Natividad Pascual llegó al pueblo de Castellnou de Seana, provincia de Lérida, como el mejor regalo de Navidad para el matrimonio formado por Francisco y Leonor, que ya contaban con tres hijos.
Y la niña se llamó: Natividad, recordando aquel día tan especial en que había venido al mundo.
Naty, diminutivo con el que todos la conocían y conocemos aún, creció en un ambiente cristiano y trabajador. Como las demás jóvenes de su entorno fue a aprender costura y quizá pensaba que sería un medio de ganarse la vida cuando algo imprevisto, la Guerra Civil Española, cambió el ritmo de su vida.
En esa ocasión, decidió venir a Barcelona donde se alistó como voluntaria para atender a los heridos de guerra. Descubrió entonces que esa era su verdadera vocación y, al mismo tiempo que colaboraba cuidando enfermos, estudió enfermería. Acabada la guerra y con su diploma bajo el brazo, trabajó en varios hospitales de Barcelona y, finalmente, como ayudante de la consulta privada de un doctor.
Su vida familiar no fue menos fructífera. En Barcelona se había instalado en una vivienda cercana a la de su hermana mayor, Dolors, quien ya casada y con dos hijos, Joseph y Francisco, apreciaba enormemente el apoyo que su hermana aportaba a la familia, ya que Naty fue una segunda madre para los dos chicos, al igual que para su sobrina, Naty, hija de su hermana menor fallecida a edad temprana.
Fue su hermana Dolors, quien había entrado en contacto con los adventistas, la primera que le habló de estudiar la Biblia en una época en que no estaba bien visto. Además, para Naty, católica practicante en su núcleo, cualquier cosa que pareciera ir contra sus más arraigadas creencias era difícil de aceptar. Pero era una mujer inteligente, y utilizó su inteligencia para estudiar la Biblia y aceptar finalmente que las verdades que esta enseñaba no podían rebatirse con nada. Y así fue que el 18 de julio de 1964 selló su pacto con el Señor en las aguas bautismales, oficiando el pastor Luis Bueno. A partir de entonces se convirtió en una misionera ejemplar compartiendo con cuantas personas le era posible la hermosa doctrina de la Biblia que tanto bien había hecho a su corazón, y visitando incansablemente a los “ancianos” que, en ocasiones, ¡eran más jóvenes que ella misma!
¿Qué más decir de Naty? Todos los que la conocemos de más o menos tiempo solo podemos decir palabras de elogio. Naty ha sido y es una mujer acogedora, todo el mundo es bien recibido en su casa; cordial, amable, sonriente, es en definitiva una inspiración, un ejemplo práctico de lo que significa la palabra CRISTIANO.