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Tras mis vacaciones, charlando con un compañero, me dijo una frase que ya había oído otras veces. Pero esta vez, por el contexto de la frase, se me quedó bien grabada: «Nunca digas “No puedo”. Di: «Estoy cansado, pero voy a intentarlo».

Eran las palabras que le había susurrado a su hija, agotada en un caluroso día, con una cuesta arriba por delante, a punto de rendirse tras 28 kilómetros en bicicleta. La ruta más larga que había recorrido a sus escasos 7 años.

Me encontré con ella tras conversar con su padre. Una preciosa sonrisa iluminaba su rostro. Me saludó y me dijo: «¿Sabes mi nuevo récord de bici?». No mostraba ninguna evidencia de cansancio por las pendientes de la ruta; había llegado a la meta y eso era lo importante. Era cuestión de no rendirse, de intentarlo.   

No te detengas, debes intentarlo. Recuerda: «Es con mi Espíritu»

El cansancio, el sol, la pendiente eran reales, pero no estaba sola, su padre la acompañaba en esa ruta que parecía no tener fin. Así estamos nosotros, en camino a la casa del Padre, con la misión que él tiernamente nos encomendó: «Vosotros sois la luz del mundo… Id y haced discípulos a todas las naciones» (Mat. 5: 13-14; 28: 19). Podían elegir rendirse o intentarlo.

A veces la misión parece inalcanzable, y escuchamos voces que minan nuestro ánimo. Voces que dicen: «No se puede, hemos hecho varias cosas… Esta sociedad no quiere saber nada de Dios».

Pero Él nos contesta: «No temas, estoy contigo; no te desalientes, yo soy tu Dios. Te fortaleceré, te ayudaré, sí, te sostendré» (Isa. 41: 10 LBLA)

Nunca olvidemos que cumplir esta misión no depende de nuestra experiencia, capacidad, educación, planes, fuerza o sabiduría; depende del recurso que el Cielo nos ofrece: «“No será por la fuerza, ni por ningún poder, sino por mi Espíritu”, dice el Señor» (Zac. 4: 6 CST). Jesús lo confirmó: «Cuando venga el Espíritu Santo sobre vosotros, recibiréis poder y seréis mis testigos… hasta los confines de la tierra» (Hech. 1: 8 CST).

Adónde mirar y qué ambición tener

Es fácil que en la “ruta” nuestros ojos se desvíen de lo fundamental; que surjan otros intereses y ambiciones, por legítimos sean, obstaculizando la feliz llegada a la meta. Elena White, sobre el éxito de la iglesia apostólica en la misión, declara: «Cada cristiano vio en su hermano la semejanza divina de la benevolencia y el amor. Prevalecía un solo interés… La única ambición de los creyentes era revelar la semejanza del carácter de Cristo, y trabajar por el engrandecimiento de su reino. “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma… los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder…”. “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” [Hech. 4: 32-33; 2: 47]. El Espíritu de Cristo animaba a toda la congregación» (Elena G. White, Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 91).

En este nuevo año eclesiástico y nuevo quinquenio (2022-2027), te animo para que tu mirada y ambición sean los mismos de los creyentes del siglo I, pese a lo difícil que fue su andadura.

Si así es, la promesa es que se repetirán escenas como las de la época apostólica, y el descenso del Espíritu Santo será aún más abundante que en Pentecostés. El Espíritu espera que lo pidamos y recibamos (Elena G. White, Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 91).

Hemos llegado

En mis primeras rutas en bici, no había palabras más agradables para mí que cuando el compañero que nos guiaba decía: «Hemos llegado». Entonces, a pesar del cansancio, solo recordábamos los buenos momentos, lo demás perdía importancia.

Ya hemos dicho que recorrer el camino y cumplir la misión no es fácil, pero el Padre amoroso nos recuerda en susurros que debemos intentarlo:

«No temas, yo estoy contigo, no es con tu fuerza, es con mi Espíritu. Mírame a mi». Y por si esto fuera poco, algo más nos aguarda en la meta: «Cuando las puertas de aquella hermosa ciudad en las alturas giren sobre sus resplandecientes goznes, y entren las naciones que han guardado la verdad, sobre sus cabezas serán colocadas coronas de oro…

»En ese momento algunos acudirán a vosotros y dirán: “Si no hubiese sido por las palabras que me hablasteis en forma bondadosa, si no hubiera sido por vuestras lágrimas y súplicas y fervientes esfuerzos, yo nunca habría visto al Rey en su hermosura”. ¡Qué recompensa es esta! ¡Cuán insignificante es la alabanza de los seres humanos en esta vida terrena y pasajera, en comparación con las recompensas infinitas que aguardan a los fieles en la vida futura e inmortal!» (Elena G. White, Eventos de los últimos días, pág. 248).

Apreciado hermano, hermana, apreciado líder de iglesia, ante los desafíos de la misión, no digas: «No puedo». Di en el Espíritu: «Voy a intentarlo, voy a lograrlo, todo es posible en Cristo que me fortalece» (ver Fil. 4: 13).

Mirando siempre a Jesús, reclamemos la promesa de su Espíritu, nuestra gran necesidad… «Y me seréis testigos en Madrid, en Barcelona, en Valencia… y hasta el último rincón de España». (Hechos 1: 8 parafraseado)

¡Maranatha!

Autor: Gabriel Díaz, responsable de Ministerio Personal, Evangelismo, Escuela Sabática y Misión Global de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
Imagen: Foto de 🇸🇮 Janko Ferlič en Unsplash 

 

Revista Adventista de España