“Si dejaren sus hijos mi ley,
Y no anduvieren en mis juicios,
Si profanaren mis estatutos,
Y no guardaren mis mandamientos,
Entonces castigaré con vara su rebelión,
Y con azotes sus iniquidades.
Mas no quitaré de él mi misericordia,
Ni falsearé mi verdad.
No olvidaré mi pacto,
Ni mudaré lo que ha salido de mis labios”.
Salmo 89:30-34
Aparentemente este salmo es duro, pero pensado en profundidad revela grandes verdades. Si los hijos de Dios abandonan sus juicios, es decir, rechazan las misericordias que Dios ya ha hecho por ellos en el pasado, revelando un espíritu de ingratitud, además de actuar en contra de la voluntad de Dios, no tendrá más remedio que dejar a estos a merced de su elección, actuar al margen de la protección que brinda actuar bajo las directrices (estatutos) de Dios.
A pesar de todo, Dios promete no apartar de ellos su misericordia. Siempre seguirán siendo objeto de la suprema atención, cuidado y cariño divinos, aunque limitados por su propio deseo de actuar al margen de la voluntad divina. No obstante, Dios continuará trabajando para traer de regreso al redil a esas ovejas extraviadas. Eso sí, Dios no “falseará la verdad”, lo que implica que Dios no cambiará su Ley, sus normas para adaptarlas a las acciones de aquellos que desean hacer las cosas de otra forma distinta a la que Dios nos pide, por lo que no rebajará Dios la norma. Hemos de tener en cuenta que no son “condiciones” sino garantías de protección para nosotros. Dios no puede cambiar el juicio (la verdad) para que vuelvan a entrar aquellos que se marcharon sin hacer un cambio en su carácter ni reconocer que se equivocaron.
Dios no olvida su Pacto, ni cambiará de opinión. Lo que era, es y seguirá siendo. Qué buen Dios tenemos que nunca cambia, por lo que sabemos siempre a qué atenernos, y qué bueno Dios que, a pesar de todo, sigue tendiendo la mano para que regresemos a su lado.