Foto: (cc) Wikimedia/ Army Signal Corps Collection in the U.S. National Archives.
Reflexiones en el centenario de la Primera Guerra Mundial
El año 2014 marca el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Este evento dio inicio a un nuevo período de conflictos armados e ingresó en los anales de la historia como uno de los enfrentamientos militares más mortíferos que el mundo ha soportado. Se emplearon allí nuevos métodos para matar a tantas personas como fuera posible.
Cien años después, la mayoría de los sobrevivientes de esos terribles eventos, como también de sus desastrosos resultados, ya han fallecido. A pesar de ello, durante los próximos cinco años, muchos países recordarán la guerra por medio de exhibiciones, conferencias, charlas y documentales. Esto muestra claramente la importancia que se le asigna al evento.
Es interesante que no todos los países ven ese conflicto armado de la misma manera. Dinamarca –que se mantuvo neutral– lo celebra como un gran paso hacia la Europa moderna. Los británicos se regodean rememorando la victoria sobre Alemania, y para los estadounidenses, el ingreso a la guerra en 1917 marca el ascenso del país al nivel de superpotencia.
No obstante, reflexionar sobre las experiencias negativas y positivas que tuvieron los adventistas durante la Primera Guerra Mundial puede ayudarnos a ser mejores ciudadanos tanto de nuestras naciones terrenales como del cielo.
La crueldad y locura de la guerra
La Primera Guerra Mundial llevó a muchos –aun cristianos devotos– a circunstancias muy alejadas del ideal, en las que realmente no sabían qué hacer. A comienzos del siglo XX, diversas alianzas políticas y militares y la carrera armamentista entre los principales países europeos, buscaron crear un mundo más seguro.
Cuando el Imperio Austro-Húngaro declaró la guerra a Serbia el 28 de julio de 1914, se desató una rápida sucesión de declaraciones concatenadas de guerra entre varias naciones. Las facciones en pugna emplearon tecnología de avanzada y modernos métodos bélicos: tanques, misiles de largo alcance, bombas arrojadas desde aviones, trampas cazabobos, proyectiles de fósforo y gases venenosos. En las trincheras entre Alemania y Francia, millones de soldados perdieron la vida mientras sus líderes militares los arrojaban a una matanza predeterminada y sin sentido.1 Diecisiete millones de soldados y civiles fallecieron como resultado de las acciones militares, la desnutrición, la enfermedad, la hambruna y los accidentes. Ocho millones de soldados desaparecieron y más de veinte millones quedaron heridos.
Es difícil creer que esos países eran conocidos por sus asombrosas contribuciones a la música, la literatura, la ciencia y la teología. ¿Cómo es posible que sus autoridades políticas y militares cayeran en el barbarismo y la furia de ese tipo de conflicto bélico? Se podría pensar que los cristianos jamás podrían planear y participar de esas matanzas. Sin embargo, muchos de los políticos, líderes militares y soldados eran en realidad cristianos comprometidos. Por supuesto, es imposible identificar qué significaba el cristianismo para ellos al momento de convertirse en asesinos o víctimas. Aun muchas de las víctimas acaso estaban listas para matar a otros, para así escapar del cruel destino.2 Esta contienda mortal revela que las formas religiosas y la diplomacia no bastan para evitar que quedemos atrapados por la locura de la guerra.
Defensa sí; ataque no
Los que objetaron el uso de armas y violencia por razones religiosas y de conciencia, se hallaron en circunstancias difíciles. La mayoría de las partes en disputa no ofrecieron excepciones. Los adventistas, que siempre trataron de evitar cualquier participación directa en combate, eran conocidos como objetores de conciencia desde la Guerra Civil de Estados Unidos (1861-1865). No obstante, desde el comienzo se reconoció que la situación europea era diferente de las circunstancias en Norteamérica. Por ello, en 1885, los líderes de la iglesia en Europa buscaron soluciones a situaciones como la del servicio militar obligatorio y las tareas sabáticas. Sin embargo, no pudieron hallar la solución y con el tiempo, permitieron que cada conscripto adventista siguiera los dictados de su conciencia.
