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Podemos hacer más de lo que imaginamos

Un joven caminaba por una playa. A la distancia, vio a un anciano que caminaba hacia él. Cada tanto, el anciano se agachaba, recogía algo y lo tiraba al mar. Con curiosidad, el joven vio que la misma acción se repetía una y otra vez: tomaba un objeto y lo arrojaba al agua. Cuando estuvieron a poca distancia, el joven preguntó al anciano por qué hacía eso. El anciano le explicó que estaba resca­tando a las estrellas de mar que estaban en tierra, lanzándolas de nuevo al mar.

Con incredulidad, el joven dijo: “¿Para qué? Eso es inútil. No hay manera de que usted puede salvar a todas las estrellas de mar. La tarea es demasiado grande. Con eso no puede marcar ninguna diferencia”.

Sin decir palabra, el anciano se agachó, recogió otra estrella de mar y la tiró hacia el agua. Entonces, en voz baja dijo: “Bueno, ¡eso marcó la diferencia para una!” No pode­ mos hacer todo, pero podemos hacer algo.

No podemos cambiar el mundo entero, pero podemos cambiar el mundo en el que estamos. Eso es lo que Jesús quiere que hagamos en la ciudad o la comunidad en donde vivimos: ¡Determinar una diferencia! ¿Cómo podemos lograrlo? Haciendo el “bien” como lo hizo Jesús, intencionalmente, de manera creativa, con pasión; haciendo siempre lo que es bueno.

Diferentes enfoques

Jesús hizo el bien dondequiera que iba. Aunque no hay una fórmula exacta para testificar y ganar almas, la Biblia revela una variedad de métodos que se pueden utilizar para testificar y hacer el bien. Estos son solo algunos:

  • A través de llamados individuales, como hizo Felipe en Hechos 8:26 al 40, o Jesús en Juan 3:1 al 21.
  • Narrando historias, como Salomón en Proverbios 7:6 al 27, o Jesús en Mateo 12 al 15.
  • Confrontando de manera directa, como Esteban en Hechos 7:1 al 51, o Jesús en Mateo 15:3 al 9.
  • Anunciando el evangelio, como Pedro en Hechos 3:12 al 26, o como Jesús instruyó a los 72, en Lucas 10:1 al 22.
  • Mediante una conversación intelectual, como Pablo en Hechos 17:22 al 34, o Jesús en Mateo 22:29 al 32.
  • Mediante el testimonio personal, como el ciego en Juan 9:1 al 34, o Jesús en Juan 14 y 15.
  • A través del diálogo, como hizo Andrés en Juan 1:40 al 42, o Jesús con la mujer samaritana, en Juan 4:1 al 26.
  • Mediante la invitación, como hizo Jesús en Lucas 5:27.
  • Mediante el servicio, el ministerio de la salud y la interacción, como los amigos del paralítico en Marcos 2:1 al 12, o Jesús en Juan 13:1 al 20.
  • Através de hechos de poder sobrenatu­ral, como los apóstoles en Hechos 5:12 al 16, o Jesús en Juan 4:46 al 54.

El secreto es hacer algo bueno, y hacerlo ahora. Elena de White escribió: “El mundo necesita hoy lo que necesitaba mil nove­cientos años atrás, esto es, una revelación de Cristo. Se requiere una gran obra de reforma, y solo mediante la gracia de Cristo podrá realizarse esa obra de restauración física, mental y espiritual” (El ministerio de curación, pp. 85, 86).

Más adelante, dice: “Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres [y las mujeres] como quien deseaba hacer­ les bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Sígueme’ ” (ibíd.)

Un audaz desafío

En los últimos meses, 18 millones de ad­ventistas del séptimo día en todo el mundo han sido desafiados a sumarse a un abarca­dor programa de evangelización: “Misión a las Ciudades”. A cada adventista se le pide que trabaje personalmente en su barrio, comunidad y ciudad, a fin de ministrar de manera práctica, como lo hizo Jesús. El llamado es inclusivo e intencional. Cada creyente puede demostrar su amor por Dios y por la gente compartiendo la buena noticia de un Cristo que transforma la vida.

Los adventistas respetan las distintas con­ fesiones religiosas que basan sus creencias en la Biblia. Sin embargo, creemos apasionadamente que el mensaje adventista –el mensaje de los tres ángeles (Apoc. 14:6­12)– es el mensaje de Dios para este tiempo crucial de la historia humana. Creemos que Dios ha llamado a los adventistas a compartir esta verdad.

