En el primer Concilio Otoñal que llevaron a cabo los líderes de la iglesia pocos meses después del 85º Congreso de la Asociación General, los representantes de todo el mundo oraron y planearon juntos la manera de apresurar la terminación de la tarea de evangelizar a los millones de seres que habitan el planeta. Este cometido nos fue entregado hace mucho tiempo, con la promesa de que el Señor de la iglesia regresaría una segunda vez para establecer su reino de justicia. Con esta promesa en mente y como motivadora de acción para cada adventista del séptimo día, los líderes elaboraron el siguiente llamado para desafiar a cada creyente a tener en cuenta cuatro prioridades: reavivamiento, reforma, discipulado y evangelización. Invitamos a los lectores y a los millones de jóvenes adventistas a leer este documento y adoptarlo con espíritu de oración, como un imperativo y un compromiso de vida.
Dios ha llamado de manera singular a la Iglesia Adventista del Séptimo Día para vivir y proclamar al mundo el mensaje para los últimos días, un mensaje de amor y verdad (Apocalipsis 14:6-12). El desafío de alcanzar a más de seis mil millones de habitantes del mundo, con el mensaje divino para el tiempo del fin, parece imposible. Dicha tarea es abrumadora. Desde la perspectiva humana, el rápido cumplimiento de la gran comisión de Cristo, en algún momento cercano, parece improbable (Mateo 28:19, 20).
La tasa de crecimiento de la iglesia simplemente no está acompañando el crecimiento de la población mundial. Una evaluación sincera de nuestro actual impacto con evangelización mundial nos lleva a la conclusión de que, a menos que haya un cambio dramático, no concluiremos la comisión celestial en esta generación. A pesar de nuestros mejores esfuerzos, todos los planes, estrategias y recursos son incapaces de terminar la misión dada por Dios para su gloria en la Tierra.
La promesa de Cristo a su iglesia del nuevo testamento
El desafío de llevar el evangelio al mundo no es nuevo. Los discípulos lo enfrentaron en el primer siglo y nosotros lo enfrentamos en el siglo XXI. La iglesia del Nuevo Testamento fue, aparentemente, confrontada con una tarea imposible. Pero, dotada con el poder del Espíritu Santo, tuvo un crecimiento explosivo (Hechos 2:41; 4:4; 6:7; 9:31). Esos primeros cristianos compartieron su fe por doquier (Hechos 5:42).
La gracia de Dios rebosó de sus corazones hacia sus familias, amigos y compañeros de trabajo. Sólo unas décadas después de la crucifixión, el apóstol Pablo informó que el evangelio era predicado “en toda la creación que está debajo del cielo” (Colosenses 1:23). ¿Cómo fue posible que un relativamente insignificante y desconocido grupo de creyentes pudiera impactar al mundo en tan poco tiempo? ¿Cómo tan pocos cristianos pudieron ser usados por Dios para transformar el mundo para siempre?
La gran comisión de Cristo fue acompañada por su gran promesa. El Salvador ordenó a sus discípulos “que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre” (Hechos 1:4). Y también prometió: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
El amor de Cristo controló cada aspecto de la vida de sus discípulos y los movilizó a un compromiso fervoroso para servirle. Buscaron a Dios para recibir el poder prometido del Espíritu Santo, y se arrodillaron delante de él con sentida confesión y ferviente arrepentimiento. Su prioridad fue buscar las bendiciones de Dios, y con ese objetivo dedicaron tiempo para orar y estudiar las Escrituras. Sus pequeñas diferencias fueron absorbidas por el deseo acuciante de compartir el amor de Cristo con todos los que estaban a su alrededor. Su idea absorbente era alcanzar al mundo con el evangelio. Nada fue más importante. Reconocían que eran incapaces de cumplir la misión sin el poderoso derramamiento del Espíritu Santo.