Elena White enfatizó que ninguna respuesta única y universal podía aplicarse a estas cuestiones, porque las circunstancias y condiciones pueden cambiar de país en país. Reconoció que los conscriptos adventistas no iban por su propia elección, sino que seguían las leyes de sus países. Los animó y oró para que fueran «fieles soldados de Cristo», y para que los ángeles de Dios «los [protegieran] de toda tentación».3 Tenían que aprender a aplicar los principios bíblicos a diversas situaciones.
Los adventistas enfrentaron situaciones muy diferentes en los diversos países europeos. Por ejemplo, como en Gran Bretaña no existía la conscripción, los adventistas no tuvieron ese problema. Pero otros países como Alemania, Austria-Hungría y Francia dependían fuertemente de la conscripción, y rehusarse a obedecer órdenes merecía el castigo de prisión o la muerte.
Es por ello que en estos países, los conscriptos adventistas cumplieron por lo general con el servicio militar pero se rehusaron a realizar las tareas sabáticas regulares «en tiempos de paz». Algunos de ellos fueron juzgados y enviados a prisión por varios años como resultado de su estricta observancia del sábado. A pesar de ello, antes de ser juzgados, con frecuencia expresaron que pelearían aun en sábado si el país fuera atacado por el enemigo, aunque no participarían en una guerra de agresión.4
La complejidad de la guerra
Cuando se inició la guerra, los adventistas de Europa Central inmediatamente percibieron su complejidad. ¿Quién trató de hacer la guerra en otro país? ¿Quién estaba tratando meramente de defender su patria? Ante la veloz sucesión de declaraciones recíprocas de guerra, era fácil perder la noción de la situación. Cada país afirmaba defenderse contra un agresor extranjero.
Cuando los ejércitos se movilizaron, los jóvenes adventistas fueron reclutados y arrastrados hacia la maquinaria de guerra. Algunos líderes de la iglesia en Alemania perdieron el valor y aseguraron a las autoridades militares que los conscriptos adventistas defenderían su patria con armas, aun en sábado. Al mismo tiempo, buscaron convencer a los feligreses de que la disposición para la guerra del Antiguo Testamento aún era aplicable.5
Esa postura no era, por cierto, enteramente nueva para los adventistas de Europa Central. Sin embargo, el hecho que estos líderes prácticamente les dijeron a los miembros de iglesia lo que esperaban de ellos fue por cierto algo único. Varios expresaron su descontento y oposición. La agitación y contienda resultante aparentemente solo pudo ser frenada separando a los «alborotadores», lo que produjo mayor alienación, antagonismo y resentimiento. Con el tiempo, esa «guerra» interna llevó al establecimiento del Movimiento Adventista de la Reforma.6
En Gran Bretaña, las circunstancias cambiaron cuando en 1916 el gobierno introdujo la conscripción general. Dado que ofrecía algunas excepciones para los puestos de combate, la mayoría de los conscriptos británicos adventistas lograron registrarse como objetores de conciencia y cumplieron servicios en otras tareas. Esto no los privó del acoso, las medidas represivas y períodos de prisión, dado que sus superiores y la población en general los consideraban «traidores a la causa nacional», y no estaban dispuestos a dar privilegios especiales a los observadores del sábado.7
Resultó difícil que los conscriptos adventistas siguieran fieles a sus convicciones, ya sea sirvieran en el ejército alemán, francés o británico. ¿Cuál era la solución? ¿Cómo debían comportarse y actuar bajo las circunstancias prevalecientes?
El carácter de los seguidores de Cristo
En el Sermón del Monte (Mat. 5-7), Jesús delineó las leyes de su reino y nos dio una vislumbre de amplio marco general dentro del cual se ocupó de cuestiones morales y éticas. John Howard Yoder, teólogo y ético menonita, detectó siete principios éticos en ese sermón, que pueden ayudarnos a saber cómo aplicarlos bajo condiciones y circunstancias cambiantes.8
1. Una ética del arrepentimiento. Jesús comenzó su ministerio de predicación con las palabras: «¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!» (Mat. 4:17). Estaba pidiendo una metanoia, un cambio de mente, una «tristeza por el pecado y abandono del mismo», como lo expresa Elena White.9
Hay que destacar que el llamado de Jesús a los primeros discípulos (vers. 18-22) y la ética de su reino (Mat. 5-7) son precedidos por un llamado para cambiar de mente. Jesús nos recuerda que su ética es la caracterización de una persona cuya mente ha sido cambiada, no solo una descripción de la sociedad secular ideal o las pautas de una vida feliz y exitosa.
