La silenciosa influencia de su vida diaria, su inquebrantable integridad, generosidad, cortesía y hermoso carácter, revelaron a todos que estaba conectado con el cielo.
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La fabulosa ciudad de Ur, ubicada en el corazón de la antigua Mesopotamia, junto a las riberas del río Éufrates, era el centro de un acaudalado imperio que atraía a comerciantes del mundo conocido. Debido a su concurrido puerto cerca del Golfo Pérsico, «Ur era una animada metrópolis con tiendas, calles angostas llenas de carros y caravanas de burros y artesanos que fabricaban desde artículos de cuero hasta preciosos ornamentos».[1]
Las cabras y las ovejas poblaban el paisaje que rodeaba a la ciudad, donde ricas tierras de pastoreo incluían palmeras datileras, y los campos irrigados producían cebada, lentejas, cebollas y ajos.
Dominaba la vista de la ciudad un masivo zigurat –templo piramidal– que honraba a Sin, la diosa luna. Se elevaba veinte metros desde una base de 41 por 61 metros y tenía tres plataformas; cada una de color diferente; y un santuario de plata en la cima.[2] Se sabe que allí se llevaban a cabo sacrificios humanos.[3]
La ciudad, construida no mucho después de la rebelión de la Torre de Babel, era un centro de idolatría y paganismo. A pesar de ello, en medio de las influencias corruptas de esta antigua ciudad, surgió Abraham, uno de los testigos más fieles de Dios.
Incorrupto ante la idolatría de su sociedad
«Por todas partes lo invitaba la idolatría, pero en vano –escribió Elena White–. Fiel entre los fieles, incorrupto en medio de la prevaleciente apostasía, se mantuvo firme en la adoración al único Dios verdadero».[4]
¿Cómo podía ser, dado que su propio padre Taré servía a «otros dioses»?[5] Una posibilidad es que Abraham, nacido aproximadamente 350 años después del diluvio,[6] aprendió sobre el verdadero Dios del cielo de su antepasado Eber, el bisnieto de Sem, hijo de Noé.
Aunque la mayoría de esa generación ya había fallecido, Eber vivió 464 años, lo que incluyó al menos cien años después del nacimiento de Abram.[7] Es muy posible que Eber compartiera la verdad divina con su joven descendiente.
Más allá de cómo haya aprendido acerca de Dios, sabemos que «por la fe, Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba» (Heb. 11:8).
Saliendo de lo que era entonces el lugar más acaudalado y civilizado del mundo, Abraham estuvo dispuesto a ser testigo de Dios, donde quiera que fuera llamado.
Analicemos brevemente algunas de las maneras en que este patriarca fue un testigo de Dios:
Testigo ante su familia
Después de una breve estadía en Harán, donde su padre murió, «Tomó, pues, Abram a Sarai, su mujer, y a Lot, hijo de su hermano, y todos los bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán» (Gén. 12:5).
Colocando su tienda cerca de Siquem, Abram construyó en primer lugar «un altar al Señor» (vers. 7). Cuando se trasladó otra vez, «edificó en ese lugar un altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová» (vers. 8).
Para fomentar el culto familiar, Abram invitaba a todos los que estaban con él a los sacrificios matutinos y vespertinos. Cuando se trasladaba a otro lugar, el altar permanecía como testigo silencioso para todos los que pasaban.
Aunque Abraham ejerció «el mayor cuidado» de «excluir toda forma de religión falsa»,[8] se hizo conocido en las comunidades donde vivió como alguien bondadoso, cortés y justo, y fue respetado por todos.
Testigo ante la comunidad
Abraham amaba la paz. Cuando irrumpieron las peleas entre los pastores de Lot y los suyos, rogó: «No haya ahora altercado entre nosotros dos, ni entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos» (Gén.13:8). Le permitió entonces a Lot escoger primero el rico y fértil valle de Sidim, mientras que él permaneció en la región más montañosa.
Más adelante, cuando todos los habitantes del valle fueron capturados por el rey Quedorlaomer y sus aliados, Abraham, mostró que no tenía resentimiento alguno por la ingratitud previa de Lot.
«Se despertó por él todo su afecto, y decidió rescatarlo. Buscando ante todo el consejo divino, Abrahán se preparó para la guerra».[9] La victoria fue rápida y completa; pudo recuperar todos los prisioneros y bienes. Y Abraham atribuyó el triunfo a Dios.
«El adorador de Jehová no solo había prestado un gran servicio al país, sino que también se había mostrado como hombre de valor –escribió Elena White–. Se vio que la justicia no es cobarde, y que la religión de Abraham le daba valor para mantener el derecho y defender a los oprimidos. Su heroica hazaña le dio amplia influencia entre las tribus de la región».[10]
Abraham, un educador
Abraham era un educador, y al compartir su fe, su familia siguió creciendo, llegando a tener más de mil personas. «Los que por sus enseñanzas eran inducidos a [11] ir donde Dios no nos ha llamado; [12] escuchar a los que pueden estar tratando de ayudarnos, pero no lo hacen si no se encuentran en sintonía con lo que Dios ha indicado.
