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Inesperado

Eran la una de la tarde de un viernes de otoño. Me encontraba en clase, sentado en la quinta hilera de sillas mientras mi cabeza, reposada en mi puño izquierdo, escuchaba al profesor con atención. Sin duda era una asignatura que me entusiasmaba. A pesar de la mascarilla que yacía sobre mi cara, la monotonía en la voz del profesor y la poca gente que asistía a sus clases, mi pensamiento se mantenía en conexión con su discurso hasta que de su boca surgió la palabra “altruismo”.

Desde mi entrada a la facultad de psicología hacía tres años, se me había presentado un marco académico fundado en un firme empirismo secular, un ateísmo científico como norma basando el conocimiento y la verdad, en el experimento y la comprobación. No me era extraño escuchar alegatos evolucionistas a favor de la adaptación de las especies, o explicaciones biologicistas de la conducta humana. Lo extraño para mí, en ese momento, fue escuchar la palabra “altruismo”.

Como bien apunta Clifford Goldstein (2003), la ciencia, desde un perspectiva secular, siempre ha tenido problemas para explicar rasgos como la generosidad, la belleza o la bondad. ¿Cómo se podría abordar la felicidad o el amor a partir de la crudeza adaptativa de un individuo enfrentado con sus pares por la supervivencia? El bienestar de un niño va mucho más allá de un axioma matemático, y el sentido de la propia existencia trasciende la tabla periódica de elementos. Si es así, “¿qué tendrá que ver el altruismo con la ciencia?”, pensé yo en ese momento.

A continuación, les expongo mi síntesis entre el discurso del profesor y mis reflexiones espirituales en referencia al concepto del altruismo, y su relación con la moralidad humana.

Un concepto desafiante

Desde la caída de la raza humana, la evaluación moral ha sido una constante inherente a la existencia del hombre. Continuamente nos preguntamos: “¿Estaré actuando bien? ¿Estaré actuando mal?”. Y más importante todavía, la extrapolación social mantiene que la misma evaluación moral la hacemos con aquellos que nos rodean: “¿Estará actuando bien? ¿Estará actuando mal?”.

Desde ese momento, el ser humano lleva estudiando arduamente sus propias motivaciones, los determinantes de su comportamiento. En otras palabras: ¿por qué hacemos lo que hacemos? Se podría inferir que el motivo básico a nuestra conducta sería el bien individual. De esta manera se forjaría un mundo en el que cada uno velaría por lo suyo y actuaría en consecuencia, persiguiendo el beneficio propio. Pero no es así.

El altruismo se define como la tendencia a actuar en beneficio ajeno aun a costa del propio. La materialización del adjetivo incondicional, un enigma, un desafío. ¿Qué llevaría al hombre a sacrificarse a sí mismo por uno igual a él? El altruismo se rige como un rasgo transversal a la moralidad, un desafío al intelecto humano, un sinsentido a la lógica caída o, incluso, un poso de “eternidad” desde un pasado original impoluto (Eclesiastés 3:11).

Si “los cielos cuentan la gloria de Dios” (Salmos 19:1), y con ellos gran parte de una naturaleza caída, hay fenómenos sociales y psicológicos que señalan los orígenes de un ser humano hecho a imagen y semejanza de su Creador (Génesis 1:26). Y, siendo así, el altruismo es uno de esos vestigios celestiales.

¿Altruismo = Egoísmo?

Todo lo que nos rodea muestra las tendencias ateas de una sociedad perdida en su propia existencia. Muchos dicen: “No hay Dios” (Salmos 53:1), e intentan construir su realidad en base a ese dogma nihilista. Desde el comienzo, muchos se han envanecido en “sus razonamientos y en su necio corazón” (Romanos 1:21b). Intentando dar explicación al Universo sin mencionar a su Creador, desarrollaron “fábulas artificiosas” (2 Pedro 1:16), alimentando, así, la soberbia de un ser negado a dar gloria a un Dios evidente desde el inicio (Romanos 1:19-21).

