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En este artículo se analizará la idea de que al finalizar el tiempo de gracia «los justos deben vivir a la vista del santo Dios sin un intercesor» (EGW El conflicto de los siglos, p. 672), con el propósito de esclarecer cuáles serán, realmente, las consecuencias de la finalización de Cristo como intercesor en el Santuario celestial, y cómo será posible que los creyentes puedan vivir sin mediador durante el tiempo de angustia.

«Los que vivan en la Tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el Santuario celestial deberán estar firmes ante la mirada atenta de un Dios santo sin un mediador» (EGW, El conflicto de los siglos, p. 478). Esta idea, que Elena de White repitió más de una vez, ha sido para muchos un motivo de temor y ansiedad. Al comprender que la intercesión de Cristo es indispensable para obtener el perdón, a muchos les aterra pensar que cuando Cristo deje el Santuario celestial quedarán librados a su propia suerte, con el riesgo de caer en pecado en cualquier instante y perderse para siempre.

Semejante posibilidad ha despertado serias discusiones en cuanto a la interpretación correcta de las declaraciones de Elena de White sobre este tema y sus consecuencias soteriológicas. [1] Como de hecho habrá un grupo de fieles que pasará victorioso a través del tiempo de angustia (Dan.12:1), algunos deducen de estas declaraciones que los seres humanos son capaces de vivir una vida perfecta y santa por sus propias fuerzas.[2] Pero esto se acerca peligrosamente a la salvación por las obras. Por eso, otros tratan de neutralizar estas citas con explicaciones un tanto forzadas que no resultan plenamente satisfactorias.[3]

El tiempo de gracia

Para comprender el significado del fin del tiempo de gracia, es necesario repasar brevemente los acontecimientos que precederán a ese momento trascendental. Al aproximarse el desenlace de la historia, el gran conflicto entre el bien y el mal se agudizará. El diablo desatará toda su ira contra los hijos fieles de Dios (Apoc. 12:12, 17), e inducirá a los gobernantes y a los dirigentes religiosos a unirse en la imposición del falso día de reposo, el domingo. Quienes lo acepten estarán recibiendo de ese modo la marca de la bestia (Apoc. 13:16, 17). Pero, «nadie sufrirá la ira de Dios antes de que la verdad haya sido presentada a su mente y a su conciencia, y la haya rechazado» (EGW, El conflicto de los siglos, p. 662).

Con ese propósito, el remanente proclamará a gran voz el triple mensaje angélico (Apoc. 14:6-12), invitando a los moradores de la Tierra a temer a Dios y adorarlo como el Creador. Esta adoración al verdadero Dios se manifestará mediante la observancia del verdadero día de reposo, el sábado, que ensalza al Creador. El mensaje de los tres ángeles incluye también una seria advertencia sobre las terribles consecuencias que acarreará finalmente la desobediencia. Estará en juego la fidelidad sin reservas a Dios y a su Ley. Como señal visible, «el sábado será la gran prueba de lealtad» (EGW, El conflicto de los siglos, p. 663). Los que sean fieles a los mandamientos de Dios serán sellados en sus frentes con el sello de Dios (Apoc. 7:3).

«Hecho es»

Pero ¿cómo podrá un grupo pequeño de fieles, comparativamente insignificante en número, dar a conocer el mensaje a todo el mundo? Dios no demanda el cumplimiento de una misión sin otorgar, al mismo tiempo, la capacitación y los medios para cumplirla. Mediante el símbolo de un poderoso ángel que alumbra toda la Tierra con su gloria, Apocalipsis 18:1 al 4 describe la obra que realizará la iglesia remanente bajo la influencia poderosa del Espíritu Santo, que será derramado en la lluvia tardía. Gracias a su poder, todo el mundo conocerá la Verdad Presente, y tendrá la oportunidad de aceptarla o rechazarla. Al mismo tiempo, el Espíritu realizará el sellamiento de los que hayan entregado su vida plenamente a Cristo y obedezcan los mandamientos de Dios.

Cuando todos los que hayan sido fieles a los preceptos divinos reciban el sello del Dios vivo, Cristo «se levantará» (Dan. 12:1) y, a partir de ese momento, «deja de interceder en el Santuario celestial. Levanta sus manos y con gran voz dice: “Hecho es”; toda la hueste de ángeles deposita sus coronas mientras él anuncia en tono solemne: “Que el injusto siga cometiendo injusticias y el manchado siga manchándose; que el justo siga practicando la justicia y el santo siga santificándose” (Apoc. 22:11, BJ)» (EGW, El conflicto de los siglos, p. 671).

