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DISEÑO INTELIGENTE EN LA GESTACIÓN HUMANA: LA PERPLEJIDAD ANTE LA COMPLEJIDAD. Parte II

El nacimiento de una vida humana es un proceso complejo, y la complejidad nos sugiere diseño. Te invito a reflexionar en pequeños detalles de la gestación que muestran la firma de un Diseñador Inteligente.

Implantación

Imagen 4: implantación del embrión en el endometrio uterino (imagen de Depositphotos)

Cuando un óvulo es fecundado por un espermatozoide, se genera una nueva célula con una combinación genética única. Esta primera célula se autorreplica repetidamente formando una masa celular que se conoce como “embrión”. El embrión recorre un largo camino por las trompas uterinas hasta llegar a la cavidad del útero. El éxito del embarazo depende de que el embrión llegue al SITIO adecuado justo en el MOMENTO adecuado. Es necesaria una absoluta sincronización tanto en el tiempo como en el espacio.

El embrión está recubierto de una especie de coraza (zona pelúcida) que se empieza a deshacer en el día 6 de vida, justo cuando llega al útero. En este momento, la capa interna del útero, llamada endometrio, es como una esponja mullida y bien cargada de nutrientes: se encuentra en un estado receptivo que atrae al embrión. Cuando ambos entran en contacto, comienza un diálogo orquestado con precisión que permite a ese nuevo ser anidar en la matriz materna. Este es el inicio de la interacción física entre ambas vidas y, por tanto, establece las bases de todo el desarrollo posterior del embarazo (imagen 4).

Nuestra historia comienza gracias a una sincronización diseñada con precisión, al igual que la sincronización de los múltiples dispositivos electrónicos que nos rodean hoy en día.

El cuerpo materno… se adapta

– El cuerpo materno … detecta la presencia del embrión y facilita su permanencia en el útero.

Prácticamente, lo primero que hace el embrión es especializar su capa más externa de células. Necesita “agarrarse” bien al cuerpo de la madre, y que ésta lo detecte para “abrazarlo” con fuerza también. Así que estas células (sincitiotrofoblasto) comienzan a excavar un nido en el endometrio y a fabricar una hormona llamada hCG, que es la molécula que se detecta en los test de embarazo. La hCG funciona como una señal para el ovario de la madre. Al recibirla, el cuerpo lúteo de la ovulación sigue funcionando, produciendo progesterona, y el endometrio no se desprende.

– Además, el cuerpo materno no rechaza al embrión, aunque le es «extraño».

Los genes del embrión son distintos a los de la madre. En condiciones normales, esto tendría que ser percibido como un ataque externo y generar una activación de las defensas para eliminarlo. Es lo que ocurre cuando se trasplanta un órgano de donante a un enfermo; la persona trasplantada tiene que tomar un tratamiento que suprima al sistema inmune de por vida para no rechazar al órgano extraño. Las hormonas que hemos mencionado previamente, la hCG y la progesterona, también actúan a nivel del sistema inmune materno apagándolo parcialmente, evitando así que ataque al embrión. Además, se forma la decidua a partir de tejidos del embrión y de la madre, que funciona como una barrera contra la respuesta inmune materna.

– El cuerpo materno … experimenta un delicado baile de hormonas.

Y comienza «la fiesta» a nivel hormonal. A partir de este momento tienen que ocurrir muchísimos cambios en el funcionamiento del cuerpo de la mujer, y las hormonas son las responsables de que se lleven a cabo. Algunas las produce la propia madre y otras se fabrican en la placenta. Tienen que trabajar de forma sincronizada y coordinada. Una vez más surge el concepto de la sincronización. No serviría de nada tener una de las hormonas si faltara otra, o tenerla pero en el momento equivocado. Por ejemplo, el útero tiene que crecer para adaptarse al desarrollo del feto (gracias a los estrógenos), pero sin contraerse para no expulsarlo antes de tiempo (por efecto de la progesterona y la relaxina).

Otro aspecto llamativo es la cantidad de recursos que la madre tiene que poner a disposición del bebé. Lo que antes era solo para ella, ahora tiene que repartirlo… y lo de que «el que reparte se lleva la mejor parte» no es así en este caso. Hace falta un aporte de sangre muy grande para suplir las necesidades del feto en crecimiento. Los estrógenos garantizan que la sangre materna llegue de forma prioritaria hacia el útero. El lactógeno placentario también tiene una función muy importante: se encarga de que los nutrientes que ingiere la madre (glucosa, proteínas…) lleguen preferentemente al feto antes que ser utilizados o almacenados por sus propias células, de tal forma que prima la nutrición del hijo por encima de la suya propia. Y es que el embarazo humano es la «anti-evolución».

La anti-evolución

Imagen 5: el cuerpo materno se adapta (imagen de Pinterest)

La evolución se basa en la supervivencia del más fuerte; en el embarazo el fuerte cuida al débil en un acto de altruismo multiorgánico. En el embarazo ocurre la mayor manifestación de amor «antinatural» según las leyes del evolucionismo: el cuerpo de la madre pone a un lado sus propias necesidades por el bien de su hijo. Es verdad que el principal mecanismo de evolución por selección natural es la reproducción, y podríamos pensar que es lógico que se dediquen una gran cantidad de recursos para lograr tener descendencia.

Pero existen mil y una formas de reproducción sin tanto esfuerzo, que resultan más bien anodinas para los progenitores, como podemos ver en otras especies. ¿Por qué los humanos íbamos a «retroceder» en ese sentido? Es innegable que en la reproducción humana hay un extra de amor, que es una huella, un ser que ES amor (imagen 5).

