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Sin diferencias

Cristo no admitía distinción alguna de nacionalidad, jerarquía social, ni credo. Los escribas y fariseos deseaban hacer de los dones del cielo un beneficio local y nacional, y excluir de Dios al resto de la familia humana. Pero Cristo vino para derribar toda valla divisoria. Vino para manifestar que su don de misericordia y amor es tan ilimitado como el aire, la luz o las lluvias que refrigeran la tierra. MC 15.5

La vida de Cristo fundó una religión sin castas; en la que judíos y gentiles, libres y esclavos, (hombres y mujeres*), unidos por los lazos de fraternidad, son iguales ante Dios. Nada hubo de artificioso en sus procedimientos. Ninguna diferencia hacía entre vecinos y extraños, amigos y enemigos. Lo que conmovía el corazón de Jesús era el alma sedienta del agua de vida. MC 16.1

* El texto bíblico completo al que, seguramente, hace referencia la autora dice: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús». (Gálatas 3:28).

Sin indiferencia

Nunca despreció a nadie por inútil, sino que procuraba aplicar a toda alma su remedio curativo. Cualesquiera que fueran las personas con quienes se encontrase, siempre sabía darles alguna lección adecuada al tiempo y a las circunstancias. Cada descuido o insulto del hombre para con el hombre le hacía sentir tanto más la necesidad que la humanidad tenía de su simpatía divina y humana. Procuraba infundir esperanza en los más rudos y en los que menos prometían, presentándoles la seguridad de que podían llegar a ser sin tacha y sencillos, poseedores de un carácter que los diera a conocer como hijos de Dios. MC 16.2

Con los desanimados, enfermos, tentados y caídos

Muchas veces se encontraba con los que habían caído bajo la influencia de Satanás y no tenían fuerza para desasirse de sus lazos. A cualquiera de ellos, desanimado, enfermo, tentado, caído, Jesús le dirigía palabras de la más tierna compasión, las palabras que necesitaba y que podía entender. A otros, que sostenían combate a brazo partido con el enemigo de las almas, los animaba a que perseveraran, asegurándoles que vencerían, pues los ángeles de Dios estaban de su parte y les darían la victoria.MC 16.3

A la mesa de los publicanos se sentaba como distinguido huésped, demostrando por su simpatía y la bondad de su trato social que reconocía la dignidad humana; y anhelaban hacerse dignos de su confianza los hombres en cuyos sedientos corazones caían sus palabras con poder bendito y vivificador. Despertábanse nuevos impulsos, y a estos parias de la sociedad se les abría la posibilidad de una vida nueva. MC 16.4

Con los opuestos

Aunque judío, Jesús trataba libremente con los samaritanos, y despreciando las costumbres y los prejuicios farisaicos de su nación, aceptaba la hospitalidad de aquel pueblo despreciado. Dormía bajo sus techos, comía a su mesa, compartiendo los manjares preparados y servidos por sus manos, enseñaba en sus calles, y los trataba con la mayor bondad y cortesía. Y a la par que se ganaba sus corazones por su humana simpatía, su gracia divina les llevaba la salvación que los judíos rechazaban.

Nota de la editora:

Este capítulo del libro de Ministerio de Curación, de Elena G.White pareciera ser un llamado sobre el poder del amor para alcanzar la salud física y mental. Cuando amamos podemos colaborar con la salud física de las personas por medios físicos, es evidente. Pero cuando amamos, también podemos hacer mucho por la salud mental (y social, y espiritual) de los demás.
Sabemos que la mayor obra sanadora es la salvación. En este mundo enfermaremos y moriremos, pero en la vida eterna no hay enfermedad o muerte.
Jesús demostró con su vida que la sanación interna es tan importante como la externa. Cuerpo y mente están unidos, y lo que afecta a uno, afecta al otro. La enfermedad y el sufrimiento de la mente son tan importante como los del cuerpo. Y el mayor bálsamo curativo es el amor y la aceptación.
No solemos hablar de cariño cristiano, pero Jesús fue un verdadero maestro en esa materia. Y nosotros, como cristianos, estamos llamados a reflejar el carácter de Cristo. Para hacerlo necesitamos conocerle íntimamente. Necesitamos aprender de Él en la Biblia y en los libros del Espíritu de Profecía. Debemos conocer en profundidad su carácter santo, para poder reflejarlo, o corremos el peligro de hacernos «un Jesús a nuestra medida» y reflejar a alguien que Él realmente no es.
Necesitamos reflexionar en el amor como fuente de curación. El amor de Dios nos sana, y el amor fraternal colabora con Él en la salud de los demás.

Elena G. White. «El amor fraternal». Ministerio de Curación. Páginas 15.5 a 17.1. 

Foto: Helena Lopes en Unsplash

 

Revista Adventista de España
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