Los seres humanos somos náufragos desde que decidimos separarnos de nuestro Creador. Nos creemos de oro, pero nuestra sociedad tiene los pies de barro. ¿Qué vas a hacer tras saber que hay un plan de rescate que se está cumpliendo?
El naufragio del Titanic
El RMS Titanic fue el mayor barco de pasajeros del mundo tras finalizar su construcción en 1912. Este transatlántico fue diseñado para ser lo último en lujo y comodidad, y fue publicitado por la naviera que lo construyó como un barco «casi insumergible».
En una carta escrita por una superviviente, ésta comentó: «Después de acceder a segunda clase, los Caldwell contemplaron a los tripulantes cargando a bordo los bultos. Sylvia Caldwell, le preguntó a uno de ellos: “¿Es realmente insumergible este barco?” El mozo le respondió: “Sí, señora. Ni Dios podría hundirlo”».
El Titanic partió de Inglaterra hacia Nueva York y los primeros días transcurrieron sin novedad, era un viaje placentero. Pero el 13 de abril empezaron a llegar los primeros informes de avistamiento de bloques de hielo.
El 14 abril de 1912, a las 23:40h., el Titanic impactó en su ruta con un gran iceberg y posteriormente se hundió en las aguas del océano Atlántico Norte. En esta tragedia murieron 1.505 personas de las 2.208 que iban a bordo, lo que la convierte en uno de los mayores naufragios de la historia ocurridos en tiempos de paz.
A lo largo de los años, el fatídico suceso ha inspirado libros, suscitado investigaciones y dirigido películas. Ha apasionado tanto a algunas personas que, OceanGate, una empresa de sumergibles, había planeado para 2023 varias expediciones a los restos del barco hundido, a 4.000 metros en el fondo del océano, utilizando como en años anteriores su submarino Titan.
El naufragio del Titan
Las personas que optaban por embarcarse en esta aventura de OceanGate debían abonar 230.000 euros por participar en la expedición de ocho días.
El submarino Titan desapareció el domingo 18 de junio de 2023 al poco de iniciar su inmersión. Según las últimas informaciones el sumergible implosionó por la presión del agua, como una lata de refresco.
Desde las primeras noticias, Francia envió un robot que puede sumergirse a 6.000 metros; Noruega un barco equipado con robots submarinos; Canadá y EE. UU. aviones de búsqueda; y todo el mundo hemos prestado nuestra atención al fluir de la historia.
La narrativa de este submarino y sus cinco tripulantes ha acaparado todos los titulares periodísticos, relegando otros eventos a un segundo o tercer plano. Hoy todos sabemos acerca del Titan, pero a pocos nos suena el Adriana.
El naufragio del Adriana
La semana pasada ocurrió un naufragio de una embarcación llamada Adriana, cargada con más de 700 refugiados sirios, afganos, egipcios, paquistaníes y palestinos en las aguas del sur de Grecia, y cuyo rescate comenzó con horas de retraso en circunstancias cuestionables.
El naufragio sucedió en uno de los puntos más profundos del Mediterráneo: la Fosa de Calipso, una depresión abisal ubicada en el sureste del mar Jónico. En el punto exacto donde se hundió la nave, la profundidad ronda los 4.000 metros (como el Titanic y el Titan).
Ni las denuncias de organizaciones internacionales ni ninguna persona o medio han logrado fomentar la conmoción necesaria, el morbo o la esperanza, para que a 80 kilómetros de la costa griega lleguen también aviones, robots y submarinos.
Los esfuerzos para rescatar al Titan contrastan con el hundimiento del pesquero Adriana en las aguas griegas.
Estas dos tragedias suscitan interrogantes: ¿Cuánto vale una vida? ¿Todas valen igual? ¿Cómo valoro la vida de los demás? ¿Cómo los veo? ¿Cómo los considero? La punzante cuestión que emerge es: ¿todo lo que el mar se traga nos importa en la misma medida? La comparativa entre estos dos terribles sucesos nos hace pensar en otro naufragio más.
El naufragio del ser humano
Cuando conocí la noticia del Titan, me imaginé siendo multimillonario: «¿cómo sería eso de tener tanto dinero como para pagar 230.000€ para ver los restos del Titanic? ¡Qué aventura, qué curiosidad, qué extravagancia!».
Sí, me he imaginado como un multimillonario, pero no se me ha ocurrido imaginarme como un refugiado que paga 5.000€ huyendo de la guerra, buscando «una vida mejor» (o simplemente buscando «una vida»).