A partir de ese momento, el destino eterno de todos los seres humanos quedará fijado para siempre. Todos habrán hecho su decisión a favor o en contra de Dios en forma definitiva. Aunque los habitantes de esta Tierra no lo sepan, no habrá más posibilidad de cambio (EGW, El conflicto de los siglos, pp. 673, 676). La terminación del tiempo de gracia será una decisión de Dios, pero no será arbitraria. Simplemente, será el reconocimiento divino de que todos los seres humanos habrán tomado su decisión definitiva, siendo plenamente conscientes de que estará en juego la salvación o la perdición eternas.[4]

Consecuencias del fin de la labor de Cristo como intercesor

Primera consecuencia

La consecuencia más obvia de la terminación del ministerio intercesor de Cristo en el Santuario celestial será que ya no habrá sangre expiatoria para purificar a los culpables (EGW, La historia de la redención, p. 403). Será imposible obtener el perdón divino, al cerrarse en forma definitiva la puerta para acceder a la salvación. Si bien este es el resultado más importante de la terminación del tiempo de gracia, hay otros, no menos trascendentes, que también afectarán la vida en este planeta.

Segunda consecuencia

Una segunda consecuencia de la cesación de Cristo como intercesor tiene que ver con la obra que realiza el Espíritu Santo convenciendo al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8). Existe una estrecha relación entre la intercesión de Cristo en el Santuario celestial y la intercesión del Espíritu Santo en los corazones de los seres humanos, despertando sus conciencias, invitándolos al arrepentimiento y llamándolos a aceptar el perdón que Cristo ofrece desde el Santuario. Aunque la mayoría no acepte la invitación del Espíritu, la acción sensibilizadora de las conciencias que este realiza refrena, hasta cierto punto, a los pecadores de cometer cosas peores.

«Mientras Jesús sigue intercediendo por el hombre en el Santuario celestial, los gobernantes y la gente siguen sintiendo la influencia refrenadora del Espíritu Santo» (EGW, El conflicto de los siglos, p. 668). Pero, «cuando Cristo deje su posición de intercesor ante Dios, […] el Espíritu que reprime el mal se retirará de la Tierra» (EGW, Patriarcas y profetas, p. 199), y dejará libres a los incrédulos para realizar toda clase de mal. Para entonces, los impíos habrán dejado concluir su tiempo de gracia; y el Espíritu de Dios, al que se opusieran obstinadamente, acabará por apartarse de ellos (EGW, El conflicto de los siglos, p. 672). Una vez que Cristo cese su ministerio mediador, ya no tendrá sentido que el Espíritu Santo continúe llamando pecadores al arrepentimiento.

Tercera consecuencia

Una tercera consecuencia de la finalización del ministerio intercesor de Cristo es que quedará expedito el camino para que Dios comience a dar el castigo que merecen los transgresores de su Ley. Mientras el Salvador intercede en el Santuario, su sangre expiatoria impide que los pecadores reciban el pleno castigo de su culpa (EGW, El conflicto de los siglos, pp. 687, 690).

Cristo aboga por los culpables ante el Padre diciendo: «¡Dale al pecador un poco de tiempo todavía!» (EGW, La historia de la redención, p. 403). Mirando retrospectivamente, Elena de White escribió: «Era imposible que las plagas fueran derramadas mientras Jesús todavía oficiaba en el Santuario; pero cuando terminó su obra allí y cesó su intercesión, nada detuvo ya la ira de Dios, la cual descendió furiosamente sobre las desamparadas cabezas de los culpables pecadores que descuidaron la salvación y aborrecieron las reprensiones» (EGW, La historia de la redención, p. 402).

Cristo no se desentenderá de sus hijos 

El hecho de que Cristo haya terminado su ministerio intercesor en el Cielo no significa que se desentenderá de sus hijos fieles en la Tierra. Más que nunca estará con ellos para sostenerlos durante el tiempo de angustia.[5] Así como estuvo con los tres jóvenes hebreos en el horno de fuego (Dan 3:24, 25), Cristo acompañará a sus seguidores en el tiempo del fin; «su presencia constante los consolará y sostendrá» (EGW, Profetas y reyes, p. 376). «El Señor enviará a sus ángeles para estar con los justos durante el tiempo de angustia, a fin de animarlos y protegerlos en tiempos de peligro» (EGW, El conflicto de los siglos, pp. 679, 687, 688).

