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Los seres humanos somos una especie altricial, es decir, al nacer necesitamos un tiempo relativamente prolongado para completar el desarrollo del cerebro de forma plena, y dependemos de uno o más adultos para sobrevivir.

Ahora, no basta con la comida ni con los cuidados físicos, ni siquiera con el cariño. El ser humano recién nacido (y a lo largo de la vida) necesita una figura de apego que le entregue seguridad, lo que es una necesidad vital. Por esto, gracias a los cientos de estudios asociados al apego y al neurodesarrollo, podemos concluir que la presencia y la disponibilidad del cuidador principal (como mamá y papá) modelan el desarrollo del sistema nervioso del bebé y, por lo tanto, impactan de forma directa la vida de ese pequeño.

¿Cuál es la importancia de conocer esta información? Primero debemos entender cómo se produce el proceso de neurodesarrollo: el encéfalo (que está compuesto por el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico) sobreproduce conexiones neuronales durante los primeros 7 a 8 años de vida. Aquellas conexiones que reciben refuerzos (o son estimuladas) permanecerán en el tiempo e incluso se harán más fuertes; mientras que las que no reciben estimulación desaparecerán con el tiempo. Aquí está la clave del rol que ejerce el medio ambiente, que produce un impacto de gran importancia en la arquitectura cerebral y sus funciones.

El cerebro humano

Como el cerebro humano es el único cerebro de todos los seres creados que no ha completado su desarrollo al nacer, la continuación de este proceso depende de dos grandes factores: primero, al aportar valiosos nutrientes para concluir el neurodesarrollo (y que además va variando en su composición a partir de las necesidades del niño… ¡increíble!); y segundo, que es uno de los factores externos de mayor influencia en el adecuado neurodesarrollo, especialmente durante los primeros dos años de vida.

Las investigaciones demuestran que los niños alimentados con leche materna –al menos durante los primeros seis meses de vida– se enferman menos y tienen mejores funciones ejecutivas (atención, percepción, memoria, etc.). Además, aquellos que han experimentado un apego seguro son individuos con mejor autoestima, presentan una mayor estabilidad emocional, e incluso tienen un sistema inmune más sólido.

Por otra parte, se ha observado que el experimentar maltrato infantil podría generar una disminución del volumen cerebral y del número de sinapsis; todo, como consecuencia de un apego ambivalente o ansioso.

1-Jamás subestimemos el poder que tenemos los padres y las madres en la vida (y en el cerebro) de un bebé. Dejemos de repetir frases como: “Apenas sabe hablar”; “No entiende nada”; “No es para tanto”, etc. Sí entienden, y sí es para tanto.

2-Comencemos a valorar los momentos que tenemos con los niños, sobre todo en estos primeros años de vida. Si estás amamantando, deja el celular o cualquier distractor a un lado. Si estás jugando con tus hijos, también.

3-Como adultos cuidadores, se nos ha entregado la responsabilidad de velar por la integridad de nuestros hijos. Comencemos a tomarnos esta tarea en serio.

Autor: Cynthia Hurtado-Müller, licenciada en psicología y magíster en psicopatología y en neuropsicología. Es fundadora de la plataforma Neurofy (@neurofyok) y se desempeña como docente en la Universidad Adventista de Chile.

 

 

PUBLICACIÓN ORIGINAL: Apego y neurodesarrollo

Revista Adventista de España