“El que habita al abrigo del Altísimo,
Morará bajo la sombra del Omnipotente”
Salmo 91:1
Este Salmo me encanta, pues no solo nos habla de la promesa de vivir bajo la protección de Dios, también nos comenta que hay que “habitar”. Es una promesa condicional. Habitar implica vivir, quedarse con Dios constantemente, en el mismo hogar, estar bajo su protección y su guía, pero también bajo sus reglas.
No es cuestión de acudir a Dios solo cuando se tiene un problema, lo que está bien, sino de vivir con él, compartir el hogar, la vida, la familia, el trabajo, todo lo que somos y tenemos, con Él. Solo de este modo, además de solucionar los problemas que nos surjan, Dios también nos protege de aquellos problemas que vendrían por vivir una vida sin su consejo y su protección. Vivir, habitar con alguien, implica aceptar unas reglas de convivencia, y el amor a Dios y el respeto a sus mandamientos están implícitos en el verbo “habitar”.
Por otro lado, tampoco se trata de estar “todo el día en casa”. Cuando habitamos con nuestro esposo o esposa, hijos, no quiere decir que debemos estar todo el día en casa, marchamos al trabajo, la escuela, tenemos cosas que hacer. Se trata de vivir bajo la educación del hogar, dondequiera que estemos o vayamos. Lo mismo sucede con Dios si habitamos con él, estemos donde estemos, viviremos bajo su protección, sus normas, su ley, lo que nos evitará meternos en problemas. Y si ocurriese algo, al igual que mis hijos me llamarían por teléfono y acudiría urgentemente para socorrerlos, Dios también acudirá urgentemente al llamado de la oración de sus hijos en apuros que habitan con Él.