«Aunque los enemigos los arrojen en la cárcel, las paredes de los calabozos no pueden interceptar la comunicación entre sus almas y Cristo. Aquel que conoce todas sus debilidades, que está familiarizado con todas sus pruebas, está por encima de todos los poderes terrenales; y acudirán ángeles a sus celdas solitarias trayéndoles luz y paz del Cielo» (EGW, El conflicto de los siglos, pp. 684, 685).

Evidentemente, el fin de la obra de Cristo en el Cielo no significa que haya cesado su obra en la Tierra. El que ha prometido estar con sus seguidores «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat. 28:20), cumplirá su palabra y no abandonará a sus hijos fieles para que tengan que luchar solos durante el tiempo de angustia. Mientras que los impíos sufrirán por haber elegido deliberadamente dejar a Cristo fuera de su vida, los justos gozarán la comunión íntima con su Salvador que los sostendrá en la hora de la prueba más dura.[6]

Un malentendido sobre el alejamiento del E.S. de la Tierra

A pesar de estas promesas, hay entre los adventistas un malentendido bastante difundido respecto del alejamiento del Espíritu Santo de la Tierra. Quizá por una lectura apresurada de algunas declaraciones de Elena de White ya citadas, hay quienes piensan que el Espíritu Santo se retirará de los justos cuando termine el tiempo de gracia. Privados del Intercesor en el Cielo, y sin la presencia del Espíritu Santo en la Tierra, realmente parecería haber motivo más que suficiente para temer la llegada de ese momento.

LA TERMINACIÓN DEL TIEMPO DE GRACIA SERÁ UNA DECISIÓN DE DIOS, PERO NO SERÁ ARBITRARIA. SIMPLEMENTE SERÁ EL RECONOCIMIENTO DIVINO DE QUE TODOS LOS SERES HUMANOS HABRÁN HECHO SU DECISIÓN DEFINITIVA.

En realidad, el contexto inmediato de esas citas muestra claramente que el Espíritu Santo se retirará de los que lo hayan rechazado definitivamente, pero no de los justos.[7] Refiriéndose a los miembros de las iglesias apóstatas, Elena de White escribió que «las formas de la religión seguirán en vigor por parte de los seres de quienes el Espíritu de Dios se habrá retirado definitivamente» (EGW, El conflicto de los siglos, p. 673).

A medida que el rechazo de la mayoría de los seres humanos vaya alejando al Espíritu Santo cada vez más de su vida, los hijos fieles de Dios recibirán al Espíritu en sus corazones en forma cada vez más plena. Esto los habilitará con poder para dar el último mensaje al mundo y, al mismo tiempo, los preparará para vivir después de que concluya el tiempo de gracia. «Al acercarse los miembros del cuerpo de Cristo al período de su último conflicto, al “tiempo de angustia de Jacob” [Jer. 30:7], crecerán en Cristo y participarán en gran medida de su Espíritu […]. La lluvia tardía será lo que los fortalecerá y reavivará para atravesar el tiempo de angustia» (EGW, Joyas de los testimonios, t. 1, p. 144).

Lluvia tardía

Antes de que termine el tiempo de gracia, «descenderá la “lluvia tardía”, o refrigerio de la presencia del Señor, para dar poder a la gran voz del tercer ángel, y preparar a los santos para que puedan subsistir durante el período cuando serán derramadas las siete plagas postreras» (EGW, Primeros escritos, p. 118). De este modo, el pueblo de Dios «habrá recibido “la lluvia tardía”, el “refrigerio de la presencia del Señor”, y estará preparado para la hora de prueba que le espera» (EGW, El conflicto de los siglos, p. 671). La lluvia tardía es «el refrigerio que todos deben tener con el fin de estar preparados para vivir a la vista de un Dios santo» (EGW, Primeros escritos, p. 102).