Al describir la experiencia de los discípulos, Elena White escribió: “Poniendo aparte toda diferencia, todo deseo de supremacía, se unieron en estrecho compañerismo cristiano… La tristeza llenó sus corazones al pensar en cuántas veces le habían apenado por su tardo entendimiento y su incomprensión de las lecciones que, para el bien de ellos, estaba procurando enseñarles… Los discípulos sentían su necesidad espiritual, y clamaban al Señor por la santa unción que los había de hacer idóneos para la obra de salvar almas. No pedían una bendición simplemente para sí. Estaban abrumados por la preocupación de salvar almas. Comprendían que el evangelio había de proclamarse al mundo, y demandaban el poder que Cristo había prometido” (Los hechos de los apóstoles, pp. 30, 31).
Cristo cumplió su palabra. El Espíritu Santo fue derramado con poder en el Pentecostés. Miles fueron convertidos en un día y el mensaje del amor de Cristo impactó al mundo. En un corto período de tiempo, el nombre de Cristo estaba en los labios de los hombres y mujeres por doquier. “Gracias a la cooperación del Espíritu Divino, los apóstoles hicieron una obra que sacudió al mundo. El evangelio fue llevado a toda nación en una sola generación” (Los hechos de los apóstoles, p. 489).
La promesa de Cristo a la iglesia del tiempo del fin
El derramamiento del Espíritu Santo en el Pentecostés en la lluvia temprana fue sólo un preludio de lo que vendrá. Dios ha prometido derramar su Espíritu Santo en abundancia en los últimos días (Joel 2:23; Zacarías 10:1). La Tierra será “alumbrada con su gloria” (Apocalipsis 18:1), y la obra de Dios en la Tierra será rápidamente concluida (Mateo 24:14; Romanos 9:28). La iglesia experimentará un reavivamiento espiritual y la plenitud del poder del Espíritu Santo como nunca antes en su historia. Hablando del derramamiento del Espíritu Santo en el Pentecostés, Pedro nos asegura: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:39). Elena de White añade: “Antes que los juicios de Dios caigan finalmente sobre la Tierra, habrá entre el pueblo del Señor un avivamiento de la piedad primitiva como no se ha visto nunca desde los tiempos apostólicos. El Espíritu y el poder de Dios serán derramados sobre sus hijos. En ese tiempo muchos se separarán de esas iglesias en las cuales el amor por este mundo ha suplantado al amor por Dios y su Palabra. Muchos, tanto ministros como laicos, aceptarán gustosamente esas grandes verdades que Dios ha hecho proclamar en este tiempo con el fin de preparar un pueblo para la segunda venida del Señor” (El conflicto de los siglos, p. 517).
Cientos de miles de personas aceptarán el mensaje de Dios para los últimos días, gracias a la enseñanza y la predicación de su Palabra. La oración, el estudio de la Biblia y la testificación son los elementos de todo verdadero reavivamiento. La manifestación del Espíritu Santo se intensificará a medida que se acerque el fin, pues “…cerca del fin de la siega de la Tierra se promete una concesión especial de gracia espiritual, para preparar a la iglesia para la venida del Hijo del hombre” (Los hechos de los apóstoles, p. 45), y “miles de voces darán la advertencia por toda la Tierra. Se realizarán milagros, los enfermos sanarán, y signos y prodigios seguirán a los creyentes” (El conflicto de los siglos, p. 670).
No existe nada más importante que conocer a Jesús, estudiar su Palabra, entender su verdad y buscar la promesa del derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía para el cumplimiento de la comisión evangélica. La profetisa de Dios para el remanente de los últimos días escribió de manera muy clara como para ser mal comprendida: “La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra” (Mensajes selectos, t. 1, p. 141).
Si un genuino reavivamiento espiritual es nuestra mayor y más urgente necesidad, ¿no deberíamos, como líderes, darle prioridad a la búsqueda de las bendiciones prometidas por el Cielo con todo nuestro corazón?
Nuestra gran necesidad: reavivamiento y reforma
Cuando buscamos a Jesús, él nos llena con su presencia y poder a través del don del Espíritu Santo. Anhelamos conocerlo mejor, y para ello el Espíritu Santo reaviva las facultades espirituales adormecidas del alma. No hay nada que deseemos más que tener una relación profunda y transformadora con Jesús. El corazón reavivado experimenta una conexión vital con Jesús a través de la oración y de su Palabra, y la reforma es el cambio correspondiente que ocurre en nuestras vidas como resultado del reavivamiento.
