos de Sion en esta tierra extranjera? ¿Cómo podían proclamar el poder y la fuerza de Dios, cuando ellos, su propio pueblo, eran débiles y estaban derrotados? ¿Cómo podían cantar cantos de alegría, esperanza y promesa cuando todo lo que era suyo había sido reducido a escombros, cenizas y desesperación? No, simplemente colgaron sus arpas, entraron en un periodo de llanto y se negaron a cantar.
¿Por qué no cantaron?
Quizá se negaron a cantar por santa indignación. Podrían haber dicho: «¿No se dan cuenta de lo destrozados que estamos? ¿Cómo se atreven a pedirnos que cantemos como si estuviéramos montando un espectáculo?»
O tal vez no cantaban porque estaban muy desanimados, desmoralizados y abatidos. ¿Has llegado alguna vez a un punto tan bajo en la vida en el que aunque tengas un canto dentro de ti no puedas cantarlo? A veces la vida puede ser tan dura, tan difícil, tan dolorosa. A veces la vida parece no tener ningún sentido. En ocasiones el dolor es tan profundo que pensamos que nos vamos a volver locos. A veces intentamos ser lo más positivos y alegres posible, pero nuestro espíritu jovial y nuestras carcajadas esconden un profundo sentimiento de tristeza y dolor.
Asfixiados por el dolor, a los cautivos israelitas les resultaba imposible cantar; colgaron sus arpas.
¿Por qué no cantaron? ¿Podría ser porque tenían el enfoque equivocado? Escucha estas palabras incluidas en el salmo: «Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos y llorábamos acordándonos de Sion» (Salmo 137:1).
Recordaban Sion, su centro social, político y económico. Recordaban su capital religiosa, una ciudad donde Yahvé había sido particularmente activo en la historia de su nación. ¿Cuántas veces los mensajeros de Dios predicaron el arrepentimiento en esa ciudad, pero se negaron a escuchar? ¿Cuántas veces recorrieron los profetas las calles de Jerusalén suplicando a la gente que se apartara del mal, pero no atendieron al llamado? Durante años, se habían aferrado a los signos externos de la religión, el Templo, las ceremonias, y sin embargo no estaban dispuestos a seguir los caminos de Dios. Y ahora que el Templo había desaparecido, les faltaba fe.
Lamentablemente, cuando los cautivos se negaron a cantar, también se negaron a dar testimonio. Sus captores siguieron incitándolos a cantar. Evidentemente, sus captores no les habrían pedido cantos de Sion si ya hubieran estado cantando. En lugar de eso, los hijos de Israel lloraron por Jerusalén cuando podrían haber testificado a través del canto que el Creador era más grande que la ciudad, que su Dios era más grande que el Templo. Se negaron a cantar cuando podrían haber dado testimonio de que la fe apasionada era más fuerte que sus pruebas, y que su Dios era más fuerte que cualquier calamidad. Podrían haber cantado para declarar que su Dios gobierna sobre las naciones; que su gracia no se ve constreñida por las circunstancias y que su poder no se ve frenado por la adversidad.
Canta de todos modos
¿Qué hacemos cuando las cosas van mal, cuando llegan las pruebas, cuando se pierde la esperanza? ¿Seguimos cantando bajo la lluvia? ¿Podemos cantar los cantos del Señor en la tierra extraña de la desesperación, del dolor y del abandono? ¿Qué debemos hacer cuando tenemos ganas de rendirnos? ¿Qué podemos hacer cuando no tenemos ganas de cantar?
La respuesta debe ser clara: sea cual sea la aflicción, la prueba o la tribulación, canta de todos modos. ¡Canta bajo la lluvia!
No siempre es fácil, sobre todo cuando el maligno viene a burlarse de nosotros y nos desafía a cantar. Quizá hayamos pasado por eso. El padre llega a casa y le dice a la madre: «Os dejo a ti y a los niños». Y el diablo dice: «Ahora canta».
El médico dice: «Es cáncer». Y el diablo se burla: «¡Ahora canta!».
Las calificaciones no son lo que esperábamos, y el diablo nos desafía a cantar.
Entonces, ¿qué debemos hacer cuando no deseamos cantar? Sean cuales sean las circunstancias, canta como sea. Canta. Sean cuales sean las pruebas, no cuelgues las arpas. Canta bajo la lluvia. Porque estamos llamados a cantar en el reino. La alabanza es un arma poderosa. Elena G. White escribió: «Tributemos alabanza y acción de gracias por medio del canto. Cuando nos veamos tentados, en vez de dar expresión a nuestros sentimientos, entonemos con fe un himno de acción de gracias a Dios… El canto es un arma que siempre podemos esgrimir contra el desaliento».[3]
Verdaderamente, cantar es un poderoso don de Dios. Puede inspirar, expresar nuestro dolor y nuestra lucha, aliviar nuestra pena y nuestra pérdida, secar nuestras lágrimas y devolvernos la alegría.
Pensemos en Pablo y Silas. Habían sido injustamente encarcelados (Hechos 16:16-26). Tenían los pies en el cepo. En su dolor, empezaron a orar. Pero cuando orar no fue suficiente, empezaron a cantar. Comenzaron a alabar y a adorar a Dios. ¿Qué cantaban? No lo sé. Tal vez cantaron algo como esto:
«Paso a paso Dios me guía; ¿qué más puedo ya pedir?
Nunca dudo de su gracia, pues conmigo puede ir.