Antes de que Cristo se retire del Santuario, el Espíritu Santo sellará a los que decidan ser fieles a Dios sin medir el costo. Si bien el sello, como marca de pertenencia a Dios, es colocado inicialmente en cada creyente cuando acepta a Cristo como Salvador personal (Efe. 1:13), en el tiempo del fin se realizará una obra especial de sellamiento a fin de proteger a los justos del castigo que sufrirán los impíos (Eze. 9:3-6; Apoc. 7:3; 9:4), y prepararlos para vivir sin intercesor.[8] La observancia del sábado, como señal visible de lealtad y obediencia a Dios, constituye un elemento fundamental del sello de Dios (EGW, Joyas de los testimonios, t. 3, p. 254). Sin embargo, el sello abarca mucho más que eso. Se colocará a los fieles en sus frentes, lo que representa la sede de los pensamientos, los sentimientos y la voluntad.

El sello de Dios

Por eso, el sello de Dios colocado en la frente no es «un sello o marca que se pueda ver, sino un afianzamiento en la verdad, tanto intelectual como espiritualmente, de modo que los sellados son inconmovibles».[9] El sello abarca lo que llamamos el carácter de una persona. Al llenar la vida de cada creyente, el Espíritu Santo no solo produce la observancia fiel del sábado, sino además transforma el carácter a la semejanza a Cristo. «Mediante el poder del Espíritu Santo se perfecciona en el carácter la imagen moral de Dios.

Debemos ser totalmente transformados a la semejanza de Cristo» (EGW, Testimonios para los ministros, p. 516). El Salvador otorga el poder del Espíritu Santo «para vencer todas las tendencias hacia el mal heredadas y cultivadas, y para imprimir su propio carácter en su iglesia» (EGW, El Deseado de todas las gentes, p. 625). «Dios coloca su señal de aprobación sobre todos los que, por medio del poder del Espíritu Santo, reflejan la imagen de Jesús».[10] En síntesis, el sello de Dios es un carácter semejante al de Cristo.[11]

Cotidianamente se estampan sellos en diversos papeles. Para el creyente contemporáneo, es fácil caer en el error de pensar que el sello de Dios se puede colocar instantáneamente, como una cosa independiente de quien la recibe o de quien la coloca. Pero, en realidad, el sello de Dios no es un objeto que una persona pueda ponerse o quitarse según las circunstancias. Es el resultado de la presencia permanente del Espíritu Santo en la mente y el corazón de los creyentes «sellados con el Espíritu Santo prometido» (Efe. 1:13), que, según la promesa de Cristo, estará con nosotros «siempre» (Juan 14:16).

Cuando el Espíritu mora en el creyente (Juan 14:16, 17; Rom. 8:11), produce como resultado el «fruto del Espíritu» (Gál. 5:22, 23). Así como el pámpano separado de la vid no puede producir ningún fruto (Juan 15:4), el creyente separado del Espíritu Santo no puede producir el «fruto del Espíritu». Por lo tanto, el sello estará en los justos mientras el Espíritu permanezca en ellos. Sin el Espíritu Santo, perderían automáticamente el sello de Dios. Por eso, Pablo explica que Dios «nos selló, y puso en nuestro corazón la garantía de su Espíritu» (2 Cor. 1:22). El Espíritu Santo permanecerá en los corazones de los justos hasta la Segunda Venida, como garantía de que la Redención finalmente se concretará (Efe. 1:14; 4:30).

Sellados definitivamente 

EL HECHO DE QUE CRISTO HAYA TERMINADO SU MINISTERIO INTERCESOR EN EL CIELO NO SIGNIFICA QUE SE DESENTENDERÁ DE SUS HIJOS FIELES EN LA TIERRA.

La presencia del Espíritu Santo impregnando la mente y el corazón de los creyentes será lo que los capacitará para vivir sin intercesor. Sus caracteres estarán sellados definitivamente. Lejos de ufanarse por eso, serán plenamente conscientes de sus faltas. Aunque sufrirán persecución por obedecer a Dios, lo que más los aterrará durante el tiempo de angustia será el temor de «no haberse arrepentido de cada pecado y de que debido a alguna falta […] fuesen reconocidos indignos de perdón» (El conflicto de los siglos, p. 677). «Pero, aunque tengan un profundo sentido de su indignidad, no tendrán pecados ocultos que revelar. Sus pecados habrán sido borrados por la sangre expiatoria de Cristo, y no los podrán recordar» (Patriarcas y profetas, p. 200).

