Lo voy a decir desde el principio; tengo un objetivo al escribir este artículo, y es convencerle de que la historia adventista es importante. Por supuesto, eso ya lo sabe, como dijo Ellen White, una de nuestras pioneras y profetisa: “No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor y sus enseñanzas nos ha guiado en el pasado”.1 Es más, aunque citamos a menudo esta frase, tendemos a estar poco interesados en nuestra historia pasada; en efecto, hemos “olvidado la manera en que el Señor nos ha guiado”.
Algunos pueden preguntase si la historia tiene tal relevancia para los Adventistas del Séptimo Día, quienes miran hacia adelante, al fin inminente de la historia. El conocimiento del pasado puede parecer sin importancia, quizás incluso como una especie de piedra de tropiezo. Lo que puede hacer que nos tambaleemos es no mirar atrás, y caer en la carrera de la fe que se supone ha de acabar en una corona celestial. De hecho, lo contrario es cierto.
El pueblo de Dios y la historia
A través del Antiguo y Nuevo Testamento Dios urge repetidamente a su pueblo a registrar, preservar y estar al tanto de su historia. El modelo de las Escrituras es que conociendo y reflexionando sobre nuestra historia, se nos recuerda cuánto le debemos a Dios más que a nosotros mismos. Conocer y reflexionar en los errores del pasado es un recordativo de nuestra necesidad de confiar en su poder, no en el nuestro. Saber y conocer cómo actuó Dios en el pasado también nos da confianza en que nos capacitará para cumplir con los desafíos que tenemos que enfrentar ahora y en el futuro.2
En los inicios, los Adventistas del Séptimo Día estaban bien al tanto de potencial que tiene la historia, tanto bíblica como de nuestra denominación; era un tema común para Ellen White. Añadida a la primera cita, ella escribió también, por ejemplo, que Dios mismo “ha declarado que la historia del pasado se repetirá cuando entremos en la culminación de la obra”. En consecuencia, afirmó: “La historia pasada de la causa de Dios necesita a menudo ser traída de nuevo ante jóvenes y ancianos”.3 Ella consideró “revisar nuestra historia pasada” como algo parte integral de nuestra misión y se arrepintió por nuestra falta de registrar permanentemente “las preciosas historias de lo que Dios ha hecho por nosotros”.4 De forma más genera, subrayó el deseo de Dios por el conocimiento de la historia entre aquellos que le adoran; enfatizó la necesidad de registrar, para las futuras generaciones, los eventos tanto en el mundo adventista como en el mundo cristiano más amplio, y destacó la importancia de la historia sagrada en la educación adventista.5
A pesar de todo, los Adventistas del Séptimo Día colectivamente han sido, y frecuentemente somos, descuidados respecto nuestra historia. Esto es así en parte por nuestro énfasis en el inminente regreso de Cristo, haciendo que, aparentemente, el pasado parezca poco importante. Creo (y temo) que hay una razón más. Algunos de nosotros tememos, aunque solo sea inconscientemente, que la investigación pueda revelar cosas que desacrediten nuestro pasado.
Aprendiendo las lecciones de Dios
En todo caso, para adaptarnos a lo que Ellen White dice, no tenemos nada que temer de nuestra historia, y mucho menos de aprender de ella. Ignorar hechos desagradables sobre el pasado es autodestructivo para aquellos que no han aprendido de los errores anteriores, pues frecuentemente los repiten. Más aún, desafía el ejemplo de las Escrituras.
Según Ellen White, “una de las mejores evidencias de la autenticidad de las Escrituras es que la verdad no se maquilla ni se suprimen los pecados de sus personajes más importantes”. Observó secamente:
“¿Cuántas biografías han sido escritas sobre cristianos sin fallos, quienes, en su vida doméstica diaria y en sus relaciones en la iglesia, brillaron como ejemplos inmaculados de piedad … de haber sido escritas por una pluma inspirada, habrían sido muy diferentes de como aparecieron?”
La narrativa bíblica, escribe ella, el detalle de las vidas de sus protagonistas “registran plenamente los problemas, derrotas, y victorias de los más grandes hombres que este mundo haya conocido”, con “todos sus fallos y locuras”. Aún así, esto no nos desanima; al contrario, “viendo que ellos lucharon y cayeron, cuando reunieron ánimo de nuevo y conquistaron a través de la gracia de Dios, nosotros encontramos ánimos”.6
Los Adventistas del Séptimo Día, individualmente y colectivamente, no siempre hemos hecho las cosas de forma eficiente, honesta o cristianamente. Pero eso también es cierto para Abraham, Isaac y Jacob; Moisés, Josué y los jueces; David y Salomón; y para los propios discípulos de Cristo. Cuando investigamos nuestra historia, así como cuando estudiamos las Escrituras, encontraremos los errores de humanos pecadores, y los triunfos otorgados por Dios a pesar de ellos.
Corriendo la carrera de la fe
Además de obtener escarmiento a través del conocimiento de errores y tropezones pasados, también podemos ser animados e inspirados por el ejemplo de vidas de compromiso y auto-sacrificio. El mejor ejemplo para esto es la narrativa histórica de personas de fe y la historia sagrada en Hebreos capítulo 11.
