Me lo dijo con una tremenda certeza:
-España es un país maldito.
La persona que realizaba, con total rotundidad, tal afirmación no era un pacato imbuído por las presiones de los media, todo lo contrario. Me hizo pensar en las noticias de los últimos meses y vinieron multitud de imágenes a mi mente: las mortales avalanchas de agua en el Sur, las mortales avalanchas de gente en el centro, las divisiones en el Este, las divisiones en el interior, la fulminante caída de la economía, la fulminante caída de la ética, la ansiedad en el comentar diario, el estrés de la incertidumbre, los rescates y otros amagos de inestabilidad física e, incluso, metafísica. Sí, pareciera que mi compatriota tuviera razón.
Y me acordé de Abrahán: “Le he prometido bendecir por medio de él a todas las naciones” (Gn. 18:18 DHH). Allá por donde transitó el patriarca, a los pueblos aledaños, les fue mejor. No digo que fuese una especie de gurú o de chamán que, mágicamente, altera las cosas sino que su proceder, su comportamiento dio luz a gente que se hallaba en la confusión. Dice Ellen G. White:
“Dios llamó a Abraham para que fuera maestro de su palabra, lo escogió para que sea padre de una gran nación, porque vio que instruiría a sus hijos y a su casa en los principios de la ley de Dios. El poder de la enseñanza de Abraham se debió a la influencia de su vida. Formaban parte de su casa más de mil personas, muchas de las cuales eran jefes de familia y no pocas recién convertidas del paganismo. Semejante casa necesitaba que una mano firme manejara el timón. Los métodos débiles y vacilantes no servían. Dios dijo a Abraham: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí”. Sin embargo, ejercía su autoridad con tal sabiduría y ternura que cautivaba los corazones. El testimonio del Atalaya divino es: “Que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio”. Y la influencia de Abraham se extendió más allá de su casa. En cualquier lugar levantaba su tienda, erigía un altar a su lado para ofrecer sacrificios y adorar. Cuando trasladaba la tienda a otro lugar, quedaba el altar, y más de un nómada cananeo que había llegado a conocer a Dios por medio de la vida de Abraham, su siervo, se detenía junto a ese altar para ofrecer un sacrificio a Jehová”. (La Educación, pág. 169)
Y, por obedecer la voz de Dios, se amplificó la promesa hasta ser bendecidas todas las naciones en su simiente, en Cristo (Gn. 22:18; Gal. 3:8,14).
Es instantáneo, lo asocio con nuestra iglesia: “No digan malas palabras, sino sólo palabras buenas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios [bendición] a quienes las escuchen.” (Ef. 4:29). ¿Somos como Abrahán? ¿Les va mejor a nuestros vecinos cuando se topan con nosotros? ¿Progresan sus vidas? No digo que nos creamos chamanes o gurúes, o que nos embargue alguna anomalía con visos de complejo de redentor, lo que me pregunto es si aportamos luz a los que, en multitudes, se encuentran confusos. ¿Creemos en la simiente de Abrahán que aporta bendición? Dice Ellen G. White de nosotros, los cristianos:
“El símbolo del cristianismo no es una señal exterior, ni tampoco una cruz o una corona que se lleven puestas, sino que es aquello que revela la unión del hombre con Dios. Por el poder de la gracia divina manifestada en la transformación del carácter, el mundo ha de convencerse de que Dios envió a su Hijo para que fuese su Redentor. Ninguna otra influencia que pueda rodear al ser humano ejerce tanto poder sobre él como la de una vida abnegada. El argumento más poderoso a favor del evangelio es un cristiano amante y amable”. (El Colportor Evangélico, pág. 187)
E intento imaginarme un escenario con cristianos así.
A lo mejor multitudes, superando el presente, abandonarían el fugaz momento del escapismo, de botellones, de estimulantes, de sexo sin contexto, de diversión alienante y vacía porque habrían comprendido que el disfrute es recreación, encontrarse con la vitalidad del ser en su origen, sentir la felicidad de hallarse uno con el universo, de ser sano, pleno, total, criatura.
A lo mejor multitudes, superando primas de riesgo, abandonarían los dogmas de Keynes o de Marx, el adoctrinamiento y esclavitud de los economistas, el régimen totalitario del dinero, la tiranía de la posesión de las cosas porque habrían comprendido que lo importante son las personas y sus corazones, que todo pertenece a Dios y que nosotros apenas lo administramos, que la mejor inversión es Jesús porque es el único que aporta verdadera estabilidad.