“Deben realizarse un reavivamiento y una reforma bajo la ministración del Espíritu Santo. Reavivamiento y reforma son dos cosas diferentes. Reavivamiento significa una renovación de la vida espiritual, una vivificación de las facultades de la mente y del corazón, una resurrección de la muerte espiritual. Reforma significa una reorganización, un cambio en las ideas y teorías, hábitos y prácticas. La reforma no producirá los buenos frutos de justicia a menos que esté relacionada con el reavivamiento del Espíritu. El reavivamiento y la reforma han de efectuar su obra asignada y deben entremezclarse al hacer esta obra” (Mensajes selectos, t. 1, p. 149). La reforma no se manifiesta en una actitud de justicia propia que condena a otros (Gálatas 5:22-24).
La obediencia a la voluntad de Dios es la evidencia de todo verdadero reavivamiento. Nuestro Señor anhela un pueblo reavivado cuyas vidas reflejen la belleza de su carácter. No hay nada que el Señor anhele más que un pueblo deseoso de conocer personalmente su amor y compartirlo con otros.
Compromiso y llamado
Como líderes y representantes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día reunidos en la sede central en Silver Spring, Maryland, Estados Unidos, para el Concilio anual 2010, le damos gracias a nuestro grande y maravilloso Dios por su fidelidad y las abundantes bendiciones que ha derramado sobre su iglesia desde el comienzo. La rápida expansión mundial de su iglesia, tanto en la membresía como en las instituciones, no es otra cosa que un milagro de Dios. Aunque lo alabamos porque trabaja de forma maravillosa para cumplir sus propósitos por medio de la iglesia, y le agradecemos por los líderes piadosos que han guiado a su pueblo en el pasado, reconocemos humildemente que, debido a nuestras debilidades humanas, hasta nuestros mejores esfuerzos se tiñen de pecado y necesitan una limpieza a través de la gracia de Cristo. Reconocemos que no siempre le hemos dado prioridad a la búsqueda de Dios a través de la oración y de su Palabra para el derramamiento del poder del Espíritu Santo en lluvia tardía. Confesamos con humildad que en nuestra vida personal, en las prácticas administrativas y en las reuniones de juntas, con frecuencia hemos actuado solamente con nuestras propias fuerzas. Muchas veces la misión de Dios de salvar un mundo perdido no ha ocupado el primer lugar en nuestros corazones. A veces, en nuestra intensa búsqueda por hacer buenas cosas, hemos descuidado la más importante: conocerlo. Con frecuencia las ambiciones mezquinas, la envidia y las relaciones personales fallidas han desplazado nuestro anhelo de reavivamiento y reforma, y nos han hecho trabajar dependiendo de nuestra propia fuerza humana en lugar de su poder divino.
Aceptamos la clara instrucción de nuestro Señor de que “el transcurso del tiempo no ha cambiado en nada la promesa de despedida de Cristo de enviar el Espíritu Santo como su representante. No es por causa de alguna restricción de parte de Dios por lo que las riquezas de su gracia no fluyen a los hombres sobre la Tierra. Si la promesa no se cumple como debiera, se debe a que no es apreciada debidamente. Si todos lo quisieran, todos serían llenados del Espíritu” (Los hechos de los apóstoles, p. 41).
Confiamos en que todo el Cielo está esperando derramar el Espíritu Santo con poder infinito para la finalización de la obra de Dios en esta Tierra. Reconocemos que el regreso de Jesús ha sido atrasado y que el anhelo de nuestro Señor era haber regresado décadas atrás. Nos arrepentimos de nuestra indiferencia, nuestra mundanalidad y nuestra falta de pasión por Cristo y su misión. Sentimos que Cristo nos llama a una relación más profunda con él a través de la oración y el estudio de la Biblia, y a un compromiso más fervoroso por compartir al mundo su mensaje para los últimos días. Nos alegramos de que “es el privilegio de cada cristiano no sólo esperar, sino apresurar la venida del Salvador” (Los hechos de los apóstoles, p. 495).