Elena White señala que «Dios había llamado a Abrahán para que fuese el padre de los fieles, y su vida había de servir como ejemplo de fe para las generaciones futuras. Pero su fe no había sido perfecta […]. Para que pudiera alcanzar la norma más alta, Dios le sometió a otra prueba, la mayor que se haya impuesto jamás a hombre alguno».[13] Dios le ordenó: «Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré» (Gén. 22:2).
Abraham sabía que los sacrificios eran rituales de adoración que practicaban los paganos, pero no al Dios del cielo. La orden no tenía sentido. ¿Por qué Dios le pediría que le quitara la vida al hijo de la promesa? A pesar de ello, después de luchar en oración, el anciano patriarca avanzó por la fe.
No cuestionó a Dios, solo obedeció
«Abraham era humano, y sus pasiones y sus inclinaciones eran como las nuestras; pero no se detuvo a inquirir cómo se cumpliría la promesa si Isaac moría. No se detuvo a discutir con su dolorido corazón. Sabía que Dios es justo y recto en todos sus requerimientos, y obedeció el mandato al pie de la letra».[14]
Poco sabía que todo el cielo aguarda con ansias para ver lo que haría. No imaginaban Abraham o Isaac que lo que estaban haciendo sería una lección en el plan de salvación para todo el universo. Poco sabían que sería en ese preciso lugar donde se les pidió que fueran, que Dios sacrificaría a su propio amado Hijo por nuestra salvación.
«Los seres celestiales fueron testigos de la escena en que se probaron la fe de Abraham y la sumisión de Isaac […]. Todo el cielo presenció, absorto y maravillado, la intachable obediencia de Abraham. Todo el cielo aplaudió su fidelidad. Se demostró que las acusaciones de Satanás eran falsas […]. El pacto de Dios, confirmado a Abraham mediante un juramento ante los seres de los otros mundos, atestiguó que la obediencia será premiada. Había sido difícil aún para los ángeles comprender el misterio de la redención […].
Luz sobre el misterio de la redención
»Cuando a Abraham se le mandó a ofrecer a su hijo en sacrificio, se despertó el interés de todos los seres celestiales. Con intenso fervor, observaron cada paso dado en cumplimiento de ese mandato. Cuando a la pregunta de Isaac: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?” Abraham contestó: “Dios proveerá el cordero”; y cuando fue detenida la mano del padre en el momento mismo en que estaba por sacrificar a su hijo, y el carnero que Dios había provisto fue ofrecido en lugar de Isaac, entonces se derramó luz sobre el misterio de la redención, y aun los ángeles comprendieron más claramente las medidas admirables que había tomado Dios para salvar al hombre».[15]
Nuestro testimonio hoy
La vida de fe, obediencia y servicio de Abraham ofrece un ejemplo importante para nuestro testimonio hoy. La silenciosa influencia de su vida diaria, su inquebrantable integridad, generosidad, cortesía y hermoso carácter, revelaron a todos que estaba conectado con el cielo.
Pudo mirar más allá de lo que se veía, y captó realidades eternas.
«Creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia» (Rom. 4:3). 🖋
Autor: Ted N. C. Wilson, presidente mundial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Se pueden consultar artículos y comentarios adicionales de la presidencia en Twitter: @ pastortedwilson y Facebook: @Pastor Ted Wilson.
Imagen: Shutterstock
II Semana de Oración Integrada 2023 de la UAE. Artículos extraídos de la Revista ADVENTIST WORDL – septiembre 2023. Este número es una revista que edita la Unión Adventista Española.
Referencias
[1] Andrew Lawler, «City of Biblical Abraham Brimmed With Trade and Riches», National Geographic, 11 de marzo de 2016, https://on.natgeo. com/3isuYmQ.
[2] Ibíd.
[3] John Noble Wilford, «At Ur, Ritual Deaths That Were Anything
but Serene», New York Times, 26 de octubre de 2009, https://nyti. ms/3k1nKqm.
[4] Elena White, Patriarcas y profetas (Moun- tain View, Cal.: Review and Herald Pub. Assn., 1955), p. 103.
[5] Ibíd.
[6] Línea de tiempo basada en Génesis 5, 11.
Véase la ilustración en el Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: Asoc. Casa Editora Sudamericana, 1992), t. 1, p. 195.
[7] Ibíd.
[8] Elena White, Patriarcas y profetas, p. 136.
[9] Ibíd., p. 128.
[10] Ibíd., p. 129
[11] Ibíd., p. 120.
[12] Ibíd., p. 127.
[13] Ibíd., p. 143.
[14] Ibíd., p. 131.
[15] Ibíd., p. 133.
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