Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, no te olvides de sus favores.
Salmo 103, 1-2 (BLP)
El mundo, lo he manifestado en diversos foros, está viviendo un tiempo de mutación en todos los aspectos de la vida. Una mutación de carácter antropológico sin precedentes que viene sobre todo marcada por la globalización. Una globalización que está en desarrollo desde que el ser humano lo es y que, en nuestro tiempo, se vive de un modo excepcional, en parte, gracias a las nuevas tecnologías. Muchos son los elementos que contribuyen y nos llevan a esta mutación: Los flujos migratorios; el mestizaje; las transnacionales y empresas globales que marcan el ritmo a la economía y a los gobiernos (aun cuando los gobiernos quieren seguir gobernando pero tienen que doblegarse a los intereses y poder de las empresas globales); las luchas religiosas de poder por defender parcelas de hegemonía social y la preservación de valores religiosos tradicionales; el fanatismo religioso y la intolerancia; los dogmatismos y actitudes totalitarias frente a la libertad de conciencia; el relativismo, el hedonismo y la pérdida de valores morales; el egocentrismo, la increencia, el agnosticismo y el ateísmo; la falta de respeto por la vida y la dignidad humana; el tener sobre el ser… y para qué seguir.
Todas y cada una de estas circunstancias van creando un ambiente de cambio antropológico en todos los ámbitos de la vida y son parte de la realidad que vivimos como crisis económica que, en el fondo, no es otra cosa más que una profunda crisis mundial de valores. Ante esta circunstancia de un mundo cambiante, los creyentes somos llamados a redoblar esfuerzos en nuestro compromiso de vivir y dar el evangelio de obra y de palabra. Y hacerlo con compromiso cristiano genuino y con coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos.
El mundo necesita más que nunca en esta época de crisis el valor eterno de la Palabra de Dios, pues cae la hoja y se marchita la flor pero la Palabra de Dios permanece para siempre. Y es esa palabra que lleva el mensaje eterno de dignidad del ser humano por el cual murió Jesús.
Ciertamente, corren nuevos tiempos, no fáciles para el ministerio que desarrollamos, sin embargo, y a pesar de los obstáculos del ambiente, digo yo como el salmista: ¡bendice alma mía al Señor!, pues a pesar de las dificultades del medio en el que trabajamos y de vernos obligados a ajustar presupuestos y de tener que prescindir de obreros capaces, dedicados y muy amados, el Señor nos ayuda a seguir en la brecha en la tarea de servir a su iglesia con la Biblia.
Desde esta edición de Palabra Viva —aun cuando tiene menos páginas que ediciones anteriores— una vez más, deseamos dejar constancia de la fidelidad del Señor en la misión a la que nos ha llamado y no nos olvidamos de ninguno de sus favores, pues es gracias a su favor que no dejamos de hacer aquello
para lo que nos envió.
Pedimos la oración de todos aquellos que aman su obra para que el Señor nos ayude a serle fieles y a seguir sembrando la semilla que es la Palabra de Dios en los corazones.