Aunque no comparto ninguna de esas dos realidades, la primera sí la querría vivir; pero la segunda, de forma natural, no la quiero ni comprender.
Las 700 personas que viajaban en el Adriana no lo hacían en camarotes lujosos, ni se dirigían a Italia porque quisieran visitar los restos del Coliseo romano. Se cree que cientos de mujeres y niños han muerto en la bodega del barco, porque ni siquiera estaban entre los puestos de la cubierta el barco, sino hacinados en la parte interior.
La situación catastrófica que se vive en algunos países, las mafias que engañan a estos migrantes; unos que consiguen llegar, otros que nunca alcanzarán su destino… Ya estamos acostumbrados a estos relatos. Quizás hemos aceptado la idea de que los inmigrantes mueren en el mar, porque se ha repetido muchas veces, porque son miles y porque sus nombres no nos evocan nada atractivo sino estereotipos, prejuicios y temores.
El Adriana es tan solo un ejemplo del naufragio de nuestra sociedad. Un espejo de nuestras contradicciones. Una muestra de que hay algo en el mundo que está mal; fuera de control. Son señales, como lo han sido y lo siiguen siendo, las guerras, el hambre, la corrupción, el egoísmo…, de que nuestra realidad necesita un rescate, una redención del corazón, un salvamento del ser humano.
Vivimos una realidad inestable, en la que todo puede cambiar de la noche a la mañana (lo hemos vivido recientemente con la Covid-19). Nos creemos de oro, pero nuestra sociedad tiene los pies de barro. La razón ilustrada había prometido la ciudadanía universal: la igualdad, la libertad, la fraternidad. Pero aquí estamos, con Adrianas. El acceso a internet había prometido el camino a la información: el conocimiento, las oportunidades, la democracia. Pero aquí seguimos, con Adrianas.
Somos náufragos
Los seres humanos somos náufragos desde que decidimos separarnos de nuestro Creador. Vivir nuestras propias reglas, entregar el timón del barco del mundo a otro capitán. A uno que se hizo pasar por nuestro amigo, cuando en realidad era nuestro peor enemigo (Génesis 3).
El ser humano es un náufrago desde que transfirió su lealtad, de Dios al enemigo. Y el virus del mal se esparció hasta alcanzar el corazón.
Somos náufragos cada vez que, en vez de rendirnos ante Dios, nos rendimos ante el enemigo y nos dejamos llevar por su corriente y cantos de sirena. Son sus tentaciones, pero son nuestras decisiones.
Dice el sabio Salomón que «Dios hizo perfecto al género humano, pero éste se ha buscado demasiadas complicaciones» (Eclesiastés 7:29).
Sí, hay una realidad evidente para todos los seres humanos: la existencia de lo malo, la presencia del mal. Solo hay que mirar las noticias, mirar el mundo a nuestro alrededor, o mirarnos al espejo.
Somos náufragos, pero… Hay dos mayúsculos peros ante esta siniestra realidad. Existen dos grandes y sublimes realidades que superan nuestro estado de náufragos. Prepárate, que viene lo bueno:
Uno: Somos náufragos, pero no estamos abandonados
Hay un plan de rescate en marcha, del cual ya se han cumplido varias fases. Ese plan está descrito en la Biblia, se ha encarnado en Jesús de Nazaret y está a punto de entrar en su fase final.
Lo primero que hace Dios ante nuestro naufragio, ¿qué es? ¿Abandonarnos? No. Lo que hace es salir a buscarnos: «¿Dónde estás?» (Génesis 3:9). Por supuesto, Él sabía dónde estábamos. Su radar siempre funciona. Pero quería que supiésemos que viene a nuestro encuentro, que no estamos perdidos ni solos, sino que hay Alguien que se preocupa por nosotros.
Dios sale a buscarnos en Jesús. Desde el mismo momento de nuestra caída, el ser humano ya sabía que habría Uno que nos volvería a levantar (Génesis 3:15).
Lo que Jesús hizo fue entregar su vida como rescate por la humanidad. «Nadie tiene amor más grande que el de dar la vida por sus amigos» (Juan 15:13). Y es que «vosotros fuisteis rescatados (…). El precio de vuestro rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo» (1 Pedro 1:18-19), «quien dio su vida como rescate por todos» (1 Timoteo 2:5-6), porque «vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10), «logrando así un rescate eterno”» (Hebreos 9:12).