Desde el modelo evolucionista, se debe tener en cuenta que el hecho de formar parte de un grupo (familiar, social, de trabajo, …), solamente es una manera que tiene la persona de aumentar sus posibilidades de supervivencia en un medio hostil. En otras palabras, yo no hago grupo con mis seres queridos por un ideal de amor, sino que me beneficio de hacer grupo con ellos para que yo pueda sobrevivir. Así se explicaría, también, el altruismo. Denominado altruismo egoísta (Dawkins, 1989), las conductas de sacrificio hacia las personas de mi grupo social, no serían ni más ni menos que una manera indirecta de beneficio propio. La persona piensa: “El grupo es lo que me ayuda a sobrevivir, por lo tanto, si yo ayudo al grupo, si yo me sacrifico por él, en última instancia, me estaré ayudando a mí mismo”. De esta manera, la ciencia desde una perspectiva biologicista definiría el altruismo como una forma de “egoísmo maquillado”.

La Biblia descubre el altruismo

Pero, ¿qué dice la Biblia? ¿Hallamos respuesta en los escritos bíblicos a tal acusación moral? Si lleváramos los alegatos evolucionistas al extremo, no dudaríamos en afirmar que el bien no existe, sino que nuestra ilusión de bien (ser altruistas) se fundaría, realmente, en el mal (ser egoístas). Pero, insisto, ¿qué dice la Biblia en este sentido?

“Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero” – 1 Juan 4:16

“Todo lo hizo hermoso en su tiempo, y ha puesto eternidad en el corazón del hombre, sin que éste alcance a comprender la obra hecha por Dios desde el principio hasta el fin” – Eclesiastés 3:11

La Biblia presenta el mayor ejemplo de altruismo, y relata como de tal manera amó Dios al mundo que se sacrificó incondicionalmente, dando a su hijo unigénito para que todo aquel que en Él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna (Juan 3:16).

La conducta altruista es la respuesta a un primer amor ya existente. El ser humano es altruista cuando responde al amor de Dios, el cual existía originalmente. El altruismo en la moralidad humana surge como un rasgo innato de una naturaleza no contaminada. Como cuando miras a tu mejor amigo y le dices: “¡Cómo te pareces a tu padre! Eres igualito”. El ser humano, aun caído, debe aceptar que en él hay vislumbres de eternidad, y que, a pesar de su estado de pecado, hay aspectos naturales en su forma de ser que claman desde un origen inmaculado. Como hijos de Dios, no hay nada más natural que encontrar en nosotros predisposiciones innatas de comportamiento, que nos liguen en parecido a nuestro Padre. Y qué mejor parecido que aquel que nos lleva a sacrificarnos por los demás, como Jesús hizo un día por nosotros.

¿Cómo ser altruista?

Atendiendo a la condición humana, estudios han descubierto en infantes tendencias altruistas aun desde las más tempranas edades (Hamlin, Wynn y Bloom, 2007). Pero esto contrasta drásticamente con la “jungla de maldad” que se desata en la edad adulta. Sin ir más lejos, nos sorprenderíamos de las tasas de delincuencia registradas en España, datos que ofrece el Ministerio del Interior (24 de febrero de 2021). Y esto no tiene ni punto de comparación con países donde el peligro es superlativamente mayor.

Llegados a este punto, la pregunta que se desencadena es: ¿qué determina que el altruismo aflore en la vida de una persona, o se marchite, dando paso a conductas individualistas, orgullosas o delincuentes (entre muchas otras)?