Ni la Biblia ni Elena de White mencionan el temor de caer en pecado cuando no haya más intercesor como la causa de la angustia de los sellados; por el contrario, lo que los angustiará será el temor de que haya quedado algún pecado pasado sin confesar. Habrán aprendido a confiar totalmente en Cristo y su gracia, y a ser guiados por el Espíritu Santo en cada momento (Rom. 8:14). Más que nunca deberán aferrarse por fe a aquel que es poderoso para guardarlos sin caída (Jud. 24).

¿Impecabilidad?

Lo expuesto hasta ahora ¿significa que cuando Cristo deje de interceder en el Santuario celestial los creyentes ya habrán alcanzado la impecabilidad? ¿Habrá culminado su proceso de santificación? ¿Habrán llegado a la perfección?

Es necesario recordar que para entonces los creyentes habrán aprendido a confiar solamente en el sacrificio expiatorio de Cristo para su salvación. Diariamente habrán confesado, arrepentidos, todos sus pecados al Señor, de modo que en los libros del Cielo sus nombres estarán completamente limpios de pecado gracias a la sangre de Cristo. «Los que vivan en los últimos días […] deberán depender únicamente de los méritos de la Expiación. Nada podemos hacer por nosotros mismos. En toda nuestra desvalida indignidad, debemos confiar en los méritos del Salvador crucificado y resucitado» (EGW, Patriarcas y profetas, p. 201).

También habrán aprendido a permanecer, mediante la fe, constantemente unidos a Cristo (Juan 15:4); y el Espíritu Santo habrá modelado sus caracteres a la semejanza del carácter de Cristo. Por la gracia de Cristo y el poder del Espíritu Santo, ya no cometerán pecados voluntarios, deliberados o premeditados (1 Juan 3:6, 9), pues «en Cristo Dios ha provisto medios para subyugar todo rasgo pecaminoso y resistir toda tentación, por más fuerte que sea» (EGW, El Deseado de todas las gentes, p. 396).[12] Tampoco albergarán conscientemente ningún pecado acariciado ni cultivarán ningún hábito contrario a la voluntad revelada de Dios. «Si se acaricia un pecado en el alma, o se retiene una mala práctica en la vida, todo el ser pueda contaminado» (EGW, El Deseado de todas las gentes, pp. 279, 280)

Pero no se considerarán perfectos ni santos, ni se jactarán de sus logros espirituales; por el contrario, cuanto más cerca estén de Cristo, más imperfectos e indignos se sentirán (EGW, El camino a Cristo, p. 64).

Serán conscientes de que la santificación es un proceso de crecimiento diario por el que se refleja cada vez más plenamente el carácter de Cristo. «La santificación no es obra de un momento, una hora, o un día, sino de toda la vida» (EGW, Los hechos de los apóstoles, p. 462). «Mientras reine Satanás, tendremos que dominarnos a nosotros mismos y vencer los pecados que nos rodean; mientras dure la vida, no habrá un momento de descanso, un lugar al cual podamos llegar y decir: Alcancé plenamente el blanco» (EGW, Los hechos de los apóstoles, p. 463). «No podremos decir: “Yo soy impecable”, hasta que este cuerpo vil sea transformado a la semejanza de su cuerpo glorioso en la Segunda Venida» (EGW, Mensajes selectos, t. 3, p. 413).

La perfección es un camino

LOS JUSTOS PODRÁN SER CONSIDERADOS PERFECTOS EN EL SENTIDO DE QUE YA NO ALBERGARÁN PECADOS CULTIVADOS NI COMETERÁN PECADOS EN FORMA DELIBERADA.

La Biblia y Elena de White presentan un concepto dinámico y progresivo de la perfección. «En cada etapa de desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta; aun más, si se cumple el propósito de Dios para nosotros, habrá un progreso continuo» (EGW, Palabras de vida del gran maestro, p. 46). Incluso durante el tiempo de angustia, los hijos de Dios pasarán por el horno de la aflicción porque «debe consumirse su mundanalidad, para que la imagen de Cristo se pueda reflejar perfectamente» en ellos (EGW, El conflicto de los siglos, p. 679).

