El término ‘burnout’ se ha ido construyendo a lo largo de los últimos 50 años por diferentes autores[1]. El mismo se definió como una respuesta al ‘estrés laboral crónico’, especialmente en aquellos contextos en los que hay una interacción constante con personas: tanto en aquellos en los que el trabajo está orientado a otras personas (por ejemplo: profesores, personal sanitario, cuerpos de emergencias y seguridad…) como en la relación entre iguales en dicho contexto (compañeros de trabajo)[2].
Por todo ello, el burnout se ha descrito como una sensación de desaliento, que puede acompañarse de: malestar y/o agotamiento físico y/o emocional, como sensación de no poder dar más de uno mismo a los demás y/o a nivel laboral; irritabilidad, así como desarrollo de sentimientos, actitudes y respuestas negativas, distantes y frías hacia otras personas; pérdida del idealismo; percepción de ineficacia laboral, con sentimientos de inadecuación y fracaso; disminución en la productividad, menor habilidad de enfrentamiento, disminución de los niveles de involucración laboral…[3]
Entre el desaliento y la comodidad
Llegados a este punto, cabe una confesión: el propósito del presente artículo no es el de hablar de burnout laboral. La intención del mismo es generar la reflexión en torno a aquel que surge en el contexto de la fe compartida: en la ‘iglesia’.
La pregunta sería, entonces, ¿podemos compararlos e igualarlos?
Te animo a que vuelvas a leer la descripción de burnout que se encuentra en las líneas anteriores. Y es que, quizá no te ha pasado (¡ojalá!), pero imagino que has participado en alguna conversación en la que surgen frases como las que siguen:
- “es siempre lo mismo, estoy cansado…”
- “yo ya no pienso hacer más, si luego da igual…”
- “¿al final qué sentido tiene tanto esfuerzo?…”
- “lo que pasa es que la gente no quiere comprometerse, al final somos siempre los mismos, y encima se quejan…”
- “lo que sucede es que éramos demasiado idealistas… y ahora nos hemos dado cuenta cómo funciona todo…”
Con cierta frecuencia, frases como éstas se relacionan con falta de compromiso. De fe. De relación. Sin embargo, no nos preguntamos cuál fue el camino que llegó hasta ellas.
Ya que, si bien es cierto que hay sendas cuyo destino es el distanciamiento, quizá, indagar sobre cómo se llega hasta el mismo, permitiría redireccionarnos así como acompañar en dicho proceso en ausencia de etiquetas, valoraciones sesgadas o mirada crítica.
Esta propuesta no es original. Fue planteada por M. White[4]. Él afirmaba que nunca es tarde para re-encontrar y re-escribir nuestra historia y, por ello, consideraba que el llamado burnout tenía por causa el desaliento. Afirmando, por ello, lo que sigue:
Desalientos
“Hay muchos desalientos. Está el desaliento que se experimenta rumbo al abatimiento y que es consecuencia de una prolongada conciencia de las injusticias, las desventajas de algunos y la desigualdad, conciencia que no se siente acompañada por un amplio reconocimiento de la situación. Tenemos el desaliento que se experimenta rumbo a la resignación y que es consecuencia de una crítica a la injusticia, las desventajas y la desigualdad, junto con una no aceptación de esas circunstancias: una crítica que no es compartida solidariamente por otros. Está el desaliento que se experimenta rumbo a la capitulación y que es el resultado de una historia de actos de resistencia frente a la injusticia, desventajas y desigualdad: actos que no son apoyados por los demás. Tenemos el desaliento que se experimenta rumbo a la desesperanza… habla de una historia de añoranza y deseo de un mundo diferente, sentimientos ignorados y subestimados. Está el desaliento que se experimenta rumbo a la depresión: este revela el valor de los antiguos sueños y de las visiones, sueños y visiones que se pierden frente al descrédito y la descalificación”[5]
Al considerarlo así, como desalientos, plantea que hay recuperación posible.
Trasladar este planteamiento a los sentimientos y sensaciones[6] que, en ocasiones, surgen en el contexto eclesiástico, implicaría mirar como Jesús lo hace: no viendo dónde estamos, lo que somos. Si no lo que a su lado, con su perspectiva y amor, podemos llegar a ser[7].
Porque no son cenizas. Son oportunidades para replantear(nos) el contexto. La situación. Las relaciones. Permitiendo que los sueños, ilusiones, motivaciones, fe y esperanza sean reavivados.
Habla de compromisos activos. De acompañarnos unos a otros en la conciencia, en la crítica (esa que sueña con el cambio, que no es estática ni señala con el dedo) y en el reconocimiento del otro. Por medio del que los anhelos, deseos, sueños e ilusiones sean convalidados.
¿Qué sucedería si…?
En la Biblia nos encontramos con un Jesús que se implica en la Historia de la humanidad (Juan 3:16-17). Que escucha nuestros dolores y desalientos, pero no se queda en ellos. Porque agarra al que tiene a su lado y le recuerda eso de “Sígueme tú…” (Juan 21:22), proponiéndole un camino lleno de propósito, de sentido, de esperanza.
Imagina, entonces, que siguiendo su ejemplo, decidiésemos acompañarnos en los momentos de desaliento. De desánimo. No como forma de señalarnos, de posicionarnos o de etiquetarnos. Si no, como dice Eclesiastés, como forma de “tirar” unos de otros (Eclesiastés 4:9-10).
Será así como, cuando llegue el desaliento, nos sentiremos acompañados. Permitiendo así el proceso de reconstrucción de anhelos, deseos, sueños e ilusiones. Recordando en Quién hemos creído (2 Timoteo 1:12): Aquel que prometió que estaría con nosotros todos los días que dure este mundo (Mateo 28:20).
NOTAS:
[1] Los principales fueron: HB Bradly en 1969; Freudeuberger en 1974 y 1980; Maslach y Jackson en 1981.
[2] A pesar de que el Burnout se relacionó, en su conceptualización inicial, con la relación profesional-usuario, se ha evidenciado que las relaciones laborales son una fuente potencial del mismo. Tanto es así, que se ha llegado a afirmar que pudiera ser más influyente que la tradicionalmente considerada (Leiter M et al. Burnout experience: recent research and its implications for psychiatry. World Psychiatry 2016; 15:103-111)
[3] Marín-Tejeda M. Prevención de burnout y fatiga por compasión: evaluación de una intervención grupal. J Behav Health 2017; 9:117-123
[4] Trabajador Social y co-fundador de la Terapia Narrativa en Australia.
[5] White Michael. El enfoque narrativo en la experiencia de los terapeutas. Madrid: Gedisa, 2002.
[6] Así como a las decisiones que les acompañan
[7] El camino a Cristo p.15
Autora: Sonia Pedrosa Armenteros, médico especialista en psiquiatría y máster en terapia narrativa.
Imagen: Photo by Danie Franco on Unsplash