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Palabras de amor:

“…los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tes. 4:16, NVI).

Tomás estaba de pie mirando la tierra fresca revuelta. Arriba, las aves de primavera entonaban sus dulces melodías, y las nubes vagaban al brillo del cielo azul. Ya habían pasado tres horas desde que viera a su padre sembrar cuidadosamente las semillas en la tierra, pero todavía no pasaba nada. Para esa cabecita de cinco años, esa demora era totalmente inaceptable. Papá había trabajado mucho para preparar la tierra; había agregado la cantidad suficiente de fertilizante y había echado los puñados de semillas de maíz con perfecta precisión, dentro de montañitas de tierra especialmente hechas junto a surcos sin defectos. Ahora el sol brillaba, y una brisa fresca soplaba a través de las ramas de los altos robles detrás de la casa. Ese era el momento… ¡Pero nada pasaba!

El padre caminaba al lado de su pequeño hijo y le sonreía. “¿Le estás hablando a mi huerta?”, le preguntó. Tomás señaló: “Estoy hablando a las semillas. Las plantaste en la huerta esta mañana y yo quiero el maíz para la cena. ¿Qué esperan? ¡Esas semillas están allí, y no hacen nada!” “Oh, pero están haciendo algo importante”, le dijo el padre. “¿Qué?”, quiso saber Tomás.

“Están esperando. Están esperando a que los días se hagan más largos, que el sol brille más, que el aire se vuelva más cálido y que las lluvias de verano humedezcan la tierra, para que puedan beber del agua que da vida. Y luego sucederá algo maravilloso”. “¿Qué?”, preguntó Tomás, inclinándose para mirar mejor.

“Harán salir los brotes de la tierra a la superficie, al mismo tiempo que mandarán las raíces bien bajo tierra”, dijo el papá. “Luego, tomarán energía del sol, y crecerán más y más; se formarán el tallo y las hojas, y finalmente se formarán las mazorcas de maíz, para que los niños de cinco años hambrientos las disfruten con puré de papas y chauchas. Todo eso lleva tiempo, pero vale la pena esperar”.

Tomás frunció el ceño. “¿Por qué lleva tanto tiempo?”

“Bueno”, dijo el papá, mirando la huerta, “todo tiene que salir bien. Todo tiene un orden especial para el crecimiento. Pero siempre y cuando haya sol, lluvia y un suelo rico debajo, las semillas en mi huerta crecerán como siempre lo han hecho desde que Dios creó este mundo”. El hombre hizo una pausa.

“Lo mismo sucede con las personas que mueren, como la abuela y el tío Javier. ¿Recuerdas? Pusimos sus féretros en la tierra. Pero un día, muy pronto, Jesús vendrá y los llamará de la tierra. Vivirán nuevamente, y nosotros estaremos felices de volver a verlos. Luego, iremos todos al cielo con Jesús, donde nada morirá y mis huertas crecerán deliciosas para siempre. ¿Te gusta eso?”

Tomás se puso a pensar por un largo momento. “Muy bien. Entonces, yo también esperaré. Esperaré por mi mazorca de maíz, y esperaré hasta el día en que Jesús resucite a la abuela y al tío Javier”.

“Buen plan”, dijo el padre, tomando a su hijo de la mano y caminando hacia la casa. “No siempre es divertido esperar, pero valdrá la pena. Ya lo verás”.

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¿Hay alguien que haya fallecido en tu familia? Si es así, dibuja algunas lápidas bonitas con los nombres de esas personas. Incluye un sol en el dibujo, para recordar lo que Jesús hará pronto.

Revista Adventista de España