En la religión, existe el incentivo siempre creciente del cambio de actitudes. Desde el momento de nuestra conversión en adelante, entramos en un mundo de transformación que exige muchos cambios de comportamiento. El problema es que muchas veces entendemos mal este llamado al cambio. Nuestra tendencia al error es tal, que incluso cuando tratamos de acertar, nos equivocamos. La Biblia dice que «todos somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia» (Isaías 64: 6), que es lo mismo que decir: «Cuando ustedes tratan de limpiarse, se ensucian todavía más, porque el trapo que están utilizando está lleno de basura». Empeora cuando pensamos que lo que hacemos nos encomienda a Dios. Transformamos nuestras acciones en intentos meritorios para conquistar el amor de Dios o nuestra salvación.
Buenas obras
Por todo eso, es muy importante que sepamos exactamente qué tipo de obras Dios pide de nosotros una vez que fuimos salvos por el sacrificio de Jesucristo. En Mateo 5: 16 leemos: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». El texto nos indica que el tipo de luz que exhibimos en el Reino de Dios tiene una naturaleza específica: «buenas obras».
Ese término no aparece en el Antiguo Testamento; apenas en el Nuevo Testamento y es un término específico. En Efesios 2: 8-10, encontramos: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; NO POR OBRAS, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para BUENAS OBRAS, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (texto resaltado por mí). Note en este texto que el contraste entre los dos términos lo hace Pablo. Fuimos «creados en Cristo Jesús para BUENAS OBRAS».
Las buenas obras no son las obras de la Ley
Al contrario de lo que muchos pueden llegar a pensar, no se refiere a las obras de la Ley. Este término no se refiere a la conducta sugerida por los Diez Mandamientos o a las conductas de la religiosidad (léase usos y costumbres). El atributo «buenas» antes de «obras», indica que la naturaleza de esa acción es otra. Las obras de la Ley no pueden considerarse «buenas» por dos motivos:
1) Son condenatorias. Somos todos pecadores y, por eso, la Ley señala cada uno de nuestros errores. Cada error es una condenación eterna. «No hay justo, ni aun uno» (Romanos 3: 10) y, por lo tanto, todos «están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3: 23). La ley nos recuerda permanentemente y nos informa nuestro estado que se remite al destino digno de todo ser humano: la muerte. «Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición» (Gálatas 3: 10) y es por eso que Jesús murió en nuestro lugar, para rescatarnos «de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición» (Gálatas 3: 13).
2) La segunda razón por la cual las obras de la ley no pueden ser llamadas «buenas» es que ellas son, como mínimo, el suelo que un cristiano pisa. Es indiscutible que todos debemos cumplir la Ley, pero esto es demasiado básico. No podemos llamar «bueno» a alguien que no roba, no mata, no miente, hace apenas lo que ya debe hacer. Eso es lo mínimo. No se aplaude a quien no adultera, esa ya es su obligación. Cumplir la Ley es obligatorio para todos y no trae luz a quien la cumple; es apenas lo básico. Hay muchos no cristianos que no roban ni matan, pero eso no apunta hacia la gloria de Dios. Es por eso que Jesús dice, en Mateo 5: 20: «Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». ¿Qué hacían los escribas y fariseos? Lo básico, apenas observaban la Ley. Debemos superar ampliamente esto.
¿Qué son las buenas obras?
Entonces, ¿cuáles son las «buenas obras» que deben ser la luz del cristiano? Si ya observo la Ley, ¿qué más tengo hacer? NO TIENES que hacer nada, Cristo ya te ha salvado. Sin embargo, si amas a Dios y quieres hacer su voluntad, lee: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14: 15) Y «Un nuevo mandamiento os doy, que os améis unos a otros» (Juan 13: 34). No es por obligación, sino por amor a Dios. ¿Y qué pide Dios a aquellos que lo aman?
Vea lo que dice la Biblia sobre ese término específico. En Hechos 9: 36 la Palabra nos muestra una persona que brillaba con esa luz de Mateo 5: 16. Dorcas, una mujer que fue conocida por el bien que hizo a otras personas de su comunidad, «abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía» (Hechos 9: 36). Nota que el texto dice «abundaba», exactamente aquello que Cristo quiere que seamos para mostrar a nuestro Padre Celestial. ¿Qué mostraba Dorcas? Una vida de amor al prójimo.
Pablo continúa mostrándonos el significado profundo de este término en todos los otros textos donde aparece, pero aquí van algunos bien claros. Cuando él hablaba sobre la persona que debería liderar a los hermanos, escribió: «que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra» (1 Timoteo 5: 10). Aquí él no cita obras de la Ley, sino la acción de amor del uno por el otro como explicitación de alguien que es «celoso de buenas obras».
Amar al prójimo es señal de ser un discípulo de Jesús
Una definición clara está en 1 Timoteo 6: 18: «que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos». Aquí no quedan dudas que las «buenas obras» tienen que ver con el «bien» que se practica, por eso reciben ese nombre. Las personas «llenas de buenas obras» se describen claramente como aquellos que son «dadivosos, generosos». Por lo tanto, ¿cuál es la luz del cristiano que está en el Reino de Dios? ¿Es guardar un mandamiento? ¡No! Es más que eso, es, además, cuidar de su hermano, demostrar amor por el prójimo, es ser un discípulo del Rey Jesús.
«En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13: 35). Esa es la marca del Reino de Dios en la vida de una persona, es la luz que brilla y muestra al Padre que está en el Cielo. Si en un mundo malo que no tiene ningún motivo para ser mejor, existe la bondad, es porque tiene que haber un Dios en el Cielo.
Sí, él está en el Cielo, pero se lo ve aquí en la Tierra, en sus hijos. Cada vez que alguien cuestiona la existencia de Dios al ver dolor y sufrimiento en la Tierra, es porque no está encontrando cristianos de verdad, portadores del Reino. Porque cuando alguien ve un acto de amor, una entrega, un sacrificio a favor del otro, nuestros ojos se impresionan con la visión de Cristo. Es cuando damos y no cuando recibimos, que somos cristianos. Es cuando nuestra vida se pauta en el bien que tenemos que hacer en este mundo tan golpeado. En eso somos Cristo a los ojos de quienes habitan la Tierra.
Dos tipos de cristianos, ¿de qué clase eres tú?
Es por eso que cuando Cristo vuelva habrá dos grupos de cristianos; los que se jactaron de todos los actos religiosos que hicieron (Mateo 7: 22) y aquellos que sin saber fueron como Jesús al dar agua a quien tenía sed, comida a quien tenía hambre, ropas a quien estaba desnudo, al visitar a los enfermos (Mateo 25: 31-36) y transformaron el lugar de la Tierra donde habitaban con una luz que viene directamente del Cielo. Mostraron la Justicia verdadera que viene de otro Reino.
Autor: Diego Barreto, teólogo, coautor del BibleCast, un podcast sobre teología para jóvenes, y productor de aplicaciones cristianas para dispositivos móviles. Pastor en los Estados Unidos.
Publicación original: Una marca del Rey