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Participar de la misión con comprensión y empatía es decirle a las personas lo que necesitan escuchar de la manera que mejor pueden entenderlo.

—Disculpe, señor, ¿Ha sido salvo? -me preguntó un joven de poco más de veinte años mientras hacía unas compras en un supermercado.
Interrumpí por un momento mi labor de elegir los comestibles que buscaba y observé al joven que me dirigía la palabra.
—¿Qué me dijo? —le respondí, sin estar muy seguro si había escuchado bien.
—¿Ha sido lavado en la sangre del Cordero? —fue su nueva pregunta.
Antes de que pudiera responder afirmativamente, el entusiasta evangelista me dio un resumen de dos minutos del evangelio, repleto de la jerga teológica. Finalmente logré convencerlo de que ya era cristiano.

Al retomar mi labor de hacer las compras, quedé reflexionando sobre el incidente. Admiraba el valor y la osadía del joven; no parecía tener miedo al rechazo o la desaprobación y, sin embargo, me sentía inquieto, hasta triste. Me preguntaba cuántas personas sentirían rechazo por ese método. ¿Quién sino los que ya son cristianos pueden entender lo que significa «haber sido lavado en la sangre del Cordero»?

Era evidente que lo que al joven le sobraba de celo, le faltaba de sensibilidad por su audiencia. Me entristecía que su elección a la hora de comunicar algo tan importante, aunque lograra alcanzar a alguien, dejaría perplejos y aun alienaría a la gran mayoría de sus potenciales conversos.

En su lenguaje

Al buscar cómo cumplir nuestra misión de proclamar el último mensaje de misericordia de Dios al mundo, lo más natural es que procuremos comunicar ese mensaje según nuestros gustos, nuestras experiencias personales y nuestras necesidades. Sin embargo, si no logramos comunicarnos desde las perspectivas de aquellos a quienes queremos llegar, nuestro mensaje les resultará extraño. Necesitamos buscar cómo comprender sus gustos, sus experiencias personales y sus necesidades. Entonces, sobre esa base, tenemos que comunicar el mensaje de una manera que les resulte accesible y puedan entender.

Esa idea puede resumirse con las palabras de Pablo: «Me he hecho a los judíos como judío […]; a los que están sujetos a la Ley, […] como sujeto a la Ley […]; a los que están sin Ley, como si yo estuviera sin Ley […]; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos» (1 Cor. 9:20-22).

Pablo primero se esforzó por entender a sus audiencias: a los judíos, a los que estaban bajo la Ley, a los que estaban sin Ley, y «a todos». A continuación se esforzó por comunicar su importante mensaje desde la perspectiva de esos grupos. El ejemplo de Jesús nos lleva aun un paso más allá. Mientras que Pablo, en ese pasaje, identifica grupos de personas, Jesús aplicó ese método a los individuos.

El Señor desea que su palabra de gracia llegue al corazón de cada alma. En gran medida, esto tiene que ser logrado por el trabajo personal. Ese fue el método de Cristo. Su obra estuvo compuesta en gran parte por entrevistas personales. Tenía un sincero interés en la audiencia de una sola persona.

Más allá de los grupos, Jesús trabajó por comprender a la mujer sirofenicia (Mar. 7:24-30) al fariseo (Luc. 11:37-44), al publicano (Luc. 19:1-10), al paralítico (Juan 5:1-15) y a la adúltera (Juan 8:1-11), entre otros. Una vez que comprendió sus perspectivas, Jesús se comunicó desde la individualidad de ellos.

Si queremos tener éxito en nuestra misión, debemos imitar ese método. Primero tenemos que trabajar para comprender al familiar, vecino, colega, amigo, enemigo y «a todos» individualmente. Entonces tenemos que trabajar para comunicar el mensaje desde la perspectiva individual de ellos. Aunque es imposible comprender plenamente la forma de ver de otros, podemos avanzar significativamente hacia ese objetivo mediante las siguientes preguntas: ¿Qué es lo que más y lo que menos les gusta? ¿Cuáles han sido y son en el presente sus experiencias más impactantes? ¿Cuáles son sus necesidades más significativas? Después de esforzarnos con paciencia por hallar respuestas a esas preguntas, necesitamos discernir las intersecciones entre las respuestas y el mensaje. Si lo hacemos, estaremos mejor equipados para cumplir nuestra misión con la comprensión y la empatía de Cristo.