Paz divina y consuelo al confiar en él tendré,
pues si algo sucediere, Cristo lo sabrá muy bien» [4]
Fuera lo que fuese lo que cantaban Pablo y Silas, se negaron a que el diablo les arrebatara su cántico. Cantaron bajo la lluvia. Y la tierra tembló, y las puertas de la prisión se abrieron de par en par mientras ellos seguían alabando a Dios.
¿No es eso lo que debemos hacer cuando llega la adversidad? ¿No deberíamos cantar bajo la lluvia? Como cristianos, no cantamos porque la vida sea fácil; cantamos porque,
independientemente de lo que la vida nos depare, sabemos que Dios sigue estando con nosotros. No cantamos porque no tenemos problemas; cantamos porque servimos a un Dios especializado en resolver problemas. A veces tenemos que cantar entre lágrimas. A veces, puede que tengamos que cantar a través del dolor y el sufrimiento. En ocasiones, puede que tengamos que cantar a través de nubes oscuras y días tormentosos. A veces, puede que tengamos que cantar a través de preguntas difíciles y dudas persistentes. Pero debemos decidirnos a seguir cantando bajo la lluvia, a seguir alabando, a seguir adorando. Debemos cantar bajo la lluvia porque estamos bajo su reino.
Dios no dijo: Alábame solo después de que recibas tu tan esperada bendición. No dijo: alábame solo cuando las cuentas estén pagadas. Él no dijo, alábame solo cuando tu salud sea buena y cuando todo te vaya bien. Él dice, alábame porque soy digno, bueno, santo, justo, sabio y poderoso. Alábame porque soy el que te ha dado la vida, y soy el que le puede dar sentido a tu vida. Alábame porque nadie es igual a mí. En relación con la creación, soy autoexistente. En relación con la vida, soy autosuficiente. Sobre el tiempo el tiempo, soy eterno. En relación con el espacio, soy infinito. Relativo con el conocimiento, soy omnisciente. En relación con el poder, soy todopoderoso. Alabadme porque soy el Alfa y Omega, el primero y el último, el principio y el fin. Alábame porque yo reino.
Por eso, aunque no tengamos ganas de cantar, cantemos bajo la lluvia, porque nuestro Señor reina. Él reina. Como Pablo y Silas, cantemos bajo la lluvia.
Cristo, nuestro ejemplo supremo
Pero aún más que Pablo y Silas, cantemos como lo hizo Cristo. Él nunca dejó de cantar. «Mantenía comunión con el Cielo mediante el canto».[5] Incluso en el aposento alto, incluso a la sombra de la Cruz, él cantó. «Antes de salir del aposento alto», escribió Elena G. White, «el Salvador entonó con sus discípulos un canto de alabanza. Su voz fue oída, no en los acordes de alguna endecha triste, sino en las gozosas notas del cántico pascual:
Pueblos todos, alabadle.
Porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia;
Y la verdad de Jehová es para siempre.
Aleluya» (Salmo 117:6)
Jesús cantó un canto de alabanza incluso cuando la batalla en su corazón estaba furiosa. Cantó un cántico de alabanza incluso cuando él, que no conocía pecado, estaba a punto de convertirse en pecado por nosotros. Alzó un cántico de alabanza cuando se le preparaba la Cruz. Cantó un cántico de alabanza cuando aquel que es todo amor sería odiado. Cantó un cántico de alabanza como aquel cuyas manos sanaron a tantos y cuyos pies recorrieron los caminos de Judá y Galilea y aún así sería crucificado. Elevó un cántico cuando aquel que es vida conocería la muerte. Y como Jesús nunca dejó de cantar, nos invita a seguir cantando en su reino.
Peregrinos en esta tierra extraña, sigamos cantando, aunque llueva, porque estamos en su reino. Sigamos avanzando, sigamos alabando. Porque un día, cuando el plan de salvación de Dios se realice por completo, cuando la esperanza se traduzca plenamente en sustancia, en ese día glorioso, cantaremos en esa Tierra Nueva, y seremos ciudadanos de su reino!
* Este ensayo es una adaptación de un sermón predicado en la Iglesia Adventista del Séptimo Día Wood Green Community en Londres, Inglaterra, el 15 de octubre de 2022.
Autor: Alain G. Coralie, PhD, Teología, Universidad de Bristol, Reino Unido) ha aceptado recientemente el puesto de docente en el Departamento de Teología Práctica y Aplicada del Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día de la Universidad de Andrews, en Míchigan, EE. UU. Anteriormente fue secretario ejecutivo de la División Africana Centro-Oriental de los Adventistas del Séptimo Día en Nairobi, Kenia.
Imagen: Shutterstock
Notas y referencias
-
Para obras (en inglés) sobre el reino de Dios, véase George Eldon Ladd, The Gospel of the Kingdom: Scriptural Studies in the Kingdom of God (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1959, 1990); Stephen G. Dempster, (Downers Grove, Ill.: IVP Academic, 2003).
-
Todas las citas bíblicas son tomadas de la versión de la Biblia Reina Valera Actualizada (RVA-2015). Versión Reina Valera Actualizada, Copyright © 2015 por Editorial Mundo Hispano.
-
Elena G. de White, El Ministerio de Curación (Mountain View, CA: Pacific Press, 1959), 196.
-
Himnario Adventista del Séptimo Día (2010), 468.
-
Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, CA: Pacific Press, 1955), 54.
Ibid., 626.
Publicación original: Cantando bajo el reino