Ante las tormentas de nuestra vida, Él siempre provee un barco de salvación (Génesis 6-7). No te obliga a entrar, pero te invita a que lo hagas porque sabe que es lo mejor para ti. No te equivoques, ni te dejes engañar: tus obras, tu orgullo, tus capacidades… son salvavidas de hielo. ¡Agárrate a Jesús! ¡Ya está! Solo él es nuestro plan de rescate efectivo, real y perpetuo.
Dos: Somos náufragos, pero tenemos la opoerunidad de vivir como rescatados
Hechos de los Apóstoles capítulo 27 nos relata otro naufragio. El del Adramitio. Es curioso porque comparte varias similitudes con el Adriana: su destino iba a ser Italia; y el lugar donde naufragaron, el mar Jónico.
No tenemos espacio para describir el contexto de este apasionante relato, pero Pablo viaja como prisionero, junto a otros 275 marineros, presos y soldados, desde Cesarea hasta Roma, a 3.000 kilómetros de distancia por mar, donde debía ser llevado hasta la presencia del César (Hechos 25:12).
En la travesía encuentran vientos contrarios, circunstancias desfavorables, huracanes y tempestades que les impedía ver el sol o las estrellas para guiarse.
En medio una pérdida total de toda esperanza de salvarse, ¿qué hace Pablo? ¿Cuál sería tu actitud ante el inminente naufragio? Se me ocurren tres opciones:
- Quedarte con los brazos cruzados, lamentarte, maldecir (Hechos 27:20).
- Intentar escapar tú solo, y que se fastidien los demás (Hechos 27:30).
- O dar ánimo al resto y proclamar a Jesús, el Dios a quien perteneces y sirves, en quien confías (Hechos 27:21-25, 33-36).
Estoy seguro de que ya te imaginas cuál fue la postura de Pablo. Finalmente, todos llegaron sanos y salvos a tierra tras el naufragio. Y tú, ¿qué vas a hacer ante la realidad de que somos náufragos?
¡Es urgente que hagamos todo lo posible por llevar el mensaje de esperanza al mayor número de personas posible!
¿Qué vas a hacer, tras saber que hay un plan de rescate que se está cumpliendo?
No se nos va a echar en cara ser cristianos, sino serlo sin valentía, ser cristianos «a medias». Como apuntó Vittorio Messori, «a los cristianos no se les reprocha el seguir las enseñanzas de Cristo, sino el no seguirlo con suficiente fidelidad».
Aunque sabemos que nuestro barco naufraga, no tenemos por qué vivir ahogados. Al contrario, atiende al ejemplo de Pablo. Él, más que ninguno de nosotros, tenía motivos para quejarse, maldecir, abandonar el barco… Pero tenía la certeza de que Dios ya lo había rescatado, pasase lo que pasase.
Tu salvavidas
Es verdad, a veces tocamos fondo… Como Jonás. Huye, baja a la base del barco; es arrojado a lo profundo del mar, envuelto por el océano; y tragado por un gran pez, en el fondo. Solo desde allí es capaz de reconocer su estado y a Dios.
O como el hijo pródigo (Lucas 15), que solo entre los cerdos, en el barro de su vida, se da cuenta de cuán equivocado estaba, recapacita y vuelve a su padre quien sale a su encuentro.
Aún desde el fondo del mar; aún desde el lodo… hay vida para ti. Dios te puede rescatar. Dios te quiere levantar.
Con la misma seguridad que Pablo vivió ese naufragio, escribió: «Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos» (2 Corintios 4:8-9).
Conclusión
Queridos brother and sister:
- No estás solo, no estás abandonada: hay un plan de rescate en marcha por ti. Aunque solo fuese por ti, Dios habría dejado su gloria para venir a rescatarte. «Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza», que es Jesús (Hebreos 6:19).
- Acepta la salvación que Dios te ofrece y vive con la seguridad de que has sido rescatado. No te quedes el salvavidas solo para ti, compártelo con los demás. Has sido llamado a proclamar esta buena noticia. Que tu mensaje no se enfoque en que nuestro barco se hunde, sino en Aquel que ha venido a nuestro rescate. «Haced todo esto estando conscientes del tiempo en que vivimos. Ya es hora de que despertéis del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos» (Romanos 13:11).
Gozo y Paz.
Autor: Samuel Gil, responsable del Depto. de Comunicaciones de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España, y director de HopeMedia.
Analogías lacerantes que permiten contrastar la doble moral del ser humano. Muy agradecido por el valioso artículo. Voy a utilizarlo como recurso de aprendizaje con estudiantes de secundaria. Saludos desde, Lima, Perú.