El éxito según Jesús

La Biblia brinda muchos ejemplos de este enfoque. En 2 Samuel 12, Natán es enviado a dar un mensaje a David. ¿Cómo comunicar a ese poderoso rey cuán aberrante era su pecado? Natán usó el conocimiento de la respuesta a la primera pregunta. Natán sabía que David había sido pastor de ovejas y que amaba a sus corderos. También sabía que David, el autor del Salmo 12, despreciaba marcadamente «la opresión de los pobres» (vers. 5).* Al discernir la intersección entre esto y su mensaje, Natán logró comunicarse con eficacia.

Otro ejemplo de este enfoque es el encuentro de Jesús con la samaritana en Juan 4. Ella lo describió después como «un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho» (Juan 4:29). Declaró que esto le confirmaba que él era el Mesías (ver también el versículo 39). Por supuesto, Jesús no le dijo literalmente todo lo que ella había hecho. Por el contrario, le señaló las experiencias que más la habían impactado, sus matrimonios previos fallidos y su relación ilícita en el presente. Entonces comunicó la intersección entre esas experiencias y el mensaje de su mesianismo, al interactuar con ella con bondad y respeto a pesar de que conocía esas experiencias. Aun cuando sintió que Jesús había leído los secretos de su vida, sintió que él era su amigo, mostrándole compasión y amor. Aunque la pureza misma de la presencia de Cristo condenaba su pecado, no expresó denuncia alguna, sino que le habló de su gracia, que podía renovarla. Ella comenzó a tener convicciones sobre el carácter de Cristo y le surgió la pregunta: ¿No será este el Mesías tan esperado?

Un ejemplo final de este enfoque puede verse en el diálogo de Jesús con Nicodemo en Juan 3. Jesús discernió que la necesidad más significativa de Nicodemo no era una respuesta a los argumentos populares contra el mesianismo de Cristo (Juan 7:50-52). Tampoco era una presentación del evangelio lo que más agradaría a esta mente sumamente educada y religiosa. Aunque acaso Nicodemo deseaba esas cosas, su necesidad más importante era la misma que tenían los pescadores iletrados y las prostitutas irreligiosas. Tenía que reconocer su necesidad de una completa reforma de su mente, propósitos y motivos: su necesidad de nacer de nuevo (Juan 3:7).

Constreñidos por el amor

Esto nos lleva a ver una lección de valor incalculable. Participar de la misión con comprensión y empatía no significa solo decirle a la gente lo que sus anhelantes oídos quieren escuchar y así como desean escucharlo. Por el contrario, al igual que Jesús, buscamos decirles lo que necesitan escuchar de la manera en que mejor puedan entenderlo.

¿Qué cosas les gustan o les disgustan? ¿Cuáles han sido o son en el presente las experiencias de vida que más los han impactado? ¿Cuáles son sus necesidades más importantes? La comunicación en el contexto de estas preguntas nos permite participar de la misión con comprensión y empatía. Aun así, ¿qué nos motiva a hacerlo? En las palabras de Pablo, «el amor de Cristo nos constriñe»(2 Cor. 5:14).

Al meditar en el tierno amor que Cristo nos extiende en forma individual, nuestro deseo de extender ese amor a otros se incrementará naturalmente. Al meditar en las muchas veces en que Jesús ha buscado comunicarse con nosotros mediante nuestros gustos, nuestras más impactantes experiencias de vida y nuestras más importantes necesidades, nuestro deseo de comunicarnos con otros desde sus perspectivas personales se incrementará naturalmente. Al rogar fervientemente a Dios que, según lo prometido, derrame su amor en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo (Rom. 5:5), recibiremos más y más de ese amor que nos motivará en esa dirección. Que por la gracia de Dios podamos comunicar la verdad eterna de maneras relevantes para nuestros amigos y vecinos.

Referencias:

* Los textos han sido extraídos de la versión Reina-Valera 95® © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Usada con autorización. Todos los derechos reservados.

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Preguntas para reflexionar y analizar
1. ¿Qué es lo le da más temor al pensar en alcanzar a aquellos con los que tiene poco en común?
2. ¿Es usted amigo de alguien con quien tiene pocas similitudes religiosas o culturales? Describa brevemente esa amistad.
3. ¿Cómo sabrá usted que es momento apropiado para «pasar a la siguiente etapa» en sus intentos de compartir a Cristo con otros?

Revista Adventista de España