Esta no es una verdad nueva; sino que ha sido creída y practicada por los creyentes fieles a través de los siglos. Los adventistas están llamados a llevar a la gente de regreso a las verdades eternas que han sido igno­radas y atacadas. Los adventistas han sido llamados a “reparar portillos“ y “restaurar viviendas en ruinas” (ver Isa. 58:12).

¿Cómo se siente al enfrentar este llamado a participar en la evangelización? ¿Se pre­gunta si sus esfuerzos serán determinantes? Algunos creyentes se sienten impresionados por la enorme gama de sentimientos que se generan, y experimentan entusiasmo y emoción. Otros, cuando contemplan el sacrificio que se requiere, se sienten abru­mados. Para otros, la tarea –aparentemente imposible– de influir en las vidas de los siete mil millones de personas que viven en este planeta parece inalcanzable, por lo que caen en un estado de desapego y parálisis.

La buena noticia es que podemos ejecutar con éxito el desafío de ministrar a las comu­nidades en que vivimos. Podemos aceptar el reto de “Misión a las Ciudades” con energía y entusiasmo. El apóstol Pablo nos ayuda de manera eficaz, al presentarnos el método de Cristo para alcanzar a las ciudades.

Principios de capacitación

En Hechos 20:17 al 24, Pablo describe cua­tro principios simples para dar testimonio y evangelizar exitosamente. En un lenguaje conciso, resume tanto la actitud como las acciones de los seguidores de Cristo que quieren hacer el bien.

Pablo comienza recordando a los creyentes cómo él asumió personalmente la obra de evangelización y ganó almas. Enfatiza la forma ejemplar en que vivió entre ellos cuando trabajó en Éfeso (vers. 18). Habla de cómo ministró con humildad y no permitió que la oposición obstaculizara su servicio (vers. 19). Recuerda los distintos métodos de evangelización que utilizó, desde la predicación pública hasta la evangelización personal de casa en casa (vers. 20, 21). Enton­ces, inspira a los creyentes con su referencia a estar “ligado en espíritu”, es decir, bajo el influjo del Espíritu Santo, para evangelizar en la gran ciudad de Jerusalén (vers. 22, 23).

Llega a un punto culminante al decir que, a pesar de las pruebas y las tribulaciones que lo esperan, no “estimo preciosa mi vida para mí mismo” ¿Por qué? Nos dice: “Con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (vers. 24). Pablo ejemplifica, con su experiencia, cuatro actitudes de un trabajador eficaz para Cristo.

El Espíritu Santo fue el socio de Pablo. Para Pablo, la evangelización era un esfuerzo de equipo, no una actividad solitaria (vers. 22, 23). El Espíritu Santo, su Compañero, era una fuente constante de apoyo y orientación.

Pablo estaba capacitado para superar los obstáculos. Puso el deber por encima del peligro (vers. 23). Mantuvo esa mentalidad mediante la comunicación con su Com­pañero, centrándose en su alta vocación y recordando por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo. Él mantenía siempre en su mente que el mundo necesitaba desespe­ radamente de la buena noticia que ofrecía.

Pablo encontró inspiración en la oposi­ción. Visualizó la perspectiva eterna por sobre las comodidades temporales (vers. 24). Pablo sabía que, con cada prueba, Dios le daba un mayor beneficio. Sabía que Dios tenía un propósito para su vida. Se dio cuenta de que, si bien no podía cumplir el propósito de otras personas, él podía cumplir el suyo. Pablo cumplió el trabajo asignado para él, sabiendo que Dios se encargaría del resto.

Tendremos éxito si asumimos la misma actitud de Pablo: no dejarnos abrumar por la inmensidad de la tarea, haciendo el bien donde estemos cada vez que podamos y dejando el resultado final en las manos de Dios. Mientras Dios obra a favor de los miles de millones de habitantes en el mundo, nosotros debemos trabajar en beneficio de aquellos a quienes él nos dirige en nuestro propio ámbito. Entonces, como Pablo, po­dremos acabar la carrera y el ministerio con alegría.

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Preguntas para reflexionar y participar

1. Jesús “deseaba hacer el bien”. ¿Qué significa, en términos prácticos, para los que vemos a Jesús como nuestro ejemplo?

2. El autor enumera diez modos de testificar. ¿Con cuáles se siente usted más cómodo? ¿De qué maneras prácticas las usa?

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