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Interpretándonos los unos a los otros, en muchas ocasiones cometemos graves errores. De hecho, no es fácil interpretar acertadamente. Salomón ya lo dijo: «¿Quién como el sabio? ¿Y quién como el que sabe interpretar las cosas?» (Ecl. 8: 1). Hace falta sabiduría para interpretar de forma precisa los “retazos” de realidad que alcanzamos a apreciar a través de nuestros sentidos.

En los Hechos de los Apóstoles, en ocasión del derramamiento del Espíritu Santo, y ante las extraordinarias manifestaciones del poder de Dios, unos interpretaban que estaban escuchando algo que podía definirse como “las maravillas de Dios”. Sin embargo, otros «burlándose, decían: “Están llenos de mosto”» (Hech. 2: 13).

Tres enemigos de una buena interpretación:

  • Los prejuicios, que son como “focos de distorsión” en nuestro cerebro que hacen que no procesemos bien la información: si eres de tal raza, nacionalidad, sexo, situación cultural o económica, de esta o aquella religión, entonces… Ya no importa lo que digas o hagas. La mente se desplaza sin reflexión de las premisas hasta la conclusión: entonces eres fiable, interesante, inteligente… o nada de esto.
  • El pasado que, cual pesada losa, puede acompañar en la mente a una persona no dejándole espacio para comprender que el ser humano puede cambiar, mejorar, crecer…
  • Los comentarios ajenos. ¡Cuántas veces nuestras interpretaciones no se basan ni en el mínimo exigible de ser nosotros mismos los testigos de los hechos! Y podemos caer en la imprudencia de interpretar (en ocasiones incluyendo el juicio y la condena), a partir de las palabras de otras personas. ¡Grave error que puede aparejar muy malas consecuencias!Tres aliados inestimables de la buena interpretación:
  • Vivir cerca de Dios. Esta es la clave más importante. Cuando esto ocurre, no juzgamos «según las apariencias» (Juan 7: 24), ni «antes de tiempo» (1 Cor. 4: 5), ni miramos torpemente “la paja” en el ojo ajeno, olvidando nuestra propia viga.
  • La humildad. ¿Por qué sentiría Jesús que era tan importante decirnos: «aprended de mí que soy manso y humilde» (Mat.11: 29)?
  • La regla de oro: «Todo cuanto queráis que los hombre os hagan a vosotros, así también hacedlo vosotros a ellos» (Mat. 7: 12).

Con los tres primeros aliados mencionados, nos alejamos de la sabiduría y nos hacemos inexcusables, condenándonos «a nosotros mismos» (Rom. 2: 1). Viviendo humildemente cerca de Dios y siguiendo su ejemplo, estaremos seguros.

Revista Adventista de España
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