Estupendo, Darius. Nos encantará que lo hagas. Bendiciones.
Me encanta lo bien documentado de tu exposición sobre importantes naufragios. Sobre todo el simil con la humanidad que no piensa en el otro.
Cuánto me gustaría poder contarte algunas anécdotas de mi vida, en las que Dios ha sido mi salvavidas , no dejándome hundir ahogada por la muerte. Auténticos milagros testimoniales a pesar de mi diabetes desde hace 50 años. Surgió a mis 21 años
Conocí el evangelio a los 13 años .Dándome éste, una perpectiva de vida en todos los sentidos espirituales y prácticos que quisiera compartir.
Admiro tu forma inteligente y amorosa de plantear entrevistas . Quisiera ser fuente de inspiración en algunas de ellas. De las cuales , han sido ejemplares por mi alimentación basada en la Creación , a médicos que me han tratado .
Famosos endocrinólogos a los que ayudé a investigar con nuestro hospital de Loma Linda .Glorificando a Dios en su sabiduría.
Pregunta a tu madre política por mí.
Qué hermoso testimonio, Rosalía. Muchas gracias por tus palabras en nombre del pastor Gil. Sin duda pone todo su cariño en cada entrevista, y eso se nota. Bendiciones.
Hermosa reflexión para compartir gracias hermano Samuel, muy motivante y alentadora, Dios nos bendiga y realmente sigamos a Jesús e imitemos su ejemplo de ir a predicar que su venida está muy cerca. Bendiciones
Así es, imitemos a Cristo en todo. El pastor Gil agradece su amable comentario. Bendiciones, Adán.
Muy buen artículo. Gracias y Felicidades. Muchos han hecho artículos a partir de lo sucedido con TITÁN. Personalmente añadiría lo siguiente: LA PRESUNCIÓN ES LA QUE HACE EL NAUFRAGIO EN LA VIDA. Acuérdense de Pedro cuando caminó sobre el agua, que al dejar de ver a Jesús y “creer” que ya podía hacer “lo mismo”, se empezó a hundir. PRESUNCIÓN. Hay muchos tipos de presunción que hacen propicio al naufragio; el más conocido es aquel que sonaba en tiempos de Jesús y en boca de los Judíos: “SOMOS EL PUEBLO ESCOGIDO DE DIOS”. Finalmente naufragaron. ¿Por qué? Porque presumían ser los favoritos y únicos de Dios, limitando el evangelio a los gentiles. Hoy, aunque no se limita el evangelio a los gentiles, “aparentemente”, sigue sonando el dicho “NOSOTROS SOMOS EL PUEBLO DE DIOS” (LOS ADVENTISTAS), sí, es verdad, he viajado en muchas iglesias y he escuchado en muchos lugares la presunción de que la Iglesia Adventista es la Iglesia Verdadera y la Iglesia que Dios escogió como “SU PUEBLO”. En los púlpitos se oye decir a voz en cuello “SOMOS EL PUEBLO QUE DIOS LEVANTÓ, EL PUEBLO ESCOGIDO DE DIOS”. Algunos predicadores se han atrevido a ser más directos diciendo que fuera de la iglesia adventista, la gente esta perdida. otros predicadores teólogos han dicho que la Iglesia Adventista es el BARCO que Dios levantó para conducir a todos a la salvación. PRESUNCIÓN, PRESUNCIÓN, PRESUNCIÓN. Y si hablamos de barcos, en el puerto cerca de donde vivo, me ha tocado ver arribar enormes barcos crucero con miles de pasajeros a bordo. Un día me sorprendí ver una noticia publicada en una pagina adventista donde promocionaban un viaje en crucero para adventistas y en donde realizarían conciertos por artistas famosos adventistas como Jaime Jorge y otros más. Ese crucero llegó al puerto cerca de donde vivo. Pude ver como bajaban esos alucinantes adventistas vestidos como turistas playeros. Cargaban brazaletes de primera clase, pues como ustedes sabrán, los barcos cruceros actuales, AL IGUAL QUE EL TITANIC, tiene tres tipos de clases de pasajeros. Seguramente, los PUDIENTES ARTISTAS FAMOSOS ADVENTISTAS, habrán invitado a los de la segunda y tercera clase a ir a sus conciertos para conocer AL PUEBLO ELEGIDO DE DIOS.
Reflexión: Siento que nos hace falta en gran medida la HUMILDAD DE CRISTO. Dios nos ayude a construir juntos ese CARÁCTER humilde y sensato.
Me ha encantado,y muchísimo,lo llevaré para predicar….