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Extendiendo el Reino de Cristo con preocupación cristiana

Cuando Cristo envió a los doce discípulos para que hicieran su primer viaje de evangelización, les encargó lo siguiente: “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mat. 10:7, 8) […].

La proclamación del evangelio a todo el mundo es la obra que Dios ha encomendado a los que llevan su nombre. El evangelio es el único antídoto para el pecado y la miseria de la tierra. Dar a conocer a toda la humanidad el mensaje de la gracia de Dios es la primera tarea de los que conocen su poder curativo […].

El mundo necesita hoy lo que necesitaba mil novecientos años atrás, esto es, una revelación de Cristo. Se requiere una gran obra de reforma, y solo mediante la gracia de Cristo podrá realizarse esa obra de restauración física, mental y espiritual.

La clave para el éxito verdadero

Solo el método de Cristo dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces, les decía: “Sígueme”.

Es necesario acercarse a la gente por medio del esfuerzo personal. Si se dedicara menos tiempo a sermonear y más al servicio personal, se conseguirían mayores resultados. Hay que aliviar a los pobres, atender a los enfermos, consolar a los afligidos y dolientes, instruir a los ignorantes y aconsejar a los inexpertos. Hemos de llorar con los que lloran y regocijarnos con los que se regocijan. Acompañada del poder de la persuasión, del poder de la oración y del poder del amor de Dios, esta obra no será ni puede ser infructuosa […].

En casi todas las poblaciones hay muchos que no escuchan la predicación de la Palabra de Dios ni asisten a ningún servicio religioso. Para que conozcan el evangelio, hay que llevárselo a sus casas. Muchas veces la atención prestada a sus necesidades físicas es la única manera de llegar a ellos […].

Muchos no tienen fe en Dios y han perdido la confianza en el hombre. Pero, saben apreciar los actos de compasión y de auxilio. Cuando ven a alguien que, sin el aliciente de las alabanzas ni esperanza de recompensa en esta tierra, va a sus casas para asistir a los enfermos, dar de comer a los hambrientos, vestir a los desnudos, consolar a los tristes y encaminarlos a todos con ternura hacia Aquel de cuyo amor y compasión el obrero humano es el mensajero, cuando ven todo esto, sus corazones se conmueven. Brota el agradecimiento. Se enciende la fe. Ven que Dios cuida de ellos, y así quedan preparados para oír la Palabra divina […].

En todas partes hay tendencia a reemplazar el esfuerzo individual por la obra de las organizaciones. La sabiduría humana tiende a la consolidación, a la centralización, a crear grandes iglesias e instituciones. Muchos dejan a las instituciones y organizaciones la tarea de practicar la beneficencia; se eximen del contacto con el mundo, y sus corazones se enfrían. Se absorben en sí mismos y se vuelven insensibles. El amor a Dios y a sus semejantes desaparece de su alma.

La obra personal individual

Cristo encomienda a sus discípulos una tarea individual, que no puede ser delegada. La atención a los enfermos y a los pobres, y la predicación del evangelio a los perdidos, no deben dejarse al cuidado de juntas u organizaciones de caridad. El evangelio exige responsabilidad y esfuerzo individuales, sacrificio personal.

“Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar –ordena Cristo–, para que se llene mi casa” (Luc. 14:23). Jesús relaciona a los hombres con aquellos a quienes quieren servir. Dice [acerca del deber cristiano]: “¿No es que […] a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo lo cubras?” “Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Isa. 58:7; Mar. 16:18.) Por medio del trato directo y de la obra personal, se han de comunicar las bendiciones del evangelio […].

La iglesia de Cristo está organizada para servir. Tal es su consigna. Sus miembros son soldados que han de ser adiestrados para combatir bajo las órdenes del Capitán de su salvación. Los pastores, médicos y maestros cristianos tienen una obra más grande de lo que muchos se imaginan. No solo han de servir al pueblo, sino también enseñarle a servir. No solo han de instruir a sus oyentes en los buenos principios, sino también educarlos para que sepan comunicar estos principios. La verdad que no se practica, que no se comunica, pierde su poder vivificante, su fuerza curativa. Su beneficio no puede conservarse sino compartiéndolo.

Cada miembro instruido y participando

Todo miembro de la iglesia debe empeñarse en alguna manera de servir al Maestro. Unos no pueden hacer tanto como otros, pero todos deben esforzarse cuanto les sea posible por hacer retroceder la ola de enfermedad y angustia que azota al mundo. Muchos trabajarían con gusto si se les enseñara cómo empezar. Necesitan instrucción y motivación.

Cada iglesia debe ser escuela práctica de obreros cristianos. Sus miembros deberían aprender a dar estudios bíblicos, a dirigir y enseñar clases en las escuelas sabáticas, a auxiliar al pobre y cuidar al enfermo, y a trabajar en pro de los inconversos. Debería haber escuelas de higiene, clases culinarias y para varios ramos de la obra caritativa cristiana. Debería haber no solo enseñanza teórica, sino también trabajo práctico bajo la dirección de instructores experimentados. Abran los maestros el camino trabajando entre el pueblo, y otros, al unirse a ellos, aprenderán de su ejemplo. Un ejemplo vale más que muchos preceptos […].

Trabajemos por los demás ahora

Nada despierta el celo abnegado ni ensancha y fortalece el carácter tanto como el trabajar en beneficio del prójimo. Muchos de los que profesan ser cristianos piensan solo en sí mismos al buscar amistades en la iglesia. Quieren gozar de la comunión de la iglesia y de los cuidados del pastor. Se hacen miembros de iglesias grandes y prósperas, y se contentan con hacer muy poco por los demás. Así se privan de las bendiciones más importantes. Muchos obtendrían gran provecho si sacrificaran las agradables relaciones sociales que los incitan al ocio y a buscar la comodidad. Necesitan ir adonde la obra cristiana requiera sus energías y puedan aprender a llevar responsabilidades […].