“…sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque escrito está: «Sed santos porque yo soy santo»” – 1 Pedro 1:15.16

“El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” – 1 Juan 2:6

Dos de las personas más cercanas a Jesús en su paso por la tierra, resumen de manera simple y concisa la vida del cristiano: parecerse a Jesús. Si Jesús fue santo, yo debo ser santo para seguirle. Como Jesús dependió del Padre para poder realizar su obra, yo debo seguir su ejemplo. Si Jesús se sacrificó por la familia humana, mostrando el mayor ejemplo de altruismo jamás demostrado, yo debería ser también altruista para parecerme a él. Pero, ¿cómo ser altruista?

Desempolvando algo antiguo

La ardiente cuestión que nos ocupa merece rememorar un antiguo debate que surgió siglos atrás en la filosofía escolástica (Téllez, 2020): ¿qué se necesita para que una persona presente un comportamiento virtuoso? Lo cual, adaptándola a nuestro punto principal, nos haría preguntarnos: ¿qué se necesita para ser altruista? Es decir, ¿qué necesito para parecerme a Jesús, en este sentido?

Rápidamente, podríamos decir que lo más importante sería la voluntad. Al fin y al cabo “querer es poder”, y lo que yo hago es lo que yo deseo hacer. Esa sería la visión voluntarista, la que basa el altruismo en la voluntad.

Pero algunos otros saldrían inmediatamente al paso y recriminarían a los primeros: “por mucho que quieras hacer algo, si no lo sabes hacer, nada puedes conseguir”. Aquí encontraríamos a los intelectualistas, que fundamentarían el altruismo en el conocimiento, y que abogarían por erradicar la ignorancia.

Aunque sea un momento, te invito a que reflexiones. ¿Qué es lo determinante para hacer el bien? ¿Voluntad o conocimiento? ¿Qué determina que yo sea altruista o no lo sea?

Piensa en tu iglesia, piensa en la sociedad que te rodea, piensa en ti mismo. ¿Qué es lo más importante? ¿Cuántas veces nos hemos propuesto salir a correr porque queríamos hacer más ejercicio durante la semana, y hemos acabado dejándolo a los pocos días? O, ¿cuántas veces hemos dicho “tacos” de pequeños (o de mayores) aun sabiendo que lo que hacíamos estaba mal (en la cabeza estaban nuestros padres: “Habla bien, no digas palabrotas”)? ¿No tienes la sensación de que algo falta en este debate?

La piedra que rompe el cristal

Es muy fácil teorizar o filosofar sobre aspectos aparentemente tan sencillos, pero que en la práctica se tornan tan complejos. Hacer el bien, ser altruista, no es tan fácil como presentar voluntad para serlo o tener el conocimiento necesario. No, no es tan sencillo. Esto es lo que dice la Biblia:

“Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago” – Romanos 7:15

Este versículo, de primeras, tumba la visión voluntarista. En otras palabras, el “querer es poder” es un principio incompleto. ¿La voluntad es importante? Sí. Pero, como se diría en ciencia, es una variable necesaria pero no suficiente.

Ahora vamos con el intelectualismo. De ello no se habla explícitamente en el versículo, pero el conocimiento que tenía Pablo sobre la moral divina es un elemento que se puede inferir fácilmente. Sabemos que el apóstol inicialmente fue un ortodoxo fariseo, un riguroso conocedor de la Torah. Pero, en ese caso, si él conocía los mandamientos y la Ley, ¿qué le lleva a declarar que hace lo que sabe que no está bien? Y es aquí donde la postura intelectualista cae por sí sola. El conocimiento, como la voluntad, es otra variable necesaria pero insuficiente.

El querer y el saber, aunque sumamente necesarios, no llevan por sí solos al ser humano a ser altruista, a parecerse más a Jesús. Pablo quiebra el debate escolástico. Ya no hay debate. Sin embargo, volvemos a la pregunta formulada con anterioridad: ¿cómo ser, entonces, altruista? ¿Cómo podemos llegar a parecernos a Jesús?