A lo mejor multitudes, superando el egoísmo enfermizo, abandonarían sus cuitas y numerosas neuras, su adicción a lo propio, su aislamiento estructural porque habrían comprendido que es potencialmente más interesante dar que recibir, que en la solidaridad hay soluciones, que llamar a alguien hermano es compartir la esencia de la humanidad, que el cristianismo no es sólo discurso sino que se concreta en la realidad.
A lo mejor multitudes, superando el primer vistazo, abandonarían la mutabilidad de la superficie y sus estéticas, el surfear por la piel o la tela de la vida, el aleatorio capricho de la moda, las absurdas revoluciones de lo ornamental porque habrían comprendido que es más pertinente ahondar en la ética del diario vivir, que la arruga es bella porque es registro de existencias, que lo realmente importante es invisible a la mirada efímera.
A lo mejor multitudes, superando el uno mismo o el mismo uno, abandonarían individualidades egocéntricas y eremitas, el espacio restringido del yo único, la obsesión por el ombligocentrismo porque habrían comprendido que el ser humano se completa en pareja, que crece en familias estables y bien avenidas, que halla espacio e identidad en comunidad, que los múltiplos son espectaculares.
A lo mejor multitudes, superando el dopaje de endorfinas, abandonarían su hábitos al advertir que hay mejores experiencias que las del placer por el placer, que los subidones de estimulantes externos o internos, que las posesiones del descontrol porque habrían comprendido que es mucho más duradero el gozo, que verbalizar los momentos de felicidad la hacen más frecuente, que un abrazo de verdad no tiene comparación, que el cariño sí que llena.
A lo mejor multitudes, superando las redes sociales, abandonarían los enlaces cibernéticos, las felicitaciones de máquina, las notificaciones de aparente proximidad porque habrían comprendido que una relación vale más que mil conexiones, que más aporta un amigo dándote la mano que cientos navegando, que la cercanía y el contacto sí que crean vínculos, que lo virtual nunca ocupa el lugar de lo verdadero.
A lo mejor multitudes, superando apocalipticismos, abandonarían las aprensiones de memes heredados, de temores al más allá, de vacíos postmortem porque habrían compendido que hay un horizonte que alcanza el infinito, que la eternidad está al alcance de nuestra mano, que todo lo que anhelamos de celeste se vivirá en esta tierra, nueva e innovante.
Quizá, quién sabe, la cosa podría empezar por mí mismo y en lugar de ejercer de rapsoda en el desierto debiera remangar mis principios y ponerme manos a la Obra. Quizá, quíen sabe, la cosa podría empezar por ti mismo y en lugar de ejercer de lector pasivo debieras convertirte en actor de tu entorno. Ya lo puedo ver, serías un excelente protagonista. Quizá, quién sabe, podría empezar por nosotros mismos y en lugar de ejercer de iglesia nominal debiéramos sentir que realmente somos remanente, mensajeros de un Dios de multitudes. Quizá, quíen sabe, si tomáramos conciencia de la necesidad que tiene el mundo de nosotros habría mucha más bendición.
Algunos pensaréis que son palabras de poeta, expresiones de teólogo en éxtasis, comentarios de un residente allende do mar. Os recuerdo, por si acaso, a Martin Luther King y veo igualdades, a Tomás Moro y percibo realidades, a Pablo y constato soluciones, a Abrahán y capto certezas, a Jesús y exclamo: ¡Hay esperanza!
A lo mejor, ojalá, tomamos esta crisis y la convertimos en una oportunidad.
Imagen: (cc) Flickr / Judit Klein. Esquina inferior: Víctor Armenteros.
Ojalá, a lo mejor… Gracias, Víctor.
¡Qué tu deseo tan bien expresado para convertirlo en esperanza viva, sea eco y respuesta en nosotros! Solo así seremos respuestas del Abba para traer su compasión en el Señor Jesús a las vidas de cualquier otro de nuestro entorno. Solo así viviremos en la bendición de ser útiles al ser utilizados mediante la acción abundante de su Espíritu.
Abrazos amigo.
José M. López Yuste