Los justos podrán ser considerados perfectos en el sentido de que ya no albergarán pecados cultivados ni cometerán pecados en forma deliberada. Pero, al mismo tiempo, podrán ser considerados imperfectos en el sentido de que todavía tendrán una naturaleza pecaminosa, con sus limitaciones, deficiencias inevitables y errores involuntarios o inconscientes. Pero no se entregarán intencionalmente al pecado ni cometerán actos de pecado premeditados.[13] En este contexto, vale la pena recordar que, aunque todo pecado es una imperfección, no toda imperfección es pecado.[14]

Si bien estas elucubraciones son legítimas desde el punto de vista teológico, «no debemos hacer de nuestro yo el centro de nuestro ser, ni dejarnos dominar por la ansiedad y el temor acerca de si seremos salvos o no. […] Encomienda el cuidado de tu alma a Dios y confía en él» (EGW, El camino a Cristo, p. 61). Es imperativo dejar de fijar la atención en la liberación personal y fijarla en el Libertador, que es el único que nos puede dar la salvación.[15]

Fieles a Dios

ANTES DE QUE CRISTO SE RETIRE DEL SANTUARIO, EL ESPÍRITU SANTO SELLARÁ A LOS QUE DECIDAN SER FIELES A DIOS SIN MEDIR EL COSTO.

Mientras Cristo todavía es nuestro intercesor en el Santuario celestial, debemos prepararnos para el fin del tiempo de gracia. «Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión. Por medio de la gracia de Dios y sus propios y diligentes esfuerzos, deberán ser vencedores en la lucha contra el mal» (EGW, El conflicto de los siglos, p. 478).

«Ahora, mientras el precioso Salvador está haciendo una obra de expiación por nosotros, debiéramos procurar llegar a ser perfectos en Cristo» (EGW, ¡Maranata: el Señor viene!, p. 275). ¿Cómo lograrlo? Mediante la presencia y el poder del Espíritu Santo. «El Espíritu busca habitar en cada creyente, y si es bienvenido como huésped de honor, los que lo reciben llegarán a ser perfectos en Cristo» (EGW, Recibiréis poder, p. 35).

Referencias: 

[1] Ángel Manuel Rodríguez, Living Without an Intercessor in the Writings of Ellen G. White (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 2020); Woodrow Wilson Whidden, “Perfection and Closing Events”, en Ellen White on salvation: a chronological study (Hagerstown: Review and Herald, 1995), pp. 131-142.
[2] Herbert E. Douglass, et al., Perfection: The Impossible Possibility (Nashville, TN: Southern Publishing Association, 1975), pp. 9-56.
[3] Morris L. Venden, Nunca sin un intercesor (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1998), pp. 59-71.
[4] Marvin Moore, El desafío del tiempo final (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1993), p. 58.
[5] Jiří Moskala, “Temas mal comprendidos sobre el tiempo del fin: Cinco mitos en el adventismo”, en El carácter de Dios y la última generación, ed. por Jiří Moskala y John C. Peckham (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021), pp. 325-327.
[6] Norman Gulley, Christ is Coming! (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1998), p. 519.
[7] Moskala, pp. 323-325.
[8] Moskala, pp. 311-317, presenta claramente lo que enseña la Biblia sobre los dos momentos del sellamiento.
[9] “Comentarios de Elena de White–Ezequiel”, CBA 4:1.183.
[10] “Señal” [Eze. 9:4], CBA 4:635.
[11] “Comentarios de Elena de White–Apocalipsis”, CBA 7:981.
[12] “Es en vano que pensemos que estamos preparados para el toque final de la inmortalidad mientras vivimos en transgresión deliberada de cualquiera de los preceptos de Dios” (Elena de White, “The Test of Doctrine”, Review and Herald, 27 de agosto, 1889, párr. 4).
[13] Whidden, Ellen White on salvation, p. 136.
[14] Erwin R. Gane, “He Is Able”, Adventists Affirm, Vol. 11, Nº 3 (Fall 1997), p. 11.
[15] Norman Gulley, Final Events on Planet Earth (Nashville, TN: Southern Publishing Association, 1977), p. 122.

Autor: Carlos A. Steger, es Doctor en Teología, y fue pastor, profesor, administrador y director editorial de la ACES. Se jubiló siendo decano de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista del Plata.

Noticia original: Sin intercesor, ¿cómo viviremos cuando termine el ministerio de Cristo en el Santuario Celestial?

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