Los tiempos difíciles o finales son caracterizados por un egoísmo humano muy grande y poco reconocimiento de que todo lo que somos y tenemos debemos a Dios.
Entre tantas evidencias de los últimos días de la Tierra encontramos también fenómenos sociales y humanos. Jesús nos pide que estemos atentos a los tiempos, así como alguien se prepara para el día de la cosecha de una higuera (Mateo 24). Es costumbre de los cristianos que esperan el regreso de Jesús tratar de mirar las señales más literales y físicas, como el oscurecimiento del sol, caída de estrellas, etc. Sin embargo, existen otros factores tan evidentes como estos, pero que por su naturaleza subjetiva son menos observados. Pero que tal vez sean los más evidentes.
En la segunda carta a Timoteo, en el capítulo 3, Pablo habla sobre el estado del hombre en el tiempo del fin. Cada afirmación podría convertirse en un texto diferente de esta columna, pero voy a atenerme a una de estas afirmaciones. Pablo dice que «en los últimos días vendrán días peligrosos». ¿Qué hay de peligroso en estos días, Pablo?
«Habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanidosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin templanza, crueles, enemigos de lo bueno, traidores, impetuosos, engreídos, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella».
Cumplimiento inmediato y futuro
Es cierto que el autor de la epístola se refiere a todo el periodo entre la primera y segunda venida de Cristo (periodo nombrado en la Biblia como «los últimos días», la última fase de tiempo de la historia del pecado). Sin embargo, sus palabras son, como toda profecía, para cumplimiento inmediato y futuro. Siendo así, todos tenemos una afirmación que narra lo que Timoteo estaba viviendo. Y lo que nosotros también estamos viviendo, aquellos que estamos en el extremo del tiempo más cercano a la segunda venida.
Cada día vemos más las características que Pablo mencionó acerca de la humanidad. Nuestro egoísmo se agrava con el tiempo y nuestra presunción también. Amamos más el entretenimiento que a Dios, los placeres personales que al Creador. Y aquí está la frase que quiero destacar: En este tiempo tenemos la forma de la piedad, la apariencia de piedad, pero negamos el poder de Dios.
Cada vez escucho más discursos de amor. Todos vacíos, aunque muy coloridos y deslumbrantes. Se habla mucho de esta palabra. Se levantan banderas y ondean en el horizonte en nombre de tal amor. Pero, ¿qué es el amor sin Dios?
El amor de Dios o el tuyo
Sin Dios, el amor es el supuesto bienestar del yo. Es aquí donde se vacía. Si el bien que usted hace al prójimo no viene de Dios, ¿entonces quién lo hace? Usted, ¿verdad? Entonces, ¿quién es bueno? ¡Usted! La usurpación del amor por el yo es el ego buscando un adorno para sí mismo. El amor legítimo esconde el ego. Dios nos dio el único medio de amarnos de verdad aún en el estado de pecado: «Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero» (1 Juan 4: 19). «Y él por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (1 Corintios 5: 15).
Dios nos dio el único camino posible para amarnos sin la interposición del yo. Amamos debido a él. El bien que logramos hacer a otros no viene de nosotros, sino de nuestro Padre. Él es quien nos da de su amor para que podamos compartirlo. La fuente, la inspiración y sobre todo, la razón para amar, la única. Cualquier otra cosa parece amor, pero solo en apariencia.
Porque, sin Dios, no hay razón para que el amor no esté en el propio yo. Y el yo es el problema del ser humano, tanto en las palabras de Pablo, como en el tiempo en el que vivimos. Que él nos salve de nuestro yo, todos los días (Lucas 9:23 – desafío para leer).
Autor: Diego Barreto, teólogo, es coautor del BibleCast, un podcast sobre teología para jóvenes, y productor de aplicaciones cristianas para dispositivos móviles. Hoy es pastor en los Estados Unidos.
Imagen: Foto de Kenny Eliason en Unsplash
Publicación original: Los tiempos difíciles llegaron