Las hormonas no solo tienen efecto sobre la madre gestante, sino que también desencadenan el desarrollo de algunos de los órganos fetales, como los pulmones, y muchas están implicadas en la producción del único alimento que el bebé necesitará cuando nazca en previsión de lo que vendrá después. La necesidad de previsión es básica en el proceso de reproducción humana. Por ejemplo, el feto dedica muchos recursos a formar órganos que no necesita durante toda su vida fetal, y, sin embargo, son vitales desde el momento en el que nace.

Órganos útiles al feto

Algunos órganos nobles como el corazón, los riñones o el hígado trabajan, aunque sea parcialmente, desde que el embrión tiene unas semanas de vida; le son «útiles» al feto. Pero los pulmones no. Durante la vida fetal no hacen ni siquiera una pequeña prueba de funcionamiento. Tras el nacimiento, pasan «de cero a cien» en unos segundos. La vida puede continuar fuera del útero gracias a una preparación concienzuda previa, y esto requiere un conocimiento de lo que va a pasar después que una naturaleza ciega no puede proporcionar.

Otro ejemplo de previsión es la lactancia. Durante la gestación se invierten muchos recursos en prepararla. La mayoría de hormonas propias del embarazo (estrógenos, progesterona, lactógeno placentario, oxitocina, prolactina…) tienen algún papel en la lactancia, de tal forma que el bebé tenga preparada su única fuente de nutrición tras el nacimiento.

Estos ejemplos de previsión son una evidencia de diseño. Considero que esta previsión es difícil que sea fruto de un ensayo prueba-error. Harían falta tantas pruebas infructuosas que la especie se extinguiría antes de conseguir un resultado favorable. Y recordemos que la cantidad de “pruebas” que pueden suceder están limitadas por la cantidad de embarazos que puede llevar a término una mujer a lo largo de su vida (en el orden de las decenas en el mejor de los casos).

La placenta

La placenta es un órgano con una particularidad curiosa: es efímera. Solo funciona los meses que dura el embarazo y deja de existir. Sin embargo, durante ese corto periodo de tiempo hace “de todo”. Tiene la función de poner en estrecha relación a la madre con su hijo. Le brinda protección física y posibilita su respiración (intercambio de oxígeno por dióxido de carbono), nutrición (glucosa, hierro, vitaminas…) y excreción de desechos (urea, bilirrubina…). También es una gran fábrica de hormonas (hCG, LPh, E2, P4…) y actúa como barrera frente al paso de moléculas grandes.

Es el órgano distintivo de los “mamíferos placentarios”. Hay mamíferos que no desarrollan placenta, como los marsupiales. Otros muchos animales tienen diferentes formas de reproducción. Siendo reduccionistas podríamos decir que la cáscara del huevo es la “placenta” de aves y reptiles. Sin embargo, las diferencias entre ambas estructuras son tantas, a nivel morfológico, genético y molecular, que podríamos pasarnos días enumerándolas y no terminaríamos. Hemos de recordar que ambos sistemas son eficientes tal y como son. Pequeñas faltas los harían inservibles. Por tanto, el salto de uno a otro no se pudo haber producido secuencialmente poco a poco. Y millones de saltos sincronizados a la vez en el tiempo no son concebibles por casualidad.

El origen de la placenta es un asunto polémico. Hay muchos científicos que se dedican a investigar sobre este tema, miles de artículos científicos publicados, argumentos y contraargumentos… Prestemos atención a la controversia alrededor de una proteína clave en la formación de la placenta que se llama sincitina (imagen 6). Está escrito en letra pequeña a propósito, para no centrarnos en los detalles, sino en la estructura de la controversia, porque es la misma para casi cualquier otro tema científico.

Imagen 6: controversias alrededor de la sincitina.

En primer lugar tenemos apuntados los HECHOS, que es el conocimiento que hemos podido obtener hoy en día a base del estudio del material que tenemos, de la observación y la experimentación. Aquí no hay más vuelta de hoja. O quizás sí, porque las observaciones pueden estar incompletas. De hecho, seguro que lo están, porque el conocimiento científico sigue avanzando. ¿Qué ocurre? Que estos hechos hay que INTERPRETARLOS. Y desgraciadamente las interpretaciones siempre son subjetivas. No hubo testigos la primera vez que funcionó una placenta. Nadie estuvo ahí para observar y tomar apuntes. Así que nuestra forma de armar el puzzle de lo que ocurrió en el pasado va a depender del prisma bajo el que miremos aquí y ahora.

El evolucionismo plantea una hipótesis que resuelve parte del puzzle, pero quedan cabos sueltos y cuestiones sin resolver. Ocurre lo mismo con el diseño inteligente. Ninguno ofrece “respuestas para todo”. Ambas cosmovisiones tienen sentido en su marco teórico de desarrollo. Pero también, ambas tienen lagunas. Elegir una u otra depende más bien de cómo consideramos que encajan mejor las piezas del puzzle. Pero recordemos que no estamos armando solamente el puzzle de la sincitina, ni solo el de la placenta, ni del desarrollo embrionario, o del proceso completo de gestación… la complejidad de la vida como un todo va mucho más allá.

Continuará…

Autora: Loida Pamplona Bueno. Doctora en Medicina. Especialista en Obstetricia y Ginecología.
Imagen: Shutterstock

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