Este mes de agosto ha sido el mes de lo imprevisible, de los hundimientos trágicos de cosas que parecían seguras o encauzadas. Se ha hundido la bolsa de China, Merkel tuvo que intervenir porque el proceso de paz en Ucrania se hundía, unos pasajeros del TGV francés redujeron a un terrorista y se derrumbó un edificio en el castizo barrio de Tetuán.
Hemos desayunado con estas noticias por sorpresa durante un mes en el que muchos estaban de vacaciones, disfrutando de una aparente tranquilidad. No quisiera imaginar la reacción de algún broker de vacaciones en la playa el lunes que se hundió el parqué de Beijing, ni el sobresalto de los vecinos que, saliendo del inmueble, oyeron cómo parte de su vida y sus recuerdos casi los atrapan para siempre. La inseguridad está agazapada entre las sombras, esperando. Esto me hizo pensar, como de costumbre, en el por qué y el para qué de las cosas, si es que lo hay.
Hay desgracias que no se pueden evitar, sorpresivas y accidentales. Jesús mismo dijo: “¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron al derrumbarse la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Pues yo os digo que no” (Lucas 13:4, 5 BLP). No siempre hay que buscar las causas o los motivos.
En otras ocasiones hay accidentes que no sorprenden a todos. Hay quienes han estado inflando cuentas económicas, disimulando balances, falseando informes o ignorando realidades que, finalmente desembocan en una gran desgracia. Pablo nos amonesta “Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Romanos 10:3). La omisión del deber es ser pasivo, ignorar medidas de seguridad, informes o tendencias que desembocarán tarde o temprano en una desgracia que habría sido evitable. No obstante, cuando llega el momento, para muchos sigue siendo una terrible sorpresa. Arrastramos a nuestro entorno con nuestras decisiones, que no se nos olvide.
Por último estaría la falta de prevención, es decir, no se trata de ignorar resultados o informes, sino la falta de proacción, planificación y análisis de las cosas y situaciones. La ignorancia no siempre es excusa. No hay que esperar a que nos digan que algo está mal, debemos buscar mecanismos por nosotros mismos para analizar. Jesús nos enseñó a ser precavidos y la necesidad de planificar: “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz” (Lucas 14:28-32).
Sea cual fuere el caso, por omisión del deber, por falta de previsión, o por puro accidente, las desgracias no entienden de modales y llegan sin avisar, incluso en un mes vacacional como agosto. Es bueno y necesario hacer todo lo que esté en nuestra mano para prevenir el mal. No es bueno errar “ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mateo 22:29). Pero a menudo ponemos tanto empeño en hacer las cosas bien, que nos olvidamos del factor casual y de otra preparación fundamental.
No se puede evitar la desgracia al 100%. Sea cual fuere el caso, hay un denominador común que jamás deberíamos olvidar: la preparación para la vida eterna. “Podré decirme: tienes riquezas acumuladas para muchos años; descansa, pues, come, bebe y diviértete. Pero Dios le dijo: ¡Estúpido! Vas a morir esta misma noche. ¿A quién le aprovechará todo eso que has almacenado? Esto le sucederá al que acumula riquezas pensando sólo en sí mismo, pero no se hace rico a los ojos de Dios” (Lucas 12:19-21 BLP).
¿Eres una persona precavida, previsora, incluso analítica? Haces bien, evitarás muchas desgracias, pero no todas. ¿Dedicas el mismo tiempo a trabajar por la familia que a atender la familia? ¿Dedicas las mismas energías a trabajar por Dios que a tu preparación para encontrarte con Él? “Esto último es lo que deberíais hacer, aunque sin dejar de cumplir también lo otro” (Mateo 23:23 BLP). Intenta evitar en lo posible la desgracia, pero cuando todo se hunda bajo tus pies, con o sin motivo, bien por descuido, por omisión o por pura casualidad, no te olvides nunca que “tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud” (Salmo 71:5).
Pedro Torres, editorial Revista Adventista Septiembre 2015.
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