2. Una ética del discipulado. Las bienaventuranzas se dirigen a los discípulos de Jesús (Mat. 5:1), a los pobres en espíritu, los mansos, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacificadores, los perseguidos por causa de la justicia y a los que tienen hambre y sed de justicia (vers. 3-10). Jesús no prometió recompensas temporales –riqueza, fama y éxito– sino eternas –el reino del cielo, consolación, la tierra, saciedad, misericordia, la posibilidad de ver a Dios y la adopción divina– para sus seguidores que a menudo constituyen una minoría social. No obstante, sus discípulos no son caracterizados tanto por las recompensas que tratan de obtener o los éxitos que buscan lograr como por el Señor a quien procuran reflejar e imitar.
3. Una ética del testimonio. A continuación, Jesús comparó a los discípulos con la sal de la tierra y la luz del mundo (vers. 13-16). Sus palabras, acciones y conducta son un testimonio al mundo. Si fuéramos soldados, como algunos de nuestros hermanos europeos durante la Primera Guerra Mundial, ¿cómo habría sido nuestro testimonio? Piense tan solo en lo siguiente: El «enemigo» no escogió nacer en un determinado país, y no fue responsable por los errores de sus gobernantes. Acaso ni siquiera escogió unirse a las Fuerzas Armadas. Como hermano humano, estaba tan necesitado de la salvación como yo. Entonces, ¿cómo podría yo haberle comunicado el amor y el perdón infinitos de Dios?
4. Una ética de la plenitud. Jesús indicó que los escribas y fariseos facilitaban el cumplimiento de la ley al rebajar las normas y vaciarlas de su verdadero significado. Sostuvo que abstenerse de matar o cometer adulterio se enfocaba en las normas externas, pero que sin embargo albergaban odio y codicia. Creían que sus pensamientos y actitudes no resultaban problemáticos mientras no implicaran transgresiones externas a la ley. A pesar de ello, Jesús dijo que él no había venido para abolir la ley, sino para cumplirla y revelarla en plenitud (vers. 17). Cristo ilustró su verdadero propósito, intensificó su aplicación y creó el sentido de su espiritualidad (vers. 19-48).
5. Una ética del amor perfecto. Podemos preguntarnos: «¿Qué tiene que ver esto con los conflictos militares?» ¡Muchísimo! Recuerde que tres de los seis ejemplos “Oísteis que fue dicho […], pero yo os digo” se refieren a la enemistad, la violencia y la venganza (vers. 21-26, 38-42, 43-48). No tiene nada de especial amar a un amigo. Jesús, sin embargo, pidió a sus seguidores que amaran aun a los que no lo merecen o que buscan hacer el mal (vers. 43-48).
Por supuesto, podemos preguntarnos: «Entonces, ¿no mostramos complicidad con sus malas intenciones?» ¿Creemos que nuestro Padre celestial está equivocado al amarnos y darnos a Jesús aunque éramos pecadores y aun enemigos (Rom. 5:8, 10)? De manera similar, Jesús nos pide que reflejemos el amor perfecto del Padre celestial y mostremos una preocupación creativa por la salvación de nuestros enemigos (Mat. 5:48).
