Vivimos en un mundo lleno de desafíos a los que hay que hacer frente en casi todos los ámbitos de nuestra vida: la economía, el medio ambiente, la salud, la moralidad, el crimen, la violencia, etcétera.
Como adventistas del séptimo día, creemos que todas las perturbaciones a nuestro alrededor se han de entender como señales del pronto regreso de Jesús. Sin embargo, tenemos que ser cuidadosos para no caer en la trampa de centrarnos y especializarnos únicamente en la ciencia del discernimiento y la interpretación de las señales de los tiempos, pues desviaríamos nuestra atención y mensaje de la Persona y el significado a los que estos apuntan.
Lo que el mundo contemporáneo necesita oír son las buenas nuevas de Jesús, el Salvador, su triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, y su inminente reino en el que no habrá ni muerte ni los problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad. Tenemos que «vivir con anticipación» la alegría de estar para siempre con Jesús, el Padre, el Espíritu Santo y los salvos de todos los tiempos, en la misma ciudad en la que estará el trono de Dios –la nueva Jerusalén– donde no habrá más llanto ni muerte.
Hacia finales del siglo I d. C., la iglesia afrontó grandes desafíos dentro y fuera de su entorno. Pero, a pesar de los retos, no se extinguió, sino que continuó creciendo. ¿Cuál sería el secreto de ese crecimiento? Si leemos con atención el libro de Apocalipsis, observaremos que, dentro de su estructura, aparecen varias escenas de victoria que representan a Jesús y a sus fieles seguidores como vencedores. Si Jesús venció, todos los que confían en él y están fuertemente unidos a él también triunfarán. Estas escenas de victoria –la proyección anticipada de lo que ocurrirá– son un fuerte incentivo espiritual que anima y fortalece en gran manera a la iglesia, para superar las adversidades y permanecer firme hasta el final.
Con el fin de hacer frente a los desafíos en nuestras vidas sin negativismo ni desánimo, necesitamos concentrarnos no solo en las dificultades, sino en la realidad positiva que anuncian: el glorioso reino de Dios.
Oremos, leamos, meditemos, prediquemos y hablemos de Jesús y la cercanía de su glorioso reino, hasta tal punto que vivamos, en medio de esta realidad, como si la victoria ya nos perteneciera. De hecho, se puede convertir en una realidad inmediata porque Jesús ha vencido y su victoria puede ser nuestra también. Simplemente, tenemos que aceptarla por fe.