Una solución santificadora

“¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne, a la ley de pecado” – Romanos 7:25

“porque Dios es el que en vosotros produce el querer como el hacer, por su buena voluntad” – Filipenses 2:13

Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” – Juan 15:4

Siguiendo el capítulo 7 de Romanos, vemos que la solución que da Pablo a su estado de incoherencia, es Jesús mismo. Mediante la acción santificadora del Espíritu Santo sobre el hombre (Juan 3:8), tanto la voluntad como el conocimiento son bendiciones que Dios da a los que permanecen en él, esto es, a los andan conforme al Espíritu (Romanos 8:1). Eso es lo que en esencia nos hace ser altruistas: la indescifrable labor santificadora del Espíritu Santo en nosotros, el cual nos hace florecer en frutos de gracia, entre ellos el altruismo (Gálatas 5:22.23).

Altruismo: principio y final

Y puede parecer abstracto y tautológico dar respuesta a un concepto desafiante (el altruismo) con la misteriosa acción del Espíritu Santo. Podría parecer una respuesta evasiva al mismo concepto y a la evidencia científica evolutiva que inicialmente comentábamos. Pero no olvidemos la inmensa y sobrecogedora profundidad conceptual que hemos osado referir en este escrito.

“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? ¡Házmelo saber, si tienes inteligencia! […] ¿Quién puso la sabiduría en el corazón? ¿Quién dio inteligencia al espíritu?” – Job 38:4.36

“[El] entendimiento [de Jehová] no hay quien lo alcance” – Isaías 40:28

El altruismo es una de esas encrucijadas teórico-intelectuales en las que el individuo debe escoger (Deuteronomio 30:15). La postura evolucionista presentaría una cosmovisión basada en la férrea competencia, en una supervivencia hostil. Lo contrapuesto sería la “teoría bíblica” de amor, la cual da explicación al altruismo desde un poso innato de parecido con nuestro Dios Creador. Pero, importante, presta atención: sea cual sea la elección, ambas requieren de fe que las sustente. Porque, recordando a Job, te pregunto: ¿dónde estabas tú cuando el Universo comenzó a “funcionar”? ¿Hay alguien que pueda presentar algo más que “teorías” basadas en fe?

El estudio del altruismo ha supuesto para mí la reafirmación en el primer amor que un día experimenté, y que me ha llevado a ser quien soy a día de hoy. Nada importa, sino la elección por fe de la realidad que se desea ver delante de uno mismo. ¿Crees en una realidad hostil y construida en la supervivencia? ¿O crees en una realidad también hostil pero temporal, construida y salvada en el amor de alguien a quien te pareces?

Si lo piensas, todo es fe. La realidad, o cómo miremos la realidad, dependerá de una simple elección. Y más importante que esto, será vivir de acuerdo a la fe profesada y escogida. No hay nada más.

El altruismo me ha hecho escoger. Hoy, es tu desafío. Escoge y vive.

Autor: Andrés Roberto Traistaru Descultu, estudiante de psicología de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
Imagen: Photo by Toa Heftiba on Unsplash

NOTAS

Referencias bibliográficas

  • Dawkins, R. (1989). El gen egoísta: las bases biológicas de nuestra conducta. Barcelona: Salvat Editores.
  • Goldstein, C. (2003). God, Godel and Grace: a philosophy of faith. Hargestown: Review and Herald.
  • Hamlin, J. K., Wynn, K., & Bloom, P. (2007). Social evaluation by preverbal infants. Nature, 450, 557-559.
  • Ministerio del Interior (24 de febrero de 2021). Todos los Datos de cromen en España hoy: asesinatos, robos, secuestros y otros delitos. Epdata. Recuperado el 6 de marzo de 2021 de https://www.epdata.es/datos/crimen-espana-hoy-asesinatos-robos-secuestros-otros-delitos/4/espana/106
  • Téllez, D. (2020). ¿Cabe un voluntarismo en la explicación psicológica de Tomás de Aquino sobre las causas del mal moral?. Veritas, 46, 135-155.

 

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