6. Una ética del exceso. Al preguntar «¿qué hacéis de más?» (vers. 47), Jesús nos desafió a pensar de manera no convencional. ¿Nos preguntamos qué esperan otros de nosotros, qué opciones tenemos, o cuál podría ser la decisión menos nociva? Dios a menudo usa lo inesperado, algo que acaso ni siquiera está en nuestra lista de opciones. Jesús no nos pide que transformemos nuestro testimonio en un espectáculo, ni que solo cumplamos con las reglas o seamos exitosos. Por el contrario, nos pide que reflejemos su carácter. Acaso nos podría preguntar: «En esta situación, ¿cómo puede llegar el poder vivificador del Espíritu más allá de los modelos y opciones disponibles para hacer algo nuevo, cuya misma novedad será un testimonio de la presencia divina?»10
7. Una ética de la reconciliación. En sus declaraciones sobre la ira (Mat. 5:21-26), Jesús sugirió que una actitud interna de odio hacia un hermano es más importante que los actos externos. Pero Jesús no había terminado. Por el contrario, pasó a enfatizar la importancia de la reconciliación antes de que exista una adoración verdadera. Así como Dios hace todo lo posible para reconciliar el mundo consigo mismo, así también nosotros, sus hijos, deberíamos revelar su carácter al reconciliarnos con los demás.
Aunque las personas pueden rechazar externamente la participación en actos de violencia y matanza, pueden albergar una actitud interna de odio y falta de reconciliación. No obstante, los hijos de Dios son embajadores de su reino, y tienen que caracterizarse por reflejar su amor reconciliador tanto en amigos como en enemigos.
Reflejar el carácter de Dios: Una misión mundial
En la Primera Guerra Mundial, los conscriptos adventistas de Alemania y Francia se encontraron en circunstancias no ideales. Aun así, un grupo de ellos procuró ocupar puestos militares en los que pudieran sanar y salvar, en lugar de herir a otros. Por ello, trabajaron como médicos, camilleros, intérpretes, cocineros, maquinistas, etc. Muchos de ellos oraron con sus camaradas, dieron estudios bíblicos, distribuyeron impresos de evangelización, y los sábados se reunieron con otros para adorar a Dios.
Al igual que ellos, hoy hay muchos miembros de iglesia en el mundo que enfrentan circunstancias similares. Al mismo tiempo, acaso vivamos en circunstancias en apariencia pacíficas, pero podemos experimentar un conflicto interno todos los días. Todos somos tentados a albergar un espíritu beligerante cuando enfrentamos conflictos. Los hijos de Dios deberían caracterizarse en primer lugar por el intento de reproducir el carácter divino de un amor perfecto, abundante y conciliador hacia sus amigos y enemigos. En último término, los adventistas consideramos que nuestra misión es proclamar el mensaje de los tres ángeles «a toda nación, tribu, lengua y pueblo» (Apoc. 14:6), llevando a las personas hacia Cristo, para que no perezcan, y alcancen la salvación.
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1 Hartmut Lehmann, Das Christentum im 20. Jahrhundert: Fragen, Probleme, Perspektiven, Kirchengeschichte in Einzeldarstellungen (Leipzig: Evangelische Verlagsanstalt, 2012), vol. VI/9, pp. 141, 142.
2 Ibíd., p. 142.
3 Elena White, Mensajes selectos, t. 2, p. 386.
4 Ulysse Augsburger, «Un soldat adventiste devant le conseil de guerre», Le Messager, May 1914, pp. 51-54; Gerhard Padderatz, Conradi und Hamburg: Die Anfänge der deutschen Adventgemeinde (1889-1914) unter besonderer Berücksichtigung der organisatorischen, finanziellen und sozialen Aspekte (Hamburgo: autor, 1978), pp. 243-253.
5 Véase por ejemplo Guy Dail, «An unsere lieben Geschwister!» (volante, Hamburgo: Aug. 2, 1914); G. Freund, «Krieg und Gewissen», Zions-Wächter, 6 de diciembre de 1915, p. 365.
6 Helmut H. Kramer, The Seventh-day Adventist Reform Movement (German Reform) (Washington D.C.: Instituto de Investigaciones Bíblicas, 1988), pp. 9-17.
7 Francis M. Wilcox, Seventh-day Adventists in Time of War (Washington D.C.: Review and Herald Pub. Assn., 1936), pp. 253-296.
8 John Howard Yoder, The Original Revolution: Essays on Christian Pacifism (Scottdale, Pa.: Herald Press, 2003), pp. 36-51.
9 Elena White, El camino a Cristo, p. 23; cf. pp. 23-36.
10 Yoder, p. 49.