El autor enfatiza que incluso Abel, Enoc, Noé, Abraham y Sara “no recibieron las cosas prometidas”; a pesar de que tuvieron fe, murieron (vers. 13). Entonces, ¿cómo fueron capaces Isaac, Jacob, Esaú, José, Moisés, y todos los jueces y héroes de la historia bíblica, de mantener su fe? Cada generación de creyentes tiene el ejemplo de generaciones previas, que han vivido por fe y han sido fortalecidas por Dios para enfrentar terribles problemas. Nosotros tenemos hoy día el registro de muchas más generaciones de creyentes fieles, que enfrentaron la tortura, escarnio, prisiones, hambre y toda clase de penurias, pero “cuya debilidad fue convertida en fortaleza” (vers. 34).
Cada creyente a quien se dirige el libro de Hebreos fue escrito estaba rodeado de una “gran nube de testigos”, ¡cuánto más cierto es eso para nosotros hoy! Gracias a su ejemplo, podemos dejar “a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante” (Heb. 12:1 DHH) que concluye con Cristo, “el autor y consumador de nuestra fe”(Heb. 12:2) en el Cielo. Nuestra historia está muy lejos de ser una piedra de tropiezo, nos anima y fortalece.
Nuestros pioneros encontraron pobreza, ostracismo, hambre e incluso encarcelamiento, pero permanecieron impávidos. El primer misionero de la denominación, J N Andrews, literalmente pasó hambre hasta morir, invirtiendo todo el dinero que recibía en su trabajo, dejando insuficiente para sus propias necesidades. Los primeros misioneros enviados a Rusia y Oriente Medio fueron a menudo golpeados, multados o encarcelados. Docenas de adventistas fueron valientemente enviados como misioneros a África central y occidental, al sureste asiático, y a las islas del Pacífico Sur, a pesar de saber que esto significaba enfrentarse a enfermedades tropicales para las que aún no se conocían cura. Muchos murieron y están allí enterrados, en humildes tumbas, a veces tristemente olvidadas por las generaciones siguientes pero no por el Salvador al que sirvieron. “Y [en palabras del autor de Hebreos] ¿qué más puedo decir? No tengo tiempo para contarlo todo” sobre las experiencias de Joseph Bates, James y Ellen White, J N Loughborough, A G Daniells, E J Waggoner, W W Prescott, W A Spicer, G D Keough, Arthur Spaulding, Arthur Maxwell, A H Piper, C H Watson, W H Branson, F D Nichol, L E Froom, Ferdinand y Ana Stahl, y muchos otros.
Sus ejemplos nos pueden motivar y dar nuevos ánimos mientras proclamamos las buenas nuevas de salvación a un mundo roto por el pecado. Hay una “gran nube de testigos que nos rodea” hoy a los Adventistas del Séptimo Día.
Abrazando nuestra historia
Soy historiador de nuestra iglesia, tanto por vocación como por profesión; no estoy sugiriendo que todos nos volvamos eruditos. En cualquier caso, todos podemos animar a nuestros jóvenes a interesarse por nuestra historia. Las iglesias locales pueden explorar su propia historia y cómo la Providencia trabajó por ellos en el pasado, y pueden dedicar anualmente un sábado al Espíritu de Profecía y a la Herencia Adventista. De este modo, todos podremos afirmar, animar y orar por aquellos que indagan en nuestra historia.
Si queremos que nuestra iglesia cumpla con su misión, y si queremos ser fieles al Señor que nos dio esta gran comisión, necesitamos la confianza que viene del conocimiento de cómo Dios actuó en nuestro pasado. Necesitamos el castigo de conocer aquello en lo que hemos fallado por confiar en nosotros mismos. Necesitamos el poder que se obtiene al saber que hay una gran nube de testigos, hombres y mujeres normales, con muchos defectos e imperfecciones, que fueron transformados por la gracia de Dios en potentes vasijas para el derramamiento del Espíritu Santo. Más que ser una piedra de tropiezo, piedras polvorientas, que solo aparecen en la carrera de la fe, los eventos y personas de nuestro pasado son metafóricamente piedras fundamentales, los bloques del edificio, de nuestra Iglesia. Nos muestran el Autor y Culminador de nuestra fe, cuyo poder solamente puede transformarnos y llevarnos al cielo.
Referencias en inglés:
1 Life Sketches of Ellen G. White (1915), 196.
2 See David Trim, “Stones of meaning”, pt.1, “Sacred history”, Adventist Review, 188 (June 9, 2011), 500–502
3 Selected Messages, 3 vols. (1958-80), II, 389-90; Testimonies for the Church, 9 vols. (1901–9), IX, 365.
4 Life Sketches, 196; Selected Messages, II, 390, III, 320.
5 See Education (1903; 1952), 173-84 esp. 184; Messages to Young People (1930), 176; Selected Messages, III, 320-21; Testimonies, V, 521, 525, VI, 364–65, VIII, 307.
6 White, Testimonies, IV, 9, 10, 12; Patriarchs and Prophets (1958), 596.