Por consiguiente, como representantes de la iglesia mundial, y en nombre de la membresía completa, nos comprometemos a:
- Personalmente, priorizar la búsqueda de Dios para un reavivamiento espiritual y el derramamiento del Espíritu Santo en el poder de la lluvia tardía en nuestras vidas, nuestras familias y nuestros ministerios.
- Individualmente, separar períodos significativos de tiempo diario para la comunión con Cristo a través de la oración y el estudio de la Palabra de Dios.
- Examinar nuestros corazones y pedir al Espíritu Santo que nos convenza de cualquier cosa que nos esté impidiendo revelar el carácter de Cristo. Deseamos tener corazones dispuestos de manera que nada en nuestras vidas impida la plenitud del poder del Espíritu Santo.
- Incentivar a los ministros de la iglesia a dedicar tiempo a la oración, al estudio de la Palabra de Dios y a buscar el corazón de Dios para entender sus planes para su iglesia.
- Animar a cada una de las organizaciones de la iglesia a separar tiempo para que los administradores, pastores, obreros de la salud, obreros de las casas editoras, educadores, estudiantes y todos los demás colaboradores busquen a Jesús y el prometido derramamiento del Espíritu Santo a través del estudio de la Palabra de Dios y la oración.
- Priorizar el Seminario de Enriquecimiento Espiritual y la Jornada Espiritual como medios para involucrar a los miembros, servidores de la iglesia e instituciones en un fuerte movimiento de comunión y reavivamiento, buscando a Dios en las primeras horas de cada día.
- Utilizar cada medio de comunicación disponible, así como las diferentes reuniones, seminarios y programas, para apelar a los miembros de iglesia para que busquen una relación más profunda con Jesús con el fin de lograr el reavivamiento y la reforma prometidos.
- Realizar un llamado urgente e invitar a toda la membresía de la iglesia a unirse a nosotros en abrir los corazones al poder que cambia vidas –el Espíritu Santo–, quien transformará nuestras vidas, familias, organizaciones y comunidades.
Reconocemos en forma especial que Dios utilizará a los niños y jóvenes en este último reavivamiento poderoso, y animamos a toda nuestra juventud a que participe en la búsqueda de Dios por un reavivamiento espiritual en sus vidas y así recibir el poder del Espíritu Santo para poder compartir su fe con los demás.
Hacemos un llamado a cada miembro de iglesia a que se una en oración a los líderes de la iglesia y a los millones de otros adventistas del séptimo día en la búsqueda de una relación más profunda con Jesús y el derramamiento del Espíritu Santo en las primeras horas de cada día, y también a participar de la corriente mundial de oración a las 7:00 de cada mañana o tarde, los siete días de la semana. Este es un llamado urgente para rodear el mundo con una intercesión ferviente. Este es un llamado para comprometernos totalmente con Jesús y para experimentar el poder transformador de vidas del Espíritu Santo que nuestro Señor está anhelando darnos ahora.
Creemos que el propósito del derramamiento del Espíritu Santo en el poder de la lluvia tardía es concluir la misión de Cristo en la Tierra con el fin de que él pueda venir prontamente. Reconociendo que nuestro Señor sólo derramará su Espíritu, en plenitud, sobre una iglesia que tenga pasión por las almas perdidas, determinamos colocar y mantener el reavivamiento, la reforma, el discipulado y la evangelización en la cima de todas nuestras agendas de trabajo de la iglesia. Más que cualquier otra cosa, anhelamos que Jesús regrese.
Instamos a cada administrador, líder de departamento, obrero institucional, obrero de la salud, colportor, capellán, educador, pastor y miembro de iglesia a unirse a nosotros para hacer del reavivamiento, la reforma, el discipulado y la evangelización las prioridades más importantes y urgentes de nuestras vidas personales y de nuestras áreas de trabajo en el ministerio. Estamos seguros de que al buscarlo juntos, Dios derramará su Espíritu Santo en abundancia, se terminará su obra en la Tierra y Jesús volverá. Junto al anciano apóstol Juan en la isla de Patmos, clamamos: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22:20).
* El documento (original en inglés) fue votado en el Concilio Anual de la Asociación General el 11 de octubre de 2010.