Dice el diccionario de la RAE que rescatar es «recobrar por precio o por fuerza lo que el enemigo ha cogido, y, por extensión, cualquier cosa que pasó a mano ajena». Es triste comprobar el menoscabo que han sufrido muchas familias. Nuestra sociedad relativiza esta institución, la humilla en muchas ocasiones, actúa contra natura con la pareja sin darle opción a que recupere el aliento y, viéndola caída, impide que los principios y valores que son su génesis le permitan recobrarse. La vitalidad de la familia viene a ser desangrada por una machacona actitud contaminada desde el exterior y de sus componentes que la someten a un cansancio extenuante hasta llegar a la claudicación.
Parece que los enemigos han raptado a la familia, como si todos ellos se hubieran puesto de acuerdo para llevársela encadenada a las más crueles mazmorras. Día tras día y hora tras hora se producen en el seno del más hermoso de los vínculos roturas que desgarran las almas, actitudes que llevan al desánimo, situaciones que desembocan en la desconfianza y el miedo. ¿Qué sucede en los hogares? ¿Qué es lo que le han quitado para llegar a esta situación?
El apóstol Pablo avisó de algunas de las características del comportamiento de los que vivirían en el tiempo del fin. Entre otras dice: amantes de sí mismos, soberbios, sin afecto natural, infieles, amantes de los placeres más que de Dios (2 Tim. 3: 2-4), características que, sin duda han calado en muchos hogares de nuestra sociedad.
Hace unos años, la Organización de las Naciones Unidas solicitó ideas para mejorar la relación entre los pueblos. Una de las respuestas que dieron fue «pruébese a Jesús», y no le faltó razón al que postuló esta declaración, porque Jesús vino para rescatar lo que se había perdido. Ante una situación de decadencia de la familia, nuestro único Rescatador es Jesús. Deseamos que esta Semana de oración sea una nueva oportunidad que le damos a Jesús para que nos sitúe en la senda correcta.