Pero nadie ha de esperar a que lo llamen a algún campo distante para comenzar a ayudar a otros. En todas partes hay oportunidades de servir. Alrededor nuestro hay quienes necesitan nuestra ayuda. La viuda, el huérfano, el enfermo y el moribundo, el de corazón quebrantado, el desalentado, el ignorante y el desechado de la sociedad, todos están a nuestro alcance.

Hemos de considerar como nuestro deber especial trabajar por nuestros vecinos. Examinad cómo podéis ayudar mejor a los que no se interesan por las cosas religiosas. Al visitar a vuestros amigos y vecinos, manifiesten interés por su bienestar espiritual y temporal. Háblenles de Cristo, el Salvador que perdona los pecados. Inviten a sus vecinos a vuestra casa y léanles partes de la preciosa Biblia y de libros que expliquen sus verdades. Invítenlos a que se unan con ustedes en canto y oración. En estas pequeñas reuniones, Cristo mismo estará presente, tal como lo prometió, y su gracia tocará los corazones.

Los miembros de la iglesia deberían educarse para esta obra que es tan esencial como la de salvar las almas sumergidas en el pecado, que viven en países lejanos. Si algunos sienten responsabilidad hacia esas almas lejanas, los muchos que quedan en su propio país han de sentir esa misma preocupación por las almas que los rodean y trabajar con el mismo celo para salvarlas.

Aproveche las oportunidades que se le presenten

No desaprovechen las pequeñas oportunidades para aspirar a una obra mayor. Podrán desempeñar con éxito la obra menor, mientras que fracasarán por completo al emprender la mayor y caerán en el desaliento. Al hacer lo que les viene a mano, desarrollarán aptitudes para una obra mayor. Por despreciar las oportunidades diarias y descuidar las cosas pequeñas que podrían hacer, muchos se vuelven estériles e inútiles.

No dependan del auxilio humano. Miren más allá de los seres humanos, a Aquel que fue designado por Dios para llevar nuestros dolores y tristezas, y para satisficer nuestras necesidades. Confíen en la Palabra de Dios, inicien dondequiera que encuentren algo que hacer y sigan adelante con fe firme. La fe en la presencia de Cristo nos da fuerza y firmeza. Trabajen con abnegado interés, con solícito afán y perseverante energía.

Representen a Jesús

En todo nuestro trabajo, hemos de recordar que estamos unidos con Cristo y que somos parte del gran plan de la redención. El amor de Cristo debe fluir por nuestra conducta como un río de salud y vida. Mientras procuramos atraer a otros al círculo del amor de Cristo, la pureza de nuestro lenguaje, el desprendimiento de nuestro servicio y nuestro comportamiento gozoso han de atestiguar del poder de su gracia. Demos al mundo una representación de Cristo tan pura y justa que los hombres puedan contemplarlo en su hermosura […].

Levanten en alto a Jesús y clamen: “¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). Solamente él puede satisfacer el ardiente deseo del corazón y dar paz al alma […].

De siglo en siglo, el Señor ha procurado despertar en las almas de los hombres el sentido de su fraternidad divina. Cooperen con él. Mientras que la desconfianza y la desunión llenan al mundo, les toca a los discípulos de Cristo revelar el espíritu que reina en los cielos.

Hablen como él hablaría, obren como él obraría. Revelen continuamente la dulzura de su carácter. Muestren aquellos tesoros de amor que son la base de todas sus enseñanzas y de todo su trato con los hombres. En colaboración con Cristo, los obreros más humildes pueden pulsar cuerdas cuyas vibraciones se percibirán hasta en los confines de la Tierra, y harán oír sus melodías por los siglos de la eternidad.

Los seres celestiales aguardan para cooperar con los agentes humanos, a fin de revelar al mundo lo que pueden llegar a ser los seres humanos, y lo que mediante la unión con lo divino puede llevarse a cabo para la salvación de las almas que están a punto de perecer. No tiene límite la utilidad de quien, poniendo el yo a un lado, da lugar a la obra del Espíritu Santo en su corazón y lleva una vida dedicada por completo a Dios. Todo aquel que consagra su cuerpo, su alma y su espíritu al servicio de Dios recibirá continuamente nuevo caudal de poder físico, mental, y espiritual. Las inagotables reservas del Cielo están a su disposición. Cristo lo anima con el soplo de su propio Espíritu, y le infunde la vida de su propia vida. El Espíritu Santo hace obrar sus mayores energías en la mente y en el corazón. Mediante la gracia que se nos otorga, podemos alcanzar victorias que nos parecían imposibles por causa de nuestros errores, nuestros preconceptos, las deficiencias de nuestro carácter y nuestra poca fe.

Todo aquel que se ofrece para el servicio del Señor, sin negarle nada, recibe poder para alcanzar resultados incalculables. Por él, hará Dios grandes cosas.

(Extraído del libro El ministerio de curación, cap. 9, “Enseñar y curar”, pp. 99­117.)

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Preguntas para reflexionar y participar

1. ¿Hasta dónde podemos “mezclarnos” con los demás como alguien que desea hacerles bien? ¿Dónde debemos establecer el límite?

2. ¿Cómo es usted conocido por la gente de su barrio? ¿Qué saben ellos de sus creencias religiosas?

3. ¿De qué manera práctica podemos reflejar la “dulzura” del carácter de Cristo a quienes nos rodean? Enumere al menos tres.

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